Hay que denunciar cada vez más claramente la ilegitimidad del sistema
Entre las diversas virtudes del cardenal Rouco está la de hacer afirmaciones rotundas, en un tono tal que no parece que sean tan contundentes como realmente son. Por ejemplo, en su reciente intervención en Rímini, en el encuentro de Comunión y Liberación, S.E.R hizo la siguiente pregunta:
¿Tiene el poder político facultad de limitar, condicionar, restringir e incluso negar los derechos fundamentales de la persona humana -el derecho a la vida, a la libertad religiosa, de pensamiento, de conciencia, de expresión y de enseñanza- sin que se quiebre su legitimidad ética?
Pero no dejó la pregunta en el aire. Él mismo dio la respuesta:
La contestación, subyacente a muchas de las corrientes culturales que inspiran e influyen hoy la teoría y la praxis política, es militantemente afirmativa.
Es obvio que en España llevamos mucho tiempo asistiendo a una serie de acontecimientos políticos a los que, si le aplicamos las palabras del cardenal arzobispo de Madrid, nos llevan a la conclusión de que el actual régimen político es ilegítimo desde el punto de vista de la fe católica. El cardenal García-Gasco lo dijo de forma más explícita hace casi dos años en la plaza madrileña de Colón:
“por el camino del aborto, del divorcio exprés y de las ideologías que pretenden manipular la educación de los jóvenes no se llega a ningún destino (…) Así no se respeta la Constitución española de 1978 y nos dirigimos a la disolución de la democracia”
Si acaso yo matizaría que no está nada claro que todo eso nos lleve a la disolución de la democracia. De hecho, suele tender al tipo de males que el cardenal arzobispo emérito de Valencia denunció en Madrid. La democracia se diluye cuando se quiebra el principio de separación de poderes, pero tan democrático es un parlamento que aprueba el aborto y el divorcio express como otro que no. Y, aunque haya multitudes de católicos que no parezcan ser capaces de entenderlo, según la doctrina católica es más importante el derecho a la vida que el derecho a la libertad política. Por ejemplo, el Beato Juan XXIII, tan poco sospechoso de ser el paladín de la carcundia, no dudó en afirmar el 25 de julio de 1960 al Vicario Apostólico Francisco Gómez, CMF, que “Franco da leyes católicas, ayuda a la Iglesia, es buen católico. ¿Qué más se quiere?". Hoy tendría que decir que “Zapatero busca acabar con cualquier ley que huela a católica, no ayuda a la Iglesia y es un buen masón (o lo parece)". Me gustaría que algún católico -los que no lo son absténgase de poner comentarios a este post- me explicara, con la Escritura en la mano y siendo fiel al magisterio de la Iglesia, qué razón hay para pensar que un régimen político en el que se pisotea la dignidad de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, en el que el Estado busca adoctrinar a los niños y jóvenes y en el que el repudio -no es otra cosa el actual divorcio- arrasa con la institución familiar, es más legítimo que aquel en el que “se daban leyes católicas y se ayudaba a la Iglesia".
Y con esto no digo que la -por otra parte imposible- vuelta al franquismo, o a un régimen similar, sea la opción deseable para este país, de la misma manera que no lo es el regreso del absolutismo monárquico. Lo que sí digo es que el actual régimen merece ser declarado como ilícito por la Iglesia. Debe repetir vez tras vez que las urnas no pueden legitimar la maldad. Es mejor una Iglesia pobre y maltratada pero profética y libre, que una Iglesia tibia y no molesta para el poder. Es preferible el martirio por la verdad, que la gloria efímera de una foto en la Moncloa. No se trata de tirarnos al monte ni de romper todos los puentes de diálogo. Se trata de no cejar en decir la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad. Que si se hace eso, ya se encargarán los servidores de la mentira de intentar echarnos al monte y de dinamitar esos puentes.
Decía san Agustín que los pueblos corrompidos solo pueden ser gobernados por tiranos, pero no nos olvidemos que la democracia tiene la “virtud” de dar a cada pueblo el tipo de dirigentes que se merece. Por ello creo que la mejor actividad política que puede hacer la Iglesia es la formación de sus fieles y la evangelización de los alejados. Como quiera que las únicas familias numerosas en este país se dan entre católicos practicantes -aunque también entre musulmanes-, es fundamental defender el derecho de los padres católicos a elegir la educación de sus hijos. Esos que, cuando sean mayores, podrán elegir mejores gobernantes. Por ello esa es, sin la menor duda, la gran batalla de los próximos años. Si la perdemos, lo poco que queda de la España de siempre habrá muerto.
Luis Fernando Pérez