InfoCatólica / Joan Antoni Mateo García / Categoría: General

18.10.10

¿De qué se alarma Bibiana Aído? Sembraron vientos y cosechamos tempestades

Leo con perplejidad sobre la voz de alarma dada por Bibiana Aído constatando el desbarajuste sexual de nuestros adolescentes. ¿Pero que esperaban ustedes señores? Es como si un investigador insensato liberara un virus mortífero y luego se lamentara ante la mortalidad resultante entre la población.

Estamos, en definitiva, recogiendo los amargos frutos de una perversa ingeniería social que ha acabado destrozando a nuestra juventud con todo lo que esto comporta. Suscribo plenamente el análisis de la noticia que ha hecho muy lúcidamente nuestro director de Infocatólica y quisiera añadir algunas consideraciones.

En mi anterior post advertía sobre la peligrosidad de ciertas series televisivas que alimentan espiritualmente a cientos de miles de nuestros adolescentes. Los retorcidos patrones de conducta sexual que inoculan dichas series penetran con facilidad en estas mentes jóvenes tan desprovistas de recursos para resistir.

He podido comprobar que en numerosos centros de enseñanza secundaria y bachillerato en las clases de religión nada se dice de la moral sexual que propone la Iglesia y de su fundamentación. Ya no digamos de un programa serio de educación afectiva y sexual de nuestros jóvenes en clave cristiana, incluso en la escuela católica. Con estas perspectivas nuestros jóvenes son carne de cañón ante los depredadores.

El mensaje que se ha vendido y se vende a bombo y platillo es simple: disfruta del sexo con tal que evites los dos grandes males que son “embarazos no deseados” y enfermedades de transmisión sexual. Una perspectiva netamente animalesca y animalizante. Poco importa y nada se dice que estos jovenzuelos con unas prácticas sexuales promiscuas e inoportunas se destrocen para siempre el corazón, se incapaciten la mayoría para amar y fundar una verdadera familia, célula base de nuestra sociedad.

Es urgente, tremendamente urgente ponerse las pilas y empezar a trabajar en serio esta importante parcela de la educación humana. En este campo, lamentablemente, los hijos del mundo son más astutos que los hijos de la luz.
Tengamos presente que muy pronto se iniciara en el proceso educativo de jóvenes e incluso de niños una “educación” sistemática incompatible con una verdadera educación humana y cristiana e incapacitante para la misma si no llegamos a tiempo de evitarla; una visión de la sexualidad humana separada de su fundamental servicio al amor y a la vida. Sólo si los padres y familias toman cartas en el asunto y superan la pasividad y negligencias imperantes podrá ponerse remedio al problema. Y junto a los padres, la escuela católica y educadores sensatos que desde sus competencias ofrezcan una educación afectiva y sexual desde una antropología cristiana.

Hoy por desgracia, muchos adolescentes sólo reciben “enseñanzas sexuales” desde ámbitos tan poco orientadores como la televisión, internet y el ambiente que les rodea. Ni padres, ni educadores católicos les hablan de este tema con la competencia y seriedad que requiere. Me contaba hace poco una profesora de religión de secundaria que en su instituto va una enfermera que enseña a los chicos y chicas a partir de doce años cómo colocarse un preservativo y otros métodos contraconceptivos. Ahora ya se pretende enseñar sistemáticamente el aborto dentro del programa de “salud sexual”. ¿Qué podemos esperar de todo esto? Sembraron vientos y cosechamos tempestades…

Luís Fernando hablaba de “fornicadores de hoy, adúlteros de mañana”. Probablemente sea así en gran parte, aunque muchos de estos jovencitos que se volverán adictos al sexo, hastiados de tantas experiencias se verán del todo incapacitados para asumir un compromiso tan serio como el matrimonio y, probablemente también, siempre ávidos de nuevas sensaciones, totalmente cegados moralmente, no duden en intentar romper verdaderos matrimonios con tal de satisfacer sus deseos. Si no ponemos remedio y muy pronto a este desbarajuste debemos inquietarnos seriamente sobre el futuro inmediato de nuestra sociedad.

6.10.10

Física, química y fórmulas peligrosas ¡Atención, padres y madres de familia!

A mediados del curso escolar pasado, en una visita pastoral que hice en una escuela católica de mi parroquia hice una pequeña encuesta a alumnos de primero y segundo de ESO. Los chicos y chicas, entre doce y catorce años, coincidían en que uno de los programas televisivos que seguían con más interés era una serie llamada “Física y química”. También constaté que muchos niños de sexto curso de primaria, de once años, la veían habitualmente, incluso más pequeños.

La verdad es que debido a mis muchas ocupaciones y por un sentido claro de higiene mental, veo poca televisión. Pero consideré que debía ver un tiempo estas series que los más jovencitos seguían con devoción. Y así lo hice.

Debo confesar la perplejidad e incluso cierto embarazo de muchas escenas que aparecían habitualmente en la serie. En definitiva, un grupo de estudiantes de bachillerato con una obsesión enfermiza por la sexualidad, prácticas sexuales prematuras e inconscientes, un claustro de profesores como yo nunca lo he visto en mis años de docente de bachillerato (incluidas relaciones sexuales de trío entre profesores). También, como no, buenos ejemplos de virtudes como la amistad, el compañerismo, de fortaleza en las dificultades, pero todo profundamente viciado por la filosofía de fondo que incita a una vivencia sexual desquiciada.

Un chico o una chica que ven habitualmente esta serie reciben un fuerte impacto emocional sobre sus patrones de conducta en cuestiones muy serias e importantes de la vida. Habituarse a una sexualidad trivial y banalizada es causa segura de infelicidad en la vida.

Ahora bien, lo más sorprendente es que la mayoría de estos chicos y chicas puedan ver en la sobremesa nocturna estas series profundamente deseducadoras con la avenencia de sus padres. Y mucho más con niños de once años o más pequeños. ¿Qué podrá esperarse de semejante bombardeo ideológico en edades tan tempranas? Y todo esto sustentado en muchos centros con un enfoque muy preciso de ciertas lecciones de EPC y, ya no digamos, con otras “enseñanzas” que van a impartirse pronto si Dios no lo evita y nosotros también.

Un baño constante en estas series televisivas puede destruir muchos años de esfuerzo que las buenas familias y las buenas escuelas intentan ofrecer.

A menudo les hablo a los padres de los niños que asisten al catecismo de la importancia de gestionar bien el uso de la televisión y de Internet. Conozco muchos casos de adolescentes que llegan por la mañana a la escuela con unos ojos como platos porque se han pasado “navegando” toda la noche en su habitación y no precisamente por aguas plácidas.

Y cuando a los catorce años ha penetrado en la mente del joven el virus de una antropología extraviada, se compromete seriamente el éxito de una buena educación y su mismo itinerario vital.

Es hora que muchos padres y educadores tomen conciencia del poder que pueden ejercer medios como televisión o Internet en la educación o desucación de los hijos y que supervisen con mucha atención lo que los hijos deben ver y no deben ver a ciertas edades. Probablemente en algunos casos será difícil controlar lo que se enseña en la escuela, pero hay que empezar controlando en casa.

Y a propósito de la serie televisiva en cuestión y otras por el estilo, con estas fórmulas físicas y químicas solo cabe esperar reaciones muy explosivas y peligrosas.

3.09.10

¿Primera Comunión a los siete años?

¿COMUNIÓN A LOS SIETE AÑOS?

Pregunta:

He oído que el Papa quiere reinstaurar la antigua costumbre de recibir la Primera Comunión a los siete años. ¿Qué mejoraría esto? Veo que hoy los niños y niñas la hacen cerca de los diez años, con bastante preparación y, sin embargo, con muy poca perseverancia, pues después de la Comunión ¿cuántos niños frecuentan la Iglesia?

Respuesta:

De momento el Papa, que yo sepa, no ha dado ninguna disposición al respecto. Recuerdo que hace unos años traté cuando lo planteó el Cardenal Darío Castillón. El actual prefecto de la Congregación para el Culto Divino, Cardenal Cañizares y el Papa, han planteado de nuevo la cuestión. La actual disciplina de la Iglesia formulada en el Código de Derecho Canónico establece que el Párroco, cuando los niños bautizados llegan al uso de razón debe proveer a su preparación para la Eucaristía. ¿Cuándo llega esta edad del uso de razón? En las actuales circunstancias creo que puede afirmarse que alrededor de los seis o siete años. Hoy los niños son muy precoces. Por mi experiencia de veinticinco años de sacerdote y más de treinta de catequista puedo asegurar que hoy los niños a los diez años cumplidos que es la edad que hacen la Primera Comunión llegan pero que muy creciditos, a veces demasiado. Que tengan, como usted dice, bastante preparación, yo lo pondría en cuestión. Cuando yo hice mi Primera Comunión, a los siete u ocho años, sólo fui a catequesis durante tres meses antes de la celebración. Pero ya hacía años que yo iba a Misa cada domingo y mis padres se habían preocupado de que supiera las cosas más elementales: oraciones, mandamientos… Hoy, la mayoría de niños llegan a catequesis sin saber nada. Durante los dos años de preparación, si el Párroco no insta con firmeza a ello, los niños apenas frecuentan una sola Misa dominical y ya no digamos los padres. Me atrevería a decir que en aquellos tres meses que íbamos cada día a catequesis se hacía mucho más trabajo que la sesión semanal actual durante los dos años. Me parece que debemos revisar muchas cosas en la catequesis. Hace unos años, en Roma, oí en una conferencia dictada por el entonces Cardenal Ratzinger, lo siguiente: “Nunca habíamos hecho tanta catequesis, y nunca los resultados han sido tan decepcionantes”. Adelantar la edad de la Primera Comunión supondría, de entrada, y esto no es poco, un interlocutor con más inocencia y receptividad a la Gracia Divina. Es un tema a profundizar con calma y sin prejuicios.

5.07.10

¿Qué és "família"? A propósito de la confusión de cierto lenguaje

Tanto el papa como muchos Obispos han alertado recientemente sobre la “secularización interna de la Iglesia” como uno de los grandes males que nos afligen y que hay que combatir. Efectivamente, el espíritu del “saeculum", del mundo en uno de los sentidos que Jesucristo le da en el Evangelio de San Juan (oposición al Reino de Dios), se ha infiltrado en la mentalidad de muchos cristianos.
Hoy ofrezco a la consideración de los lectores una interesante pregunta que he recibido sobre un concepto tan clave como “família".

Pregunta:

La ralidad actual es que nos encontramos con muchas y variadas modalidades de unión en nuestra sociedad: parejas que conviven sin casarse o “uniones de hecho", personas que optan por el matrimonio civil, otras que se casan por la iglesia e, incluso, “bodas” de personas del mismo sexo. A nuestros hijos se les enseña que todas son “modelos válidos de familia” pero yo me pregunto si cualquier tipo de unión merece el nombre de “familia". ¿Qué dice la Iglesia de todo esto?

Respuesta:

Asunto delicado, complejo e importante el que usted plantea. Efectivamente reina una gran confusión. Hoy, en muchos casos, el lenguaje es equívoco: bajo el mismo nombre o concepto se amparan realidades muy diferentes e incluso contrapuestas. Hasta hace poco, la mayoría podíamos todavía entendernos cuando hablábamos de “matrimonio", “familia” o del “sexo” de una persona. Actualmente, al menos en España, ya no todos entendemos lo mismo al utilizar estas palabras.

La familia, en cuanto célula básica de la sociedad, por su misma naturaleza exige unas propiedades que no pueden atribuirse a cualquier tipo de unión o asociación de personas.
No es lo mismo, para poner unos ejemplos, una pareja que convive una temporada sin ningún ánimo de compromiso que una pareja que contrae matrimonio civil o unos cristianos que se casan por la Iglesia. Ponerlo todo en el mismo saco supone desvirtuar una realidad humana y social de primer orden como es la familia. Es como si dijéramos: miren, a partir de mañana, el oro, la plata, el hierro y el cartón valdrán lo mismo.

Sin menoscabar nunca el respeto que merecen las personas, no podemos bendecir ni valorar igualmente todas las situaciones. Hay uniones que no pueden ser denominadas “familia” y otras, que, sin realizar plenamente la realidad familiar, pueden tender a ella y hay que ayudar para que así sea.

Es importante que no desvirtuemos el lenguaje porque al final ya no podremos entendernos. Yo tengo amigos casados y que han formado su familia. Otros que viven en situaciones diferentes. Todos matizan su lenguaje: cuando uno me presenta a su “amiga” saben lo que dicen, como cuando otros te presentan a su “compañera” o a su “esposa". No es lo mismo. Obviamente, yo miro de animarles a que sus “parejas” lleguen a ser “marido” y “esposa". Recuerdo de un caso de una buena señora ya mayor que vivía con varios perros y me decía “son mi familia". Yo le respondía: No señora, son sus perros pero no son su familia. Hay que matizar.

La doctrina de la Iglesia enseña con claridad que la familia se fundamenta en el matrimonio. Así lo expone, por ejemplo, el Compendio de la Doctrina social de la Iglesia:

“El servicio de la sociedad a la familia se concreta en el reconocimiento, el respeto y la promoción de los derechos de la familia. Todo esto requiere la realización de auténticas y eficaces políticas familiares, con intervenciones precisas, capaces de hacer frente a las necesidades que derivan de los derechos de la familia como tal. En este sentido, es necesario como requisito previo, esencial e irrenunciable, el reconocimiento —lo cual comporta la tutela, la valoración y la promoción— de la identidad de la familia, sociedad natural fundada sobre el matrimonio. Este reconocimiento establece una neta línea de demarcación entre la familia, entendida correctamente, y las otras formas de convivencia, que —por su naturaleza— no pueden merecer ni el nombre ni la condición de familia“.

Y también se afirma en el mismo lugar:

“Iluminada por la luz del mensaje bíblico, la Iglesia considera la familia como la primera sociedad natural, titular de derechos propios y originarios, y la sitúa en el centro de la vida social: relegar la familia a un papel subalterno y secundario, excluyéndola del lugar que le compete en la sociedad, significa causar un grave daño al auténtico crecimiento de todo el cuerpo social. La familia, ciertamente, nacida de la íntima comunión de vida y de amor conyugal fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer, posee una específica y original dimensión social, en cuanto lugar primario de relaciones interpersonales, célula primera y vital de la sociedad: es una institución divina, fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización social".

Esta doctrina es el “oro” que los católicos debemos vivir y custodiar celosamente en un contexto en que se le quiere equiparar a la “plata, al hierro o al cartón".

7.06.10

Animalismo: Amor desproporcionado a los animales

Ofrezco hoy una breve reflexión a propósito de una consulta que me ha llegado a Cataluña Cristiana. Los lectores pueden aportar sus reflexiones.

Pregunta

¿Qué consideración moral merece la actitud de algunas personas que derrochan ingentes cantidades de dinero para sus mascotas? Una vecina compra carísimos “modelitos” para su perrito ( valen más de doscientos euros) y ya no le digo los gastos de “peluquería” del can… A mí me escandaliza y más en los tiempos que corren cuando muchas personas y familias lo están pasando verdaderamente mal…

Respuesta

Comparto su indignación. Hay que tratar correctamente a los animales, evitarles sufrimientos innecesarios, cuidar su alimentación y otras cosas elementales, pero de ahí a lo que me cuenta hay un verdadero abismo.

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña:

2416 Los animales son criaturas de Dios, que los rodea de su solicitud providencial (cf Mt 6, 16). Por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria (cf Dn 3, 57-58). También los hombres les deben aprecio. Recuérdese con qué delicadeza trataban a los animales san Francisco de Asís o san Felipe Neri.
2417 Dios confió los animales a la administración del que fue creado por él a su imagen (cf Gn 2, 19-20; 9, 1-4). Por tanto, es legítimo servirse de los animales para el alimento y la confección de vestidos. Se los puede domesticar para que ayuden al hombre en sus trabajos y en sus ocios. Los experimentos médicos y científicos en animales son prácticas moralmente aceptables, si se mantienen en límites razonables y contribuyen a cuidar o salvar vidas humanas.
2418 Es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas. Es también indigno invertir en ellos sumas que deberían remediar más bien la miseria de los hombres. Se puede amar a los animales; pero no se puede desviar hacia ellos el afecto debido únicamente a los seres humanos.

Yo ya hace tiempo que estoy diciendo que gran parte de nuestra sociedad padece de una grave desviación del pensamiento respecto a los animales. A este modo de pensar me gusta llamarlo “animalismo”. Consiste en atribuir la dignidad propia y exclusiva del ser humano a los animales. Se les considera sujetos de pensamiento, inteligencia y voluntad cual se tratara de personas humanas. Hace poco oía por la radio un programa en que se hablaba de “la amistad” y “virtudes” de los animales. También que, no sé en qué lugar, se había hecho el primer concierto de música clásica exclusivamente para perros. ¿Cómo hemos podido perder el juicio de esta manera? Conozco de personas que tributan más amor a sus animales que a las personas que les rodean. Lo que usted comenta clama al cielo. ¿Qué pensara un pobre mendigo que está pidiendo limosna para malvivir cuando ve que pasa delante suyo un perrito con un vestidito de doscientos euros? ¡Tendrá ganas de comérselo! Es un tema moral que hay que tratar en la catequesis y en la predicación, pues el sentido común y la fe que en otros tiempos eran patrimonio común de los habitantes de nuestro país, hoy escasean en muchísimas personas. Recuerdo que el año 2008 recorté una noticia de un periódico donde se demostraba que, sólo en Cataluña, el abandono de animales costaba al erario público casi ciento cuarenta mil euros al día. Hoy seguro que es mucho más. Y pensaba en mi interior: ¡la cantidad de personas necesitadas que podríamos alimentar cada día con este dinero! ¡Casi veinticinco millones de las antiguas pesetas cada día! ¿No sería mejor dedicar toda esta inversión de recursos pecuniarios y humanos a atender a las personas pobres? Muy mal vamos cuando se ama más a los animales que a nuestro prójimo. Es obvio decir que hoy muchas especias animales están más protegidas por las legislaciones que la persona humana. Sería bueno que le recordara a esta vecina suya la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón y que procure compensar con caridad generosa.