InfoCatólica / Contra corriente / Categoría: Sin categorías

14.12.12

La hora de los laicos (3) - Viña próspera o masa amorfa

A la luz de la Exhortación apostólica “Christifideles laici”

VIÑA PROSPERA

La viña de Jesús es próspera, pues se alimenta de la savia del Espíri­tu Santo, que la fecunda visceralmente. Es substancial que los viñadores se percaten de la riqueza de la viña, pero también de los valiosos instrumentos que Dios les puso a las manos cuando les envió a su parcela.

Todo laico bautizado lleva el sello de Dios. Recibió su gracia en forma de savia irrumpente que purifica, fortalece, fecunda su propio sarmiento. Si Jesús es el soporte de la cepa y productor de su sangre vegetal, el laico puede ser rama que reciba esa misma savia, que es sangre y vida divinas.

Este enriquecimiento es

misterio porque el amor y la vida del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo son el don absolutamente gratuito que se ofrece a cuantos han nacido del agua y del Espíritu, llamados a revivir la misma comunión de Dios y a manifestarla y comunicarla en la historia (misión).

El viñador laico, que se apresta a su tarea, no puede olvidar que no es mercenario a sueldo, sino participante pleno del crecimiento y de la fructi­ficación de la viña:

Los fieles, y más precisamente los laicos, se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad humana. Por tanto, ellos especialmente, deben tener conciencia, cada vez más clara, no solo de pertenecer a la Iglesia, si­no de ser la Iglesia; es decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra.

LA EFICACIA DEL BAUTISMO

Muchos son los bautizados, pocos los que conocen y admiran su grandeza. Atrofia y esclerosis -como dice el Siervo de Dios, P. Tomás Morales, SJ- padecemos hoy la mayoría de los bautizados.

La raíz más profunda que atraviesa el mundo, de la inseguridad que nos amenaza en todo momento y nos asedia por todas partes, hay que buscarla en la deserción de los bautizados que, en medio del mundo, dejan de ser fermento para convertirse en masa amorfa.

De obrero extraño a hijo participante llega el laico mediante el bautis­mo, que verifica en sus entrañas tres fabulosos efectos: 1) los regenera a la vida de los hijos de Dios; 2) los une a Cristo y a su Cuerpo que es la Iglesia; 3) los unge en el Espíritu Santo constituyéndolos en templos espirituales.

Tres hitos que transforman la naturaleza espiritual del hombre, empi­nándolo hasta Dios, de quien reciben inspiración, savia, impulso y gozo. No es la Iglesia la que arrincona al laico, sin él mismo al no pretender conocer todos los misteriosos tesoros sobrenaturales con que Dios le ha engrandeci­do. Fuera de los privilegios ministeriales, el laico posee la misma contextura divina que el sacerdote. Los laicos son viña de la que Jesús se presenta co­mo tronco y el Padre como el podador que elimina ramas estériles y adoba las útiles para que produzcan más fruto.

El laico, fiel a su Señor, se convierte en un maravilloso templo de la Trinidad, que pasa a habitar en su consagrado recinto. Dignidad que le crea nuevas situaciones y nuevos horizontes, pues “participan, según el modo que les es propio en el triple oficio de Jesús: sacerdote, profeta y rey (Christifideles laici, 14).

Son sacerdotes por sus oraciones, sus iniciativas apostólicas, la vi­da conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso corporal y espiritual: dones propios que pueden añadir al Cuerpo y Sangre de Cristo constituyen­do un mismo sacrificio agradable a la Trinidad.

Son profetas, ya que se les habilita y compromete a acoger con fe el Evangelio y a anunciarlo con la palabra y con las obras, sin vacilar en denunciar el mal con valentía.

Decía Lacordaire, (considerado el mejor orador sagrado de Francia): Un cristiano es un hombre a quien Jesucristo ha confiado otros hombres.

Son reyes, y viven la realeza cristiana mediante la lucha espiritual para vencer en sí mismos el reino del pecado; y después en la propia entrega para ser­vir, en la Justicia y en la caridad, al mismo Jesús presente en sus herma­nos.

Tres carismas, tres tesoros, tres potencias, que no solo resultan joyas valiosísimas, sino que engendran responsabilidades y prestaciones que nin­gún laico debe orillar.

Afirmó el Beato Ozanam que la atracción de un alma es necesaria para elevar a otra y el Cura de Ars: El mundo será de quien ame más y lo demuestre mejor.

Hay que infundir en cada bautizado una mística de conquista alma por alma, de corazón a corazón. Fue la táctica de los primeros cristianos. Es la de las ideologías, la de las sectas, y es la de los jóvenes, ellos y ellas, sin advertirlo arrastran a sus compañeros al vicio y a la incredulidad.

En el segundo tomo de sus Recuerdos, que lleva como título Los Imprevistos de Dios, el cardenal Suenens, imaginó una entrevista que le haría un reportero en el cielo con la perspectiva de hoy, a Frank Duff, fundador de la Legión de María:

En el cielo apenas se conceden entrevistas. Pero, si de manera excepcional, Frank Duff pudiera damos algunos consejos, válidos para toda evangelización presente o futura, me parece que nos diría:

- que es preciso continuar la batalla destinada a convencer a todo cristiano de que debe ser apóstol en virtud de su bautismo, y que ese es un deber que hay que recordar contra viento y marea;

- que tenemos que anunciar el Evangelio, con palabras y con hechos, siempre y en cualquier lugar, y que ello nos obliga a estar en estado permanente de apostolicidad;

- que es preciso atreverse a creer que lo imposible se puede dividir en pequeñas fracciones posibles, y atreverse a caminar sobre las aguas;

- que es necesario valorar y otorgar prioridad al acercamiento directo, por contacto personal y testimonio vivo;

- que hace falta que los laicos asuman su propia responsabilidad, pero en osmosis estrecha con el sacerdote, que tiene un papel indispensable como intérprete del pensamiento de la Iglesia y como consejero moral;

- que no es posible vivir el cristianismo solo, sino que es preciso formar células vivas de cristianos, que se comprometan a reunirse a intervalos regulares, para orar juntos y apoyarse en su tarea evangelizadora;

- que el apostolado es un misterio de Redención, y que las almas se pagan a un precio muy elevado.

12.12.12

Emperatriz de América

La Sagrada Escritura comienza (Génesis, 3, 15), y concluye (Apocalipsis 12) con la batalla entre la Mujer y la vieja serpiente.

La Mujer simboliza a nuestra Señora. María Santísima es la Mujer vestida del Sol que tiene la misión de combatir al dragón rojo y su poderoso ejército, para vencerlo, atarlo y arrojarlo a su reino de muerte, para que en el mundo pueda reinar solamente Cristo.

El dragón ha buscado y busca que el ser humano, imagen y semejanza de Dios, se aparte y rechace su amor. El padre de la mentira busca oscurecer la obra del Abba Padre que es la creación, la obra de Dios Hijo que es su Iglesia y la obra del Espíritu Santo que es la santificación de las almas. Difunde el ateísmo en nuestro tiempo, como nunca antes se vio. Siembra en la Iglesia como un cáncer, el error, el disenso, la apostasía y la pérdida del sentido de pecado, el aborto, la eutanasia, la cultura de la muerte.

El dragón rojo, quiere apartar a las almas de la adoración y glorificación de la Santísima Trinidad. Dice el P. Stephen Valenta, OFM Cap:

Satanás tiene a las multitudes «comiendo de sus manos» y ni siquiera se han dado cuenta… adoración significa poner a Dios en el primer lugar de nuestras vidas, y si hay tantos que no están adorando a Dios, entonces ¿a quién o a qué se está dando esta adoración?

¿Qué es lo que tiene cautiva a la presente generación? Adorar a Dios significa que Él debe estar primero en la mente de todos los hombres, mujeres y niños… pero no, se hace toda clase de intentos para eliminarlo de las escuelas, hospitales, lugares de entretenimiento, de los medios de información, de las fuerzas armadas… los enemigos de Dios, continúan actuando febrilmente para abolir al Señor de la faz de la tierra.

La población de Tenochtitlán, capital del Imperio Azteca, tenía la creencia de que Quetzacoatl, la serpiente emplumada, había vivido un día entre los hombres y esperaban su retorno bajo la forma de un guerrero de rostro blanco. El Viernes Santo del año del Señor de 1519, Hernán Cortés con apenas 600 hombres, 20 caballos y algunas piezas de artillería desembarcó en el continente latinoamericano y, luego de un sangriento asedio, conquistó y echó por tierra Tenochtitlan.

Dos décadas más tarde, el sábado 9 de diciembre de 1531, ocurrió algo realmente histórico: la entrada de Nuestra Señora en la historia de México de una forma importantísima, hasta el punto de alterar todos los aspectos de la vida del país. Convirtió a México, de un golpe, del paganismo total al cristianismo total, de la división a la unidad, del odio al amor.

El reconocimiento de un milagro se expresa sobre todo en el hecho, de que llamamos algo como milagroso. Los milagros son acontecimientos que sorprenden por su aparición y nos dejan asombrados. Un milagro por lo tanto, es también una intervención, revelación y aparición de Dios, que se realiza por medio de un acontecimiento o de una persona.

El ateísmo niega la existencia de los milagros, porque niega igualmente la existencia de Dios. De ahí que un milagro es antes que nada un llamado a los hombres, a volverse a Dios y contribuyen en gran medida a la edificación de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, fortalecen la fe, alimentan la esperanza y avivan el fuego del amor.

El milagro del Tepeyac es realmente un portentoso fenómeno religioso que merece un lugar junto a acontecimientos tan importantes como la conversión de Constantino, que sacó al cristianismo de las catacumbas y lo convirtió en la mayor fuerza de la tierra.

Pero la conversión del pueblo azteca a la Verdadera Fe, se debe también al laico indígena San Juan Diego, y a los laicos cristianos evangelizadores (Hechos de los Apóstoles de América, José María Iraburu). La evangelización de América no fue hecha sólo por los santos religiosos… el sujeto principal de la acción evangelizadora de las Indias fue la Iglesia, entendida como el pueblo cristiano. Nuestra Señora se sirvió de los nativos, indios apóstoles de los indios, y ese es el más grande milagro de nuestra Señora de Guadalupe, Reina de México y Emperatriz de América.

10.12.12

Descomposición de la Fe

Durante el siglo IV, en la más grande crisis doctrinal, muchos obispos y sacerdotes con ellos, abandonaron la ortodoxia por presiones políticas y teológicas, llegando al punto de negar la divinidad de Jesucristo. San Jerónimo lo sintetizó en esta célebre frase el mundo se despertó un día y gimió de verse arriano. La herejía de Arrio que estuvo a punto de imponerse entonces en toda la Iglesia, se había desencadenado justamente contra el Credo formulado en el Concilio de Nicea, pero el laicado unido al Papa permaneció fiel a la Fe Católica, y desde entonces los Papas subsecuentes han mantenido un permanente respeto por el sentir de los fieles - sensus fidelium.
En dos momentos distintos Benedicto XVI ha puesto sobre la mesa precisamente el significado correcto del sensus fidelium.

Ya en 2010, durante su ciclo de catequesis sobre los teólogos y pensadores medievales, el Santo Padre se refirió al magisterio que precede a los teólogos, es decir el sensus fidelium, que debe ser después profundizado y acogido intelectualmente por la teología. Refiriéndose al gran teólogo franciscano Duns Scoto cuya mayor aportación teológica versó sobre la Inmaculada Concepción de María Santísima, explicó que la fe del pueblo creyente tanto en la Inmaculada Concepción, como en la Asunción corporal de la Virgen estaba ya presente en el Pueblo de Dios, mientras que la teología no había encontrado aún la clave para interpretarla en la totalidad de la doctrina de la fe.

Cuando el Papa Pío IX definió el dogma de la Inmaculada Concepción, enseñó que un dogma es la perfección de una doctrina,

porque la Iglesia nunca crea doctrinas. En una declaración dogmática, la Iglesia ejerce su más grande y más específica pronunciación de la verdad, para traer el goce de la apreciación más completa posible de verdad en la vida de los fieles, y para abrir las puertas a las tremendas gracias para la Iglesia y el mundo.

A pesar de los últimos 50 años post conciliares, el papel del laicado no ha sido aun suficientemente valorado. La Iglesia Cuerpo Místico de Cristo está constituida por todos sus miembros, y así como en toda ella habita su alma, el Espíritu Santo, Él habita también en cada uno de sus miembros, y por su voluntad cada uno posee capacidades y tareas irreemplazables para el servicio de la comunidad. Los laicos por lo tanto no están en la Iglesia, los laicos son Iglesia, la Iglesia que el Espíritu Santo anima y dirige, así, cuando se ignora o incluso se niega, no solamente el rol del laicado, sino su carisma, se está rechazando al mismo Espíritu Santo. El Padre Ljudevit Rupcic en su hermoso libro Medjugorje, Puerta del Cielo y comienzo de un mundo mejor, afirma al respecto: El motivo de la carencia de sacerdotes y el decrecimiento de las órdenes religiosas radica mayormente en el desprecio y la negación del carisma de los laicos.

Recientemente Benedicto XVI ante la Comisión Teológica Internacional subrayó una vez más que el

sensus fidei es para el creyente una especie de instinto sobrenatural que tiene una connaturalidad vital con el mismo objeto de la fe (…) y un criterio para discernir si una verdad pertenece o no al depósito vivo de la tradición apostólica. También tiene un valor proposicional porque el Espíritu Santo no cesa de hablar a las iglesias y de llevarlas a la verdad entera.

Es sabido que la actitud tradicional del marxismo ante el hecho religioso ha sido completamente negativa, consecuentemente el marxismo ha combatido toda religión, y, aunque considera a la religión el opio de los pueblos, y aún más, aunque quiere sustituirla, busca afanosamente servirse de ella, y busca a su vez su aniquilación infiltrándola, para descomponerla interiormente. De tal forma que ha elaborado una reingeniería del concepto mismo de la voz del pueblo haciéndolo aparecer como voz de Dios: el hecho de que todos convengan en una idea se considera prueba suficiente de su certidumbre, de ahí que resulta capital el distingo que al respecto verifica el Santo Padre:

Hoy en día, sin embargo, es particularmente importante aclarar los criterios usados para distinguir el sensus fidelium auténtico de sus falsificaciones. De hecho, no es una especie de opinión pública de la Iglesia, y es impensable recurrir a él para impugnar las enseñanzas del Magisterio, ya que el sensus fidei no puede desarrollarse auténticamente en el creyente auténtico salvo en la medida en que participa plenamente en la vida de la Iglesia, y esto requiere una adhesión responsable a su Magisterio.

No hay más. La Iglesia no es un sindicato, en la que el más avezado imponga tesis disonantes con la fe y la doctrina. Cuando se quieren imponer ideas personales alejadas de la sana doctrina, no será la voz de Dios, la voz del Espíritu Santo la que inspire, es vox diabolo.

6.12.12

La hora de los laicos (2) - Grandeza del laico

A la luz de la Exhortación apostólica Christifideles laici

Los padres sinodales después de haberlo discutido, tanto en el aula como en los círculos menores, presentaron al Sumo Pontífice, los documentos utilizados durante la preparación del Sínodo, y en los trabajos sinodales, a saber, lineamentos, instrumentos de trabajo, relación introductoria, intervenciones de cada uno de los obispos y de los auditores seglares, así como las síntesis de las ponencias y discusiones en los círculos menores, junto a una lista de proposiciones.  Quince meses después de la verificación del Sínodo, el Papa recogiendo todas las propuestas y conclusiones promulgó la Exhortación apostólica Christifideles laici, en la que se anunciaba la constitución de una comisión para examinar todas las cuestiones referentes a los ministerios laicos (n 23) y la preparación a cargo del pontificio Consejo para los laicos de un elenco de las asociaciones que tienen la aprobación oficial de la Santa Sede (n 31).

Tres claves de lectura emergen de la Exhortación apostólica:

  1. Clave bíblica: la parábola de los trabajadores de la viña (Mt 20, 1ss), que se refiere a la misión en el mundo, y la comparación de la viña (Jn 15, 1-9) en relación con la dimensión interna y mistérica de la identidad de los fieles cristianos.
  2. Clave teológica: la eclesiología de comunión, que constituye el “nudo gordiano” del documento.
  3. Clave pastoral: una nueva evangelización destinada a la formación de comunidades eclesiales maduras.

EL LAICO CATÓLICO: DIGNIDAD, URGENCIA, POTENCIA

OBREROS CONTRATADOS

Vino el dueño de la mies, Cristo, a buscar operarios. Los halló en diversas ocasiones, y los envió a su parcela. Peones con una mi­sión recolectora, como antes habían verificado la siembra y la planta­ción. Obreros imprescindibles, so pena de que se marchiten y pudran los frutos. Ya el Concilio Vaticano II habla conminado a los laicos, a que respondieran con ánimo generoso y prontitud de corazón a la voz de Cristo, que en esta hora invita a todos con mayor insistencia.

En el Sínodo, los laicos participantes cantaron su cada vez más estrecha colaboración con la Jerarquía:

por el nuevo estilo de colaboración entre sacerdotes, religiosos y fieles laicos; por la partici­pación activa en la liturgia, en el anuncio de la Palabra de Dios y en la catequesis; por los múltiples oficios y tareas confiados a los fieles laicos y asumidos por ellos; por el lozano florecer de grupos, asocia­ciones y movimientos de espiritualidad y de compromiso laicales; por la participación más amplia y significativa de la mujer en la vida de la Iglesia y en el desarrollo de la sociedad.

Son logros positivos que patentizan una mayor apertura en la Jerarquía y sacerdocio para la responsabilidad propia de los laicos, y una más viva conciencia de los laicos para pertenecer substancialmente a la savia.

No fue fácil obviar los dos abismos que insinúan engullir al lai­co:

la tentación de reservar un  interés tan marcado por los servicios y las tareas eclesiales, de tal modo que frecuente­mente se ha llegado a una práctica dejación de sus responsabilida­des específicas en el mundo profesional, social, económico, cultural y político, lo que significa que se han pasado de raya en su entu­siasmo, con el absentismo de sus propios fundamentales deberes de ciudadanos; mientras la otra sutil tentación desea legitimar la in­debida separación entre fe y vida, entre la acogida del Evan­gelio y la acción concreta en las más diversas realidades temporales y terrenas (n° 2):

el peligro latente de la mentira de la vida con la conducta doble de la bella del día y de la noche.

SITUACIONES Y TAREAS PROPIAS

La viña del Señor no es estática: crece, se desarrolla, está amenazada de padriscos y animales destructores. El laico tiene su propia labor:

Nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, redaman hoy, con fuerza muy par­ticular, la acción de los fieles laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpa­ble. A nadie le es lícito permanecer ocioso.

La situación del mundo se ha complicada y agravado desde las soluciones del Vaticano II. Jesús urge su llamada al laico, desea comprometerle, ya que las amenazas a la viña son temibles: 1) indi­ferencia religiosa y ateísmo; 2) desprecio de Dios: el hombre se olvi­da de Dios, lo considera sin significado para su propia existencia, lo rechaza poniéndose a adorar a los más diversos ídolos; 3) secularismo personal y comunitario; 4) descristianización de los ambientes de antigua tradición cristiana.

Como paradoja,

el mundo actual testifica, siempre de manera más amplia y viva, la apertura a una visión espiritual y trascendente de la vida, al despertar de una búsqueda religiosa, el retorno al senti­do de 4o sacro y a la oración, la voluntad de ser libres en el invocar el nombre del Señor (4).

En este caldo de cultivo se precisa la figura investigadora, orientadora, impulsora, edificadora del laico.

DIGNIDAD DE TODA PERSONA

Es la base de todo proyecto divino. Pero dicha dignidad es vio­lada, al no ser reconocida y amada en su dignidad de imagen vi­viente de Dios. Violaciones multiplicadas de la vida, de la integridad física, de la casa, del derecho al trabajo, de la procreación, de la par­ticipación en la vida pública, de las nuevas vidas criminalmente evita­das y atropelladas. Toda persona es sagrada, y no debe ser aniquila­da, ni despreciada ni violada. Surgen actualmente corrientes de hu­manismo, de protesta contra los abusos y de favorecimiento de los derechos: el ser protagonistas, creadores, de algún modo; de una nueva cultura humanista, es una exigencia universal e individual (5).

El laico ha de situarse ante una sociedad en conflictividad, que engendra violencia, terrorismo, guerra. Clama la sociedad por la verdadera paz, y se multiplican personas y grupos que la procuran, con su generosidad en el campo político y social.

Es el agro complejo adonde el Señor envía a sus laicos. Su consigna es nítida y eficaz:

La Iglesia sabe que es enviada por El como signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano… En este anuncio y en este testimonio los fieles laicos tienen un puesto original e irreemplazable: por medio de ellos la Iglesia de Cristo está presente en los más varia­dos sectores del mundo, como signo y fuente de esperanza y de amor.

Ahí debe estar el laico, sólo él, ya que es su puesto de mando.

3.12.12

Herejía de la actividad

El Papa acaba de promulgar el Motu proprio De caritate ministranda sobre el servicio de la caridad, en él recuerda una vez más que

La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia). Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra (Carta enc. Deus caritas est, 25).

Se ha dicho que el gran pecado capital del tiempo presente es, que no disponemos de tiempo para Dios. Tenemos tiempo ciertamente para todo lo demás pero no para orar, y cuando decimos que no tenemos tiempo para la oración en realidad es que estamos diciendo que no tenemos tiempo para Dios. Nuestro tiempo queda absorbido por una serie de actividades, reuniones, compromisos, preocupaciones y problemas, frecuentemente excesivos, que impiden darle el tiempo necesario a la oración.

La unión entre contemplación y acción constituye el verdadero apostolado, que consiste en anunciar a Jesucristo, así como acción y oración continua se alternaban y unían armoniosamente en la vida de Jesús, durante el día enseñaba en el Templo y salía a pasar la noche en el monte llamado de los Olivos (Lc 21, 37), después de despedirse de ellos se fue al monte a orar (Mc 6, 46).

Benedicto XVI es muy realista respecto al hecho de que la pobreza, las injusticias y desigualdades existentes en el mundo, son para unos, muchas veces el camino hacia las ideologías, creyendo que ellas pueden ser una solución universal de los problemas de la humanidad, y que para otros, se puede convertir en un pesimismo que nada puede hacer frente a la cruda realidad. Para evitar estas dos extremas posturas, el Papa subraya que la oración se convierte en estos momentos en una exigencia muy concreta, como medio para recibir constantemente fuerzas de Cristo (Carta enc. Deus caritas est, 36), reafirmando la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo de muchos cristianos comprometidos con el servicio caritativo (37).

La vida de oración es la fuente: es mucho mejor transmitir a otros lo que se ha contemplado, que contemplar solamente (Suma Teológica, Tomás de Aquino).

Me llamó la atención hace algunos años un artículo titulado Los demonios del evangelizador que abordaba el hecho de que muchas veces la acción apostólica queda paralizada por demonios como la confusión, la impaciencia, la ineficacia, el individualismo o la excesiva planificación, pero no decía nada sobre el primado de la oración por sobre la actividad. Es decir no mencionaba al demonio del activismo, ese que por el que el mundo contemporáneo está tan fascinado que ha perdido el sentido de la contemplación.

Muchas veces quienes estamos comprometidos en el apostolado al buscar resultados eficaces podemos quedar atrapados en un simple activismo y perder el sentido de la contemplación. Si hay quienes tienen cierta repugnancia por ejemplo a los grupos de oración, ¿no será porque han caído en lo que los Papas modernos llaman herejía de la actividad? El evangelizador debe llenarse de Jesús para luego darlo a los demás. El demonio del activismo desvía la evangelización hacia la multiplicación de actividades, haciéndonos perder el horizonte de que es el Espíritu Santo el primer protagonista de todo apostolado y que por tanto la evangelización descansa sobre la oración y en la iniciativa primera de Dios.

En la proposición 36 del reciente Sínodo sobre La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana, los padres sinodales se refieren a la dimensión contemplativa del apostolado evangelizador, que se alimenta continuamente a través de la oración y enfatizan que el agente principal de la evangelización es el Espíritu Santo.

Lo planteaba ya Dom Chautard en su clásico El alma de todo apostolado:

El cardenal Marmillod ha calificado de herejía de la caridad esa actividad febril que utiliza los grandes medios humanos como si bastaran para el avance del Reino de Dios. Admitiendo teóricamente que Cristo es el iniciador de toda actividad apostólica, se obra como si su presencia y su acción fueran superfluas. Relegar lo esencial a segundo plano, es en los que trabajan- inconscientemente sin duda- los partidarios de una espiritualidad acomodada al gusto de hoy, cuando afirman que la vida de oración y la vida eucarística no responden ya a las exigencias de la vida moderna. Se obra como si el éxito dependiera de la habilidad y destreza del operario, como si se pudiera prescindir de Dios para comunicar a los hombres la vida divina.

El Papa Pablo VI afirmó (31-I-1968) que no puede ser verdadero evangelizador aquel que no tiene una personal, profunda, ardiente vida interior.

El cristiano sin oración es un enfermo grave: no sabe hablar con Dios, su Padre. Le falta para ello luz de fe o amor de caridad. Aunque está bautizado, y Jesús le abrió el oído y le soltó la lengua, sigue ante Dios como un sordo mudo: ni oye, ni habla (Mc 7,34-35).