InfoCatólica / Joan Antoni Mateo García / Categoría: General

12.02.09

Iglesia de Inglaterra ¿Quo vadis?

Leo en Religión en Libertad que “en un estudio realizado hace unos años, la mayoría de las “sacerdotisas” anglicanas declararon no creer en que Cristo nació de una madre virgen, casi la mitad no creían en su resurrección, la cuarta parte tampoco tenían fe en el Espíritu Santo ni en Dios Padre y un 30 por ciento negaban la Trinidad“. Si esto sigue así el anglicanismo se va a liquidar totalmente, al menos como confesión cristiana. Veo que vuelven a plantear el tema de la ordenación episcopal de mujeres. Ciertamente, si proceden con ello, nada remediarán y mucho empeorarán las cosas. Recupero algunas reflexiones que escribí hace poco al respecto.Tal vez se origine más división en el seno de la comunión anglicana, tal vez muchos anglicanos se incorporen a la Iglesia Católica, y, sin dudas,todo esto será un serio obstáculo al progreso de los esfuerzos que realiza un sano ecumenismo. Los anglicanos bien formados saben muy bien el problema de la validez de las ordenaciones anglicanas. Cuando se da el paso de algún anglicano ordenado hacia el catolicismo, la cuestión de la validez de una ordenación sacerdotal se estudia detenidamente. De hecho, ya mucho tiempo antes, algunos obispos anglicanos se hicieron “reordenar” por los viejos católicos ( cisma surgido después del Vaticano I) pues eran conscientes de la invalidez de muchas ordenaciones. En el caso de mujeres ordenadas de presbítero u obispo, la cuestión es más fácil: estas ordenaciones son sencillamente inválidas y en el caso de que alguna de estas mujeres se haga católica quedará en su condición de fiel laica. A mi juicio, esto va a conllevar otros problemas graves para los anglicanos. Las supuestas ordenaciones sacerdotales que puedan llegar a realizar estas obispos serán del todo inválidas. Muchas comunidades no tendrán verdadero sacerdocio ni Eucaristía con todo lo que esto conlleva para la vida cristiana.
Hay que dar tiempo al tiempo y ver cómo evolucionan las cosas en el seno del anglicanismo. Estoy convencido que esto va a generar un movimiento de disolución en el seno de los anglicanos. Adecuarse sin mucho criterio a las exigencias de una sociología ajena a la dinámica de la fe cristiana suele pagarse con un alto precio. Si las ordenaciones episcopales de mujeres se llegan a realizar, muchos anglicanos se incorporarán a la Iglesia Católica y esto será positivo. Y si el anglicanismo continua por los derroteros que hemos visto, algunos “católicos” que no se encuentran a gusto en la Iglesia podrían irse a las filas anglicanas. Me refiero a éstos que niegan dogmas fundamentales de la fe, que contestan la moral católica, que cuestionan continuamente al Papa, que propugnan la ordenación sacerdotal femenina cuando la Iglesia se ha pronunciado definitivamente sobre el tema… a todos estos que quieren una Iglesia al gusto de la sociología y de las modas del momento. Probablemente se encontrarían muy a gusto entre estas “sacerdotisas” que niegan la virginidad de María, la resurrección de Jesucristo, la divinidad del Nuestro Señor y la Santísima Trinidad…

9.02.09

Requiem por Eluana

Eluana ha muerto, o mejor dicho, la han matado. Descanse en paz. Como decían recientemente el Cardenal Bagnasco: No dar alimento y agua a una persona ¿cómo se puede llamar sino homicidio?
No me cabe ninguna duda que un día, los responsables de esta muerte comparecerán ante el único Señor que tiene poder de dar la vida y la muerte. Un poder divino que hoy muchos quieren arrogarse. Es la esencia del pecado original: suplantar a Dios, decidir el bien y el mal, la vida y la muerte. Pero mientras no acontezca este juicio definitivo la verdad es que con la muerte de Eluana la “cultura de la muerte” ha ganado una batalla. Es tremendo como se ha simplificado todo este asunto y se ha manipulado mediáticamente. Se ha presentado al mismo nivel “dejar morir tranquilamente” con “matar” directamente. Son cosas muy diversas. Y se ha tratado de esto último, de eutanasia directa. Si se autoriza judicialmente a privar a una persona de hidratación y alimentación, se le está privando de algo básico para vivir, se le está practicando la eutanasia, se le está matando, por muchos eufemismos lingüísticos que se quieran usar. Mons. Rino Fisichela, actual Presidente de la Pontificia Academia de la Vida, ha declarado que en el caso de Eluana no se trata de un una paciente terminal, ni de encarnizamiento terapéutico. Se trata de la decisión de retirarle el pan y el agua, es decir, de lo más elemental para la vida: nutrición e hidratación, se trata de dejar morir de hambre y sed. Se trata de salvar una vida inocente. El mismo Mons. Fisichela ha declarado que “el Gobierno italiano ha tenido un gesto de gran coraje”.

Como ha dicho el Cardenal Bertone estos días, es misión fundamental del estado salvaguardar los derechos fundamentales de la persona, entre los cuales está el respeto a la vida desde la concepción a la muerte natural. Y Benedicto XVI en el mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo nos ha recordado que este respeto a la vida debe mantenerse particularmente cuando ésta está envuelta en el Misterio del sufrimiento. Estamos ante una batalla crucial contra la “cultura de la muerte” que va ganando posiciones cada día.
La expresión “desconexión” en este caso ha sido tremendamente ambigua. No se ha estado manteniendo artificialmente y desproporcionadamente a esta persona. Se le ha estado dando dando agua y alimento e higiene, que son las primeras obras de misericordia.

Se ha desoído la voz de la razón y la voz del Magisterio auténtico de la Iglesia que no es otra que la voz de Jesucristo. Probablemente con la muerte de Eluana muchos dormirán tranquilos, y entre ellos estos infames moralistas que nada tienen de católicos y que son un verdadero cáncer en la Iglesia. Pero todos hemos perdido y mucho.

Se impone intensificar la lucha por la vida a la vista de las anunciadas reformas legislativas en materia de aborto y eutanasia. La subcomisión episcopal para la familia y la vida de la Conferencia Episcopal Española está promoviendo una gran campaña de oración por la vida humana en todas las diócesis españolas durante el año 2009. Me parece una gran iniciativa. Ciertos demonios sólo pueden ser expulsados con el poder de la oración y el ayuno y no olvidemos que Jesucristo llama al diablo “el que es homicida desde el principio”.

Juan Pablo II, de feliz memoria, nos apremiaba en Ecclesia in Europa a “proclamar con valentía el evangelio de la familia y de la vida” como una de las prioridades pastorales de la Iglesia en nuestro continente. Y en Evangelium vitae proclamaba: “Es urgente una gran oración por la vida, que abarque el mundo entero. Que desde cada comunidad cristiana, desde cada grupo o asociación, desde cada familia y desde el corazón de cada creyente, con iniciativas extraordinarias y con la oración habitual, se eleve una súplica apasionada a Dios, Creador y amante de la vida”. Hagámoslo. Es urgente.

4.02.09

Williamsom, Juan Masià y compañía. Es hora de actuar ante el gravísimo problema del disenso en el seno de la Iglesia.

Williamsom, Juan Masià y compañía. Es hora de actuar ante el gravísimo problema del disenso en el seno de la Iglesia.

Siempre he expresado mi convencimiento sobre la gravedad del disenso doctrinal en la Iglesia. A la corta o a la larga se paga muy cara la corrupción de la fe y de la disciplina. Los frutos de una enseñanza desviada en un Seminario, Facultad de Teología o en el “munus docendi” pastoral son siempre amargos.
Vemos que el tema esta en el candelero. “Viejas glorias” vuelven a la carga contra el Papa diciéndole lo que tiene o no tiene qué hacer, docentes de teología con muy poco sentido eclesial que abandonan la Iglesia con una actitud de rabieta y pataleta infantil, obispos estúpidos que se dicen defensores de la tradición y que con sus opiniones crean grandes problemas al Papa y toda la Iglesia, teólogos que se forran escribiendo libros que confunden y que venden editoriales católicas con pingues beneficios… La lista sería larga. Creo que es hora de actuar con decisión para el bien de la comunión. Hay que señalar con claridad dónde está cada uno en la Iglesia y apartar de la misma a quienes ya no se identifican con ella. Decía en una ocasión Karl Rahner que una Iglesia que perdiera el concepto de “herejía” y “excomunión” sería como un organismo enfermo incapaz de defenderse de los agentes patógenos. Hay momentos en que hay que decir “no” con claridad y contundencia.
Estos días me parecen particularmente escandalosas las actitudes de dos personajes muy dispares. Por un lado el sacerdote jesuita Juan Masià con sus declaraciones en abierta contradicción con el Magisterio de la Iglesia. Por otro las insensatas opiniones del obispo tradicionalista Williamsom. Éste último, al menos, en una carta, ha pedido que “le echen al mar”, como a Jonás, para calmar la tempestad que ha suscitado. Pues sí, ésta es la solución: no pueden representar la Iglesia aquéllos que con sus enseñanzas o actuaciones la comprometen gravemente. Y para esto están las sanciones canónicas previstas. Para usarlas, como saludable medicina, cuando sea necesario. Para bien del sujeto y de la comunidad.
Hoy, precisamente, leíamos en la Carta a los Hebreos, la oportunidad de la corrección debida que siempre es saludable, aunque cause de momento tristeza y dolor.
Tolerar este disenso que nos aflige sólo contribuye a aumentar la debilidad del organismo eclesial en detrimento de la comunión en la fe y la caridad de todos.

31.01.09

«O religión, o palo». Evocando a Don Bosco...

Hoy es la memoria de San Juan Bosco, un Santo por el que tengo gran simpatía y devoción. Su método “preventivo” sigue siendo una gran aportación a la humanidad. Hace unos años recibí una carta de una maestra que sufría en sus carnes la tremenda decadencia del sistema educativo. En mi respuesta evoqué una anécdota de Don Bosco…

Pregunta

…hace más de treinta años que soy maestra y le confieso que cada día estoy más decepcionada y tengo ganas de que llegue mi jubilación. Cuando inicié mi trabajo los maestros teníamos todavía cierta autoridad y una gran cooperación de los padres. Recuerdo que incluso, llegado el caso, podíamos dar una saludable bofetada a un niño maleducado. Hoy somos los maestros los que estamos más bien desamparados y atemorizados. ¿Tan malo era propinar una buena azotaina de vez en cuando?

Respuesta

Este fragmento de la larga carta que me escribe una maestra pone en evidencia un profundo malestar en el mundo de la educación. Yo mismo lo he vivido los años que he sido profesor de bachillerato y después de educación secundaria. Los niños y niñas de hoy y los adolescentes no están acostumbrados a la disciplina aunque, a mi parecer, la están pidiendo a gritos. Comprendo la desazón de muchos educadores que apenas tienen recursos disciplinares y les falta también a menudo la colaboración de los padres.

La alarma por el vandalismo creciente de jóvenes y adolescentes está bien justificada. La raíz de todo este mal la podemos encontrar en una falta de fundamentos éticos y morales en la educación y en un profundo desconocimiento de la naturaleza humana. Los niños crecen consentidos sobremanera y sus progenitores ríen sus gracias. Luego cuando llegan a la adolescencia vienen las lamentaciones: experiencias en el mundo de la droga, sexo prematuro, botellón, violencia…

Educar es una pasión. Consiste en introducir con éxito a la realidad y sólo puede hacerlo aquél que la vive con sentido. No soy partidario de actos violentos en el proceso educativo pero reconozco que en un momento excepcional una buena advertencia puede ser expresión de un gran amor y evitar muchos males mayores. Se trata de educar en la virtud y en la convicción. Es difícil, puede parecer imposible, pero es el único camino digno del hombre. O la sociedad gana la batalla en su misión educadora o se convertirá en una sociedad represora.

Recuerdo una graciosa anécdota que explica Don Bosco (un educador apasionado): un inspector de Estado visitó un colegio donde más de un centenar de chicos estudiaban en silencio bajo la supervisión de un solo profesor. El inspector le comentó a Don Bosco que aquel espectáculo era imposible en las escuelas del Estado y le pregunto cómo lo conseguían. Don Bosco contestó: Es sencillo, o religión, o palo. Y Don Bosco no quería “palo” como recuerda muy bien aquel primer sueño que marcó su destino: “No con golpes. Con amor”.

Evidentemente o hay convicción moral o se impone la fuerza. O impera la virtud o se impondrá el terror. No se desanime. No se desanimen los maestros y educadores. Están haciendo una gran obra de misericordia. Enseñar al que no sabe es una gran obra de misericordia, como decía el antiguo catecismo. Hoy podríamos decir que educar es una gran obra de misericordia y una necesidad urgente en nuestra sociedad. Y, por supuesto, esto empieza en la familia.

25.01.09

Sobre la existencia de Dios. Breves reflexiones

La campaña beligerante de los ateos y algunas contracampañas han motivado muchas preguntas que han llegado a mi Consultorio. Ofrezco a los lectores algunos materiales que he publicado al respecto. Recomiendo el excelente artículo publicado por Mons. Fernando Sebastián en su blog. Todo este debate pone en evidencia la necesidad de una buena teología fundamental o apologética renovada.

Preguntas:

¿Se puede demostrar la existencia de Dios a partir del deseo de Dios que tiene el hombre? ¿Es la fe cristiana una opción privada de razones, un salto al vacío? ¿Qué podemos responder a los ateos y agnósticos que nos piden una justificación de nuestra opción de fe?

Respuesta:

Preguntas difíciles y siempre actuales, las que me plantean abundantemente estos días. Para responderlas adecuadamente se precisaría un tratado de teología fundamental. Vamos a intentar abordarlas en el limitado espacio de que disponemos. Yo creo que la pregunta sobre Dios hay que situarla en su contexto adecuado. No es una pregunta ociosa, para pasar el rato y seguir como si nada. La pregunta sobre Dios adquiere su densidad y sentido cuando se plantea en el contexto de la pregunta sobre el sentido de la vida, de mi vida. Es evidente que la cuestión del sentido nos concierne enormemente: ¿Vale la pena nuestra vida, nuestros esfuerzos, nuestros amores y sacrificios, o todo es en vano? La respuesta que damos a esta pregunta condiciona nuestra vida en su totalidad. Entonces vemos que la pregunta sobre Dios y su respuesta nos conciernen enormemente. En palabras de G. Marcel: hay que plantear a Dios como “misterio” que nos envuelve y no como “problema” al margen de nuestra existencia.

Desde aquí podemos decir que el hombre necesita de un sentido para vivir, para luchar, para sufrir y para morir. En su actuar, el hombre da por supuesto que este sentido existe, pues si creyéramos que no hay un sentido último que sustente los sentidos parciales de cuanto emprendemos, no valdría la pena esforzarse por nada. ¿No sería trágico pensar que, a fin de cuentas, tanto da ser una buena persona como un redomado criminal? La opción más natural de la acción y del corazón es optar por Dios.

Ahora bien, hay que decir que es evidente que de la existencia del deseo de Dios (indudable en la conciencia humana) no se deduce la existencia de Dios, de la experiencia de la sed no se deduce la existencia del agua.

Santo Tomás decía que el deseo de la naturaleza no puede ser absurdo

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Esto hay que tenerlo en cuenta para no decir que el hombre es una “pasión inútil”, es decir, un esfuerzo sin sentido. Vivir así sólo conduciría a la tragedia, al suicidio, al cinismo más perverso, o a una existencia incoherente y de una tremenda superficialidad. La fe católica enseña que la razón humana puede conocer con certeza la existencia de Dios. Es cierto que muchos incrédulos no aceptan que se puedan dar pruebas de la existencia de Dios, pero esto se debe, no a que no existan estas pruebas, sino a su incapacidad en un momento dado para verlas o aceptarlas.

Es del todo falsa la tesis según la cual existen tantas razones para creer como para no creer. Si fuera así, fe e increencia se situarían en el mismo plano y esto no es conforme a la razón y mucho menos conforme a la fe.

Se trata, pues, de ver cómo la pregunta por Dios que brota espontáneamente en la búsqueda del sentido último de la vida (pregunta a la que el hombre no puede renunciar) encuentra en Dios no sólo la respuesta más deseada del corazón sino la más coherente con la razón. De momento hay que decir que “las razones” de la profesión de fe del ateísmo son profundamente antihumanas. Recomiendo en este sentido la magnífica obra De la cuestión del hombre a la cuestión de Dios del P. Alfaro. La fe tiene razones, la increencia, no.

El hombre (la mayoría inmensa de los humanos y por tanto la excepción confirma la regla) tiene un deseo innato de Dios, lo busca naturalmente. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que el hombre que busca a Dios descubre algunos caminos para llegar a conocerlo. Cierto es que el conocimiento de Dios que podemos adquirir con la sola razón es un conocimiento muy pobre y limitado. Santo Tomás de Aquino, reconocía que de Dios podemos saber más lo que no es que no lo que es. Con todo, este conocimiento de Dios adquirible con la razón es preciosísimo pues sin esta capacidad el hombre no podría acoger la revelación de Dios. El concilio Vaticano I lo sancionó solemnemente: “Nuestra Santa Madre, la Iglesia, sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas”. Con estas palabras la enseñanza de la Iglesia hace una clara opción por las posibilidades de la razón humana conducida rectamente y nos señala dos errores a evitar: por un lado un racionalismo autosuficiente que pretende reducir Dios y la experiencia religiosa a los límites de la pura razón y por otro, un fideísmo que priva a la fe de toda justificación razonable. Ambos escollos siguen muy vivos en nuestro ambiente y en la conciencia de muchos creyentes.

Estos caminos de conocimiento de Dios tienen como punto de partida el mundo material y la persona humana. La Sagrada Escritura recoge también este acceso a Dios. En esta perspectiva son muy conocidos los textos del libro de la Sabiduría ( 13, 1-9) y de la carta de San Pablo a los Romanos (1, 19-20). A partir del movimiento y del devenir, de la contingencia, del orden y de la belleza del mundo podemos conocer la existencia de Dios como origen y fin del universo. Santo Tomás desarrolló las cinco vías para probar la existencia de Dios. No dejan de ser un hito fundamental en la historia del pensamiento.

En la segunda vía aborda el conocimiento de Dios a partir del principio de causalidad, principio incuestionable del conocimiento humano. Nada existe sin una causa suficiente. Una realidad no puede ser causa de sí misma puesto que sería anterior a sí misma, lo cual es contradictorio. Todo pues tiene una causa. Tampoco es posible remontarnos al infinito en un proceso causal. Si no existiera una causa primera de todo, tampoco existirían las causas intermedias, ni las últimas (respecto a nosotros). La lógica del conocimiento exige una causa incausada origen de todo y a esta causa la llamamos Dios. Es importantísimo observar que sin el principio de causalidad no sería posible el conocimiento científico basado en la relación causa y efecto.

En el fondo sólo hay dos opciones: o se cree en la casualidad y en el azar o se opta por la causalidad. No hay duda que la opción más coherente con la dinámica del pensamiento y del corazón humano es que las cosas suceden con un orden y que la realidad es inteligible. Lo que no es razonable es optar por el absurdo, lo casual. No es conforme con la razón ni con el corazón. Digamos finalmente que las pruebas que la tradición cristiana aporta para la existencia de Dios no son pruebas en el sentido como las entienden las ciencias naturales, sino, como dice la doctrina católica, son pruebas en el sentido de argumentos convergentes y convincentes que permiten llegar a verdaderas certezas.

Sin duda alguna, lo más inteligente y conveniente es creer en Dios. En el fondo, todos optamos ineludiblemente por el absurdo o por el misterio. En unos momentos en que el ateísmo parece cobrar una cierta beligerancia es necesario que los creyentes profundicemos en la razonabilidad de nuestra fe. Una buena obra, asequible a todos, es el libro de José Antonio Sayés, Razones para creer. Invito igualmente a una relectura o primera lectura de las famosas cinco vías de Santo Tomás de Aquino.