La hora de los laicos (1)
A la luz de la Exhortación apostólica “Christifideles laici”
Un extraordinario formador de seglares, el Siervo de Dios P. Tomás Morales, SJ, decía:
Los laicos en grandísima parte, han organizado el protestantismo que paraliza a la Iglesia católica en tantas naciones. El comunismo ha creado el imperio más grande de la historia, el gran imperio rojo, y el comunismo está constituido sólo por laicos. No hemos sabido, no se nos ha enseñado a manipular el interruptor, a manejar el resorte para movilizar al laicado católico, imprimiéndole conciencia de responsabilidad y dándole amplitud de movimientos, propia del adulto.
Ningún otro concilio ecuménico había prestado tanta atención a los seglares como el Vaticano II, dedicando uno de sus más importantes documentos al apostolado seglar: el Decreto Apostolicam actuositatem, que es como la carta magna o documento de identidad del apóstol seglar cristiano.
Sin embargo, aún hasta ahora, el Decreto conciliar sobre el apostolado de los laicos, no ha sido suficientemente conocido ni estudiado, precisamente, por esa gran mayoría de los miembros de la Iglesia, como somos los seglares o laicos, e incluso ni siquiera por todos los obispos y sacerdotes, a juzgar por su escasa aplicación práctica, y esto, después de casi cincuenta años de su promulgación.
En su Mensaje a los participantes en el Congreso mundial de los movimientos eclesiales en mayo1998, se preguntaba Juan Pablo II: ¿Qué se entiende, hoy, por «movimiento»?
Y respondía así:
El término se refiere a realidades diferentes entre sí, a veces, incluso por su configuración canónica. Si, por una parte, ésta no puede ciertamente agotar ni fijar la riqueza de las formas suscitadas por la creatividad vivificante del Espíritu de Cristo, por otra indica una realidad eclesial concreta en la que participan principalmente laicos, un itinerario de fe y de testimonio cristiano que basa su método pedagógico en un carisma preciso otorgado a la persona del fundador en circunstancias y modos determinados… Así, pues merecen atención por parte de todos los miembros de la comunidad eclesial, empezando por los pastores.
Más, he aquí que en este medio siglo de post Concilio podemos observar lo siguiente en relación a las asociaciones y movimientos eclesiales de fieles laicos:
La Jerarquía, en general, habla a favor de las asociaciones y movimientos eclesiales. Algunos Prelados prefieren no opinar. Otros no los apoyan, quizás indirectamente los ignoran y frenan sus entusiasmos.
¿Cómo está la Iglesia allí donde un grupo de laicos que crea en la doctrina católica sobre Jesucristo, la Virgen, los ángeles, la Providencia, la anticoncepción, el Diablo, etc., y se atreva incluso a «defender» estas verdades agredidas por otros, sea marginado, perseguido y tenido por integrista?
Describir aquí, por ejemplo, el calvario inacabable que pasan ciertos grupos de laicos que pretenden difundir en sus diócesis, según la Iglesia lo quiere, los medios lícitos para regular la natalidad, excede nuestro ánimo. Se ven duramente resistidos, marginados, calumniados. Mientras otras obras, quizá mediocres y a veces malas, son potenciadas, ellos están desasistidos y aparentemente ignorados por quienes más tendrían que apoyarles (Infidelidades en la Iglesia, P. José María Iraburu).
Algunos párrocos no admiten asociaciones y movimientos, no los quieren en su ámbito y hasta les cierran las puertas. En miles de parroquias por ejemplo,
se habla de la necesidad de la encarnación en la masa, de participar en el dramatismo de sus avatares humanos, primero encarnarnos para luego salvar. Se ignora sin embargo, que la Encarnación de Cristo fue toda ella redentora. No se capta la plenitud del misterio de Cristo. Se descarta su finalidad salvadora por el sufrimiento. Cristo se encarna, sí, pero se encarna para sufrir y morir. Así, rescata, rompe cadenas, libera de enemigos, uno de ellos el mundo. Se encarna en el dolor, para que el hombre pueda mirar y anhelar el Más Allá. Se encarna en pobreza, humillación, sufrimiento, para desencarnar al hombre de sus apegos de tierra.
Con la consigna de afrontar las nuevas condiciones del cambio, lo que implicó para los movimientos y asociaciones un compromiso de presencia, adaptación permanente y creatividad (cf. Documento de Medellín), se desarticularon movimientos eclesiales completos, se impusieron opciones pastorales por sobre las estructuras asociativas de fieles laicos ya existentes con un aplastante poder eclesial, para abrir las puertas de las parroquias y otras instancias eclesiales a grupos piratas.
Otros sí que los admiten, pero prefiriendo que olviden sus estatutos, y hasta sus carismas, y actúen en la parroquia según los intereses de los sacerdotes.
Entre los mismos seglares se esparcen rumores en el sentido de que las asociaciones y movimientos son agrupaciones sectarias.
Desde hace algún tiempo, en los medios de comunicación social se habla de «sectas intra-eclesiales» o de «sectas intra-católicas». Se quiere así criticar una serie de movimientos y comunidades que han surgido en los últimos decenios. Antes, a muchos de estos nuevos grupos se les solía tachar de «conservadores» o «fundamentalistas»; ahora se los trata de aislar como «sectas intra-eclesiales» (Cardenal Schönborn).
Para 1987, Juan Pablo Magno, convocó al Sínodo de los Obispos para tratar el tema de la Vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, veinte años después del Concilio Vaticano II, del que surgió la Exhortación apostólica Christifideles laici, que desgranaremos en próximas entradas de este blog.