Para una concepción cristiana de la Historia
Para comprender la Historia desde de la perspectiva cristiana, es preciso aclarar que su verdadero sentido se obtiene exclusivamente desde la Revelación. Es Dios mismo el que nos revela que el hombre ha sido creado en un momento preciso del tiempo teniendo como causa eficiente y final a Dios. Dios nos revela que actúa en el mundo que fue creado por Él y que actúa en un momento preciso. Mediante la Revelación, Dios también nos explica la presencia y el sentido del mal en el mundo. Nos aclara que el mal tiene una función en la Historia Universal en la que la Encarnación del Verbo constituye el acontecimiento central mediante el cual todo se encamina a la parusía y al Juicio final.
Todo esto que Dios nos revela es invaluable, porque gracias a eso somos conscientes de que el tiempo y la Historia tienen un sentido, y que cada acontecimiento histórico tiene un valor dentro del plan divino. De modo que la esencia de la concepción cristiana de la Historia radica en el estudio sobre la acción conjunta de la voluntad de Dios que dirige y ordena al mundo y al hombre a su fin y la voluntad humana orientada a ese fin, aun cuando, en el ejercicio de su libertad, el hombre pueda resistirse a lograrlo.
Por la Revelación sabemos que la Historia inicia con la creación del mundo[1]. Mundo y tiempo se crearon simultáneamente. Pero además, por la Revelación sabemos que para comprender la Historia desde un punto de vista cristiano, hay que considerar, no sólo la creación del tiempo y de los actos en el tiempo, sino la caída del demonio que es anterior al pecado original del hombre y que nos conduce hasta la Encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad que es el Verbo. La Revelación nos hace ver que toda la historia está en función del Verbo encarnado que es el fin de todas las cosas.[2] La Encarnación es un parteaguas en el tiempo, porque mediante la Encarnación se vence el pecado aun cuando el mal continúe teniendo cierto poder hasta la Parusía.
Además es muy importante resaltar que la Encarnación no ha tenido como fin principal la destrucción del pecado, sino primordialmente la glorificación de Dios en cuanto Dios se ama primordialmente a Sí mismo y en Sí mismo ama al hombre. Es de ese modo como la Encarnación constituye el acontecimiento central de la Historia, porque no hay otra glorificación más perfecta de Dios que el hecho de que siendo infinito, nos redime del pecado. Ya podemos ver que sin el pecado y sin la redención del hombre, no hubiera habido esta inmensa glorificación de Dios, que explica el papel fundamental del pecado en el universo. A partir de la Encarnación, absolutamente todo lo creado queda ordenado al Verbo encernado como a su Supremo Rey. Porque aun el demonio y los condenados glorifican a Dios aunque no lo hagan voluntariamente sino únicamente mediante la gloria objetiva.
Toda la historia se mueve hacia Cristo porque todo fue creado por el Verbo. Cada acto y cada acontecimiento queda dentro del movimiento de la historia hacia Cristo. La Historia inicia con el tiempo y se desarrolla en el tiempo, pero tiene su fin más allá del tiempo, por lo que todo hombre ha de proyectar su vida hacia lo que está más allá del tiempo. La Encarnación marca el término de la obra divina porque la realidad final ya está en presente en Jesucristo. Aunque, como lo hemos dicho, respecto a nosotros continúe el devenir en el que se mezcla el bien y el mal pero siempre con miras al fin absoluto. La persona de Cristo es el término absoluto de la Historia de modo que la Historia presente es una espera de la Parusía en la que el Juicio constituye su término. Por la Revelación sabemos que el Verbo Encarnado es el principio, el centro y el fin de la Historia.
La Historia inicia por el Verbo, se desarrolla por el Verbo y el Verbo constituye su fin absoluto. Por eso la Encarnación del Verbo es el acto supremo y único que da sentido a la Historia. Todo se valora por referencia a la Encarnación y con la Encarnación la voluntad humana recibe un punto de partida, un punto central y un fin absoluto. Sólo así la Historia tiene sentido. Por eso la Historia en su sentido cristiano se ha definido como “la acción conjunta de la voluntad de Dios y la voluntad libre del hombre referida a Jesucristo y comprendida entre la Creación y la Parusía.”[3]
4 comentarios
"Dios ha muerto", respondió Nietzche.
"El hombre es una pasión inútil" concluía Sartre.
"Las neurosis del hombre moderno se deben a una falta del sentido de la vida", advertía Frankl, creador de la Logoterapia.
"El hombre se construye según su voluntad", postula actualmente la Ideología de género.
O sea que si negamos a Dios, "todo es posible", no en el sentido de omnipotencia sino en el sentido de extravío: no hay sentido, no hay principio ni finalidad, no hay Orden Natural, entonces el hombre intenta tomar el papel de Dios y termina perdiéndose en un laberinto de posibilidades y finalmente, enfermándose.
Y a medida que más se enferma más va perdiendo la exacta conciencia de su estado, generándose así un círculo vicioso destructivo.
Encarar el estudio de la Historia desde dos puntos de vistas tan absolutamente antitéticos, genera dos "historias" incompatibles entre sí. Vemos los mismos fósiles, analizamos los mismos documentos, pero los puntos de partida son tan disímiles que las conclusiones necesariamnete deberán diferir, cuando no oponerse.
Vemos por caso el enfoque que se hace de la Cristiandad, más conocida como la Edad Media. Mientras los papas no han escatimado ponerla como ejemplo de civilización y de civilidad, las usinas modernas la denigran un día sí y otro también. Las "leyendas negras" se agolpan haciendo cola..., que no es solamente Dan Brown y su vomitivo "código", sino infinidad de otras aberrante versiones a-históricas e infundadas las que se ponen a la mesa para ser consumidas por un público, general y deliberadamente ignorante de la vera historia.
Pero en el caso de la Edad Media sospecho hay otra razón para inducir a su rechazo: Quienes estamos hastiados y alarmados por el cariz que está tomando esta "civilización salvaje", estamos buscando alternativas a la democracia atea.
¿Y si probamos volvernos a Dios?
Sin renunciar a los avances técnicos, volverse a Dios retomando los postulados medievales para nuestra vida de relación (con el prójimo y con Dios) puede generar una mejora sustancial en nuestras condiciones de vida y proporcionarnos solución a multitud problemas crónicos que en la actual civilización no dejan de agravarse a niveles que asustan.
Creo que es previniendo esta remota posibilidad que los mandamases nos inundan con leyendas negras, no sea el caso que nos entusiasmemos con la idea de volver a lo que ellos llaman despectivamente "la noche negra de la historia".
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