Una opinión un tanto heterodoxa sobre la cuestión de los símbolos religiosos

Entiendo, y en buena medida he compartido, los argumentos a favor de dar la batalla para el mantenimiento de los símbolos religiosos, mayormente católicos, en colegios e instituciones públicas de nuestro país. Pero estoy cambiando de opinión. La Constitución no dice ni deja de decir nada al respecto. La aconfesionalidad del Estado no debería de implicar la laicidad del mismo, pero si algo está claro es que la supresión de los símbolos religiosos no va en contra del texto constitucional, el mismo que gran parte de los obispos en tiempos de la Transición aplaudían, mientras que unos pocos -relegados a un segundo plano y acusados de preconciliares y fachas- señalaban aquello que, punto por punto, se ha ido cumpliendo. Ahora, claro, ya es tarde para arreglar el desaguisado. De nada vale ya reconocer que tenían razón. Sólo queda emprender una nueva aventura de la que hablaré, Dios mediante, en mi post de mañana.

La Constitución deja las puertas abiertas para que un gobierno como el de Zapatero acabe con una simbología que puede representar lo que ha sido la identidad y la historia de España, pero que ya no sirve para identificar a esta nación. En un país donde tan sólo son católicos practicantes menos del 20% de la población, donde el aborto campa a sus anchas, donde el concepto de familia se aleja de la ley natural, donde la degeneración moral recibe como premio altas cotas de audiencia en televisión, no tiene mucho sentido pretender que la presencia de los crucifijos en los ámbitos públicos sea otra cosa que un gran acto de hipocresía nacional. Porque vamos a ver, ¿hay alguien a quien no le repatee ver a Zapatero prometer su cargo al lado de un crucifijo y de una Biblia? ¿pinta algo la cruz allá donde se pisotea la moral evangélica? Incluso voy más allá, ¿tiene sentido seguir manteniendo el nombre de advocaciones marianas o de santos en hospitales públicos donde se practican abortos? Imagínese el lector esta conversación: “¿Dónde has abortado, Rosita?“, dice la una. “En Nuestra Señora de Begoña“, responde la otra…. ¿Y bien? ¿hemos de aceptar que se profane lo sagrado de esa manera?

Si la mayoría de los españoles insisten en votar a un partido que ya ha demostrado llevar en sus genes el laicismo anticlericalista decimonónico, creo que no sólo no es condenable que se retiren los símbolos religiosos de los lugares públicos, sino que es recomendable. Evitaremos muchas profanaciones, muchos actos blasfemos, mucha infamia contra lo que representa algo que ellos no merecen y desprecian. Lo dijo Cristo: “No deis lo que es santo a los perros ni arrojéis vuestras perlas a los puercos, no sea que las pisoteen con sus pies y, revolviéndose, os destrocen” (Mt 7,6). Espiritualmente hablando hay muchos perros y puercos al frente de la nación. No permitamos que nuestros símbolos más sagrados sean pisoteados por ellos. Seamos nosotros los que tomemos la iniciativa de retirarlos. Están mejor escondidos en nuestras casas y nuestros templos que expuestos allá donde los enemigos de la cruz hacen la guerra contra Cristo y su Iglesia.

Luis Fernando Pérez Bustamante