El ser de los entes y la generosidad de Dios en el cristianismo.
El cristianismo ha aportado mucho a la Filosofía porque gracias al cristianismo la Filosofía alcanza la plenitud en la comprensión de la relación entre los entes contingentes y el Ser necesario como su causa. El cristianismo es muy riguroso porque para que haya causalidad, en el sentido estricto del término, se requiere que haya dos seres, y que algo del ser de la causa pase al ser de lo que sufre el efecto.[1] Para el cristianismo no cualquier cosa puede causar porque en el cristianismo, antes del hacer está el ser; el ser es la raíz de la causalidad en cuanto nada puede dar más de lo que tiene.
Pero, además, el cristianismo es consciente de que, dentro de la naturaleza, el hombre es el único ser consciente que puede ser causa en cuanto cuerpo físico, en cuanto viviente y en cuanto razonable. Para el cristianismo, la racionalidad es la causalidad específicamente humana, de modo que todo lo que causamos o, dicho de otro modo, todos nuestros efectos existen en nosotros como ideas preconcebidas antes de existir en sí mismos. En nosotros existe el ser de los efectos que vamos a producir. El hombre causa en cuanto es, de modo que primero es el acto de ser o acto primero y luego la operación causal o acto segundo que manifiesta su ser o actualidad primera por los efectos que produce dentro o fuera de sí mismo.[2]
Pero aquí hay una precisión muy importante que tiene que ver con el hecho de que para el cristianismo crear es causar el ser. En este sentido, cada cosa es capaz de ser causa de otra en la medida en que es ser. De aquí que el filósofo cristiano concluya que como Dios es el Ser, en sentido estricto, es claro que Dios es el único que puede ser causa del ser. Todos los entes contingentes no son sino una participación del ser, tienen ser, pero no son en el mismo sentido que Dios es. Por eso los entes que no son Dios, no pueden ser sino causas segundas desde el momento en que su ser es participado y su causalidad también. Sólo pueden transmitir modos de ser, pero no son causa del ser o de la existencia misma de los efectos que producen. En sentido estricto, el hombre no crea sino produce, de modo que en el cristianismo la acción de crear es exclusiva de Dios.[3]
Pero además el cristianismo aporta la respuesta a la pregunta de por qué crea Dios diciendo que lo hace porque es bueno.[4] Para el filósofo cristiano, el bien es una propiedad trascendental, y por lo mismo es el ser mismo en cuanto apetecible, es decir, en cuento objeto de un apetito. La causalidad es un don del ser de modo que hay una relación análoga entre el efecto y la causa. Lo que hace la causa es comunicarse a su efecto y difundirse a él. Todo lo que causa, obra según está en acto, es decir, produce un efecto que se le asemeja.
Con lo anterior ya se puede ver que el universo cristiano es un efecto análogo de Dios en el que Dios y el hombre son inconmensurables. Porque Dios no adquiere nada creando el mundo, ni pierde nada sin la creación. Por eso vemos que el cristianismo utiliza las nociones de semejanza y participación, pero no se queda en el sentido platónico. Porque la materia del Demiurgo del Timeo sólo está informada por las ideas en las cuales participa, mientras que la materia del mundo cristiano recibe su ser y sus formas de Dios. El universo cristiano es un universo en el que en todas las cosas se ven los vestigios de Dios. Es en la estructura de las cosas que los pensadores cristianos encuentran los vestigios de la Trinidad. Santo Tomás encuentra en la substancia, la forma y el orden coesencial a las cosas, la huella de Dios uno y trino.[5] El cristianismo acoge las explicaciones científicas y filosóficas que aprovecha para comprender mejor a Dios. El filósofo cristiano reconoce que Dios da el ser a los entes y por la misma bondad confiere a las causas que sean causas, delegándoles parte de su poder y de su actualidad. La causalidad surge de la actualidad que Dios participa al mundo. El cristiano concibe la relación del mundo con Dios como algo que está en su propio ser y en las leyes que le hacen funcionar. La eficacia de las causas segundas es una participación analógica de la eficacia divina. La causalidad física es una causalidad de la creación, tal y como los entes son del Ser y como el tiempo es de la eternidad.
El cristianismo sabe que Dios lo ha hecho todo para sí mismo.[6] Porque en Dios la causa y el fin son uno. Dios todo lo ha hecho para sí porque no puede encontrar fuera de sí algún fin de sus actos. El bien por el cual Dios crea no es sino el Ser mismo que por ser Acto perfecto, es creador. Dios es infinitamente bueno y libérrimo porque es un Bien que no tiene ningún bien por adquirir. Por eso en Dios no puede haber egoísmo sino generosidad, porque no tiene nada que ganar. Dios siendo soberanamente deseable, ha querido que existan otros entes que participan análogamente de su ser para que existan análogos de su deseo. Lo que Dios hace al crear, son entes que gozan de su propia gloria como Él la goza. Porque al participar de su Ser, participan de su Beatitud. La gloria que busca Dios al crear, no es para Él sino para las creaturas.[7] Dios no crea para ganar gloria, ni para ser reconocido, porque ya posee toda la gloria. Dios crea para comunicarla y por eso el fin de todo lo creado es Él mismo, no como un acto de egoísmo que le pueda añadir algo, sino por un acto de suprema bondad.
El cristianismo aporta todo esto a la Filosofía porque ve que toda acción que realiza el hombre, es un vestigio de la presencia de la finalidad en el universo. El mundo cristiano es un universo sacramental y orientado en el que las cosas son fundamentalmente vestigios de Dios. Por todo lo anterior, la aportación que el cristianismo hace la Filosofía es valiosísima. Porque la noción de causa final recibe su sentido pleno en el universo que depende de la libertad de Dios creador. El mundo griego no había alcanzado estas verdades racionales con las fuerzas de su razón. La aportación del cristianismo a la Filosofía es muy valiosa porque le aclara que sólo hay verdadera finalidad si la inteligencia está en el orden de las cosas y si esa inteligencia es del creador.
[1] Cfr. Aquino, Tomás de. In Metaph., lib.V, lect.1.
[2] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.48, a.5.
[3] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.25, a.3, Resp.
[4] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.19, a.4, obj.3 y ad.3.
[5] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.45, a.7, Resp.
[6] Proverbios (XVI, 4).
[7] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., II-II, q.132, a.1, ad.1.
3 comentarios
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Los demonios y humanos condenados participan de la gloria objetiva aun contra su voluntad. Y esa es parte de su desgracia, porque odiando a Dios, tienen que glorificarlo.
"como Dios es el Ser, en sentido estricto, es claro que Dios es el único que puede ser causa del ser. Todos los entes contingentes no son sino una participación del ser, tienen ser, pero no son en el mismo sentido que Dios es. Por eso los entes que no son Dios, no pueden ser sino causas segundas desde el momento en que su ser es participado y su causalidad también"
Me queda claro que sólo Dios es creador, y el hombre produce por participación.
Pero me surge una pregunta, en cuestiones de bioética como la clonación, ¿no podría usarse este razonamiento como argumento para aceptar la clonación de humanos? Sin quitar a Dios su lugar como creador, decir que estamos participando de su naturaleza creadora. (sé que la clonación humana es una aberración, pero si alguien usase este argumento, ¿cómo se puede desarmar? )
Gracias.
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Aunque participáramos de su naturaleza creadora como causas segundos, la clonación es un mal moral, porque contradice el orden natural en lo que se refiere a la dignidad de la persona humana.
La misma naturaleza humana exige ciertos límites en la manipulación del material genético, así como la naturaleza en general exige muchos límites en todo lo que transformamos.
Saludos y muchas gracias,
Manuel Ocampo Ponce.
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Ellos. Aunque Dios los puede impulsar.
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