Algunas consecuencias del secularismo en el Ministerio Sacerdotal
Tanto el sacerdocio común de los fieles como el sacerdocio ministerial se ordenan jerárquicamente, quedando uno al servicio del otro y participando del único sacerdocio de Cristo. Sin embargo hay que enfatizar que la diferencia entre estos dos sacerdocios NO es una diferencia de grado sino una diferencia específica. El problema es que en la misma jerarquía ha entrado el “espíritu del mundo” con su pretendida “desmitificación” del Evangelio y de la Iglesia oponiendo la Iglesia Comunidad a la Iglesia Institución. Y una vez entrando esto, se invierte la naturaleza del Cuerpo Místico. La horizontalidad tan exigida por el mundo secular, suprime la diferencia esencial del sacerdocio real o común de los fieles con el sacerdocio ministerial, y en el mejor de los casos los distingue con una diferencia de grado. Hoy es evidente que el “espíritu del mundo” ha difundido la mentalidad de que Jesucristo es un libertador temporal, un activista político. Pero el efecto es que esta concepción conduce necesariamente a una afectación en la concepción de la redención y por lo mismo de la naturaleza del sacerdocio del mismo Cristo.
En efecto, en esta situación, ya no se trata del Reino de Dios sino de un reino exterior que se vuelca hacia un activismo pastoral con un sustento equivocado. El error consiste en que Jesucristo no predicó un reino exterior socio-político, sino un Reino interior que no incita a la lucha exterior porque cuando Jesús se refiere al rico, es claro que no se limita a la riqueza exterior, sino que se refiere al espíritu de la riqueza que se opone a la instauración del Reino. Este punto es muy delicado porque si Cristo hubiera sido un libertador humano de la riqueza exterior y de la opresión exterior, no sería Cristo sino lo contrario a Cristo puesto que justo en esto consistió la tercera tentación que el demonio hizo a Jesús.
Es evidente que Cristo no vino a enfrentar las estructuras sociales, políticas y religiosas. Su sacerdocio no fue un liderazgo como liberador sociopolítico. Y aunque los cristianos no podemos ser indiferentes ante la injusticia social, debemos ser conscientes de que el mensaje de Cristo no se puede reducir a una liberación político-social en el orden temporal. Por eso es importante comprender que los sacerdotes son tomados o separados de entre los hombres, para vivir en el mundo con los hombres y para los hombres pero sin conformarse al mundo, sin hacerse al mundo o hacerse mundanos. El problema es que en una visión en la que el Mensaje del Evangelio se seculariza, el Reino de Cristo se desvirtúa adquiriendo un carácter exclusivamente social y temporal y por lo mismo el ministerio sacerdotal que va con miras a la trascendencia, deja de existir. Urge hacer conciencia de que Cristo no vino a ser un líder sociopolítico que intentó intervenir en las estructuras sociales y políticas de los diferentes grupos en la Tierra.
En grandes sectores incluso en los más altos niveles, hemos perdido la conciencia de que la obligación principal de los sacerdotes es anunciar la Buena Nueva y por eso los presbíteros no deben de favorecer a ideologías políticas, ni a partidos humanos, sino que deben desempeñarse como promotores del Evangelio y como pastores de la Iglesia. La sublime misión de los sacerdotes es incrementar espiritualmente el Cuerpo de Cristo, por tanto existe una obligación de los sacerdotes a adquirir la perfección para ser instrumentos vivos del Sacerdote Eterno.[1] Es necesario que sepamos que la santidad y la subordinación de los sacerdotes en comunión con todo el Cuerpo supone la subordinación a Cristo como supremo Pastor. Insisto, es un grave error sostener que la diferencia entre el sacerdocio real o común de los fieles y el sacerdocio ministerial, es una diferencia de grado. Aunque lamentablemente esta postura del “espíritu del mundo” ha entrado en la Iglesia, y ha promovido la eliminación de esta diferencia. Y es que el análisis marxista-materialista-existencialista y positivista de la realidad introducido y vigente en la Iglesia ha estado provocando como consecuencia inmediata una renuncia al incremento espiritual del Cuerpo de Cristo a partir de un secularismo que corroe por dentro. Hoy es totalmente evidente cómo los sacerdotes secularizados, tienen aversión a distinguirse con trajes eclesiásticos, hábitos, etc., hasta llegar a las peores chabacanerías que nada tienen de apostólicas. Estos hechos han llegado a tal extremo que tristemente parece que muchos de los mismos sacerdotes se avergüenzan o simplemente no están dispuestos a aceptar su sacerdocio.
El proceso de secularización ha afectado medularmente a la Iglesia porque ha asumido que lo que importa es el hombre como existente temporal e histórico entendido bajo una perspectiva historicista y relativista. Es por eso que bajo esta perspectiva, el sacerdocio ministerial se ve comprometido en lo que se ha llamado una evolución histórico-dogmática. El fundamento de los que han promovido esta postura en el interior de la jerarquía, se basa en que la consagración de la primera comunidad cristiana la realizaba toda la Iglesia y que tardíamente se introdujo el sacerdocio jerárquico. Según esta postura, las primeras comunidades cristianas posteriormente dieron lugar al colegio primitivo, es decir, a la organización actual del sacramento del orden; y luego, tardíamente se introdujo el sacerdocio jerárquico. Por eso han enseñado y difundido por todas partes que el sacerdocio únicamente es un resultado del proceso histórico. Pero una vez cayendo en este error, se sigue que en un contexto histórico apareció la función del Obispo, pero en otro contexto histórico puede desaparecer o cambiar del mismo modo como apareció o lo que sea.
Una vez asimilado lo anterior, ya se ve que bajo esta “lógica” que se manifiesta no tardan en poner oficialmente en cuestión el orden sacerdotal. Porque si reflexionamos un poco, esta es una de las consecuencia lógicas de la dinámica del “espíritu del mundo”. Lamentablemente el proceso está tan avanzado que pocos, muy pocos sacerdotes se percatan de esto y de la ideología que lo sostiene.
Hoy vemos cómo gran cantidad de sacerdotes se alejan de la vida de oración y de contemplación. Y es que con esta deformación, los mismos sacerdotes reniegan al verse relegados, ajenos al mundo, como quienes no se comprometen con la realidad social y por tanto, se sienten inútiles. Esta es la razón por la que hoy se promueve por todas partes que las comunidades ordenen toda su vida al activismo, a la famosa “pastoral” sin verdadero sustento teórico. En muchos seminarios, sólo se promueve la acción pastoral, al margen de la Filosofía y la Teología que se consideran obsoletas e inútiles y por eso, en el mejor de los casos, en muchos de los seminarios son pésimamente enseñadas. La formación sacerdotal, ha disminuido totalmente la necesidad de una formación Filosófica y Teológica realista y alineada al Magisterio de la Iglesia que conduzca a la contemplación de la realidad. Pero una vez disminuida la formación Filosófica y Teológica el activismo desbocado, se vuelca contra los fieles a partir de palabrerías y activismos y hasta espectáculos litúrgicos que muchos acaban por aplaudir. Es de este modo, como el sacerdote pasa a ser un activista monofisita, resultado de la horizontalidad de una evolución histórico-dogmática cuyo ministerio, que ya no es esencialmente distinto al de los demás fieles, no puede ser sal de la tierra porque se han convertido al mundo, y por eso el mismo pueblo cristiano termina por desencantarse y por decepcionarse de los sacerdotes, lo cual lleva a los mismos sacerdotes a cosechar un vacío nostálgico aun cuando no sepan a qué se debe su nostalgia. El mundo frívolo los acoge y les aplaude pero les deja en un vacío existencial. Y es que cuando el sacerdote no vive los signos interiores y exteriores de su consagración, el pueblo le pierde veneración. Por eso esta visión marxista-existencialista de la vida sacerdotal es tan destructiva, porque desprecia el orden sacerdotal, porque lo considera como un servilismo clericaloide en el que los fieles incluidos los sacerdotes se someten ante los representantes de la Iglesia que constituyen el poder opresor. Lo que no entienden es que no se trata de poderes opresores, sino de respeto, de reconocimiento y amor confiado a quienes son instrumentos de la salvación; de veneración espontánea del sacerdote por el que participamos del Sacrificio Eucarístico y por el que recobramos la gracia o la aumentamos a través de los sacramentos. Gran cantidad de sacerdotes no son conscientes de que deben ser fermento de salvación y de regeneración del mundo, sal que hace oír la sabiduría divina y no su sabiduría y sus opiniones al servicio de ideologías y de doctrinas políticas o de movimientos paganos. Es una pena que aún en muchos de los más altos niveles de la jerarquía eclesiástica ya no hay conciencia de que en el sacerdocio no hay términos medios ni grises, no hay conciencia de que los sacerdotes o santifican o corrompen. Lo peor de todo es que podemos ver que hay casos muy tristes por los que debemos orar, en los que se ha llegado a los extremos de que algunos sacerdotes no tratan de santificar sino de corromper. Por eso hay que hacer conciencia de que si la sal se vuelve insípida, nada ni nadie sala la sal.
Por otra parte, el impacto de este proceso en los fieles es que muchos fieles se han ido dando cuenta de la difusión de esta descomposición, y cuando dejan de percibir los signos externos e internos del sacerdocio, les queda un sentimiento de ausencia de un bien necesario que se ha perdido y que quisieran recuperar. Hemos llegado al punto de que muchos laicos ya ni siquiera se dan cuenta de eso e inconscientemente asimilan al sacerdote y su sacerdocio bajo la dinámica materialista.
Desafortunadamente esta dinámica también explica el paso siguiente que es el apoyo a la abolición del celibato, porque para el “espíritu del mundo” en este momento de la evolución histórica, a la jerarquía de la Iglesia machista le falta explorar la femineidad y la genitalidad. Y es que si la Iglesia se considera como poder opresor, y el sacerdocio se desvirtúa junto con la Iglesia jerárquica, qué caso tiene el celibato. Ya no tiene sentido que el sacerdote haya renunciado al matrimonio que también es vía de santificación del Cuerpo Místico. Los sacerdotes vueltos hacia el mundo acaban por considerar un problema el ejercicio de su sexualidad y de su genitalidad. Este tipo de sacerdotes, reniegan y hasta denuncian a la religión y a la Iglesia alienadora que oprime al sacerdote al negarle la posibilidad, entre otras cosas, del matrimonio. Acuden al engaño de que el matrimonio les ofrecerá una mayor encarnación que le permita comprender a los demás y vivir una humanidad más completa. Este es el resultado de la crisis a la que ha llegado el sacerdocio ministerial. Cuando el sacerdote no considera que el matrimonio es una realidad más profunda, más santa, más humana y más divina de lo que podemos imaginar y lo reduce a una solución ante la crisis del ministerio sacerdotal, lejos de solucionar, se encuentra frente a otro conflicto y a otro fracaso.
Y es que esta dinámica ideológica tan arraigada también ha afectado al matrimonio llegando al extremo de considerar que la unión con personas que son divorciadas ya no es pecado sino “situaciones irregulares”, e incluso en posturas extremas ha llegado a considerarse como una gracia o una necesidad que hace al hombre más libre. Urge recuperar los fundamentos sobrenaturales del verdadero sentido del celibato eclesiástico y del matrimonio. Nos encontramos ante un agresivo cisma erótico dentro de la jerarquía de la Iglesia que es resultado de la visión inmanentista, hegeliana, marxista, heideggeriana y positivista de la realidad y de la propia Iglesia.
Por último necesario e importantísimo considerar, que en este contexto tan difícil, también existen sacerdotes fieles que pasan totalmente desapercibidos. En muchos de los casos, he podido ver cómo estos sacerdotes experimentan las grandes presiones y la persecución de los que promueven la conversión hacia el mundo. Estos buenos sacerdotes, en considerable medida, experimentan la soledad y algunos hasta han caído en la tentación de callar, o de seguir la corriente a los demás optando por una lucha en silencio, muchas de las veces ante la amenaza de la burla y de la exclusión. Existen sacerdotes que luchan por predicar con su ejemplo, que todavía creen en la Penitencia y en la oración, que pasan horas en los confesionarios y que se entregan a los pobres sin estar buscando el prestigio, los aplausos y las apariciones en los medios masivos de comunicación provocando que se difunda su “pobreza” y su simpatía con los pobres a la manera de tantos ideólogos mundanos de la “liberación”. Existen sacerdotes que no han caído en el error de pensar que el Evangelio nos propone una oposición dialéctica entre ricos y pobres, sino que aman sin distinciones y comprenden un nivel más profundo de pobreza que no se reduce al meramente externo y material que reduce el sacerdocio a un caudillismo socio-político.
Urge que oremos por todos los sacerdotes; que los amemos, los acojamos y los respetemos. Urge que oremos de una manera especial por los sacerdotes que han sido invadidos por el “espíritu del mundo”. Urge que reconozcamos y acojamos a los sacerdotes buenos y heroicos que en muchos casos llegan a ser despreciados, relegados y perseguidos no sólo por los laicos sino principalmente por los mismos sacerdotes. Urge que contribuyamos a la formación de los sacerdotes y que seamos conscientes de la importancia tan grande que tienen los sacerdotes. ¡Demos gracias a Dios por los sacerdotes!
10 comentarios
Por cierto, antes de abocarnos a la pastoral periférica hay que aventar las confusiones impresionantes que padecemos ad intra, porque si no, ¿qué es lo que vamos a enseñar? ¿Vamos a enseñar que ya no hay que "apegarse a la letra"? ¿O que los divorciados rejuntados pueden comulgar los muy santitos?
Si no aclaramos estos y muchos otros puntos que generan confusión, la evangelización puede llegar a ser instrumento de frustración propia y ajena.
Casi no hay parroquias donde se respete la presencia de Dios, y luego esa creciente imposición de los ministros de la comunión con sus cada vez mayores atribuciones. Cuando los sacerdotes católicos sean casados, para mí se acabó el sacramento de la confesión.
Gracias por este estudio tan revelador.
Queréis que las iglesias se llenen de gente joven y vieja? Muy fácil. 1. Celebrar en latín. Como son siempre las mismas palabras, pronto las entenderá todo el mundo.
2. Al final de la misas llamara los enfermos al primer banco, también a los aicots a prono, tabaco, alcohol, droga... y que el celebrante, en la persona de Cristo, les haga un rito de curación. A Jesús le traían los enfermos y los cuarba a todos. Ahora también pasaría. Cristo vive en la Misa. Es el mismo, y aún con más poder si cabe.
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