¡Ay de aquel hombre por quien el escándalo viene!

Su foto está en todos los periódicos. Ver a un cura joven en paños menores da morbo a esta sociedad tan hipersexualizada. Y saber que además de meter la mano en cuerpos ajenos, la ha metido en el cepillo de sus parroquias y de las hermandades, le da al asunto un toque mayor de corrupción.

Es obvio que Samuel Martín no debe de estar en sus cabales. Como mínimo cabe decir que es un adicto al sexo. De lo contrario, no habría robado para conseguirlo de forma compulsiva. Y lo de anunciarse cual chapero de baja estofa es ya síntoma de que había descendido todos los peldaños de la indecencia y la inmoralidad.

Es más, creo que caben albergar pocas dudas de que ese sacerdote sabía que le iban a pillar. En los pueblos pequeños todo se sabe. Y la red es un muy mal sitio para exhibirse y a la vez mantener el anonimato. Posiblemente, si no hubiera cogido un dinero que no es suyo, se habría librado durante cierto tiempo de ser descubierto, pero visto lo visto, es evidente que antes o después se hubiera sabido todo.

Parece ser que la familia, en especial los padres, está destrozada. Yo me pongo en el pellejo de ellos y no sé si sería capaz de superarlo en mucho tiempo. Ver a tu hijo, sacerdote, de esa guisa, debe ser un golpe de esos que nunca se olvida.Y aunque sea a otro nivel de intensidad, algo parecido debe de ocurrirles a sus compañeros de presbiterio y a su arzobispo.

Ahora bien, alguno se preguntará, ¿podría esto haberse evitado? ¿este comportamiento obsceno e inmoral le ha sobrevenido de la noche a la mañana? ¿acaso en su etapa de seminarista no hubo quien descubriera que este joven no estaba equilibrado? Pues bien, siento tener que decir que ayer hablé con una persona que le conoció bien siendo seminarista. Y su comentario fue contundente: “Yo ya sabía que este chico no debía ser ordenado. Nunca hablaba de cosas del Señor. Leía novelas en clase de teología. Era mundano. Saltaba a la vista que no tenía vocación. Y hay al menos otro de su curso que iba por el mismo camino y me temo que acabará fuera del sacerdocio“.

Obviamente no puedo revelar el nombre de quien me ha dado esos datos, pero sé muy bien que son veraces. Habrá quien diga que a toro pasado es fácil decir estas cosas. Pero no es menos cierto que cuando se producen escándalos como este, las miradas han de dirigirse también a quienes tienen el deber de discernir si un seminarista está en condiciones de ser ordenado. Entiendo que tal tarea es más fácil en un seminario con ocho seminaristas que en otro con ochenta. Incluso es posible que un joven consiga engañar durante años a su rector y a su director espiritual. Pero cuando la falta de vocación de un chaval es patente a quienes no tienen la obligación de descubrirla, ¿cómo confiar en quienes sí tienen ese deber?

Nadie está libre de caer en una vida de pecado. Los sacerdotes tampoco. Y a nadie se le debe negar la posibilidad del arrepentimiento, de la vuelta al camino de santidad. Pero hay pecados que marcan para toda la vida, que te persiguen donde quiera que vayas, sobre todo si has causado un escándalo público. Sinceramente no veo cómo se puede recuperar a este joven para el sacerdocio. Es más, sabiendo que lo ideal es que no hubiera sido ordenado, no sé si merece siquiera la pena intentarlo. Pero sí se le puede recuperar como persona, como fiel de la Iglesia. Alguien ha de estar en estos momentos a su lado, aunque sólo sea para evitar que haga alguna tontería contra sí mismo. Y una vez pasado el jaleo mediático, la Iglesia debe de comportarse como madre y procurar la atención espiritual y psicológica necesaria para que Samuel no se convierta en un desecho humano entregado a la prostitución. Por supuesto, él debe de estar dispuesto a ser ayudado. Esperemos que así sea.

Luis Fernando Pérez