Tres encíclicas de gran actualidad: Fides et ratio, Veritatis splendor y Evangelium vitae.
En la segunda mitad del siglo XX y en medio de una de las cumbres del secularismo y de la confusión relativista, aparecen tres Encíclicas cruciales en la Historia de la Iglesia y dentro del Magisterio de San Juan Pablo II: la Encíclica Fides et ratio, la Encíclica Veritatis splendor y la Encíclica Evangelium vitae. Estas tres Encíclicas son de gran actualidad en cuanto tocan temas fundamentales relacionados con los aspectos más importantes de la vida humana.
En primer lugar tenemos la Encíclica Fides et ratio, su valor excepcional radica en que a pesar de que en la época en que se publicó, la Filosofía y la Teología habían sido prácticamente desterradas de los ámbitos académicos y culturales, la Encíclica resalta que el gran tema fundamental del cristianismo es el de las relaciones entre la fe y la razón. Es una Encíclica de inmenso valor, porque afirma que el hombre tiene una vocación a la verdad, y para llegar a ella cuenta con la Filosofía. También es una Encíclica valiente porque denuncia que es necesario acudir a la Filosofía porque el mundo se encuentra en un contexto de relativismo en el que la gente piensa que todas las opiniones son igualmente válidas (n.5).
Fides et ratio sostiene que la fe y la razón son dos cosas distintas, pero una está dentro de la otra aunque cada una tiene su campo de realización (n.17). “El hombre mediante su razón alcanza la verdad porque iluminado por la fe descubre el sentido profundo de cada cosa”. (n. 20) La verdad se presenta al hombre a partir de preguntas sobre la existencia, la vida, la muerte, la inmortalidad, la trascendencia, etc. Pero de las respuestas que obtenga depende la posibilidad de que el hombre alcance o no alcance una verdad universal y absoluta (n.27). Por eso es importante que la Encíclica enfatice que no cualquier ideología, sistema de pensamiento o “filosofía” sirve para alcanzar esa verdad.
La Encíclica señala que el hombre se encuentra en un camino de búsqueda de la verdad y de búsqueda de una persona en quien confiar (n. 33). Y Jesucristo que es la Verdad le presenta la oportunidad de alcanzar aquello que busca con su razón. De aquí que lo que busca el hombre con la razón, lo encuentra en la fe. La fe y la razón conducen al hombre a la única verdad absoluta que es revelada por Aquél en quien puede confiar.
Esta Encíclica es fundamental porque si revisamos un poco la historia nos damos cuenta que los primeros cristianos que recibieron la fe, tuvieron que apoyarse en el conocimiento de Dios que se había alcanzado en ese momento con la razón. También tuvieron que considerar la conciencia moral que cada hombre poseía. Es así como surgió la Teología en un encuentro entre la fe y la razón. Es un hecho que desde los inicios del cristianismo se sintetizó el conocimiento filosófico y teológico. Y ese encuentro entre el conocimiento filosófico y teológico, es decir, entre la fe y la razón, ha sido el encuentro más profundo entre la creatura y el creador. La Encíclica “Fe y razón” es muy clara al afirmar que la fe requiere ser comprendida con ayuda de la razón mientras la razón considera necesario lo que la fe le presenta (n.42). Sin la razón la fe termina en el fideísmo, es decir, en la construcción de un Dios a la medida que no es el Dios verdadero, y sin la fe, la razón no alcanza la verdad en la plenitud que debe alcanzarla en esta vida.
Otro aspecto importante de la Encíclica es que resalta el hecho de que el Magisterio haya considerado a Santo Tomás de Aquino como el mejor camino para recuperar un uso de la Filosofía conforme a las exigencias de la fe (n.57) Debido a que no cualquier ideología o forma de pensamiento sirve para satisfacer las exigencias de la fe, la Encíclica “Fe y razón” propone a Santo Tomás como Maestro y guía.
Lamentablemente es un hecho que actualmente no sólo Santo Tomás sino toda la Filosofía, ha sido despreciada hasta el punto de que ha sido desterrada prácticamente de todas partes. Incluso los que se dicen teólogos se han desinteresado por el estudio de la Filosofía (n.61). Por eso la Encíclica califica el drama de la separación entre la fe y la razón como “nefasta” (n.45). Pues ya no importa la razón sino los sentimientos, las experiencias existenciales y por eso la fe ha quedado a merced de lo que cada uno siente o experimenta. Es muy triste que hayamos llegado hasta el punto de que no se reconoce la Verdad, sino que la “verdad” se obtiene por medio de consensos (n.56). Cada uno vive su fe y su “dios” como le conviene y le acomoda.
Por eso este documento de la Iglesia es tan oportuno y vigente, porque no se limita a señalar los errores y la crisis en que nos encontramos, sino que nos propone como maestro a Santo Tomás y nos da la solución al invitarnos a reconocer y a considerar con esfuerzo y atención, el valor de la fe y de la razón para alcanzar al verdadero Dios.
Esta Encíclica que trata de los aspectos relacionados con la verdad, conecta estratégicamente con otra Encíclica que relaciona la verdad con el bien. Se trata de una de las Encíclicas más brillantes por el esplendor de la verdad que encierra, la Veritatis Splendor, de San Juan Pablo II. Es una Encíclica muy luminosa que inicia afirmando contundentemente el derecho de los fieles, es decir, de todos los bautizados a recibir la doctrina católica en su pureza e integridad.
El tema central, es el conjunto de la enseñanza moral de la Iglesia (n.4) que ha sido deformada por los mismos cristianos que rechazan la ley natural universal, inmutable e indispensable. Lo más triste es que este rechazo ha provocado que la unidad de la Iglesia sea herida no sólo por los que la rechazan, sino por los que la falsean y los que ignoran las normas morales (n.26). Y es que, lo que dice San Juan Pablo II en la Veritatis Splendor, es que con la exaltación de la ciencia y de la técnica, los teólogos y muchos pastores no se dan cuenta de que algunas interpretaciones no son compatibles con la doctrina sana (n.29). Por eso San Juan Pablo II señala sobre todo a los Obispos, los principios necesarios para el discernimiento de lo que es contrario a la doctrina verdadera. (n.30).
Al tratar los temas de la verdad, de la ley moral y de la libertad, la Encíclica nos alerta de los errores que surgen de la crisis en torno a la verdad y al bien, y que afectan nuestra libertad. De hecho señala que hay ciertas “teologías” infectadas de subjetivismo que niegan la dependencia de la libertad respecto a la verdad (n.34) y provocan que cada individuo o grupo social pueda decidir sobre el bien y el mal (n.35) según sus circunstancias y sus situaciones. La Encíclica señala e insiste en el peligro de esas “teologías” que afirman que Dios únicamente nos exhorta a obrar bien, pero es el hombre el que crea o adecua las “normas” adecuadas a cada situación histórica concreta. Nos alerta de la falsa doctrina que afirma que los mandamientos y las leyes naturales sólo son orientaciones generales que no determinan la valoración moral de cada acto humano en sus situaciones concretas (n.37 y 47).
Para evitar esos errores, San Juan Pablo II promueve las cuestiones 90, 91 y 92 del libro I-II de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino (n.44). Con lo que queda claro que no se trata de las opiniones de las mayorías, ni de situaciones concretas, ni de culturas, ni mucho menos de estadísticas comprobables. Existe una subordinación total de la libertad humana a la ley moral natural, que el mismo Dios ha establecido en la naturaleza humana para que el hombre alcance su felicidad (n.46).
Por eso es muy importante para nosotros saber que esa falsa doctrina que se llama Ética de situación ha sido enseñada y se enseña en algunos seminarios y universidades eclesiásticas o de inspiración cristiana, porque además está muy difundida en toda clase de centros de formación católica. San Juan Pablo II reafirma la universalidad y la inmutabilidad de la ley que considera la singularidad de los actos, sobre todo en lo que se refiere a la responsabilidad moral, pero en lo que se refiere a la bondad o maldad moral de un acto concreto, es muy claro en afirmar que es necesario comparar ese acto con la ley moral natural universal, inmutable e indispensable.
De hecho dice que el hombre descubre en su conciencia una ley que él no se ha dado a sí mismo y que no depende de sus conveniencias ni de sus situaciones por difíciles que sean. San Juan Pablo II es tan claro que en el número 56 afirma con energía que no se puede acudir a soluciones contrarias al Magisterio para resolver casos particulares. La verdadera doctrina indica que la ley ha de aplicarse a cada caso particular con carácter imperativo de modo que así se vincule la libertad con la verdad.
Pero además, es de sentido común para toda persona que busca sinceramente la verdad, el darse cuenta de que, por ejemplo, respecto a una ley natural que impide que quitemos la vida a un inocente como es el caso de un embrión, podamos decir que en esta situación concreta, o por las intenciones o por las circunstancias, esa ley no es aplicable o tiene excepciones (n. 78). Porque no es difícil darse cuenta de que en ese momento, cualquiera puede tener un sin número de razones para justificarse, con lo cual caeríamos en un relativismo absoluto.
Además, en la Veritatis splendor, San Juan Pablo II nos alerta de otros dos errores que acaban en el relativismo, que son el consecuencialismo que consiste en valorar un acto por sus consecuencias y el proporcionalismo que consiste en valorar un acto por la proporción entre el acto y sus efectos. Estos dos casos caen también en el relativismo en el que a partir de las consecuencias y las proporciones, cada uno puede justificar el realizar un acto contrario a la ley moral natural. Por eso San Juan Pablo II ratifica la doctrina de que más allá de las intenciones, de las situaciones, de las proporciones y de las consecuencias, el acto humano es bueno o malo objetivamente. Es lo que se ha llamado en la Tradición católica, el objeto del acto. Matar a un embrión siempre será malo, intrínsecamente malo, como lo es el adulterio, la calumnia o la difamación independientemente de las intenciones, de las consecuencias, de las proporciones y de las situaciones en que se lleven a cabo dichos actos. Por eso la Encíclica insiste en que la relación entre la verdad y la libertad es fundamental, porque el verdadero bien de la persona consiste en estar en la Verdad y en realizar la Verdad (n.84). Y esto no es caer en legalismos, ni en posturas que consideran las normas universales sin tomar en cuenta las situaciones particulares. Se trata de los principios del orden moral que Dios ha establecido para nuestra plena realización como personas y como sociedad. Y que el no considerarlos constituye el camino perfecto para nuestra frustración.
La Encíclica de San Juan Pablo II es una verdadera joya porque es una vacuna perfecta contra el relativismo al afirmar que incluso en las situaciones más difíciles, el hombre debe observar la norma moral aunque sea a costa del martirio (n.102). Pero además añade que la Iglesia, desde su mismo origen, está llamada a la evangelización siempre nueva, frente a la decadencia del sentido moral (n.106). Porque la Iglesia también tiene una propuesta moral (n.107) que consiste en una llamada y exhortación a la santidad tal y como María ha sido signo luminoso y ejemplo preclaro de la vida moral (n.120). San Juan Pablo II afirma muy claramente que los profesores de Filosofía Moral y de Teología Moral, deben exponer la doctrina de la Iglesia y dar, en el ejercicio de su ministerio, el ejemplo de un asentimiento leal, interno y externo, a la enseñanza del Magisterio, sea en el campo del dogma como en el de la moral. (n.110).
Por todo esto es tan de agradecer esta Carta Encíclica de San Juan Pablo II, sobre todo en estos momentos de oscuridad, de confusión y de relativismo moral.
Como tercera estrella de esta triada tenemos la Encíclica Evangelium vitae de San Juan Pablo II. Con la que se completan los temas de la verdad, el bien y en este caso de la vida. Esta Encíclica es importante porque estamos en un mundo cada vez más incapaz de distinguir entre el bien y el mal en todos los ámbitos, pero sobre todo en el ámbito del derecho a la vida. Por eso San Juan Pablo II, en esta Encíclica, nos dice que es necesario llamar a las cosas por su nombre (n.58); ya que uno de los peores errores de las últimas décadas, ha sido la negación del orden natural de las cosas. Y es que lo que se entiende por natural o naturaleza, en el mejor de los casos, se entiende bajo una visión materialista y superficial de la realidad. Por eso es tan valiosa esta Encíclica porque sus temas centrales son: el orden natural, el derecho natural, la ley natural y la conciencia moral (n.2, 62, 65, 70, 71, 72, 73, 77, 82, 90, 96).
Para entender el sentido de la Encíclica hay que explicar que la relación real de las cosas creadas por Dios es el orden de la naturaleza que se llama ley natural. De modo que para que el ejercicio de la libertad del hombre sea recto, debe respetar ese orden del que San Juan Pablo II nos habla en la Encíclica Evangelium vitae y en otra Encíclica muy importante que es la Veritatis splendor. Y es que el hombre con su conocimiento y su libertad es dueño de sus actos, y es capaz de intervenir en el orden de la naturaleza que no es más que el orden de las cosas, que debe respetar cuando ejerce su libertad.
De hecho, la Encíclica Evangelium vitae retoma a Santo Tomás diciendo que la ley humana es ley sólo si está conforme a la recta razón (n.72). Y la recta razón es conocer el orden de las cosas conforme al fin que cada una tiene y con respecto al fin de todas que es Dios. Y además ordenar cada uno de los actos libres respecto a esos fines y respecto a Dios que es su último fin.
Si el hombre con sus leyes no reconoce el orden natural de las cosas y no ordena sus actos libres respecto a ese orden, no hay verdadera ley ni hay recta razón. Este es el argumento central de la Encíclica Evangelium vitae al que se refiere San Juan Pablo II cuando habla de los atentados actuales contra la vida, afirmando que la doctrina que respeta la vida se fundamenta en la ley natural (n.62). Y esto lo enfatiza cuando se refiere a la eutanasia como homicidio, agregando que la violación del orden natural usurpa el poder de Dios Creador usándolo fatalmente para la injusticia y para la muerte.
El problema que señala la Encíclica es que por no entender profundamente lo que es la naturaleza y el orden natural o ley natural, resulta que lo que antes eran pecados, ahora tienden a ser “derechos humanos” (n.11). San Juan Pablo II nos dice que el problema es que el lenguaje está enfermo de muerte y por eso sus significados se han limitado a puras descripciones sin contenido de verdad. Y bajo esta perspectiva ya no es posible hablar de ley natural, porque con puras descripciones no se puede acceder al ser, a la verdad y al bien objetivos.
Actualmente cada uno interpreta y describe las cosas como le conviene en sus circunstancias y sin definir nada. Y con esto se destruye la cultura y se instala lo que San Juan Pablo II llama la “cultura de la muerte”, que por un lado proclama los derechos humanos y la defensa de la vida, y por otro lado acaba negándolos al reducirlos a un ejercicio retórico estéril (n.18). Así se promueve la anticoncepción, el aborto, lo que llaman “muerte digna”, que es la eutanasia o incluso el suicidio. Porque el hombre se cree señor de la vida y de la muerte (n.15), todo lo cual constituye una real estructura de pecado (n.12). Por eso la Encíclica Evangelium vitae afirma que estamos ante un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, entre la muerte y la vida. Entre lo que San Juan Pablo II llama la “cultura” de la muerte y la cultura de la vida (n.28).
Esta Encíclica es muy oportuna e importante porque nos dice muy claramente que el hombre ya perdió el verdadero sentido del misterio del dolor (n.31), de la misma vida como tal (n.32) y de su originalidad e inviolabilidad (n.34 al 45). Hay que leer los números 57, 58 y 62 de la Encíclica, en los que se refiere al aborto y a todos los atentados contra la vida de la persona inocente, que no son más que la señal de una peligrosísima crisis del sentido moral.
Pero San Juan Pablo II no sólo plantea los problemas sino que propone como solución, afirmar la necesidad de la primacía del ser sobre el tener (n.98). Por eso es muy importante que conozcamos esta Encíclica y que reflexionemos sobre sus temas procurando salir de la superficialidad de las descripciones y de las opiniones, para defender la vida como verdaderos cristianos, es decir, conforme al Evangelio de la vida.
En suma, estas tres Encíclicas son de máxima actualidad por lo que urge promoverlas ya que constituyen una respuesta y una guía muy clara del Magisterio ante la confusión que prevalece sobre estos temas tan importantes para el hombre en su dimensión personal y social.
8 comentarios
Son documentos muy claros y precisos, que expresan una teología diáfana, luminosa, y que -lo digo de paso- cumplen fielmente el mandato de "tener principalmente como maestro a Santo Tomás" (Código, 252), como lo ordenó el Concilio Vaticano II (Optatam totius 16), a la hora de expresar el misterio de la fe en doctrina y moral.
Gracias, Manuel.
----------------------------------------------------------------------------------------------------
Muchas gracias a usted Padre, por haber leído el artículo y todo.
No sabe cuánto bien me han hecho.
Le mando un saludos fraterno:
Manuel Ocampo Ponce.
Hemos visto la Familiaris Consortio citada como puerta para una moral de situación.(¡!)
Los comentarios están cerrados para esta publicación.