De la nochevieja al nuevo año
Para los paganos, la historia es cíclica, una rueda de la fortuna, una serie de eventos que ocurren en círculos. Para el cristiano la historia avanza en línea recta hacia una meta muy concreta.
El 31 de diciembre es una fecha importante. Quitar la última hoja del calendario, produce la sensación de que se ha cercenado algo, y es verdad, ya que el cambio de un nuevo calendario, lleva consigo la pérdida o la ganancia de un año que no retorna. Quitamos el calendario que nos ha servido de orientador durante 365 jornadas, y muchos lo quitamos con temor, porque en cada hoja que hemos retirado de él, se ha ido parte de nuestra vida.
El año viejo se va con un inmenso gozo para quien lo ha aprovechado con miras a la eternidad, para quien ha tratado de ser fiel a Dios en el cumplimiento de sus mandamientos, para quien se ha acercado continuamente al hermano desconocido para verter en él simpatía y ayuda, para quien ha luchado como buen soldado en cumplir sus obligaciones profesionales, humanas y sociales.
Y es estremecedor para el que no ha aprovechado cada una de las grandes oportunidades que Dios le ha concedido para que pudiera alcanzar el contenido de la invitación de Jesús: Amontonen los tesoros del cielo.
Escribió el beato Federico Ozanam:
Todos somos siervos inútiles, pero servimos a un Señor absolutamente económico, que no permite se pierda nada, ni una gota de sudor de nuestra frente, como tampoco se pierde una sola gota de rocío. No sé qué suerte espera a este libro; si lo terminaré o siquiera llegaré a terminar la página que oprimo bajo mi pluma. Pero sé bastante como para poner en ella el resto, grande o pequeño, de mi fuerza o de mis días.
Para muchos, el acto de cambiar de calendario ha sucedido sin inquietudes, como si nada trascendental ocurriera. El nuevo calendario trae novedad y nos anuncia que borrón y cuenta nueva, pero no debe ser así, porque quizás no tengamos oportunidad de cambiar muchos calendarios más, y cada substitución debe considerarse con mucha seriedad.
El año nuevo que recibimos supone un regalo de Dios que sigue tolerándonos, avisándonos, recibiéndonos, perdonándonos. Y, sobre todo, animándonos a aprovecharlo completamente, porque podría ser lo último que nos ofrece.
No es un juego de palabras: es un año nuevo que debería ser un nuevo año. Nuevo significa que nos vamos renovando, arrojamos toda la basura humana para substituir nuestro interior con la sala bien acondicionada. Nuevo, porque hemos adoptado el camino de la fidelidad con Dios, y cada hojita del calendario está llena de nuestros méritos por las buenas obras realizadas. Nuevo año, porque nos armamos de mayor fe y confianza en Dios a quien tratamos cada vez más íntimamente. Nuevo año, porque nos preocupamos mucho de qué tesoros podemos y debemos conquistar en nuestra existencia, sin perder un solo día para enriquecernos. Nuevo porque somos más amables y caritativos con todos, sobre todo con los que se hallan en una situación más deplorable que la nuestra. Nuevo año, porque no nos empujan en nuestro peregrinar sentimientos puramente materiales sino el impulso continuo de una gran esperanza de alcanzar la felicidad plena que Dios nos quiere regalar.
El año nuevo es un día más, pero debería no serlo, ya que la pérdida del año anterior y el comienzo de uno nuevo que podríamos desaprovechar con nuestras negligencias da mucho que reflexionar, hasta el punto de constituirse en una persistente preocupación que nos ayude a elevarnos un poco más de las realidades terrenas para sumergirnos en Dios como en una atmósfera normal y graciosa.
No se trata de cosas nuevas, sino viejas. Predicadas ya por los profetas, por Jesucristo y por sus apóstoles. Aunque quizás para alguien sean nuevas, por desgracia.
No se trata de cosas tristes. Aunque hay una tristeza que “se convierte en alegría” y engendra salvación (cf. 2 Cor 7, 10).
No se trata de dedicar algunos días a la piedad. Aunque sería justo dar días al alma, ya que damos meses y años al cuerpo. Escribía San Bernardo: Si no siempre, al menos con frecuencia; si no con frecuencia, al menos alguna vez.
Se trata de ordenar la vida, es decir resolver los problemas de nuestra existencia temporal y el negocio de la vida eterna.
Para ello necesitamos que Dios ilumine nuestro entendimiento y excite nuestra voluntad. (Un mundo que busca a Dios, Eduardo Arcusa, S.I.).
Dios nos ha dado un año. En él podemos conquistar la felicidad eterna del cielo, o, en este año podemos perder la última oportunidad. Solo depende de cada uno. Acostumbrémonos a ver en el calendario algo más que una colección de hojas que nos señalan tiempos; ver a través de ellos las oportunidades de enriquecerse para la eternidad. De nuestra parte hemos de guardar la consigna que daba Roothaan: Calla. Escucha. Reflexiona. Ora.
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