El arzobispo de Oviedo llama a las cosas por su nombre

Frente a los que creen que hay que moderar el contenido de determinados mensajes, frente a los que confunden la cobardía con la prudencia, frente a los que prefieren evitar salir en los medios, no vaya a ser que alguien les critique, el nuevo arzobispo de Oviedo, monseñor Sanz Montes, no se anda por las ramas y llama a las cosas por su nombre. Por ejemplo, acaba de definir el aborto como “¡…el crimen de un ser humano sin que pueda rechistar!“. No se ha quedado ahí. Ha asegurado que “junto al infanticidio horrendo se da al mismo tiempo el matricidio fatal” y, por si fuera poco, ha acusado a los que lo justifican de “propiciar un cruel fusilamiento en un paredón entre algodones cuya fosa común será luego un vulgar cubo de basura“. El resto de la intervención del arzobispo asturiano puede leerse en InfoCatólica.

En la batalla contra la cultura de la muerte, una de las armas más poderosas que tenemos los defensores de la vida es la palabra que anuncia la verdad y denuncia la mentira. Contra el derecho a nacer pueden exhibir leyes, argumentos engañosos, falsedades patentes y derechos inexistentes. Ante semejante “poderío” al servicio del mal, podemos sentirnos apocados, tentados de tomar un posicionamiento defensivo o buscar consensos en los que renunciemos a aquello que no podemos renunciar. Pero cuando lo que está en juego es la vida, no caben medias tintas. Si el aborto es un crimen, y lo es, los que lo practican son criminales. Y los que lo legalizan y lo apoyan desde el mundo de la política y los medios de comunicación, son cómplices de esos criminales, en el mismo sentido que los batasunos son cómplices de Eta. No son menos inocentes los embriones y fetos “fusilados entre algodones” que los asesinados a tiros por la banda terrorista. El que la sociedad no lo vea así, no cambia la realidad. Y es nuestro deber, si realmente queremos ser luz del mundo y sal de la tierra, intentar que las cosas cambien y se vea como horrendo aquello que horrendo es.

Es por ello que todo intento episcopal de compadrear con los Bono y Pousa de turno supone una grave ofensa a aquellos que mueren sin poder ver la luz del sol. Cualquier obispo, arzobispo y cardenal que deje a un lado su deber de oponerse con todas sus fuerzas al aborto y opte por “facilitar” la justificación de la conciencia de aquellos que facilitan ese holocausto, atenta gravísimamente contra la dignidad episcopal. Antes, mucho antes que la deseable buena relación con los gobernantes, está la obligación profética de defender a los inocentes.

¿Por qué digo esto? Porque a día de hoy sigue sin haber un solo obispo que plante cara a las declaraciones de José Bono en una revista católica llamada Vida Nueva. Y entre ellos, Monseñor Osoro sigue sin desmentir que haya apoyado expresamente al político socialista. Nadie va a dudar de que el arzobispo de Valencia se opone al aborto. Eso queda fuera de toda discusión. Pero mientras no salga a la palestra a decir “el señor Bono miente” y, ya de paso, añada que “en consonancia con lo que hemos dicho los obispos, no puede comulgar si vota a favor del aborto", muchos fieles tendrán todo el derecho a pensar que se encuentran ante un arzobispo que antepone el llevarse bien con la tercera autoridad del Estado español, al menos en rango protocolario, a defender la vida de los no nacidos. Y eso contrasta, y mucho, con la actitud de quien ha pasado a ocupar la cátedra que él dejó al partir de tierras asturianas hacia el Levante español.

Luis Fernando Pérez