InfoCatólica / Joan Antoni Mateo García / Categoría: General

14.03.11

¿CIBERCONFESIÓN? Pros y contras

El tiempo de cuaresma es un momento propicio para proponer la recepción del sacramento de la Penitencia, algo que debería ser normal y habitual en nuestra vida cristiana pero que, por desgracia, ha desaparecido en la vida de muchos fieles. Ofrezco hoy a la consideración de los lectores una interesante pregunta que recibí hace poco sobre la posibilidad de confesarse por medio del teléfono móvil u otros medios similares.

CIBERCONFESIÓN

No sé si conoce usted una programa para confesarse a través del móvil. Te facilita un examen de conciencia personalizado que se envía al sacerdote. Me sorprende que la Iglesia no lo haya aceptado como un medio más para confesarse. ¿Acaso no podemos establecer una verdadera comunicación personal con las modernas tecnologías? ¿No le parece un a ocasión desaprovechada?

Conozco efectivamente la aplicación “Confession” para determinado modelo de teléfonos móviles. Me la enseñó un amigo que llegaba de EEUU. Creo que sólo existe en inglés, por el momento. He de reconocer que es una buena ayuda para preparar una provechosa recepción del sacramento de la Penitencia y para llevar un control personal sobre la vivencia de la confesión. Hasta ahí, nada tengo que objetar. En cambio, y en esto discrepo, me parece un gran acierto que la Iglesia no permita que nuestras intimidades circulen libremente por el ciberespacio y que se despersonalice una sacramento que debe ser muy personal.

No dudo que con un teléfono se puede establecer una verdadera comunicación personal. Pero el sacramento requiere algo más: una “presencia” personal plena y verdadera, cosa que sólo acontece en el encuentro de dos personas, el penitente y el confesor que representa a Cristo. Hace tiempo respondía a una pregunta semejante planteando la confesión por teléfono y muchos de los elementos de mi respuesta siguen siendo válidos.

Su pregunta plantea una cuestión de fondo que es muy importante: la dificultad que experimentan muchas personas para exponer abiertamente sus pecados, su intimidad y problemas de conciencia y que preferirían no hacerlo cara a cara manifestando su identidad. En este sentido, la experiencia de la Iglesia nos recuerda el valor que siguen teniendo las sedes penitenciales (confesionarios) que salvaguardan esta intimidad del penitente que puede confesar con más comodidad sus pecados sin necesidad de darse a conocer ni sentirse intimidado por una presencia excesivamente próxima del confesor o de personas cercanas al lugar de la confesión. Ganaríamos mucho ofreciendo esta posibilidad a los fieles. En este sentido me parece un gran desacierto la praxis de algunas parroquias que han suprimido los confesionarios y en muchas celebraciones penitenciales hacen pasar al penitente de manera manifiesta ante todos los presentes sin ninguna reserva ni identidad. ¿Cómo pretender que se confiesen bien los fieles en semejantes circunstancias? Finalmente, añadiría que el programa en cuestión puede ayudar mucho a la confesión. En lugar de enviar los pecados por el ciberespacio, el penitente puede imprimirlos en una hoja y darla al confesor. Puede ser una buena ayuda para aquellos que les cuesta la confesión.

8.02.11

CELIBATO

El tema del celibato se plantea constantemente. Acabo de recibir esta consulta desde mi Consultorio en Cataluña Cristiana.

¿Es verdad que un grupo muy importante de teólogos han pedido la supresión del celibato? ¿No cree que habría muchos más sacerdotes si pudieran serlo hombres casados?

Efectivamente un grupo de profesores de teología centroeuropeos han solicitado no tanto la supresión del celibato sino la revisión de su carácter obligatorio en la Iglesia latina. No es algo nuevo, es una petición recurrente que aflora una y otra vez. En varias respuestas que he dado en esta columna he insistido siempre que el celibato no se trata de una cuestión dogmática y que desde el punto de la doctrina de la fe nada obsta a la posible existencia de presbíteros casados en la Iglesia latina, como existen en la ortodoxia. También he destacado que el celibato es muy conforme con el estilo de vida de Jesús y ha demostrado su gran valor en una probada tradición. La Iglesia, yo creo que con muy buen criterio, ha decidido que se mantenga por ahora. Hace poco, el cardenal Piacenza ha recordado, durante una conferencia celebrada en la ciudad de Ars que la Encíclica de Pablo VI sobre el celibato sacerdotal señala que Cristo «permaneció toda su vida en estado de virginidad, que significa una total dedicación al servicio de Dios y de los hombres» y ha subrayado que el celibato sacerdotal tiene una validez perenne.

Por ello, dijo el Prefecto del Clero, «la vigente ley del sacro celibato debe acompañar al ministerio eclesiástico» para ser compatible «con la elección exclusiva, perenne y total» del sacerdote hacia «el único y sumo amor de Cristo y de la consagración al culto de Dios y al servicio de la Iglesia». Estas consideraciones del Magisterio nos invitan a ver el celibato, no como un problema, sino como un don inmenso para el sacerdote y para las comunidades cristianas.

Sinceramente pienso que, actualmente, la supresión del carácter obligatorio del celibato en la iglesia latina, constituiría más bien un empobrecimiento que una riqueza. Pensar que la escasez de vocaciones al sacerdocio ministerial en muchos lugares provienen del celibato es una ingenuidad. Esta misma crisis la padecen confesiones cristianas que tienen pastores casados. El problema es mucho más profundo y grave. Es un problema de fe, de vida de fe y de la fuerte secularización que padecemos y que ha penetrado, como indicaba Mons. Asenjo, en el mismo interior de las comunidades cristianas.

Sería bueno preguntarse porque, precisamente donde se dan abundantes vocaciones al sacerdocio, no se cuestiona el celibato ni muchos elementos valiosos de la tradición.

6.01.11

Carta de Baltasar

Me llego hace poco un correo con un interesante texto. Lo he compartido con mis feligreses y ahora lo hago con los lectores del blog. Es una carta del Rey Baltasar con algún pequeño retoque que me he permitido introducir. ¡Qué bien irían las familias si los padres y madres hicieran caso de los consejos de los Santos Magos de Oriente!

Carta de Baltasar a los padres y madres de familia.

Queridos Padres:

Melchor Gaspar y el que os escribe Baltasar, hemos recibido miles de cartas de vuestros hijos, pidiéndonos todo tipo de juguetes que gustosamente traemos para ellos pero permitidnos que os recordemos los regalos que también necesitan vuestros hijos.
En primer lugar lo que más necesitan vuestros hijos, es Amor. Debéis querer para ellos lo mejor y manifestarles vuestro afecto, escucharlos, besarlos, abrazarlos, acariciarlos y decirles oportunamente que les queréis de verdad. Sin amor, los niños no pueden crecer ni madurar, pero cuidado, no confundáis amor con sensiblería barata, amor no significa consentirlo todo, satisfacer todos los caprichos o dejarse chantajear con sus pataletas, eso sería malcriarlos. Amar significa también marcar límites, enseñarles a distinguir lo que está bien y lo que no y a seguir siempre la voluntad de Dios que quiere nuestra felicidad. Lo que se puede y debe hacer en cada momento y lo que no se puede consentir. Amar es también castigar cuando es preciso.
La segunda cosa que necesitan es Educación: esa es la mejor herencia que les podéis dejar, hay que enseñarles a comportarse en cada circunstancia. Las normas de urbanidad y buena educación debéis enseñarlas en casa; es vuestra responsabilidad, no la podéis delegar a nadie y para educarlos correctamente se empieza predicando con el ejemplo, los padres sois el ejemplo que seguirán vuestros hijos. No lo olvidéis.

Debéis enseñarles también que su futuro depende de ellos mismos y de su esfuerzo y que los sueños solo se consiguen a base de sacrificio, porque las cosas importantes de la vida nadie se las va a regalar. Por eso tenéis el deber de educar su voluntad para que sepan cuales son sus obligaciones y las cumplan en cada momento.
Tenéis que inculcarles que en la vida hay que hacer cosas que muchas veces no nos apetecen ni nos gustan pero que son necesarias, lo bueno no siempre es lo que nos gusta, y lo que es bueno hay que hacerlo aunque suponga un esfuerzo. Con vuestra enseñanza y ejemplo vuestros hijos deben comprender, por ejemplo, que negar los impulsos egoístas, sacrificarse por los demás, trabajar bien, cumplir con nuestros deberes con Dios, son cosas muy importantes para ser felices en este mundo y en la otra vida. Por supuesto hay que recompensarles por el trabajo bien hecho y hacerles ver que no están solos en el mundo, que hay otros niños, no tan afortunados como ellos con los que deben ser solidarios.
También tenéis la obligación de explicarles a vuestros hijos para qué los habéis traído al mundo, qué sentido tienen sus vidas, porque sino, pueden pensar que el sentido de la vida es solamente divertirse como sea (beber, drogarse, consumir locamente…) y poco más. ¡Qué importante y decisivo es para unos padres cristianos saber transmitir su fe en Jesucristo a sus hijos!
A nosotros el sentido nos lo indicó una estrella que nos llevó hasta Belén y allí descubrimos al niño Dios que desde entonces es el que da sentido a nuestras vidas. El es el que hace posible que desde hace tantos años sigamos visitando vuestras casas sin desfallecer. Sin El no lo podríamos conseguir. ¿Habéis descubierto ya vuestra estrella? ¿Habéis descubierto a Jesús? Es el gran regalo de Dios a los hombres.
Ah se me olvidaba: muchos padres nos habéis preguntado ¿qué les podéis regalar a vuestros hijos este año?; Melchor, Gaspar y Baltasar lo hemos hablado y hemos llegado a la conclusión que el mejor regalo que les podéis hacer es un poco más de vuestras personas y de vuestro tiempo, ellos lo agradecerán algún día.

Atentamente Gaspar Melchor y en su nombre Baltasar.
Feliz Epifanía del Señor.

2.12.10

La hora de Dios: Para comprender Luz del mundo de Benedicto XVI

La hora de Dios. Breve reflexión sobre “Luz del Mundo” de Benedicto XVI

La larga conversación de Benedicto XVI con Peter Seewald y recogida en el volumen Luz del mundo ha suscitado muchos cometarios e interpretaciones. La mayoría se han centrado en cuestiones que sin duda no son asuntos de primordial importancia y no han captado la esencia de lo que nos ha querido decir el Papa.

Es interesante constatar que el título de esta obra se refiere directamente a Jesucristo, luz del mundo, y que la primera palabra que encontramos en el volumen es el nombre mismo de Dios: “Dios mira desde el cielo y observa a los hombres para ver si hay alguno que sea sensato y busque a Dios…”. Significativas estas palabras del Salmo 53 que sirven de preámbulo a la larga entrevista con Benedicto XVI.

A mi juicio, todo esto nos da la clave de comprensión fundamental de todo cuanto nos ha querido decir el sucesor de Pedro. Es la hora de Dios. El mundo sólo se regenerará y abrirá una vía de solución a sus numerosos y graves problemas, si entra en sintonía con Dios, si acepta rehacer su relación con su Creador y Salvador, si construye la realidad a partir del único fundamento consistente que es la sabiduría y el amor que provienen de Dios mismo y que se reflejan en las leyes santas que nos ha dado a conocer para nuestra salvación. Nisi Dominus aedificat domum…

En Santiago de Compostela el Papa se preguntaba perplejo cómo había llegado a hacerse silencio sobre la cuestión más esencial, sobre Dios, e invitaba a retornar a Él. Peter Seewald lo afirma claramente: Al final, el mensaje de Benedicto XVI es una dramática llamada a la Iglesia y al mundo, a cada individuo: no podemos continuar adelante como hemos hecho hasta ahora. Es tiempo de entrar en razón, de cambiar, de convertirse.

Y el Papa lo dice con toda claridad: “Podrían enumerarse muchos problemas que hay en la actualidad y que es necesario resolver, pero que sólo se pueden resolver si ponemos a Dios en el centro, si Dios resulta de nuevo visible al mundo”.

Y concluye el entrevistador citando al entrevistado: Con la pregunta de “si Dios, el Dios de Jesucristo, está presente y es reconocido como tal, o si desaparece” se decide hoy “el destino del mundo en esta dramática situación”.

Tal vez esta breve reflexión ayude a algunos comentaristas de la entrevista al Papa a tener una mayor amplitud de miras y evitar que los árboles no les impidan el bosque.

J. A. Mateo

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5.11.10

Polvo y ceniza. Consideraciones sobre la incineración cada vez más solicitada

Hace muy poco recibí una pregunta sobre la compatibilidad o no de la incineración de cadáveres con la fe cristiana.Una persona que había viajado recientemente viaje por EEUU y Canadá pudo observar que en algunos templos había criptas donde se depositaban las cenizas de los fieles. Me contaba que esto, por una parte le sorprendió, pues parecería que la Iglesia alentaba la práctica de la incineración que antes estaba prohibida, pero por otra parte le parecía una cosa muy buena que, como en otras épocas, los restos mortales de los cristianos pudieran reposar cerca de las iglesias. De hecho, ésta es una pregunta frecuente. Y las estadísticas demuestran la creciente demanda de la incineración.

En primer lugar hay que aclarar que la Iglesia ya no niega las exequias cristianas a los fieles que optan por la incineración. Yo mismo he comprobado, como párroco, como numerosas familias cristianas optan por inicinerar los restos de sus familiares y depositan piadosamente las cenizas en el cementerio, y, lo más importante, se acuerdan de ofrecer sufragios por sus difuntos, particularmente la Santa Misa.

En otros momentos históricos es cierto que la práctica de la incineración acostumbraba a ir acompañada por una profesión de fe nihilista incompatible con la esperanza cristiana, pero esto ya no es así, al menos en los casos de los fieles que lo solicitan. Es cierto que la Iglesia prefiere la inhumación de los cadáveres, pero es una recomendación a menudo poco práctica. En los grandes cementerios de las ciudades, las enormes construcciones de nichos poco tiene que ver con la inhumación tradicional de entregar el cuerpo a la tierra.

El Directorio para la piedad popular, en sintonía con el Catecismo de la Iglesia Católica dice textualmente: “Separándose del sentido de la momificación, del embalsamamiento o de la cremación, en las que se esconde, quizá, la idea de que la muerte significa la destrucción total del hombre, la piedad cristiana ha asumido, como forma de sepultura de los fieles, la inhumación. Por una parte, recuerda la tierra de la cual ha sido sacado el hombre (cfr. Gn 2,6) y a la que ahora vuelve (cfr. Gn 3,19; Sir 17,1); por otra parte, evoca la sepultura de Cristo, grano de trigo que, caído en tierra, ha producido mucho fruto (cfr. Jn 12,24). Sin embargo, en nuestros días, por el cambio en las condiciones del entorno y de la vida, está en vigor la praxis de quemar el cuerpo del difunto. Respecto a esta cuestión, la legislación eclesiástica dispone que: “A los que hayan elegido la cremación de su cadáver se les puede conceder el rito de las exequias cristianas, a no ser que su elección haya estado motivada por razones contrarias a la doctrina cristiana“.
Respecto a esta opción, se debe exhortar a los fieles a no conservar en su casa las cenizas de los familiares, sino a darles la sepultura acostumbrada, hasta que Dios haga resurgir de la tierra a aquellos que reposan allí y el mar restituya a sus muertos (cfr. Ap 20,13)”.

De acuerdo con estas enseñanzas de la Iglesia yo veo loable la práctica de “enterrar” piadosamente las cenizas de los fieles en estas criptas de los templos y que allí se ofrezcan periódicamente sufragios para su eterno descanso. Infinitamente mejor que tirar las cenizas de los difuntos en ríos, montes o en el mar como muchos hacen. Y tal vez se recuperaría el sentido de aquellos cementerios ubicados junto a la Iglesia. Unas criptas o espacios dignos para esta finalidad en los templos propiciarían la vivencia de la comunión de los santos y el sentido cristiano del cementerio. Por otra parte, la incineración simplemente aceleraría el proceso natural de destrucción del cuerpo que con el tiempo queda reducido a polvo y ceniza.