Hermanos de Solsona ¿Cui hoc prodest?
Hace pocos días, en Barcelona, a media mañana entré a tomar un café en un lugar cercano a Balmesiana. A mi espalda había un pequeño grupo de jubilados relativamente jóvenes que hacían tertulia. Me llagaba claramente su conversación: ¿Os habéis enterado lo que han dicho los curas de Solsona? Han dicho que el celibato es inhumano. ¡Ya era hora que se rebelaran! La Iglesia no puede seguir oprimiendo así… Al salir les saludé y quedaron algo confusos al darse cuenta que era sacerdote.
Pocos días después cayó en mis manos un ejemplar de un periódico de Lérida que se caracteriza tanto por su animosidad anti iglesia como por su estilo desabrido. Dedicaban el editorial al celibato, haciendo, como no, gran elogio de los presbíteros de Solsona que forman parte del Fórum Ondara. También publicaron un chiste de lo más chabacano sobre el tema.
Así, entre en la web del grupo y leí el comunicado de la reunión del seis de abril que habían logrado introducir en los medios de comunicación. A propósito del tema escándalos de pederastia, los miembros de fórum introducían confusamente su idea central: cuestionar el celibato.
Según estos buenos presbíteros – que en su mayoría hacen honor al nombre por su avanzada edad – la disciplina del celibato ha comportado suficientes males como para ser derogada ya. Aducen que se han perdido muchos buenos curas i, en cambio, se han aceptado candidatos mediocres e incluso esta legislación ha ahuyentado a muchos jóvenes de la “iglesia institución”. Y, como no, dejan muy claro que el celibato no viene de Jesús.
A mi parecer todo esto resulta bastante penoso. Que unas personas al final de su trayectoria como sacerdotes confiesen que han vivido como coaccionados es profundamente decepcionante. Es como si un abuelo, no ya un padre a sus hijos, alentara a sus nietos a no casarse ni a tener hijos porque todo esto del matrimonio y la paternidad y maternidad son una lata.
Es una pena que estos hermanos sacerdotes no hayan descubierto que el celibato no es una pesada carga sino una gracia para el sacerdote y para el conjunto de la Iglesia.
Hace pocos días tuve un encuentro, invitado por la profesora de religión, con un grupo de estudiantes de cuarto de secundaria del Instituto de mi Parroquia. Me preguntaron de todo. Uno de ellos me lanzó directamente: ¿Oiga, a usted no le habría gustado casarse y formar una familia?
Yo le respondí que todo hombre, y yo no soy excepción, lleva en su corazón una vocación natural a la nupcialidad y a la paternidad. Y les dije que yo había realizado esta vocación siendo sacerdote.
Me parece una tremenda superficialidad teológica reducir el celibato a una disciplina eclesiástica. Es algo mucho más profundo y radical. Hunde sus raíces en el misterio de Jesucristo. En Jesús, todo lo que dice, hace y es, constituye revelación y fundamentación de la Iglesia. A menudo se pasa por alto que Jesucristo fue célibe, por vocación, y que el mismo se auto presentaba misteriosamente como el “esposo”. Él es, efectivamente, el esposo fiel que da su vida por su amada esposa, la Iglesia. Se pasa por alto que el conjunto de los apóstoles llamados por Jesús no estaban casados o eran viudos.
El celibato del sacerdote es muy acorde con su identidad, en cuanto que está llamado a ser icono de Jesucristo, cabeza, pastor, maestro y esposo. Esto se ve muy claro en el caso del episcopado, plenitud del sacerdocio ministerial. El Obispo está llamado a ser esposo fiel de su iglesia particular y el anillo que se le impone en su consagración es signo de su carácter nupcial. Y esto se ve claro incluso en las iglesias de oriente que buscan a sus obispos entre los monjes célibes. Es verdad que existe la praxis de presbíteros casados en las iglesias orientales pero también es cierto que el celibato es más acorde con la voluntad de Jesús.
Así, el presbítero, en la entrega generosa a los fieles y comunidades que le son confiados, vive un verdadero sentido esponsalicio de su existencia, entregándose en cuerpo y alma a sus hermanos como Cristo mismo ama a la Iglesia. Y también es verdad que, en el sacerdote, la vocación a una paternidad natural se abre a una paternidad más grande que sin duda experimenta con gozo a menuda que avanza su existencia sacerdotal.
Yo, personalmente, a mis veinticinco años de sacerdocio que cumpliré este año si Dios quiere, intento vivirlo así y puedo decir que experimento el celibato no sólo como una gracia inmensa a nivel personal sino como una ayuda extraordinaria en mi ministerio sacerdotal. Y constato que los sacerdotes de mi generación y los más jóvenes nos identificamos más con la disciplina de la Iglesia que con las reflexiones de estos hermanos de Solsona.
Finalmente, creo que abrir el debate sobre el celibato en un contexto como el que estamos viviendo denota una falta de tacto y oportunidad increíbles. Y una falta de delicadeza hacia el Obispo, en unos momentos en que se está planteando su posible relevo.
Queridos hermanos de Solsona, seamos sensatos, no echemos carne a la fiera y recordemos que, siempre que ha habido un debate a fondo en la Iglesia sobre el celibato, éste ha salido muy reforzado. Lean, si no, la Coelibatus sacerdotalis de Pablo VI…
Y den un poquito de alegría y tranquilidad a su buen Obispo, Mons. Jaume, eclesiástico culto e inteligente, que se lo merece, y les ha dedicado unos buenos años de su vida. ¡Qué hermosa es la gratitud!
Y siendo más discretos se harán incluso un favor a sí mismos…
Sinceramente ¿a quién aprovecha todo este revuelo suscitado?