El enemigo número uno de China
Como sabemos, el pasado 24 de mayo, memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María, Auxilio de los cristianos, que es venerada con gran devoción en el Santuario de Sheshan en Shangha, el Romano Pontífice llamó a los católicos del mundo entero a
«unirse en oración con nuestros hermanos y hermanas que están en China, para implorar de Dios la gracia de proclamar con humildad y con gozo a Cristo, muerto y resucitado, de ser fieles a su Iglesia y al Sucesor de Pedro y de vivir la vida cotidiana en el servicio a su país y a sus conciudadanos de una manera coherente con la fe que profesan».
El gobierno marxista ha respondido mediante su portavoz que «China protege la libertad religiosa» y que «la iglesia católica del país disfruta de un desarrollo sano».
Es difícil comprender la dureza que adopta el marxismo frente a la religión a la que persigue por sistema, como una de las consecuencias de que es el opio del pueblo al que adormece para no sentir las verdaderas realidades sociales actuales.
Nadie ignora la persecución cruel que Mao Tse Tung inició en China en cuanto se hizo cargo del país. Campos de concentración, siniestras cárceles, negación para los detenidos de toda comunicación con la familia y con el exterior, trato inhumano, para doblegarlos a romper sus relaciones de amistad y de sumisión al Romano Pontífice.
«Una de éstas experiencias terroríficas, fue la gran purga. En Chungking, millares desaparecieron de las calles en una sola noche, luego en Shangai, 10.000 y aún 20.000 y hasta 30.000 fueron apresados de repente durante la noche, y a la mañana, no había señal de ellos. Estos arrestos fueron seguidos de ejecuciones diarias en muchas partes de China. Camiones llenos de gente volaban por las calles, tocando sirenas para aterrorizar más a la gente. Colocaron altavoces en los árboles a los dos lados de la calle, para que nadie pudiera escapar al terror que se estaba difundiendo por todas partes. El hecho es, que en tres o cuatro años fueron ejecutados 20 millones nos da la idea de lo aterrador de aquellos días.
«Es bueno recordar estas cosas alguna vez, cuando leemos los periódicos y hallamos que algún pobre obispo se ha visto forzado a consagrar obispo a algún sacerdote de la nueva Iglesia cismática. Nosotros, sacerdotes europeos, sufrimos comparativamente poco. Los sacerdotes y obispos chinos han estado sufriendo los últimos años, sin saber a dónde dirigirse, sin nadie que les diese siquiera un consejo» (P. Aedan McGrath).
Aunque parecía que habían cambiado en algo esas circunstancias, aún actúan los campos de concentración, las cárceles y los atropellos.
El gobierno chino, tiene un Ministro de Asuntos Religiosos, a cuyo despacho acuden todos los problemas religiosos y del que emanan las principales determinaciones respecto a obispos y sacerdotes. Desde 1994 el Presidente de la Administración Estatal de Asuntos Religiosos de China es el profesor Ye Xiaowen, conocido en China por su ateísmo puro y duro. Dos vocablos que significan que es un ateo extremo que ni desea entender lo que es la religión, ni siente la menor simpatía por ella. Antes bien, un decidido contrario de todo sentimiento religioso.
En diciembre de 1994 Ye Xiaowen escribía un extenso estudio sobre las religiones, en una especializada revista de la Universidad de Nankín. En sus líneas revelaba su gran inquietud, aún más su temor del poderoso resurgimiento que se observaba en China en los últimos años respecto a las religiones tradicionales, y para conquistar la antipatía de sus paisanos hacia todo sistema religioso, denunciaba a las religiones como asociaciones extranjeras, puestas al servicio de los intereses extranjeros contra los típicos valores y naturales exigencias de la gran patria China.
Se da perfecta cuenta de que no sólo se conserva la religión en el pueblo, aunque se le haya prohibido su manifestación externa, sino que gran parte de la juventud, nacida y educada en una perfecta persecución contra la religión, buscaba con interés y entusiasmo la práctica religiosa ya que se hallaba cansada de la filosofía puramente materialista que le había inoculado la enseñanza oficial, única permitida en el Celeste Imperio.
Para el director de los asuntos religiosos toda religión es un contacto con los países extranjeros que tratan de aplastar la tradición valiosa del pueblo chino, ¿qué se puede esperar de su actuación en los asuntos de la Iglesia Católica, que parece contar actualmente con unos quince millones de fieles en China, después de 65 años de pretendida aniquilación, y que actualmente se va extendiendo a reductos que no eran tradicionalmente católicos?
Esperemos que el señor de la Viña que es Dios salga a su heredad, podando los sentimientos anti-religiosos del perito de religiones en China, lo cual demuestra que aunque sea soterradamente, ve con enorme antipatía a toda religión, y que las autoridades procurarán disimuladamente aniquilarlas, aunque al exterior den muestras de un sentimiento nuevo hacia la religión, y a la Iglesia Católica «el enemigo número uno de China».