Son la nada pero hacen daño

El padre Guillermo ha escrito un interesante artículo titulado “El riesgo de la heterojustificación”. Destaco el siguiente párrafo:

Cuando uno se aproxima al pensamiento de algunos cristianos, ilustres por sus conocimientos, por sus publicaciones, por su excelente bagaje intelectual, surge a veces la duda de si esa unificación, de si esa coherencia, se ha logrado del todo. Parecería como si, en algunos casos, se mantuviese una especie de doble personalidad. Como si, en el fondo, una sospecha acerca de la racionabilidad de la propia fe, y de la visión del mundo que de ella se deriva, obligase a apuntalar el propio edificio intelectual en cimientos ajenos, aparentemente con mayores visos de verdad según los criterios más ampliamente admitidos en las academias del mundo.

Tiene mucha razón don Guillermo. Hoy he visitado el blog de un jesuita que sólo tiene de jesuita el nombre y el apoyo de quienes han sumido a la orden en una crisis que San Ignacio, en mi opinión, solucionaría cerrándola y refundándola. Ese señor, que se chotea de sus superiores con gran prestancia, comparte el blog con un “teólogo” budista.

Estoy convencido de que los lectores de dicho blog encontrarán buena parte de las enseñanzas del budismo pero apenas una que pueda identificarse ya no con el catolicismo sino con el cristianismo de cualquier signo.

Pues de eso habla el padre Guillermo. Un sector de la Iglesia, que incomprensiblemente sigue dentro de la misma, reniega de su fe, se avergüenza de su fe, quiere convertir su fe en otra cosa. Y para ello se echan en manos de un sincretismo patético que ni siquiera es capaz de ofrecer algo genuino que pueda llevar a la creación de otra religión. Su esterilidad espiritual es semejante a la intelectual -al menos en este caso-. Llenan de palabras huecas su falta de fe, su falta de nervio cristiano. Son olas espumosas que al llegar a la orilla desaparecen y no dejan nada. Sin embargo, alcanzan el éxito del mundo, que entregado a la falta de compromiso espiritual firme, busca que los hijos de la nada les prediquen el mensaje de la nada. Lo dijo el apóstol san Juan “ellos son del mundo; por eso hablan el lenguaje del mundo y el mundo los escucha. Nosotros, en cambio, somos de Dios; quien conoce a Dios nos escucha a nosotros, quien no es de Dios no nos escucha. Por aquí conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error” (1 Jn 4,5-6. Jn 15,18-27).

El que sean la nada no impide que hagan mucho daño. Su sola presencia en la Iglesia puede llevar a los débiles en la fe a creer que vale todo. Que da igual profesar la fe católica en su integridad que hacerlo por partes o incluso no profesarla en absoluto. A la indiferencia sólo puede oponerse la firmeza, la seguridad de un corpus doctrinal asentado, arraigado en la Revelación y en veinte siglos de encarnación de la misma en el pueblo de Dios. El dogma y la defensa de la sana doctrina, que tan mala fama tienen a los ojos del mundo que no quiere verdades sino mentiras edulcoradas y, desgraciadamente, a los ojos de quienes presumen de ser cristianos maduros y no pasan de ser cristianos mundanos, son la única tabla de salvación para el fiel bautizado que puede caer presa de esas olas, que le arrastrarán hacia el abismo del océano si se deja llevar.

No hay caridad alguna en diluir la verdad. Todo lo contrario. Es enemigo del amor de Dios y de la cruz de Cristo quien prostituye la verdad del evangelio con la oscuridad de las falsas religiones. Ha de llegar de nuevo el tiempo en que el catolicismo sea más luz del mundo que buscador de posibles luces en otras creencias. Porque por mucha luz que pueda haber fuera de la Iglesia, no dejará de ser un pálido reflejo de la luz de Cristo que brilla prístina con fuerza salvadora sólo en aquella que es Una, Santa, Católica y Apostólica.

Pax, bonum et veritas,
Luis Fernando Pérez