Relaciones del universo con Dios en el cristianismo frente al helenismo.

Uno de los temas más importantes del cristianismo es la relación del mundo con Dios. Y esto es debido a que, en el cristianismo, el universo, es bueno por el puro hecho de ser y Dios es el Ser y por lo mismo el Sumo Bien. De modo que todo lo que es, se debe a la libertad de Dios y depende ontológicamente de Dios al punto de que incluso todo lo que hacemos, Dios lo crea.[1] En el cristianismo, todo ser finito tiene una dependencia absoluta de Dios como fuente de toda causalidad. Ontológicamente todo es por Dios y para Dios aun cuando en el plano físico todo lo que sea, sea uno en sí y uno para sí.  Porque todo lo que ha sido creado por Dios depende de la eficacia creadora que lo produce. Por eso el ser creado siempre será contingente en cuanto posee un ser que le es conferido. Sin embargo, el cristianismo nos da un matiz muy importante: la forma que lo constituye es su ser y la causalidad que ejerce y su eficacia, son su causalidad y su eficacia.[2] Las creaturas poseen una existencia propia con todas las atribuciones que de ello derivan, aunque tengan una dependencia radical del ser de Dios porque sólo en Dios la creatura tiene el ser y el movimiento.

La doctrina cristiana es muy clara al afirmar que Dios gobierna todas las cosas de tal modo que ellas sean las que desempeñen sus propias operaciones. Y esto es fácil de comprender porque como lo que Dios crea es acto de ser, esos actos segundos son eficacias causales que se arraigan en el acto de ser. Los entes creados son análogos del ser de Dios y por eso ejercen una causalidad creada análoga a la causalidad creadora. Todas las causas segundas participan de la fecundidad infinita del acto creador.[3] Y por eso la filosofía cristiana difiere radicalmente de la filosofía griega. Porque la idea cristiana del Ser, con la idea judeo-cristiana de la creación introduce una diferencia radical con el universo de Platón o de Aristóteles. La causalidad segunda del universo se funda en Dios creador. De alguna manera Dios hace todo lo que la creatura hace y es. La causalidad y la eficacia dependen de Dios. Porque Dios es bello, las cosas son bellas; porque Dios es bueno, las cosas son buenas y porque Dios es, las cosas son.[4] Existe una dependencia sobrenatural de los entes en el orden de la gracia y una dependencia natural en el orden del ser. Poco tienen que hacer las causas segundas en cuanto por la eficacia divina todo está realizado. Pero en el universo creado, los seres son verdaderos seres y son verdaderas causas. Dios da a las cosas no sólo el acto de ser que les hace existir, sino también la causalidad que deriva de ese acto de ser.[5] Esto se lleva a cabo porque la materia puede recibir las formas de una causa segunda, es decir, de un ser en acto que comunique algo de su actualidad a la materia. Una causa segunda es un ser en acto que participa de la causalidad divina. Las causas segundas no crean, pero causan porque participan substancialidad.[6] La semejanza divina penetra hasta el seno de la naturaleza en la eficacia de la causalidad y esto es evidente porque en la grandeza de la obra que es la creación, se conoce la grandeza del creador. El efecto propio de la causalidad creadora es el ser. Por eso todo el mundo es análogo de Dios por el sólo hecho de ser. Pero, además, en el cristianismo la mera posibilidad de ser, es ya algo bueno, aunque sea algo sólo posible y necesite completarse. De aquí que el cristianismo reconoce que también hay mal como ausencia de ser en donde debería haberlo.[7]

El universo está incompleto, inacabado y en devenir de modo que las causas segundas obran para completarse y luego comunicarse. En los seres contingentes la potencialidad de la materia les mantiene abiertos a posibilidades de ser que se adquieren obrando, y todo lo que les permita realizar su ser, les asemeja más a Dios. Para Aristóteles las cosas se mueven para adquirir perfección de su substancialidad y así imitar la perfección divina de los motores inmóviles. Pero para el cristianismo, las cosas se mueven para adquirir la plenitud de ser porque al alcanzar la perfección de su naturaleza se hacen semejantes a Dios.[8] La causalidad cristiana no es creadora porque el ser siempre se recibe de Dios, pero si es productora de ser en la medida en que es y puede dar el ser que ha recibido produciendo un efecto. Las causas segundas son cooperadoras en la obra creadora. Por eso los hombres, como causas segundas, no creamos ser, porque sólo Dios crea, pero tampoco dejamos el ser estático como si no hiciéramos nada. Actualizamos lo virtual, conferimos a lo que ya es, lo que es capaz de ser como instrumentos de la creación.[9]

Por todo esto, el filósofo cristiano no envilece la naturaleza con el pretexto de dar gloria a Dios. Porque Dios crea a las creaturas comunicándoles la semejanza de su ser y de su causalidad.[10] El filósofo cristiano sabe que las cosas participan de la perfección de Dios y por eso sabe que toda injusticia hacia la creación, es una injusticia contra Dios. Dios como bien supremo ha hecho todo para lo mejor que es el bien común de todos y que es su propia gloria y por eso el hombre debe buscar el mayor bien de todo. Porque Dios ha comunicado su bondad a las cosas, para que cada una pueda transmitir la perfección que ha recibido a las demás.[11]

En suma, Dios ha creado todo para su gloria, es decir, para que participe de su perfección y por eso la gloria de Dios está en el principio y en el fin de todo el Universo.[12] El universo cristiano, es bueno en cuanto es, pero es incompleto, en cuanto tiene que colaborar en la creación perfeccionando su ser ejerciendo la causalidad segunda. Para alcanzar la gloria de Dios, no sólo hay que ser, sino que hay que obrar, y en el caso del hombre, por ser libre, debe obrar bien. Porque si no obra bien, conforme a su naturaleza racional, aunque nada puede privar a Dios de su gloria,[13] el hombre si puede privarse de ella.



[1] Cfr. Aquino, Tomás de. C.G., III, 66.

[2] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.115, a.1.

[3] Cfr. Aquino, Tomás de. C.G. III, 70.

[4] Cfr. San Agustín. Confesiones, XI, 4, 6.

[5] “Utraque autem istarum opinionum est absque ratione. Prima enim opinio excludit causas propinquas, dum effectus omnes in inferioribus provenientes, solis causis primis attribut; in quo derogatur ordini universo, qui ordine et connexione causarum contexitur; dum prima causa ex eminentia bonitatis suae rebus aliis confert non solum quod sint, sed etiam quod causae sint. Secunda etiam opinio in ídem quasi inconveniens redit […]; si inferiora agentia nihil aliud faciunt quam producere de occulto in manifestum, removendo impedimenta, quibus formae et habitus virtum et scententiarum occultabantur, sequitur quod omnia inferiora agentia non agant nisi per accidens”. Aquino, Tomás de. De veritate, XI, 1, Resp.

[6] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.115, a.2, Resp.

[7] Cfr. Aquino, Tomás de. C.G., III, 20, Inter partes.

[8] Cfr. Aquino, Tomás de. C.G., III, 21, Praeterea.

[9] Cfr. Aquino, Tomás de. C.G., III, 21.

[10] Cfr. Aquino, Tomás de. C.G., III, 69.

[11] Ibidem.

[12] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.44, a.4, Resp.

[13] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.114, a.1, ad.2.

2 comentarios

  
Pablo
"Porque Dios es bello, las cosas son bellas; porque Dios es bueno, las cosas son buenas y porque Dios es, las cosas son.[4]"

¿Somos análogos del ser de Dios o participamos de su ser? ¿De su acto de ser y de su esencia? ¿O sólo de su existencia? ¿Cómo sería posible separar una y otra si en Dios son lo mismo?

"Pero además, en el cristianismo la mera posibilidad de ser, es ya algo bueno, aunque sea algo sólo posible y necesite completarse. De aquí que el cristianismo reconoce que también hay mal como ausencia de ser en donde debería haberlo.[7]."

¿Podría darnos un ejemplo para un ser limitado por una naturaleza? ¿Cómo podría criticarse el transhumanismo desde esa postura? ¿No sería más conveniente hablar de especie humana para el ser humano y reservar naturaleza para el individuo humano?

"Para Aristóteles las cosas se mueven para adquirir perfección de su substancialidad y así imitar la perfección divina de los motores inmóviles. Pero para el cristianismo, las cosas se mueven para adquirir la plenitud de ser porque al alcanzar la perfección de su naturaleza se hacen semejantes a Dios.[8]"

¿Qué diferencia hay entre perfección de su substancialidad y perfección de su naturaleza? ¿No sería, más bien, la sustancia entendida como forma la que debería perfeccionarse al incluir la naturaleza la materia caduca?

Gracias por traernos este artículo en un momento en que los avances técnicos pueden poner en solfa, aunque lo dudo, la sabiduría de Santo Tomás.
29/07/17 10:57 PM
  
Pablo
La primera cuestión la veo contestada en el post anterior. La segunda, por el mismo significado de transhumanismo ya que no hablaríamos de género humano. A diferencia de lo que dije, el género aporta mayor definición a la esencia que la especie, término peyorativo al ser utilizado por los evolucionistas.

Sin embargo, sigo preguntándome si la plenitud del ser se alcanza por la perfección de una naturaleza en la que coexisten el cuerpo mortal y el alma inmortal. Si el alma es la que informa al cuerpo desde el primer instante de la concepción, ¿qué significado tendría su ascenso, culminación y declive? ¿no sería una recreación única de lo que ocurre en el alma a lo largo de la existencia en esta vida? ¿o quizá sea una demostración de cómo el alma va ocupando su espacio definitivo a medida que se avanza en edad?

01/08/17 1:14 PM

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