Dios y el objeto de la inteligencia humana en el cristianismo frente al helenismo.
Uno de los asuntos que ha ocupado al pensamiento humano, es el del objeto del conocimiento. Es decir, el tipo de seres que el intelecto es capaz de conocer. El hombre ha se ha planteado de distintas formas, si ese objeto basta para saciar todas las capacidades y expectativas de conocimiento humano. Y dentro de todas las propuestas que se han dado en la historia en el cristianismo, ese problema ha tenido como prioridad considerar a Dios como objeto natural del intelecto humano. Para resolverlo, algunos cristianos durante la Patrística y la Edad Media acudieron a Platón. Sin embargo, es Santo Tomás de Aquino el que acude al pensamiento de Aristóteles, afirmando que no hay conocimiento humano que no haya pasado por el conocimiento sensible. Al considerar la propuesta aristotélica, el Aquinate señala que no hay conocimiento de lo singular, sin recurrir a la imagen o fantasma. Santo Tomás reconoce una relación de proporción entre el intelecto humano y la naturaleza de las cosas materiales. Por eso, a diferencia de los platónicos, para Santo Tomás las ideas que no están relacionadas con el mundo sensible no pueden ser objeto natural de la inteligencia humana.
Santo Tomás observa que el problema radica en la diferencia entre lo inteligible y lo sensible que exige resolver el conocimiento de los ángeles o espíritus puros compuestos de esencia y ser, y de Dios absolutamente simple en el que no hay composición alguna. Por eso Santo Tomás afirma que un intelecto cuyo conocimiento depende naturalmente del mundo sensible, no puede tener como objeto natural a Dios.[1] El intelecto humano no es capaz de aprehender lo puramente inteligible, no por consecuencia del pecado, sino por su naturaleza corpórea, ya que el pecado no destruyó la naturaleza. De modo que el hombre, incluso antes del pecado, no tuvo como objeto natural a Dios y lo puramente inteligible. Por eso Santo Tomás afirma que incluso cuando el alma se separa del cuerpo, si es capaz de conocer lo inteligible, ese estado ya no es el que conviene a su naturaleza.[2] Santo Tomás sostiene que ver a Dios por su esencia es propio exclusivamente de Dios, ninguna creatura puede alcanzar ese conocimiento a menos que Dios la eleve a ello. Sólo el intelecto divino ve de Sí la esencia divina, justo porque Él es la esencia divina misma. Por eso, para que el intelecto humano pueda conocerle, es necesaria una acción de Dios que le ayude a lograrlo.[3]
Eso sucede porque la inteligencia del hombre produce los conceptos a partir de la intuición sensible. Por ello no puede tener como objeto lo que no se puede alcanzar a partir de lo sensible. Sin embargo y a pesar de todo eso, Santo Tomás afirma que eso no contradice que el intelecto humano pueda elevarse al conocimiento de Dios a partir del conocimiento de las creaturas. A partir de lo sensible el hombre puede alcanzar a Dios como causa creadora del universo. A esto se llega de los efectos a la causa. A partir de los entes contingentes, el intelecto humano puede llegar al ser necesario. Pero, además, Santo Tomás señala que una vez alcanzado ese Ser, podemos conocer aspectos de él cuando negamos todos los límites del ente creado y reconocemos que su eminente ser es muy distinto a los efectos que causa. Y es que aun con las limitaciones del intelecto humano, a lo que finalmente apunta es a lo inteligible que está en lo sensible. Y por eso el hombre posee un deseo natural de ver a Dios. A partir del mundo creado, es natural al hombre el deseo de encontrar su causa. A partir de las cosas llegamos a Dios como su causa y una vez logrado esto, queremos saber qué es Dios.
Santo Tomás comprende, que el saber que hay una causa de todo, abre al hombre la esperanza de recibir de Dios el auxilio para conocerle. Y todo esto sucede porque dado que el intelecto humano apunta a lo inteligible, la substancia divina no es completamente ajena al inteligencia del hombre. Otra cosa es que está fuera de su alcance, por ser infinitamente más perfecta. Pero no porque sea formalmente incognoscible para él.[4] La esencia de Dios excede las fuerzas del hombre para alcanzarlo. El hombre no puede alcanzar a Dios en sí, pero Dios creador del hombre, sí puede hacer que el hombre le alcance por un don. Porque en cuanto creado por Dios y para Él, Dios puede otorgar lo necesario al hombre para recibirlo.
Santo Tomás nos enseña, que además del orden natural, el cristiano tiene abierto el plano sobrenatural que cambia la perspectiva. El ser es lo primero que el intelecto humano conoce como su objeto propio, a partir de la experiencia sensible.[5] La vedad intrínseca de los entes pende del acto por el cual Dios los piensa y del acto por el que los crea. Toda verdad que conoce el hombre es el conocimiento de una esencia que es en sí misma lo que es en Dios. De ese modo Dios rige la mente humana por medio de los objetos. Dios es el creador y el que regula los intelectos creados porque por Él existen y por el forman los primeros principios sobre los que descansa la ciencia. Para Santo Tomás Dios es el primero en el orden de la inteligencia porque es el primero en el orden del ser. En el orden del conocimiento, lo primero que conoce el intelecto humano es el ser sensible. Pero en el orden de la realidad el primer inteligible es Dios y por eso, para el hombre, una vez que conoce y llega a Dios, en el orden del conocimiento también Dios es lo primero porque el hombre toma conciencia de que Dios es la causa primera del conocimiento mismo. Pero además el hombre sabe que lo que conoce, lo hace en virtud de que los entes se conforman con el intelecto divino.[6] Todo esto que Santo Tomás descubre, eleva y profundiza infinitamente las propuestas que encontramos en los griegos y en los cristianos anteriores y posteriores. Y la razón estriba en que los griegos desconocieron el concepto de creación. Desconocieron que la creación se ordena al Ser como su origen y como su fin y por eso en Dios se encuentra la posibilidad de su plenitud y su realización completa.
[1] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.88, a.2, Resp.
[2] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.89, a.1, Resp.
[3] “haec igitur visio non potest advenire intellectui creato nisi per actionem Dei.” Aquino, Tomás de. C.G. III, 52.
[4] “divina substantia non sic est extra facultatem intellectus creati, quasi aliquid omnio extraneum ab ipso.” Aquino, Tomás de. C.G., III, 54.
[5] “ens est proprium objectum intellectus, et sic est proprium intelligibile.” Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.5, a.2, Resp.
[6] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.16, a.5.
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Y esta presencia divina en las imágenes sensibles es lo que principal, aunque no únicamente, percibe nuestra inteligencia. Sin esta luz divina presente en las imágenes sensibles nuestro intelecto, tanto el agente como el paciente, serían ciegos.
Así como nuestros ojos solos no bastan para ver, sino que necesitan de la luz material natural y creada para ver las cosas, así nuestro intelecto solo, ni el agente ni el paciente ni ambos juntos, se bastan para conocer, sino que necesitan de la luz divina inmaterial e increada, presente en las mismas imágenes sensibles, para ver lo que en ellas se representa y formar los conceptos correspondientes.
Hay, a mi juicio, un conocimiento simple y primario de Dios que obtenemos por simple intuición o aprehensión de la presencia de Dios en las mismas imágenes sensibles. Y de ese conocimiento simple y primario de Dios dependen principalmente todos los demás conocimientos, incluído el conocimiento que por razonamiento o discurso podemos alcanzar sobre Dios.
Lo primero de todo en el conocimiento humano es la simple aprehensión o intuición intelectual de Dios en tanto que presente en las imágenes sensibles, y a partir de ahí y con el auxilio de dicha luz divina conocemos todo lo demás. Como dice San Juan refiriéndose al Verbo en el Prólogo de su Evangelio: "El es la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre."
Aunque esta elemental, primaria y básica iluminación divina a partir de las imágenes sensibles es algo difícil de explicar para la mera filosofía humana. Pero sin tal luz divina presente en la mismas imágenes sensibles, no bastarían ni las imágenes sensibles ni el mismo intelecto humano para explicar nuestra actividad intelectual.
Una de las cosas que más celebro y me alegra en esta miserable vida, tan llena de confusión, tentaciones y concupiscencias diversas, es recogerme en esta celda interior donde en cada imagen sensible que se produce en nosotros, percibimos gozosamente, aunque sin darnos cuenta debido a nuestra ordinaria distracción y exterioridad, la presencia divina iluminante.
Todo ello es difícil de explicar para un torpe filósofo como yo, pero es muy verdadero que Dios nos ilumina en esta vida no sólo de manera sobrenatural sino tambien natural a partir de Su divina presencia en las imágenes sensibles. Deo gratias.
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