Consumada la infamia
El Senado ha ratificado la legalización del asesinato de vidas humanas inocentes en el seno de sus madres. Con la votación de ayer, las dos cámaras donde realizan su labor los representantes de la soberanía nacional han colmado el vaso de la ignominia y la depravación moral. Cierto es que el aborto libre era ya una realidad en España debido a la criminal pasividad de la izquierda y la derecha parlamentaria española. Con la ley anterior, en este país hemos superado los cien mil abortos al año. Pero ahora ya se quitan todas las caretas y dan vía libre a que las clínicas abortivas hagan legalmente lo que antes hacían de forma clandestina.
Ver a los socialistas celebrar con júbilo la aprobación de la ley nos da una idea de cuál es su catadura moral. De todas formas, a nadie puede sorprender lo ocurrido. Y a nadie sorprenderá tampoco que el Rey firme la ley. Ya firmó la primera. El sistema político que tenemos es el que es, y da de sí lo que da de sí. Por más que se nos agoten los adjetivos, ellos no van a cambiar. Y lo peor de todo es que un amplio sector de la sociedad, probablemente mayoritario, está de acuerdo con este tipo de leyes. Y la parte de la sociedad que no está de acuerdo tampoco parece dispuesta a usar su voto para cambiar las cosas. Cuando unos cuantos sugerimos que hay que votar a siglas extraparlamentarias, para que puedan ser bisagra en un futuro gobierno, al que pondrían como condición irrenunciable la abolición de la legislación contraria a la ley natural, se nos tacha de ultras, integristas, fachas y demás lindezas.
Hoy es un día triste para la historia de este país, pero sabemos que vendrán otros iguales o peores. El próximo objetivo para legalizar definitivamente la cultura de la muerte, será la aprobación de la eutanasia. Como Zapatero llegue a creer de verdad que puede perder las próximas elecciones, lo mismo acelera el paso. Además, pronto nos llegará la ley de libertad religiosa, que mucho me temo que, adornada de buenas intenciones, se convertirá en ley de mordaza religiosa. El círculo se va cerrando: muerte, adoctrinamiento de niños y jóvenes, tutoría estatal sobre las religiones -en especial la católica- y ofrecimiento de financiación pública de eventos religiosos destacados para intentar comprar silencios. A veces me da la tentación de pensar si el apoyo a este sistema no se acerca en algo a la traición de aquellos cristianos que, cuando se recrudeció la persecución, adoraron a los dioses del imperio romano o compraron documentos que atestiguaban legalmente dicha adoración. Pero no lo afirmo. Sólo me lo pregunto.
Luis Fernando Pérez
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