Benedicto XVI y el post-concilio
A nadie debería sorprender lo que el Papa acaba de decir sobre el marasmo post-conciliar. Los obispos brasileños han sido testigos de primera mano del análisis papal, pero está claro que el mensaje va dirigido a toda la Iglesia. Las cosas se han hecho mal, muy mal, y como consecuencia de ello el rebaño que el Señor encomendó a Pedro ha sufrido merma. El Santo Padre constata que tras el concilio los “responsables eclesiásticos” -se supone que mayormente obispos- dejaron de hablar en público del pecado, la gracia, la vida teologal o los novísimos (muerte, juicio, infierno, cielo y purgatorio). En otras palabras, dejaron de predicar el evangelio para entregarse a la comodísima tarea de decirle al mundo aquello que el mundo quiere oír.
Para los que seguimos el blog “Reforma o apostasía” del padre José María Iraburu, las palabras del Papa no nos resultan ajenas. No es que Benedicto XVI lea a nuestro sacerdote navarro y se haga eco de su análisis de la realidad de la Iglesia en los últimos 40 años. Es que no cabe explicar de otra forma las razones que han llevado a buena parte del catolicismo post-conciliar a convertirse una versión aguada del catolicismo auténtico y genuino que ha sido seno materno de la civilización occidental.
El Papa habla de la pérdida de fieles por parte de la Iglesia. Yo iría más allá. No sé qué es peor, si el alejamiento de muchos bautizados de su “Mater et Magistra” o la condición espiritual de muchos de los que no se han ido. Hemos oído en repetidas ocasiones la acusación de que entre los fieles de antes del Concilio Vaticano II se daba la denostada “fe del carbonero", esa que no necesitaba de la razón para creer lo que la Iglesia enseñaba. Pero me pregunto si aquella fe despreciada por Unamuno no era mucho más genuina que la “fe del disidente", esa que no para de buscar razones para oponerse a lo que la Iglesia enseña. Al fin y al cabo, san Pablo habla de la “obediencia a la fe” (Rom 16,25; 2ª Cor 2,9) y no de la oposición razonada a la misma. Porque, señores míos, la razón en la vida del cristiano, si es iluminada por Dios, tiene poco que ver con ese falso ídolo llamado “diosa razón", que lleva corrompiendo la conciencia de millones de cristianos desde que alguien decidió que es mejor que el mundo conforme a la Iglesia a que la Iglesia sea luz del mundo.
No necesitamos la fe del carbonero, pues como dice san Pedro, los cristianos debemos estar “siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza“(1 Pe 3,15). El cristiano debe ser en todo momento discípulo de Cristo y de su Iglesia pero maestro de la verdad en el mundo. Lo que recibimos, gracias a una conciencia formada en la fe, debemos aprender a transmitirlo a quienes ni saben, ni oyen ni entienden. Lo fácil es evitar aquellas enseñanzas que el mundo desprecia, pero si no hay maestro que enseñe, ¿cómo habrá alumno que aprenda?
Cuando Cristo habló de la obra del Espíritu Santo, lo hizo en los siguientes términos: “y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio“(Jn 16,8). Sin embargo, los profetas del falso irenismo, los maestros de la heterodoxia, los ingenieros del relativismo huyen del pecado, de la justicia y del juicio como gato escaldado del agua fría. “¿Hablar al mundo de pecado? ¿hablar de la condenación? ¡No, por Dios!¡Eso es preconciliar!“. Y mientras tanto nuestra civilización se encama con el pecado y se dirige hacia su segura condenación. La gracia no actúa allá donde no hay reconocimiento de pecado. La salvación no es deseada por aquellos que no creen en la condenación. No es Iglesia de Cristo aquella que calla. No es Iglesia de Cristo aquella que rehuye a ser instrumento para hacer discípulos del Señor, verdad y vida, en todas las naciones.
No basta con reconocer la enfermedad. Por más que el Papa diga que estamos mal, mal seguiremos si no damos media vuelta, desandamos el camino equivocado y entramos de nuevo en la senda de la verdad. La Iglesia entera necesita abandonarse a la metanoia que la capacite para ser verdadera sal de la tierra. No se me entienda mal. No todos los católicos se han dejado hipnotizar por el canto de esa sirena llamada “modernismo". La Iglesia hoy sigue siendo santa, católica y apostólica. Las puertas del Hades no prevalecerán. Tenemos en nuestras manos el tesoro de la Revelación de Dios y de veinte siglos de “experiencia” trasmitiendo el evangelio completo al mundo. Basta con que sea predicado por obispos y sacerdotes desde sus cátedras y púlpitos. Basta con que se forme a los seglares para ser eco de la verdad en medio de esta generación. Muchos ya lo son, pero la mies sigue siendo mucha y los obreros pocos. En comunión con el Vicario de Cristo, dispongámonos a enterrar la era de la tibieza, la era de la hermenéutica de la ruptura. Debemos predicar la gracia para el pecador, la salvación para los condenados, la liberación para los cautivos. Si no hacemos tal cosa, no merecemos el nombre de cristianos.
Luis Fernando Pérez