El amor cristiano frente al amor del helenismo.
Los griegos se percataron de que la vida humana tiene muchas exigencias que derivan de su corporeidad. Se dieron cuenta de que para luchar por ellas, el hombre tenía que colocarse él mismo como objeto de su deseo.[1] Quererse a sí mismo y luego querer todo lo demás en función del amor que se tiene de sí. El pensamiento griego fue consciente de que cada hombre busca ser feliz, pero la felicidad no es fácil de alcanzarse. Los griegos expresaron la conciencia de que el hombre busca una y otra cosa y siempre se queda con ganas de algo más. Porque todo lo que el hombre encuentra nunca es suficiente y por eso, en esta vida, el hombre no tiene paz, porque siempre hay deseo de algo más.
Como vemos, esto que expresaron los griegos es muy importante en la vida humana, pero hay algo más que el cristianismo vino aportar a los griegos epicúreos y estóicos es que esa insaciabilidad se debe a su capacidad de amar algo infinito. La conciencia cristiana, se percata de que el problema del amor en el hombre, está unido al problema del conocimiento. Se trata del intelecto cuyo objeto es la verdad y la voluntad cuyo objeto es el bien. Retomando las aportaciones de los griegos, el cristianismo se da cuenta de que el hombre busca la verdad y el bien sin saber dónde buscarlo. El hombre busca y busca en las creaturas y ahí nunca logra saciarse. Pero sabe que la saciedad sólo es posible en el amor de Dios. Y es que, a diferencia de los griegos, el cristiano sabe que el mundo es debido a un acto de amor que es la creación. Dios ha creado todo para participarle su gloria y bienaventuranza. Por eso todo en el cristianismo tiende hacia Dios, aun lo que no tiene conciencia de ello.
El cristianismo aporta al pensamiento griego el hecho de que las cosas buscan su bien, pero en esa búsqueda va implícita la búsqueda de Dios, y en el caso del hombre esa búsqueda es consciente. El hombre es una participación finita del amor de Dios. Pero además el cristianismo va mucho más allá porque considera la posibilidad del hombre de equivocarse de objeto y todo lo que eso conlleva aun cuando al elegir mal también vaya implícita la búsqueda de Dios. El cristiano ve todo desde otra perspectiva porque es consciente de que sin Dios el hombre no es capaz de amar ni de buscar a Dios. Y eso lo sabe porque sabe que Dios quiere que el hombre lo busque por amor. El cristiano sabe que la creación es a la vez un acto de amor y un acto creador de amor. Dios es la causa del amor, en que engendra el amor y lo causa en las creaturas como una imagen y semejanza de sí mismo. El amor que Dios tiene de sí, lo causa en los demás entes imprimiéndoles un deseo de su propia perfección. De ese modo Dios mueve a las creaturas a amarlo y por eso buscar a Dios significa haberlo encontrado. De hecho Santo Tomás nos recuerda que Dios crea el amor por el cual lo aman las creaturas.[2] Nacido del amor de Dios, el universo es movido desde dentro por Dios. El amor parte de Dios y vuelve a Dios.[3] La búsqueda de Dios es el amor de Dios en nosotros, y el amor de Dios en nosotros es nuestra participación del amor infinito por el cual Dios se ama.
La ética griega consideraba la insaciabilidad del hombre y hacía esfuerzos por que el hombre sufriera lo menos posible, pero al final, todas las propuestas éticas griegas conllevan un fondo de resignación ante la incapacidad de poder saciar la voluntad. El hombre elige entre bienes, los que le son de mayor utilidad para estar bien. Aun Aristóteles con el desinterés que implica el amor de amistad, no acaba de salir del plano de la utilidad porque para él es necesario el amor de concupiscencia en beneficio del amor de amistad, porque lo que desea el hombre, lo desea para sí. En cambio, en el cristianismo, que reconoce a Dios como Ser perfectísimo y Bien absoluto, objeto de la voluntad, irrumpe en el pensamiento la necesidad de un amor absoluto. De un objeto que no pueda quererse por otra cosa más allá de Él. El hombre cristiano desea su propio bien, pero sabe que todo amor humano es una participación análoga del amor que Dios se tiene a sí mismo. Y de esto se sigue que cuando el hombre ama las cosas y a Dios como un bien para sí, desvirtúa de alguna manera la esencia del amor. La exigencia cristiana del amor es muy grande porque hay que amar las cosas como Dios las ama y luego amar a Dios como fin, por ser Dios, es decir, por Él mismo como Él se ama. Pero aquí se presenta la paradoja puesto que resulta difícil que un ser finito y, por lo mismo interesado, pueda ser capaz de un amor desinteresado. Y es que se trata de una participación esencialmente interesada de un amor esencialmente desinteresado, amar a Dios como Dios se ama. Sin embargo, el cristiano sabe que esto es posible sólo porque el amor de Dios está en nosotros, de lo contrario sería imposible amarlo de esa manera. Aunque haya que reconocer que, en el caso del hombre, todo amor verdadero es desinteresado, pero al mismo tiempo recompensado. Y aun más, si es desinteresado puede ser recompensado puesto que el desinterés es su esencia misma, siendo la recompensa la dicha del amor.
De lo anterior podría objetarse que el hombre caído se prefiere a sí mismo en lugar de a Dios, porque pierde la gracia divina. Sin embargo, el cristiano sabe que aun con todo, cualquier amor creado es una participación del amor increado, con el que se identifica. El asunto es que el hombre caído, debe aprender que debe amar a Dios y cómo debe amarlo, aunque, como nos ha dicho Santo Tomás, de algún modo es natural que el hombre creado por Dios, ame a Dios más que a sí mismo. Y ese amor con el que el hombre prefiere a Dios sobre todas las cosas no es la caridad, sino debe ser perfeccionado por la caridad. Santo Tomás nos dice que lo natural no es que el hombre se ame más a sí mismo que a Dios, sino que el hombre creado por Dios ame más a Dios que a sí mismo, y por eso la gracia no tiene que destruir la naturaleza que ya está ordenada al bien, sino perfeccionarla.[4] La naturaleza humana es capaz de amar a Dios con la gracia que la oriente hacia su objeto.[5] Hay que recalcar que, independientemente de la gracia, en cada cosa que el hombre ama, ama a Dios más que a sí mismo y esto sucede por la naturaleza misma de la voluntad. Y es que, si el hombre ama naturalmente su propio bien, necesariamente ama aquello sin lo cual jamás alcanzaría ese bien que le es propio. Dios es el bien universal en que todo bien particular se halla contenido y del que el hombre depende en su ser. Es por eso que naturalmente lo quiere más que a sí mismo porque es la condición y la causa necesaria de su existencia y de su realización. Pero Dios no es un todo del que el hombre forma parte. Dios es el Bien supremo, causa de todos los bienes particulares. De hecho, los bienes particulares son analogados secundarios del Bien Absoluto que les participa el ser. Por eso, Santo Tomás nos ha enseñado, que lo que ama el hombre cuando ama cualquier bien particular, es amar la semejanza que esa cosa tiene con el Bien Supremo.[6] Querer una cosa es querer el bien que participa de Dios, es decir, querer la imagen de Dios. Y si se ama la imagen, con más razón se ama naturalmente más a aquello de lo cual es esa imagen. Por eso cuando el hombre se ama a sí mismo, en el fondo ama más a Dios. Y esto se encuentra en todas las tendencias naturales del universo. Porque cuando una cosa se perfecciona alcanzando su fin o su bien natural, tiende a asemejarse más a Dios. De hecho, todo ser físico al perfeccionarse se asemeja más a Dios.[7] Pero además el cristianismo va mucho más allá porque el hombre está llamado a la visión beatífica y al alcanzarla, logra la máxima semejanza a Dios que puede alcanzar.[8]
Como vemos, el cristianismo sabe que, en esta situación de naturaleza caída, mediante la gracia nos dirigimos a Dios logrando la semejanza con Dios y la conformidad con nuestra propia esencia afectada por el pecado. A diferencia del mundo griego, el cristiano sabe que, para que el hombre alcance toda su perfección requiere ser imagen perfecta de Dios, es decir, amor de Dios y por Dios. Y por eso el amor de sí y el amor de Dios no pueden oponerse porque son semejantes y análogos. El cristiano sabe que al amarse a sí mismo, en el fondo el hombre ama más a Dios.
Todo esto no pudo ser visto por los griegos. Por eso resulta tan valiosa la aportación del cristianismo, porque con la visión griega del amor, el hombre no puede más que resignarse a la frustración.
[1] Cfr. San Agustín, Epístola 140, II, 3.
[2] “Ad Deum autem pertinet quod moveat et causet motum in aliis; et ideo ad eum pertinere videtur quod sit amabilis, in aliis amorem creans.” Aquino, Tomás de. In liber de Divinis nominibus, Lect. XI.
[3] Idem.
[4] “Quia igitur bonum universale est ipse Deus, et sub hoc bono continetur etiam ángelus, et homo, et omnis creatrura, quia omnis creatura, anturaliter, secundum id quod est, Dei est: sequitur quod, naturali dilectione, etiam ángelus et homo plus et principalius diligat Deum quiam seipsum. Alioquin, si naturaliter plus seipsum diligeret quiam Deum, sequeretur quod naturalis dilectio esset perversa et quod non perficertetur per carittem, sed destrueretur.” Aquino, Tomás de, S.Th., I, q.60, a.5, Resp.
[5] Cfr. Aquino,Tomás de. S.Th., I-II, q.109, a.3, Resp.
[6] “Et ideo singulari modo Deus est finis in quien tendit creatura rationalis, praeter modum communem quo tendit in ipsum omnis creatura inquantum scilicet omnis creatura desiderat aliquod bonum, quod est similitudo quaedam divinae bonitatis. Et ex hoc patet quod in omni bono summum bonum desideratur.” Aquino Tomás de, In II Sent., dist. I, q.2, a.2, Resp.
[7] Cfr. Aquino, Tomás de. C.G., III, q.24.
[8] Cfr. Aquino, Tomás de. C.G., III, 25.
2 comentarios
! Como se olvidan las cosas¡
Hace más de mil años en el Concilio de Orange del año 529, se
esclarecio en sus canones y para los católicos lo siguiente:
1-Solo Dios es Bueno.
2-Todo lo verdaderamente bueno proviene de Dios.
3-Por lo tanto, el verdadero AMOR proviene de Dios, pues ama quien
hace el bien y no quien hace el mal.
Gracias
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