La verdadera muerte de Dios
Como dice San Agustín, el hombre muerto en cuerpo y alma como pena por su pecado, permaneció muerto hasta la muerte de Cristo. Y es que así como el cuerpo muere cuando se separa del alma, el alma muere cuando es abandonada por Dios. Es decir, como muere el alma cuando Dios la abandona, el cuerpo muere cuando el alma lo abandona, de modo que todo el hombre en cuerpo y alma muere cuando es desamparado por Dios, porque ni el alma vive con Dios ni el cuerpo vive con el alma.[1]
Sin embargo, por la muerte de Cristo, la muerte del hombre se convierte en un paso hacia la vida. La vida del hombre es una carrera hacia la muerte pero por la penitencia el alma resucita aunque la resurrección del cuerpo tenga lugar hasta el último día. Y es que Jesucristo murió una única vez para rescatarnos de nuestra doble muerte. Cristo murió y resucitó impecable y revestido de carne mortal, constituyendo el remedio a nuestra doble muerte que es la muerte del cuerpo y la muerte del alma. De tal suerte que la pasión, muerte y doble resurrección de Cristo (cuerpo y alma), nos devolvió la salud por sus méritos por modo de satisfacción, por modo de redención y por modo de sacrificio. El motivo es que, la gracia conferida a Cristo no sólo lo es en cuanto persona singular, sino en cuanto cabeza de la Iglesia que se transmite a sus miembros transmitiendo la salud a todos los que la conforman.[2] Pero además la dignidad infinita de Cristo no sólo fue causa suficiente de la salud del hombre, sino también satisfacción superabundante por los pecados del género humano.[3] Siendo la Iglesia el cuerpo místico de Cristo, la redención se extiende a todos sus miembros al igual que si dos hombres se hacen uno por la caridad, uno puede satisfacer por el otro.[4] De este modo el demonio fue vencido no por el poder de Dios, sino por la justicia divina.[5] El hombre estaba esclavizado al pecado y al demonio que lo dominaba, era reato de pena y objeto de la justicia divina. Pero por la muerte de Cristo se satisfizo el pecado sobreabundantemente, porque el precio de nuestra liberación fue la Pasión de Cristo que nos redimió del pecado y de la pena por el pecado. Dios se dio a Sí mismo por el hombre y por todo el universo. Por eso, la muerte de Cristo es el sacrificio que redimió a todo el universo al asumir y llenar en Sí toda la historia, y por lo mismo fue el Sacrificio por excelencia[6] por su unión de caridad. Sin embargo, en el tiempo histórico o temporal, propio de la Iglesia peregrinante, la historia sufre avances y retrocesos que sólo podemos comprender por medio de la Revelación.
La lucha contra el demonio es la lucha más trascendente de la historia que fue ganada por Cristo. Todas las demás luchas entre el bien y el mal son una extensión de aquella en la que los padecimientos de los buenos son como una continuación de la Pasión de Cristo. La muerte de Cristo fue la lucha entre el mediador de la vida y el mediador de la muerte en la que el demonio perdió la potestad sobre el hombre. Satanás dio muerte a Cristo y así perdió su derecho sobre el hombre que por el pecado era reo de muerte. Es así que la potestad del demonio pasó a la potestad de Cristo. Y una vez liberados de la muerte por la caridad de Cristo de la cual participan los hombres buenos, los hombres perversos quedan miserables y separados de Cristo por rechazar la caridad de Cristo.[7] Y el motivo de esto es que las voluntades se funden por la caridad. Cristo nos ha comunicado la gloria del Padre para que seamos uno con Dios, como Cristo y el Padre son uno, consumándose así la unidad del hombre con Dios. Cristo quiso que el Padre nos amara como lo amó a Él. Quiso que nosotros estuviéramos con el Padre donde Él estaba con el Padre contemplando su gloria.[8] De modo que, en analogía con San Agustín, los que rechazan a Cristo como lo hizo el pueblo judío, quedan en un vacío al participar del asesinato del demonio y por lo mismo se colocan bajo su potestad, haciéndose testigos de la profecía hecha a los judíos en el Antiguo Testamento, al esparcirse por todas partes del mundo.[9]
De todo lo anterior podemos concluir, que aunque muchos han dicho que Dios ha muerto, la verdadera muerte de Dios consiste en que Cristo con su muerte redimió al mundo. Y es que aquellos que lo rechazan libremente, rechazan su redención y por eso no entienden la muerte de Cristo y acaban afirmando que Dios ha muerto.
[1] Cfr. San Agustín, De Civitate Dei, 13, 2, col. 377.
[2] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., III, q.48, a.1.
[3] Cfr. Ibidem.
[4] Cfr. Idem. q.48, a.2, ad.1.
[5] Cfr. San Agustín. De Trinitate., 13, 13, 17.
[6] Cfr. San Agustín. De Civitate Dei, 10,20, col. 298.
[7] Cfr. San Agustín. De Civitate Dei, 9,15,2, col. 269.
[8] Cfr. Jn 17, 20-26.
[9] Cfr. San Agustín. De Civitate Dei, 18, 46, col. 609; Dt 28,64; Lv 26,33.
4 comentarios
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"Dios ha muerto" NIETZCHE
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¿Y te desayunas diecinueve siglos después?
La primera muerte de los pecadores que niegan a Dios, ya es en la vida presente, pero viven en su cuerpo de carne, luego, los que mueren en pecado mortal, la segunda muerte es la condena eterna, los tormentos del infierno. El espíritu del Nietzche muerto a la vida de Gracia, por el pecado mortal.
Cristo murió una vez, solo en su cuerpo,
«Porque también Cristo padeció una vez para siempre por los pecados, el Justo por los injustos, para llevaros a Dios. Fue muerto en la carne, pero vivificado en el Espíritu. En Él se fue a predicar también a los espíritus cautivos. » (1Pe 3,18-19)
Como era también un hombre de carne, lo mataron, pero no a su Espíritu. La muerte que quería dominar a Cristo, de repente se vio como rechazado, es Cristo quien mató a la muerte. Cristo vencedor de su muerte y la nuestra, cuando estamos en su amistad.
Con la muerte de Cristo, que fue a anunciar la esperanza a los cautivos, y tras la resurrección, también fue la primera resurrección, de los Santos Profetas y Patriarcas del Antiguo Testamento. Y por segunda vez, un amigo de Jesús, Lázaro, que después de haberle resucitado, los judíos de mal corazón, volvieron a matarle. Luego lo harían con Jesús.
Los cristianos que viven en Cristo, es decir, que son los católicos, la muerte más bien es un sueño temporal, hasta el último día, en que el Señor unirá el cuerpo con su alma, pero de una forma distinta, conforme a la gloria de los santos y santas, semejantes a Cristo Jesús.
La infidelidad a Cristo, es cuando un cristiano, se somete también a los deseos mundanos... No está viviendo en Cristo.
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