El Cuerpo místico y la Ciudad de Dios.
La unidad del Cuerpo Místico que es la Iglesia considerada desde Adán hasta el fin de los tiempos, se da por la caridad que une la diversidad de los miembros y que les da vida. Por eso la caridad es tan importante, porque sin la caridad, el cuerpo muere.[1] Quien no ama, permanece en la muerte.[2] Pero cuando hablamos de unidad del Cuerpo Místico, nos referimos a la integridad del cuerpo vivo que acoge y unifica respetando la diversidad de los miembros. De modo que la perfección del cuerpo no es ser un solo miembro, sino que jerárquicamente los órganos inferiores y superiores contribuyen a la perfección del todo. Y por esa razón si un miembro disminuye en la caridad, todo el Cuerpo disminuye y si uno de los miembros aumenta en caridad, todo el cuerpo se fortalece y se acrecienta.
Pero según la doctrina agustiniana, además del Amor que une en la caridad, es necesario considerar que Cristo es la cabeza de la Iglesia y de todo el linaje de los hombres, aun cuando la historia del linaje humano muestre que está dividido en dos pueblos: uno que ama a Dios por sobre todas las cosas, y el otro que ha puesto como su fin el mundo. Porque hay que reconocer que algunos de los que pertenecen al Cuerpo místico tienen la gracia y otros no.[3] Algunos tienen la gracia en acto, otros tienen la gracia en potencia, y hay otros que nunca la tendrán en acto.
Es así que Cristo es cabeza de los que están unidos a Él actualmente por la gloria o visión beatífica de Dios, es decir, de los beatos y de los ángeles bienaventurados, que están unidos a Él por la caridad y que siempre poseen la gracia. También es cabeza de aquellos hombres que están unidos a Cristo por la caridad y que por tanto también siempre poseen la gracia. Y de los que están unidos a Cristo sólo por la fe, que en realidad no implica la caridad, porque es posible tener fe en Cristo habiendo perdido la caridad por el pecado, quedando la fe como una cosa muerta que se puede sostener por la gracia actual. Pero además hay otros que están unidos a Cristo potencialmente y que pueden ingresar realmente a la Iglesia si están predestinados. Por último hay otros que están unidos a Cristo sólo en potencia y que esa potencia nunca pasará al acto porque son los que no están predestinados a la salvación, y es que de ninguna manera pertenecen a la Iglesia aquellos que rechazan ser miembros de Cristo como lo han hecho los condenados y los demonios.
En lo que respecta a los que no están bautizados, ellos pertenecen potencialmente a la Iglesia, en primer lugar, porque Cristo puede salvar a todo hombre, y en segundo lugar porque tienen libre albedrío.[4] Además hay que recalcar que entre los bautizados hay pecadores y estos pertenecen al cuerpo místico, pero están unidos a Él potencialmente o imperfectamente porque sin la caridad su fe queda informe. En suma, la unión perfecta con Dios sólo es posible en la visión directa, pero nosotros somos pecadores que estamos en camino, de tal suerte que, el Verbo encarnado es Cabeza única de los ángeles y de los bienaventurados en la Iglesia celeste y de todos los hombres que en este mundo nos encontramos en camino. Por eso podemos afirmar con seguridad que Cristo es cabeza del linaje humano y de su historia. Se trata de la historia del Cuerpo místico de Cristo.
Por otra parte, en lo que se refiere a la Ciudad de Dios, que no es lo mismo que el Cuerpo místico, ésta está compuesta por Dios, los ángeles, los bienaventurados y por los hombres unidos a Dios por la caridad o predestinados desde toda la eternidad. San Agustín llama predestinados a los ciudadanos de la Ciudad celeste que es la Ciudad de Dios en la Tierra o ciudad peregrina. De modo que en lo que se refiere a la relación de la Ciudad de Dios con la Iglesia que es el Cuerpo místico no hay problema respecto a la Iglesia purgante y a la Iglesia celeste, porque ambas pertenecen a la Ciudad de Dios. El problema se da con la Iglesia militante o peregrinante que es la Iglesia visible que tiene en su seno a predestinados y a no predestinados. A los que prefieren a Dios y a los que se prefieren a sí mismos y al mundo rechazando a Dios. De aquí que la Iglesia militante, peregrinante o visible no se identifique con la Ciudad de Dios peregrina, porque la Iglesia militante incluye a buenos y malos mientras la Ciudad de Dios incluye sólo a los buenos que en la Tierra pueden aumentar o disminuir en caridad. Y aquí hay que considerar también, que muchos miembros de la Ciudad de Dios no son actualmente miembros de la Iglesia, como son todos aquellos que no han sido bautizados o no han recibido la fe pero que están predestinados a la salvación.[5]
Por último creo importante reiterar que el amor de caridad que une a todos los miembros es tal, que en la medida en que aumenta la caridad, aumenta la unión profunda entre todos los miembros de Cristo, y en la medida en que disminuye la caridad, disminuye la unidad. De modo que, la caridad que existe en un sólo hombre, existe en función de todo el Cuerpo, por lo que si disminuye la caridad en uno solo, se produce una disminución en todo el Cuerpo místico y si aumenta la caridad de uno solo, se produce un aumento de caridad y de unidad de todo el cuerpo místico. Nada hay en un miembro del Cuerpo místico que no repercuta en el Todo y nada hay en el Todo del Cuerpo místico que no repercuta en la parte.[6] Y de aquí que no haya obra buena o mala tan personal que no afecte al todo. Es así como podemos hablar de progresos y retrocesos en la caridad del Cuerpo místico, y en la ciudad de Dios peregrina que es una comunidad cuyos miembros se encuentran unidos por la caridad o amor de Dios. Cuando crece la iniquidad en el mundo y se debilita la caridad, la Ciudad de Dios se estrecha, mientras que cuando hay mayor caridad, la Ciudad de Dios se expande y el amor de Dios que la constituye asume el curso de la historia. Es así como se unen y distinguen sin confundirse el Cuerpo místico y la Ciudad de Dios.
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