El secreto de un obispo
En una sociedad como la que vivimos, tantos falsos paradigmas, de tantos ídolos creados por la propaganda y por los llamados formadores de opinión, se hace más apremiante que nunca destacar la necesidad de un reencuentro con el tiempo áureo y los paradigmas. Ello significa muchas veces remar contra corriente. Pero es el único camino (Arquetipos cristianos, Alfredo Sáenz, S.J.).
Es por todos sabido, cómo san Ignacio de Loyola, convaleciente de una herida de guerra no encontró otra cosa para leer que La vida de Cristo y La vida de los santos. Con la lectura de esos dos escritos, Íñigo se dio cuenta por primera vez, que había un combate más importante que vencer, la batalla contra las poderosas fuerzas del Enemigo de las almas, en la cual la recompensa es la más grandiosa de todas: la vida eterna.
Pocas cosas pueden elevar tanto el alma de una persona, como la heroica vida de otros. Consta por experiencia que la santidad es argumento eficacísimo para convencer a los hombres de la verdad y misión divina de la Iglesia, como lo recordara el Papa Pablo VI en la canonización de Santa Beatriz de Silva:
Los santos representan siempre una provocación al conformismo de nuestras costumbres, que con frecuencia juzgamos prudentes sencillamente porque son cómodas. El radicalismo de su testimonio viene a ser una sacudida para nuestra pereza y una invitación a descubrir ciertos valores olvidados (3-10-1976).
La sal preserva a la carne, no porque es semejante a la carne, sino porque le es desemejante. De ahí que cada generación es convertida por el santo que más la contradice (Chesterton).
El mérito excepcional de la acción ejercida por los santos sobre el mundo, radica en su permanencia: esos hombres, esas mujeres de Dios, que dominaron su época, y, con sus virtudes o con su genio, subyugaron a sus contemporáneos, continúan, mucho tiempo después de su muerte, desempeñando su papel sobreeminente de inspiradores, de guías espirituales que merecen ser escuchados y seguidos.
Como escribió Daniel Rops: Ante tales ejemplos, todo es vano, todo es literatura. Y sólo nos queda el considerar, en el silencio y la oración, ese misterio de Cristo presente en nuestro tiempo como lo fue en cualquier otro tiempo pasado, ese misterio de Cristo presente por medio de sus santos.
Guillermo Emmanuel conde de Ketteler, (1811 – 1877), obispo de Maguncia, fue una de las personas más destacadas y valientes en la lucha por la libertad de conciencia y de la Iglesia de Alemania en el siglo XIX, durante la Kulturkampf («lucha cultural») de Bismarck; y asimismo, uno de los iniciadores del pensamiento y del movimiento social católico, (cf. Benedicto XVI, Deus caritas est, nº 27), a tal punto que el Papa León XIII, conocido como el Papa de los obreros, había dicho que el obispo Ketteler fue supredecesor.
Pero hay un secreto desconocido de la vida de este obispo pionero de la doctrina social de la Iglesia que debe servir de ejemplo para cada cristiano.
El conde Ketteler, que había estudiado con los jesuitas suizos en Brig, sólo pensaba en los honores, los placeres, el dinero y el prestigio, a efecto de lo cual estudió derecho en las universidades de Gotinga, Heidelberg, Munich y Berlín. En 1935 ingresó al funcionariado del Gobierno en Münster, cargo al que renunció, según se lo dijo a su hermano en una carta, porque no quería servir a un Estado que exige sacrificar la conciencia.
Pero un día, a la edad de 30 años, con la velocidad del rayo, decidió hacerse sacerdote. En 1844 fue ordenado presbítero, y ordenado obispo de Maguncia en 1850.
Ya en 1869, conversando con otro obispo, Monseñor Ketteler, le confió a éste, que existía una persona que por él había dedicado toda su vida a Dios, a quien él le debía toda su vida y todas sus obras incluyendo su vocación.
Al día siguiente los dos prelados celebraron el Santo Sacrificio de la Misa en la capilla de una congregación de religiosas. Al momento de la Santa Comunión, el obispo de Maguncia tuvo un susto al acercarse a la balustrada una de las monjas, pero recobrando inmediatamente el dominio de sí mismo, le administró la Sagrada Hostia.
Después de la Misa el obispo Ketteler pidió a la Madre Superiora que reuniera a todas las hermanas, hecho lo cual, tuvo que preguntar: ¿Están realmente todas?, admitiendo la Superiora que faltaba una, la que esmeradamente cuidaba los establos, y que por su esmero a veces olvidaba otras cosas. Cuando llegó la religiosa el obispo empalideció. La religiosa había nacido hacía 33 años, el mismo día en que Guillermo Emmanuel se había convertido a raíz de una visión en la que había visto a Jesucristo resplandeciente enseñándole su Corazón, y arrodillada ante Él vio a una humilde monja en actitud suplicante, de quien oyó decir a Jesús: Ella ora incansablemente por ti.
Evidentemente, hacía 20 años que la hermana rezaba, ofrecía sus trabajos del convento, a veces desagradables, y sacrificaba su hora diaria de adoración eucarística, para que el Corazón de Jesús los hiciera llegar a quien Él así lo dispusiera.
Al Cielo le agrada la santidad silenciosa y discreta, que se consume en el amor a Dios y al prójimo, que ama en fidelidad y obediencia y sirve en silencio y en paz, de esa oración nacen las verdaderas vocaciones al sacerdocio.
3 comentarios
Pidamos tu y yo por las vocaciones para sacerdotes .
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