La vida interior en la moral cristiana frente al helenismo
A diferencia de los griegos y de los modernos, el cristiano considera que Dios es el ser creador, conservador y providente, que todo lo sabe porque todo es hecho por Él. Nada subsiste sin Él y nada se le escapa. Dios conoce los secretos de los pensamientos de cada hombre,[1] de modo que sus juicios son justos porque conoce lo que hay en el interior de los hombres.
De lo anterior se sigue que, para el cristiano, antes que el acto exterior, ya se realizó el acto moral en el interior de la persona. Todo consentimiento interior es un acto que queda a la vista de Dios de la misma manera que el acto exterior queda a la vista de los hombres. El cristiano es consciente de que lo que para los hombres no cuenta, porque no son actos exteriores, es muy importante para Dios que ve el interior del hombre. El bien o el mal se ejecuta en el interior, antes de las acciones y de las palabras, porque todo lo que el hombre hace viene del corazón.[2] De modo que no sólo nuestros actos sino también nuestros pensamientos están a la vista de Dios.[3] Antes que los actos y las palabras está el pensamiento como inicio y fundamento del acto bueno y del pecado. Es así que el acto moral, que es opaco aun para el que lo realiza, es totalmente luminoso para Dios. Porque Dios ve la intención que es el movimiento de la voluntad que tiende hacia su fin.[4] El intelecto ilumina a la voluntad de modo que en la voluntad se produce la intención del fin que es la causa y el origen de la elección de los medios. Por eso el fin es la fuente principal del acto humano, puesto que mueve toda la acción al punto de que, si la intención o el fin es malo, todo lo que se haga para alcanzarlo será malo porque se hace para el mal.[5] Sin embargo, cuando los medios son malos, si el fin es bueno, aunque el fin nunca hace buenos los medios, atenúa su maldad.[6]
En el cristianismo el consentimiento interno tiene una importancia preponderante sobre el acto. Para el cristiano una cosa es pecar y otra realizar el pecado externamente. A Dios le interesa el ánimo con el que hacemos las cosas según nuestra intención. Lo más importante es el espíritu que anima al hombre a hacer las cosas que se funda en una ley divina que es la norma suprema de las intenciones y de las acciones. De aquí que tome un valor muy grande la conciencia por la que aplicamos el conocimiento racional a nuestra conducta para juzgarla. A veces juzgamos antes del acto, otras durante el acto y otras después del acto. Pero cuando juzgamos porque vamos a realizar un acto atendemos a la intención del mismo. La conciencia aplica los principios para juzgar la adecuación de la acción a realizar con el dictamen de la conciencia, y si se equivoca el acto es malo. Pero es muy importante destacar aquí, que la conciencia debe comparar su juicio con la ley moral natural objetiva, y en ese caso, si la conciencia es invenciblemente errónea, la intención es buena pero equivocada, es decir, la conciencia es recta pero errónea y en el cristianismo la voluntad está obligada a conformarse la prescripción de la conciencia. De modo que el acto será malo porque causa un mal, pero moralmente inculpable por causa de la ignorancia invencible.
A diferencia del cristianismo cuyo criterio objetivo de moralidad es la ley moral natural que es ley divina a la que se ha de subordinar siempre la conciencia moral, en los griegos, en especial Aristóteles lo que califica la voluntad, no es el objeto en sí mismo, sino en el objeto como es percibido por la razón. Será bueno o malo según se lo presente la razón como un bien que hay que hacer o un mal que hay que evitar. En un sentido análogo al de Aristóteles, Santo Tomás nos dice que aunque lo que se quiere sea muy bueno, si la conciencia lo juzga malo porque está equivocada, entonces la voluntad debe rechazarlo porque si lo acepta su acto será moralmente malo.[7] Sin embargo, Santo Tomás, siempre rechazó la moral de las intenciones. Siempre vio que no era lo mismo querer dar una limosna que darla. También vio que no era lo mismo querer matar un hombre sin matarlo que matarlo. En este punto el cristianismo ha sido muy consciente de que cuando el hombre adultera en su corazón, ese adulterio es verdadero, pero si lo realiza externamente es otro adulterio. El cristianismo reconoce que más allá de lo que nos puede parecer bueno o malo, está lo bueno o malo en sí mismo y objetivamente. Y aunque la conciencia invenciblemente equivocada obliga a obrar, también tenemos la obligación de buscar la verdad para que nuestra conciencia juzgue conforme a ella.
La moral aristotélica enseña al hombre los medios para alcanzar la felicidad como su último fin que consiste en vivir conforme a la mejor y la más completa de las virtudes humanas.[8] Sin embargo, hay una diferencia de la relación de los medios con los fines con respecto al cristianismo. El concepto de bien y mal es distinto, porque en Aristóteles, el fin que califica la acción moral, no es ofrecido a la voluntad humana como un término impuesto por Dios a la creatura. La relación entre el medio y el fin en Aristóteles es una relación de conveniencia, mientras que la relación entre el medio y el fin en el cristianismo es de obligación. La ley divina conlleva una obligación moral. El mundo pagano, no conoció el verdadero fin del hombre y por lo mismo sus acciones no se referían conscientemente al fin que les era exigido por el autor personal de las normas. El mundo pagano griego y latino, no tuvo las condiciones para alcanzar una moralidad bien definida. No supieron cuál era el soberano bien del hombre. Los griegos no conocieron la existencia de un Dios personal, único y verdadero. Y por eso, el fin de toda su actividad moral no es Dios, sino la felicidad que se alcanza con la vida virtuosa.
Aristóteles ubica la felicidad como un bien que consiste en una vida completa del hombre. Para él la felicidad no es algo que trascienda la vida moral y que la perfeccione. El fin que Aristóteles persigue, es el de la vida moral misma, los actos que serán recompensados naturalmente por la felicidad. Por eso los medios tienen tanta importancia en Aristóteles. Un medio sólo es bueno porque conduce al fin de modo que una vez elegido algo hay que alcanzar la virtud obrando espontánea y constantemente como lo quiere la naturaleza. El fin de la moral helénica es inmanente a la vida terrena. Lo cual es inaceptable para el cristiano que considera el fin del hombre como algo infinitamente trascendente al hombre. De modo que los medios quedan, por mucho, subordinados al fin. De hecho, el cristianismo se pronuncia en contra del pelagianismo que coincide con el helenismo, sosteniendo que no puede haber virtudes verdaderas si se desconoce el verdadero fin de toda virtud. Lo conveniente es lo que debe hacerse mientras el fin es el por qué debe hacerse. No hay virtud verdadera si no se sabe el verdadero fin de lo que es conveniente. La acción buena debe exigir internamente la intención de dirigirse al fin supremo que es Dios. Más aun, el hombre debe querer conformar su voluntad con la de Dios. Cada vez que se quiere un bien, hay que querer que lo que queremos sea conforme a la voluntad de Dios. Eso es importante porque esa conformidad de nuestra voluntad con la Voluntad de Dios es la que otorga formalmente el valor moral a la acción.[9] En el fondo de la acción moral cristiana, está la inclinación de la voluntad al fin que la razón le presenta y que constituye la fuerza que une al hombre con Dios por el amor.[10] El cristiano fija su intención al fin de modo que todo lo que experimenta a partir de eso se orienta hacia Dios.[11] El cristiano ha de elevar su acción al orden de la caridad obteniendo virtudes sobrenaturales que nacen del amor a Dios sobre todas las cosas. El cristiano a diferencia del griego, ya no busca construirse una vida feliz, sino pedirla a un Dios personal que es capaz de darla. Porque nadie ama más al hombre que Dios y por eso sólo Dios puede hacerlo feliz.
El sabio estoico es sabio si es libre, mientras que el sabio cristiano es sabio si sabe que desea ser libre pero que no puede serlo sin Dios. El cristiano sabe que nada tiene que no haya recibido de Dios. Es Dios el que mueve la voluntad del hombre para que se dirija hacia Él, es decir, para que sea una voluntad buena. Toda la actividad moral del hombre cristiana está regulada, dirigida, y en última instancia mesurada por Dios.[12] Y Dios lo hace mediante la ley que nos presenta a la razón. La moral cristiana da un sentido nuevo a la moral griega. El cristianismo saca de la moral griega el máximo provecho que en ella se encuentra implícito. Aunque la Ética siempre será una ciencia incompleta para lograr alcanzar todo lo que el hombre requiere para realizarse plenamente porque le hace falta el plano sobrenatural, los griegos no alcanzaron todo lo que de sus principios filosóficos podía extraerse, y gracias al cristianismo, la filosofía griega alcanzó un nivel muy alto de perfección.
Por todo lo anterior, para un cristiano es absurdo regresar y quedarse en los griegos. Pero también es absurdo querer prescindir de los griegos porque la Filosofía griega aportó mucho a la comprensión y profundización en el dato revelado. Lo que faltó a los griegos fue considerar a Dios como causa total y absolutamente consciente de la naturaleza y del hombre, del que nuestro ser y nuestra voluntad depende. No concibieron un Dios como ser único, creador, conservador, providente e infinito. El deber moral es un asunto filosófico que ya estaba establecido en los griegos, pero al que le hacía falta la noción del absoluto divino. El deber hunde sus raíces en la metafísica del Ser y específicamente en la doctrina de la creación que no es un asunto de revelación sino de razón, aunque históricamente el hombre haya alcanzado esa verdad a partir del dato revelado. Y es que no es que no haya podido deducirse una moral fundada en una doctrina de la creación de los principios griegos. Sino que simplemente los griegos no la descubrieron. Les faltó profundizar en sus mismos principios con los que pudieron haberla alcanzado. Por eso es tan importante el cristianismo para el desarrollo de la filosofía griega. Porque todo el trabajo del pensamiento medieval produjo una profundización y un avance en la filosofía griega que a su vez aportó herramientas muy valiosas para la intelección del dato revelado.
[1] Salmo 43, 22.
[2] Mt. 15, 18-20.
[3] Cfr. Justino, I Aplog., 15.
[4] “Dicendum quod intentio cordis dicitur clamor ad Deum: non quod Deus sit objectum intentionis Semper; sed quia est intentionis cognitor”. Aquino, Tomás de. S. Th., I-II, 12, 2, ad, 1.
[5] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II , q.12, a1. Y 2.
[6] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II , q.12, a.4, sed contra; S.Th., I-II, q.19, a.8, Resp.
[7] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., q.19, a.5.
[8] Cfr. Aristóteles. Etica Nicomaquea, I, 7, 1098 a 1-19.
[9] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.19, a.10, Sed contra.
[10] “Rectum dicitur ese cujus médium non exit ab extremis. Actus autem consideratur inter duo, auae quasi sunt ejus extrema, scilicet principium agens et finem intentum; unde in opere vel intentione rectitudo ese dicitur, secundum quod opus ab agente egrediens non praetergreditur ordinem debiti finis; et ideo illus est dirigere cujus est in finem ordinare. Sed ordinare in finem contingit dupliciter: vel ostendendo finem vel inclinando in finem. Ostendere autem finem rationis est, sed inclinare in finem est voluntatis: quia amor, in quo actus voluntatis exprimitur, est quasi quoddam pondus animae, secundum Augustinum” Aquino, Tomás de, In II Sent., 41, 1, 1, Resp.
[11] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.20, a.1, Resp.
[12] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.114, a1, Resp.
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