Entre las aportaciones más importantes que el cristianismo ha hecho a la Filosofía, está la identificación de Dios como el Ser Absoluto. Esa aportación no fue cualquier cosa, sino que trajo como consecuencia importantes ajustes en la visión del universo, porque bajo la perspectiva cristiana, en sentido estricto, sólo Dios es, puesto que todos los demás entes están sujetos al devenir. En el cristianismo, todos los entes que no son Dios no son perfectos e inmutables como lo es el Ser. De hecho, siguiendo a Aristóteles, el cristianismo sostiene que todo movimiento implica el ser e implica el no ser plenamente. Cambiar es adquirir o perder ser. Basta recordar que Aristóteles definió el movimiento como acto de lo que está en potencia en tanto que está en potencia. La potencialidad aristotélica va actualizándose progresivamente de suerte que manifiesta cierta falta de actualidad que va adquiriendo. Sin embargo, hay que observar que Aristóteles concebía un mundo eterno que dura fuera de Dios y sin Dios, y a esto la Filosofía cristiana aportó la distinción entre la esencia y el acto de ser que revolucionó el pensamiento aristotélico al afirmar que fuera de Dios, todo lo que es, podría no ser lo que es, o incluso podría simplemente no ser.[1] La contingencia del mundo es una novedad metafísica que proviene del cristianismo. Si Dios es el Ser: “Yo soy” tal y como lo presenta el Éxodo, todos los demás entes que no son Dios sólo pueden recibir su ser de Él.
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