Con Jesús o contra Jesús
Luego del pecado cometido por nuestros primeros padres en el jardín, Dios dijo a la serpiente: Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar” (Gn 3, 15). Este sagrado texto del protoevangelio, revela una lucha crucial, singular y absoluta, entre el tentador Satán y el futuro Redentor, Jesucristo, que resonó a través de los tiempos y los pueblos. Cuántas esperanzas no descansaron sobre esta profecía en espera del Redentor prometido del género humano, que terminará en triunfo para la descendencia de la mujer (cf Lumen Gentium, n. 55).
Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia pobre (cf Lc 2, 6-7); unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo (cf Lc 2, 8-20).
Emociona contemplar la actitud de humilde fe de los pastores ante el mensaje que reciben de los ángeles la noche de la Navidad. Dejan sus rebaños a buen recaudo, toman algunos sencillos obsequios y se dirigen hasta la gruta donde adoran a su Dios, le expresan su gratitud y su amor y dejan en sus manos lo mejor que tienen entre sus pertenencias.
Un poco más tarde los Magos reciben el mensaje de la estrella, también ellos dejan su hogar y se embarcan a la arriesgada aventura de un largo viaje, llegan a Belén, adoran reverentemente a Jesús como a Dios y Señor. Le ofrecen, oro, incienso y mirra, y le manifiestan su admiración por su categoría, su sumisión por la dignidad, su amor por la delicadeza que mostró al venir al mundo y avisarnos de tan maravillosa noticia.
Pero hay un personaje desconfiado, diverso, enemigo de la realidad de la Navidad, es Herodes. La noticia del nacimiento de su Salvador no le alegra, disimula su estupor ante los magos y les pide que le manifiesten dónde lo han hallado para aniquilarlo.
Actitudes contrarias de la Navidad, que se repiten también hoy, y parten en dos a la humanidad: El egoísmo tanto del grupo como el individual, nos tiene prisioneros de nuestros intereses y deseos, que contrastan con la verdad y nos dividen unos de otros. Despertad nos dice el Evangelio. Salid fuera para entrar en la gran verdad común, en la comunión del único Dios (Benedicto XVI, 24-XII-2009).
Por una parte quienes necesitan a su Dios, se preparan íntimamente a recibirle, anhelan el encuentro personal con su Redentor en la cuna de Belén y gozan con el mensaje de su Dios, que desde la cuna les dirá: ¡no, yo no quiero la condenación del pecador, sino que se convierta y viva! Es un mensaje repetido por casi todos sus grandes profetas a través de los siglos.
Hay que elegir a tiempo. Interesa mucho la actitud que elija cada uno de nosotros ante el Dios Niño: lo aceptamos o lo rechazamos.
Lo adoramos y acogemos como los pastores y magos, o lo tratamos de degollar como Herodes. De este Niño no se ríe nadie, ya que Él juega la última carta y la última partida. Ante su tremenda y majestuosa presencia de Juez Eterno acudiremos todos, uno por uno, con tiempo suficiente para contentar nuestra vida con sus transgresiones y traiciones, y con actos generosos de bondad, nadie, ninguno se escapa de ese puente. El poderoso Herodes debería presentarse ante el Juez Jesús, lo mismo que el más modesto de los pastores. Como también pasaremos ante ese tribunal Usted y yo.
Importa mucho como conciba yo la Navidad, y como me prepare a celebrarla, como fiesta profana, o como encuentro gozoso, amistoso con mi Dios hecho Niño.
Herodes combate la Navidad matando niños. Es la ideología del mal encarnada en las estructuras sociales, que atenta contra la sacralidad de la vida humana, promoviendo la manipulación genética, esterilizaciones masivas, corrupción de la inocencia, eutanasia -ahora extendida también a los niños-, y, sobre todo el aborto que ataca la raíz misma de la vida.
Más que la lucha marxista de clases, lo que divide a los hombres en dos vertientes es la Navidad: o se acoge dignamente al Divino Niño en fervorosos deseos de verle y recibirle sacramentalmente, mientras en su divina esencia le veo y gozo en el cielo, o se la rebaja a una especie de carnaval.
Apresuremos con nuestro deseo el momento de su llegada; purifiquemos nuestras almas para que sean su mística morada y nuestros corazones para que sean su mansión terrenal; que nuestros actos de mortificación y desprendimiento “preparen los caminos del Señor y hagan rectos sus senderos”.
¡Feliz y santa Natividad del Señor!
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