Preferencia por la mujer
Mulieris dignitatem, IV
La impronta pontificia de Juan Pablo Magno la sintetiza su lema mariano-montfortiano: «Totus Tuus» («Soy todo tuyo María»), consecuentemente, todo lo que escribió y dijo de la mujer lo expresó con la mirada puesta en María.
Las más bellas páginas de intimidad de Jesús son con la mujer. No conocemos los detalles de su relación con su Madre, que, conocidos a los dos en su inigualable santidad, se verificaría en un clima de admiración mutua, de respeto extremo, de cariño desbordante, de fidelidad ejemplar.
Son muchas las mujeres relacionadas con Jesús, a las que trata como no era usual en su época, y no solo en privado sino en público, porque desea introducir una nueva conducta respecto a la mujer, aún contra las tradiciones seculares de su Pueblo de Dios.
Los Apóstoles se espantan de que hable a solas con una mujer perdida como es la Samaritana, pero anhela dar una lección a sus mismos seguidores judíos, de que abordar a una mujer puede realizarse con la misma pureza y utilidad divina que a un varón. Se enternece, quizás como nunca, ante la visión de la viuda de Naím, que perdió a su único hijo, hasta el punto de que el evangelista señala toda la profunda emoción hasta las lágrimas. Todos los varones de Israel, presentes en la denuncia contra la adúltera, incluidos sus discípulos, se aprestaban a lapidar a la mujer, siendo solo El quien interpreta la ley mosaica con la misericordia que faltaba a los suyos. Defiende con entusiasmo a la pecadora que lava sus pies con perfume costoso, aunque esta acción le sirviera de condenación por parte de los presuntos justos. Y la elección de Magdalena para que llevara el mensaje oficial de Jesús a los Apóstoles sube hasta lo inverosímil, hasta el punto de que los Apóstoles “no creen a las mujeres", con lo que denotan su forma de tratar a las féminas.
Igual ante la salvación
El hecho de ser hombre o mujer no comporta aquí ninguna limitación, así como no limita absolutamente la acción salvífica y santificante del Espíritu en el hombre el hecho de ser judío o griego, esclavo o libre… el Espíritu Santo, que realiza esta unidad en el orden sobrenatural de la gracia santificante, contribuye en igual medida al hecho de que “profeticen vuestros hijos” al igual que “vuestras hijas"… La «igualdad» evangélica, la “igualdad” de la mujer y del hombre en relación con las “maravillas de Dios", tal como se manifiesta de modo tan límpido en las obras y en las palabras de Jesús de Nazaret, constituye la base más evidente de la dignidad y vocación de la mujer en la Iglesia y en el mundo. Toda vocación tiene un sentido profundamente personal y profético; entendida así la vocación, lo que es personalmente femenino adquiere una medida nueva: la medida de las “maravillas de Dios", de las que la mujer es sujeto vivo y testigo insustituible (16).
Juan Pablo II nos da exacta la visión de la mujer desde la perspectiva de Dios, que es la de su Iglesia, heredada de su interpretación. Otra cosa es que los hombres, dominadores de la sociedad, contemplen así o de otro modo egoísta la dignidad y la misión de la mujer. Lo que a nosotros sobre todo nos debe interesar es la preferencia que Dios muestra por la mujer; tiene que ser así, visto que la respuesta al amor y a la búsqueda de Dios es más intensa y universal en la mujer que en el hombre. Pruebas a canto, con profusión, en la asistencia a nuestros templos y en la participación en los actos litúrgicos y sacramentales.
Amada por sí misma
Dios creo maravillas: astros luminosos e inmensos; lagos y mares lindísimos; aves con variedad todavía incalificable, y con todas las gamas de la belleza integral; flores y plantas con una profusión y diferencia que abruma por su forma, color y perfume; sin embargo, creó todo para el servicio y la utilidad del hombre, rey de su creación.
Una excepción: el ser humano es el único entre las criaturas del mundo visible que Dios Creador ha amado por sí mismo… para la entrega sincera de sí mismo a los demás. Decir que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios quiere decir también que el hombre está llamado a existir “para” los demás, a convertirse en un don (7).
Sobre todas las flores y las aves, sobre los astros y los mares, es amado el hombre, es amada por Dios la mujer. Y, por el ejemplo de Dios, que se derrama en sus criaturas, nace la vocación humana de entregarse al servicio y a la felicidad de los demás. Quien observa las entretelas de una familia, bien pronto se percatará que en esta dádiva de las personas a otras, de ordinario hay un abismo entre el hombre y la mujer, favorable a la mujer. Lo puedo testificar por mi propia experiencia; y quizás también el lector, si es sincero.
La mujer, que, en su ambiente, no se sienta suficientemente estimada, respetada, ayudada y mimada, dese cuenta de que se trata solamente de una conducta meramente humana, ya que en el secreto de las relaciones entre Dios y los hombres no existe esa discriminación; y, si la existiera en casos concretos, sería a su favor en vista de su más ardua labor entre los hombres.
En la mayor parte de las familias, es la mujer, la madre, el elemento eficaz de la unidad entre sus componentes. Por su amor siempre más sensible y operativo que el del hombre en el campo de las relaciones personales, que llega desde los exquisitos cuidados al niño hasta las atenciones extraordinarias al anciano compañero.
En ese sentido, bien puede afirmarse que su vocación y su dedicación son superiores a las del varón. Sus brazos siempre están más próximos al pecho y al corazón de los varones que viceversa. En admiración y honor de las mujeres que nos hicieron hombres.
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