José Manuel Vidal, director de Religión Digital, tiene razón

José Manuel Vidal, cuya actuación antes y después del nombramiento de monseñor Munilla ya he calificado en algún otro post, escribió este fin de semana un artículo muy clarificador en su Rumores de Ángeles. El director de Religión Digital empezaba así:

Por mucho que la dinámica mediática y algunos interesados quieran conducir el “caso Munilla” a coordenadas políticas (que también las hay, lógicamente), la batalla esencial que se está librando en San Sebastián no es entre nacionalismo y españolismo, sino entre dos modelos de Iglesia: el conciliar y el preconciliar con un barniz conciliar.

Pues sin que sirva de precedente, le voy a dar la razón en todo lo que va delante de los dos puntos. La llegada de Monseñor Munilla tiene derivadas ajenas a las propiamente eclesiales. Por ejemplo, la política, que empieza a ser ya repelente. Qué bien harían los políticos nacionalistas y los no nacionalistas en dejar de usar a monseñor Munilla como muñeco del pim, pam, pum entre ellos mismos. Pero los católicos y los que nos dedicamos al negociado de la información socio-religiosa debemos de fijarnos muy especialmente en la dimensión eclesial de este nombramiento.

Dice Vidal:

En Donostia, con Munilla impuesto como obispo, se cierra el bucle y se puede dar por finiquitada, en la Iglesia jerárquica española, el modelo del “pueblo de Dios” (diálogo, apertura, aconfesionalidad, corresponsabilidad de los laicos, Iglesia samaritana, opción por los pobres y tantas otras cosas). Volvemos al modelo piramidal disfrazado de la trinchera, de la condena, del no, de la autoridad y de la uniformidad.

Eso, traducido al lenguaje de los fieles a la Iglesia y a su magisterio, significaría que con Monseñor Munilla en San Sebastián, la Iglesia Católica en España abandona definitivamente cualquier tendencia a seguir caminando por un camino peligroso, cuyos resultados pastorales han sido nefastos. En realidad yo no creo que este nombramiento en concreto cierre nada. La práctica totalidad de los nombramientos episcopales en España de los últimos diez años hacia acá han ido en una misma línea. El hecho de que don José Ignacio vuelva a su tierra como pastor no cierra nada en España. Más bien abre definitivamente las puertas a que las regiones donde el nacionalismo ha causado estragos no sigan sufriendo episcopados escorados hacia esa tendencia política.

El que Cataluña sea la región española con menos práctica religiosa entre los católicos y el que las Vascongadas hayan pasado de ser una fuente inagotable de vocaciones a un auténtico erial, son las piedras que gritan ante el silencio eclesial de muchos. No era normal que el cambio de tendencia episcopal en España no encontrara reflejo en las iglesias locales catalanas y vascas. Monseñor Munilla es una pieza más en ese engranaje del que ya forman parte monseñor Iceta, monseñor Saiz Meneses, Monseñor Casanova…

Ahora bien, el director de RD acusa a la actual jerarquía de la Iglesia Católica de haberse alejado del Concilio Vaticano II. Es más llega a decir que “los que perdieron el Concilio (entre los que figuraba el propio Juan Pablo II) o los que cambiaron de chaqueta al poco tiempo (entre ellos, el Papa Ratzinger)están imponiendo su modelo en todas partes“. Curioso eso de “los que perdieron el Concilio". Como si el mismo fuera un partido de fútbol. En todo caso, la autoridad del Papa sobre cualquier concilio, por muy ecuménico que sea, forma parte de la esencia misma del catolicismo. Y da la casualidad de que Juan Pablo II fue Papa. Y Benedicto XVI lo es. Como tales, tienen el ministerio de pastorear a toda la Iglesia. Yo no creo para nada que se hayan apartado del Concilio Vaticano II, pero de haber sido así, ¿cuál es el problema? ¿acaso no tenían derecho -incluso la obligación- a hacer tal cosa si hubieran llegado a la conclusión de que eran malos los resultados pastorales de un concilio que se definió a sí mismo como pastoral?

De hecho, ¿acaso el Concilio no dijo que “el Colegio o cuerpo episcopal, por su parte, no tiene autoridad si no se considera incluido el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, como cabeza del mismo, quedando siempre a salvo el poder primacial de éste, tanto sobre los pastores como sobre los fieles“? ¿Quizás el Concilio no nos enseñó que “el Pontífice Romano tiene en virtud de su cargo de Vicario de Cristo y Pastor de toda Iglesia potestad plena, suprema y universal sobre la Iglesia, que puede siempre ejercer libremente“? ¿No añadió también que “en cambio, el orden de los Obispos, que sucede en el magisterio y en el régimen pastoral al Colegio Apostólico, y en quien perdura continuamente el cuerpo apostólico, junto con su Cabeza, el Romano Pontífice, y nunca sin esta Cabeza, es también sujeto de la suprema y plena potestad sobre la universal Iglesia, potestad que no puede ejercitarse sino con el consentimiento del Romano Pontífice“? Yo juraría que eso aparece en uno de los documentos más importantes del Vaticano II. Concretamente en la Constitución dogmática -sí, dogma en medio de pastoral- Lumen Gentium 22.

Por tanto, ¿a qué concilio se refieren esos a los que no les gusta el modelo piramidal? Desde luego no al que dijo que “los fieles, por su parte tienen obligación de aceptar y adherirse con religiosa sumisión del espíritu al parecer de su Obispo en materias de fe y de costumbres cuando él la expone en nombre de Cristo. Esta religiosa sumisión de la voluntad y del entendimiento de modo particular se debe al magisterio auténtico del Romano Pontífice, aun cuando no hable ex cathedra” (LG 25). No, me temo que Vidal y los que como él piensan se han equivocado de Iglesia. El modelo que ellos proponen encajaría bien en la comunión anglicana y en algunas denominaciones protestantes liberales. Pero en la Iglesia Católica no. El catolicismo es como es. No hay concilio capaz de cambiar eso, porque la Iglesia no se puede traicionar a sí misma.

En realidad, si José Manuel Vidal y los muchos que piensan como él tuvieran razón en su interpretación del Vaticano II, entonces el lefebvrismo estaría justificado. Los que plantean una hermenéutica de ruptura refuerzan las tesis de quienes aseguran que el concilio supuso, efectivamente, una ruptura. Sin embargo, el papado, como tantas otras veces en la historia, se sitúa justo en el lugar idóneo para que los fieles tengan una referencia segura. La autoridad papal garantiza la validez del concilio y al mismo tiempo protege a la Iglesia de las interpretaciones rupturistas de quienes quieren otra Iglesia, otro modelo, otra forma de ser católico.

Por otra parte, vamos ya camino del medio siglo desde que el Vaticano II tuvo lugar. Si algunos quieren ser miopes y no ver más allá del mismo, negándose a reconocer que hubo otros concilios importantísimos en la historia de la Iglesia, es su problema. Suele ser patético el repelús que les produce el concilio de Trento a estos profetillas de la ruptura. Pero la Iglesia Católica es mucho más que el Concilio Vaticano II. Una Iglesia en la que la palabra Tradición tiene tanto peso, no puede quedarse colgada de la brocha del último concilio. Nos toca seguir adelante con los pastores que Dios nos da. Y si nos los da a través del Vicario de Cristo, aconsejado por buenos pastores, mejor aún. Si algunos se quieren quedar atrás en plan plañideras y añorantes de tiempos pasados que nunca volverán, es su problema. La Iglesia sigue su camino. Con ellos o sin ellos. Y a veces pienso, que mejor sin ellos, aunque siempre cabe la posibilidad de la conversión a la verdadera fe católica. Esa que, a día de hoy, no profesan.

Luis Fernando Pérez