El Fin Último: Consideraciones en torno al pensamiento de Santo Tomás de Aquino
STUDIUM
REVISTA CUATRIMESTRAL DE FILOSOFÍA Y TEOLOGÍA
VOL. LII, Fasc. 2
MADRID, ESPAÑA
2013
ISSN 0585-766X
Abstract.- Sin lugar a duda, el tema del fin último es un tema fundamental para cualquier estudio serio sobre Filosofía o Teología Moral, y es que si somos conscientes, no existe un objetivo mayor que el que cada cosa alcance su último fin. Y ese es el motivo por el que he pensado dedicar este breve estudio a profundizar en el tema del fin último y sobre todo del fin último de la persona humana. Dada la profundidad y seriedad con que Santo Tomás de Aquino aborda este tema, he decidido centrarme en lo que se refiere a los principios básicos, en el pensamiento del Aquinate, resaltando aquellos fundamentos relacionados con el fin y que tienen gran aplicabilidad a la cuestión moral, sacando algunas conclusiones que se encuentran implícitas en su pensamiento. Para este propósito, he considerado necesario dar por establecido, en primer lugar, que en el tema del bien, Santo Tomás retoma a Aristóteles considerando el bien como el ser en cuanto apetecible, de lo que se sigue que el bien de cada cosa es su fin y constituye su perfección. En un segundo momento procederé a presentar algunos de los diferentes tipos de fines, entre los que se encuentra el fin último de la persona humana.
Santo Tomás afirma que, en términos muy generales, la palabra fin significa el término de una cosa. Y con relación a las actividades de un agente cualquiera, el fin es aquello cuya consecución le hace descansar y cesar en su actividad. Y en una consideración también muy general, hay que aclarar que hay distintos tipos de fines que pueden relacionarse con la cuestión moral que es a la que compete el fin último del hombre: una cosa es el fin que o finis qui, que es el bien al que se dirige la acción; otro el fin para quien o finis cui, que es el sujeto al que va dirigido ese bien y el fin por el cual o finis quo, que es la manera de obtener ese bien.
También hay que distinguir el finis operis o fin de la obra considerada en sí misma y el finis operantis o fin del que obra, del que realiza la acción o el acto humano. El fin de la obra o finis operis, supone siempre el fin de la causa inteligente ordenadora, es decir, de aquel ser inteligente que realiza la acción, puesto que la ejecución supone siempre una intención.
En lo que se refiere a la creación, Dios ha impreso en la naturaleza el apetito natural en todos los entes que es el finis operis de la creatura.
Pero además, si consideramos el punto de vista de la ordenación a otro, el fin puede ser, próximo, intermedio o último. El fin último es el fin por excelencia porque en él radica la razón última y superior del movimiento de las causas eficientes, y de su fuerza de atracción participan los fines intermedios de modo que al alcanzarlo termina la apetencia y la tendencia . De donde se sigue que los fines intermedios, no se mueven por sí mismos sino porque participan de la finalidad del fin último que es verdadero fin en cuanto ya no es bien para otro.
En lo que se refiere a los fines medios, son bienes por el hecho de ser, pero el bien se realiza en ellos como analogados secundarios con analogía de proporción intrínseca o atribución y con analogía de proporcionalidad propia.
Por lo anterior el fin/bien puede ser honesto o inútil, si se ama por sí mismo, por su intrínseca perfección como fin y no como medio; o puede ser fin/bien deleitable, si produce quietud del apetito o goce por el amor que el amante se tiene a sí mismo; o puede ser bien/fin útil, si se ama por otro.
Además, Santo Tomás aclara que el amor del bien deleitable por ser de concupiscencia, en el fondo es un amor disimulado de sí mismo, mientras que el amor del bien honesto, es un amor de benevolencia y por tanto es el verdadero amor de amistad hacia otro.
1. El fin de la creación y de la persona
La persona humana, a diferencia de los entes inertes, de los vegetales y de los animales irracionales, que sólo tienden necesariamente en cuanto están determinados a sus fines, es capaz de apetecer el bien como bien, el bien honesto y no sólo en cuanto causa quietud o deleite, porque el bien honesto es el bien más propio y específico de la naturaleza humana. El hombre es capaz de aprehender o de conocer la bondad en sí misma puesto que su facultad cognoscitiva o intelecto, es capaz de captar o abstraer la esencia y de penetrar en el ser de los entes, trascendiendo así sus notas sensibles. Por esta razón, en el mundo corpóreo, sólo el hombre puede alcanzar al Bien, o a Dios como último fin o bien supremo de nuestra naturaleza en cuanto apetecible en sí mismo logrando, además, su quietud o goce perfecto.
Por lo anterior, el bien honesto objetivo y el bien deleitable o subjetivo se encuentran en la beatitud, es decir, al alcanzar el Bien Absoluto. Porque mientras la consecución del bien honesto formalmente constituye la beatitud, el goce o deleite es el efecto formal secundario, consecuencia de la posesión del Bien Absoluto (honesto).
Una vez que el hombre alcanza a Dios racionalmente o por la fe, es capaz de ver la ordenación final que Dios ha impreso al hombre y a todas las creaturas hacia Sí mismo y como su fin último. El hombre es capaz de demostrar y concluir con las solas fuerzas de su razón que Dios crea inteligentemente, con un fin que es Él mismo (finis qui), porque Dios no puede más que querer ordenadamente y por lo mismo, debe buscar el mayor bien en todas sus obras que no puede ser otra cosa, en última instancia, que Él mismo .
El fin último y supremo de todas las creaturas es el mismo Dios porque sólo Dios es el Ser Infinito, la Plenitud Absoluta de toda Bondad y Perfección. Si Dios al crear se hubiera propuesto otro fin fuera de Sí mismo, hubiera subordinado su acción a ese fin lo cual es contradictorio porque Dios, por su misma esencia, no se puede subordinar a nada. El Ser infinito no puede subordinarse al ser finito .
La Voluntad divina es esencialmente amor de Sí mismo, puesto que sólo un objeto infinito puede especificar un querer infinito y subsistente como es el de Dios. El que Dios sea Acto Puro, implica identidad real del sujeto y el objeto de Su amor, es decir, nada puede querer Dios que esté fuera de Él, porque todo en Dios es Acto y, por tanto, perfección absoluta. Dios se ama necesariamente a Sí mismo y no puede querer nada sino en cuanto
eso se refiera a su objeto formal que es su propia Bondad, de modo que Dios ama todo lo demás en cuanto se ama a Sí mismo. De esto se sigue que no haya nada que pueda dar a Dios algo que Él no posea formalmente y en grado perfectísimo o eminentísimo .
Por eso, Dios no obra como para adquirir algo por su acción, sino para dar gratuitamente y amorosamente algo por ella, porque no está en potencia para poder adquirir algo, sino que sólo es Acto Puro y perfecto. Por eso las cosas no se ordenan a su fin para darle algo a Dios, sino para obtener algo de Dios según su modo de ser .
En efecto, todas las cosas tienden a Dios, como a su último fin, para participar de su bondad porque Dios ha creado libremente y sin otro interés que participar a la creación de su Ser y su Bondad infinita, por eso la creación no puede tener otro fin que la propia gloria (reconocimiento implícito o explícito) de Dios, que no es otra cosa que la participación amorosa y gratuita de su mismo Ser divino.
En el pensamiento de Santo Tomás, todas las cosas o son Dios o reciben el ser de Dios en absoluta y esencial dependencia de Él como entes ab alio. No cabe otro fin fuera de Dios si no es recibiendo su razón de fin y dependiendo de Dios como su último Fin . La creación no es otra cosa que la participación que Dios hace de su Ser a las creaturas sacándolas de la nada. Si todo agente obra por un fin, Dios, como Intelecto Infinito y Agente intelectual por excelencia, ha tenido que proponerse un fin al traer a la existencia a sus criaturas sacándolas de la nada por un acto creador omnipotente e infinito. Por eso es evidente por sí mismo, que el Fin último de todas las creaturas es el mismo Dios. Basta considerar que Dios es el Ser Infinito, la plenitud absoluta de toda Bondad y Perfección para concluir que si Dios, al crear las cosas, se hubiera propuesto un fin distinto de Sí mismo, hubiera subordinado su acción a ese fin, ya que todo agente subordina necesariamente su acción al fin que intenta con ella. Pero como la acción de Dios no se distingue del mismo Dios, ya que en Él son una misma cosa la esencia, el acto de ser y la operación, se sigue que Dios mismo se hubiera subordinado a ese fin distinto de Él, lo cual es un evidente desorden y absurdo metafísicamente imposible en Dios. Dios no puede subordinarse a ningún ser finito. La Bondad suprema no puede estar por debajo de la bondad limitada. Por eso, la finalidad intentada por Dios al sacar todas las cosas de la nada tiene que ser forzosamente el mismo Dios .
El hecho de que Dios sea el fin último de toda la creación es una consecuencia de su Inteligencia y de su Perfección y por lo mismo una exigencia ontológica del ser creado que es una participación del Ser y de la Bondad de Dios. Todo ser creado es una manifestación del ser divino .
2. La gloria objetiva y la gloria formal de Dios.
El hecho de que todo lo creado sea una manifestación del Ser divino, nos permite afirmar que la gloria objetiva de Dios es la participación y manifestación de la Bondad divina que todo ser existente creado posee, por el hecho de ser. Dios ha creado y destinado a todas las creaturas para que con su propio ser, participen y manifiesten su Ser divino .
La gloria objetiva de Dios son todas las creaturas por el simple hecho de ser.
Pero además de la gloria objetiva de Dios, existe la gloria formal de Dios, la cual sólo es posible en los entes inteligentes. Porque la palabra gloria significa que un bien sea conocido y aprobado por alguien.
La gloria formal de Dios es “el conocimiento y amor que a su Infinita Bondad y Perfección profesa un ser inteligente” .
En la medida en que ordenamos nuestros actos humanos conforme a la ley natural moral, que es la ley divina que descubrimos con nuestra razón, en esa medida damos gloria a Dios implícitamente y si eso lo manifestamos en actos de oración, adoración… hacemos explícita esa gloria reconociendo a Dios como Autor y legislador de todo el orden moral. La ley divina no es otra cosa que la ordenación de todas las cosas en la mente divina. Y cuando esta es descubierta por la mente humana, adquiere el nombre de ley natural que puede ser cósmica si se refiere a los entes del mundo físico o bien moral si se refiere a la creatura racional y por tanto libre.
En lo que se refiere a Dios, la gloria objetiva y la gloria formal intrínseca se identifican. De modo que en Dios hay una gloria intrínseca y esencial objetiva que es su mismo ser como tal y una gloria formal intrínseca constituida por el conocimiento que el amor que Dios se tiene a sí mismo y que se identifica con su mismo ser .
En lo que se refiere a la gloria objetiva y formal extrínsecas de Dios: Para Dios no es necesaria la gloria extrínseca objetiva ni formal puesto que la gloria que la creatura puede dar o negar a Dios no aumenta ni disminuye en nada su plenitud esencial. Absolutamente nada que venga de las creaturas puede producir en Dios más perfección, ni más felicidad. Sin embargo, la creación produce más seres que participan de la perfección y de la felicidad de Dios.
3. La gloria formal de las creaturas espirituales
Si pasamos a la gloria formal de las creaturas espirituales, es decir, las personas humanas y angélicas, podemos afirmar que la gloria objetiva de Dios es más perfecta en la gloria formal de las creaturas espirituales, entre las que se encuentra el hombre, que partiendo de los vestigios de Dios que encuentra en las creaturas, alcanza el conocimiento de Dios como imagen suya que es, para reconocer su orden, ajustarse a ese orden establecido por Dios y de este modo reconocerle, amarle y adorarle . Por eso dice Santo Tomás: “Como quiera que todas las cosas proceden de Dios en cuanto es bueno […], por eso todas las cosas creadas según la impresión recibida del creador se inclinan a apetecer el bien según su modo, de tal forma, que se encuentra así en las cosas cierta circulación, cuando, saliendo de Dios, tienden al bien. Esta circulación, empero, se acaba en algunas creaturas, mientras que en otras queda imperfecta. Porque aquellas creaturas, que no se ordenan hasta alcanzar aquel primer bien del que procedieron, sino tan sólo para conseguir una semejanza cualquiera, no tienen perfectamente esta circulación, sino solamente aquellas creaturas que pueden llegar de algún modo al mismo primer principio, lo cual es propio de sólo las creaturas racionales, las cuales pueden alcanzar a Dios mismo por el conocimiento y el amor, en la cual consecución consiste la felicidad” . Y en otra parte dice: “Entonces el efecto es perfecto en grado sumo, cuando regresa a su principio […]. Por consiguiente, para que el universo de las creaturas consiga su última perfección, es necesario que las creaturas lleguen a su principio” .
Por esta manifiesta superioridad de la persona humana sobre las demás creaturas corpóreas que consiste en que glorifica a Dios conscientemente, libremente y más perfectamente, la persona humana se degrada mucho más cuando el hombre se convierte a las creaturas como a su último fin lo cual es la esencia del pecado.
En cuanto a los ángeles, ellos, también pueden elegir libremente a Dios -en un sólo acto- y de este modo alcanzar su fin, es decir, su felicidad y realización plena de manera intelectual y libre. Por esto mismo, el ángel también es capaz de degradarse por un amor desordenado de sí mismo. De lo que se desprende que, independientemente del plano angélico, es necesario que el hombre haga uso racional y justo de las creaturas como medios para salvarse y para llegar a Dios. En el hombre el fin último subjetivo es la felicidad que sólo es posible objetivamente cuando el hombre alcanza a Dios. La felicidad del hombre es la posesión perfecta e interminable del único Bien Absoluto que es Dios. Los seres irracionales se ordenan a los racionales y por eso ofrecen al hombre muchas cosas para vivir y desarrollarse; pero estos seres irracionales que son la gloria objetiva de Dios, son los que manifiestan a Dios por ser vestigios del Creador y porque sirven al hombre como medios para la gloria formal. Por eso manifiestan la Bondad de Dios y por todo eso la gloria objetiva se subordina a la gloria formal puesto que el hombre las conoce como imagen de su Creador y las utiliza como dones de Dios llegando por medio del conocimiento de las creaturas al conocimiento y amor de Dios.
Todas las personas están destinadas a la glorificación formal de Dios. En el caso de la humanidad, la sociedad tiene como fin el bien común terreno que es un medio natural para alcanzar el fin último del hombre tanto individualmente como grupalmente que es el bien común trascendente y que es el verdadero bien según la especie o naturaleza de todos y cada uno de los miembros que conforman un grupo social. Esta ordenación natural y este bien es tal, que cuando a un individuo se le intenta obligar al mal, o a desviarse de su último fin, debe oponerse a eso porque eso no puede provenir de una autoridad legítima, sino de un abuso de autoridad que aleja del bien común de los individuos.
La gloria formal es mucho más perfecta que la gloria objetiva, debido a que lo espiritual (personas humanas y angélicas) es más perfecto que lo material, y de aquí que la gloria objetiva se subordine esencialmente a la gloria formal. Todo el fin del universo y de la gracia no es sino la gloria de Dios, que culmina en y por la gloria formal del conocimiento y amor de Dios por parte de la persona creada .
Todas las personas humanas están destinadas a la glorificación formal de Dios, y, por consiguiente, toda persona humana es, bajo este aspecto igual esencialmente. Por eso el bien común es el verdadero bien de todas y cada una de las personas que conforman la sociedad sin excluir a nadie y es de tal modo que todos y cada uno alcancen su máxima perfección posible y su felicidad en el desarrollo pleno de todas sus potencialidades y en la posesión, según su naturaleza individual y social, del Bien Absoluto.
De esto se sigue que cuando un individuo pretende cometer una falta moral o desviarse de su último fin en aras del bien común, en realidad se opone al bien común y por esta razón nunca será lícito que un solo individuo falte por ningún motivo, salvo en los casos del voluntario indirecto o en actos con doble efecto uno bueno y otro malo, en los que no habría mal moral.
De modo que, retomando lo dicho, la gloria formal es mucho más perfecta que la gloria objetiva, como lo espiritual es muy superior a lo material, y la gloria objetiva se subordina esencialmente a la gloria formal, como lo material a lo espiritual y así, todo el fin del universo y de la gracia no es ni puede ser otra cosa más que la gloria de Dios, que culmina en y por la gloria formal del conocimiento y amor de Dios del ser espiritual o persona creada.
Si queremos explicar esto filosóficamente, hemos de sostener que: si todos los existentes poseen una esencia limitada y contingente, puesto que son compuestos de esencia y acto de ser -en cuanto substancialmente tienen un acto de ser o forma substancial pero accidentalmente poseen algunas perfecciones en acto y en potencia para el desarrollo o adquisición de otras correspondientes a su especie-, el fin de esos existentes es conservar sus perfecciones y llegar a poseer en acto las que únicamente tienen en potencia para llegar a la plenitud o acabamiento de su ser. Esta plenitud, conforme a su naturaleza específica, es su fin último interno.
La doctrina del acto y la potencia nos conduce necesariamente al problema del último fin de la creatura tanto en el plano trascendente o extrínseco, que es la gloria objetiva y formal de Dios, como inmanente e intrínseco, que es la plenitud del ser específico. Dicho de otro modo, el movimiento del ser creado hacia su plenitud ontológica, con la consiguiente glorificación divina, no es sino el desplazamiento de la potencia en busca de su aspecto específico. Así como en el orden eficiente, las creaturas son creadas ex nihilo o de la nada participando del Acto Puro que las crea, así en el orden final, ese Acto Puro es quien determina su movimiento como término hacia el cual tiende la potencia desprovista de su acto específico y por tanto de su plenitud.
El Acto Puro está al principio del orden eficiente determinando la existencia de todo ser, y en el término del orden final, determinando la actividad perfectiva de toda creatura .
Incluso el orden moral, como actividad dirigida a su fin, se explica con la doctrina fundamental del acto y la potencia. Porque Fin, Bien, Perfección y Acto coinciden con el Ser y por lo mismo son análogos como lo es el ser, y por eso mismo el problema de la ordenación de los entes creados a su propio fin, se expresa como tendencia a su bien, apetencia de su perfección, paso de la potencia al acto.
El desarrollo que puede alcanzar cada ente varía según las potencias o capacidades reales del acto de su naturaleza. De modo que si alguno carece de aquello que debería tener según su naturaleza, podemos hablar de una imperfección; mientras que si alguno carece de algo no exigido en su naturaleza, estaríamos hablando de una mera carencia no exigida por su esencia o naturaleza y que por lo mismo puede ser contrario a esa naturaleza, como sería por ejemplo un perro con alas.
El fin al que tienden todos los entes que no son Dios es a la conservación y perfeccionamiento de su ser según su naturaleza o especie. Y aunque ningún ser irracional tiende al bien en sí, al bien en general, sino a determinados y concretos bienes materiales, para actualizar sus capacidades; esto no implica que el hombre, que es un ser espiritual, pueda utilizarlos irracionalmente o realizar actos de barbarie con ellos. Dado que el hombre es un ser espiritual, racional y libre, debe tratar racionalmente a toda la naturaleza. Aunque los demás seres del universo no sean racionales y tengan como fin inmediato el bien de su conservación y desarrollo individual y específico, el hombre sí es un ser racional y está obligado a hacer un uso racional de todos los recursos a su servicio, es decir, está obligado a comportarse según su naturaleza y no sólo eso, sino a colaborar con Dios en el perfeccionamiento de todo lo que a él se subordina. Los seres irracionales, materiales y vivientes, no son espirituales ni son personas, no son sujetos de derechos, pero el hombre que sí es sujeto de derechos, tiene el deber y la obligación de servirse de ellos racionalmente y de colaborar con Dios en su perfeccionamiento porque, en un caso extremo, destruyendo la naturaleza se destruye a sí mismo.
Es evidente que los entes son jerárquicos. Y los seres irracionales son la gloria objetiva de Dios puesto que se ordenan a él aunque inconscientemente. Los seres irracionales son la participación y manifestación de la infinita Bondad de Dios dirigida y subordinada a la gloria formal de las criaturas espirituales. Los animales se ordenan al hombre y el hombre a Dios. Cuando el hombre utiliza adecuadamente y racionalmente a los seres irracionales, estos logran su fin, pero el hombre no logra el suyo si lo hace contra su naturaleza humana racional, o contra la naturaleza de los entes creados.
Por su parte, de que Dios sea el fin último y supremo de todas las criaturas, se deduce la gran dignidad y excelencia de todas y cada una de ellas, que tienen como fin a Dios, fuente y origen de toda bondad y perfección.
Por eso es muy importante conocer el fin de cada cosa y el fin último intrínseco o subjetivo del hombre y el fin último extrínseco u objetivo de la persona humana. Todo el mundo material se ordena al hombre, pero por eso mismo, es necesario determinar claramente el fin último de cada cosa y el fin último de la naturaleza humana. Porque al ser racional y libre, la persona humana ha de alcanzar, bajo su propia responsabilidad, su perfección. Sólo de este modo, se puede resolver la paradoja o aparente contradicción, que puede presentarse al conocer el fin impuesto por Dios que es la glorificación de Dios y el fin al que el hombre tiende naturalmente y subjetivamente que es la felicidad o la realización plena.
El hombre es capaz de descubrir que la glorificación de Dios en el cumplimiento de la ley divina, con todas las renuncias y sacrificios que ella impone, no se opone a su felicidad, sino que la va realizando. El hombre es capaz de descubrir este fundamento tan importante del orden moral.
Hemos dicho que la gloria formal es el fin último objetivo trascendente del hombre, es decir, el conocimiento y el amor de Dios, o la posesión perfecta e interminable, intelectual y volitiva de Dios. Pero no hay que perder de vista que el fin último subjetivo trascendente del hombre es la felicidad perfecta. Se trata de dos aspectos de un único fin.
Todo lo que el hombre quiere lo hace bajo el aspecto de bien. El hombre puede apetecer unos bienes en lugar de otros, pero los apetece en razón de su participación del bien en sí, al que se encuentra dirigido por naturaleza.
El hombre tiende hacia el bien en sí irresistiblemente ya que sólo en ese bien puede descansar su voluntad y alcanzar la felicidad. La voluntad busca el bien en sí como una tendencia natural hacia su felicidad. La felicidad eterna sólo se logra cuando el hombre alcanza perfectamente e interminablemente el Bien Absoluto. La posesión del Bien Absoluto y la felicidad son el fin último de la persona humana. La felicidad es el goce del apetito racional o de la voluntad aquietado en la posesión de Dios. “Bien en sí y felicidad son, pues, dos aspectos, objetivo y subjetivo, del ultimo fin intrínseco del hombre, y que formalmente constituyen la perfección suprema del mismo” .
Es evidente que el hombre sólo puede llegar a su plenitud ontológica cuando actualiza totalmente todas sus potencias, especialmente las espirituales.
A todo lo anterior es necesario agregar, que cuando Dios intenta su propia gloria en sus criaturas, no sólo no realiza un acto de egoísmo, sino que es un acto de suprema generosidad, desinterés y largueza. Porque Dios no busca en eso su propia utilidad, sino comunicar a las creaturas su bondad. Dios ha sabido organizar de tal manera el universo, que las creaturas encuentren su plena felicidad precisamente glorificando a su Dios . Por eso Santo Tomás dice que sólo Dios es infinitamente liberal y generoso: no obra por indigencia, como buscando algo que necesita, sino únicamente por bondad, para comunicarla a sus creaturas .
4. El fin último subjetivo, secundario del hombre.
De suerte que hemos visto que, junto con el fin último primario, objetivo y absoluto del hombre que es el Bien Absoluto (bienaventuranza objetiva), existe un fin último secundario y relativo, que es su propia felicidad y que en Teología se conoce con el nombre de bienaventuranza eterna o bienaventuranza formal o subjetiva. Este fin es relativo y siempre está subordinado al Fin último absoluto del hombre que es Dios, como objeto que constituye la bienaventuranza objetiva. El hombre se siente atraído a alcanzar su propia felicidad naturalmente e irresistiblemente. Pero el hombre no tiene sólo un fin último natural, sino que también tiene un fin último trascendente o sobrenatural, y por eso necesita de la gracia divina y de otros medios sobrenaturales como las virtudes sobrenaturales, los dones y los sacramentos, para poder llegar a su fin último relativo, que es su felicidad subjetiva sobrenatural.
La esencia metafísica de la bienaventuranza que es el acto primero y principal, que nos pone en posesión de Dios, se logra con la sola visión beatífica que unirá a nuestro intelecto directamente e indirectamente con la esencia divina sin intermedio de alguna criatura, ni siquiera de una especie inteligible. Pero para la esencia física e integral de la bienaventuranza, se requieren también, necesariamente, el amor beatífico que unirá entrañablemente nuestra voluntad a la divina esencia, quedando totalmente impregnada de divinidad, y el goce beatífico, que redundará, con la plenitud del gozo perfectísimo, de la visión y del amor beatíficos. El hombre habrá llegado a su última perfección y a su fin sobrenatural en el que verá satisfechas para siempre las inmensas aspiraciones de su corazón y su sed inextinguible de felicidad. A esta suprema beatitud del alma, que constituye la gloria esencial del cielo, hay que añadir, después de la resurrección de la carne, la gloria del cuerpo, que será un complemento con relación a la bienaventuranza del alma, pero que se requiere indispensablemente para la plena y total felicidad del hombre, que es una unidad substancial de cuerpo y alma .
Toda persona humana busca necesariamente e irresistiblemente su felicidad pero lo que cambia es el objeto en el que la quiere encontrar: unos la buscan en Dios, otros en las riquezas, otros en la fama y los honores, en los placeres, etc. Pero todos buscan la felicidad como fin de todos sus anhelos y esperanzas . Nadie obra deliberadamente en contra de su propia felicidad .
Por eso Santo Tomás define la beatitud, como “la última perfección de la naturaleza racional o intelectual” . De modo que el goce es una consecuencia de la perfección de la facultad espiritual. Dice Santo Tomás que “el bien perfecto excluye todo mal y llena todos los deseos” .
De donde se deduce que la felicidad humana exige:
a) La consecución de todos los bienes que colman las exigencias de la naturaleza racional. Desde luego esto sólo es posible en el Supremo Bien.
b) La ausencia de todo mal, ausencia incluida implícitamente en el inciso a, porque el mal es ausencia de perfección.
c) Que la plenitud de perfección sea con seguridad para siempre, infinita a futuro o lo que se dice inamisible. Porque si existiera la posibilidad de perderla dejaría de ser felicidad, porque dejaría de ser, plenitud de bien.
Estos elementos sólo son posibles en la posesión perfecta (según la naturaleza humana y la gracia sobrenatural) e interminable del Bien Absoluto en la plenitud perfecta de todos los bienes de la naturaleza humana. Sin estas condiciones, el hombre no puede ser plena y absolutamente feliz. La felicidad suprema del hombre no puede encontrarse en ninguno de los bienes creados externos o internos ni en la suma de todos estos considerados aisladamente.
De todo esto se desprende que la felicidad perfecta no es posible en esta vida, de modo que lo más que podemos aspirar es a una felicidad relativa fundada en la práctica de las virtudes, sobretodo conociendo y amando a Dios por la fe y la caridad, gobernando adecuadamente nuestras pasiones y conservando la paz y la tranquilidad de nuestra conciencia.
Es un hecho que no es posible una felicidad plena de orden puramente natural y esto es porque el hombre ha sido elevado a un orden sobrenatural y por lo mismo sólo en este orden sobrenatural puede alcanzar su plena felicidad. La felicidad plena del hombre coincide con el fin último absoluto del hombre y de toda la creación que además, en esta vida, se inicia glorificando a Dios por la práctica de las virtudes y en la vida eterna por la visión beatífica y el amor beatífico.
Todo esto nos conduce a comprender que la gloria de Dios y la felicidad humana tienen el mismo objeto y el mismo acto, porque Dios ha puesto su gloria en que las creaturas espirituales le conozcan y le amen en nombre propio y en el de todas las demás creaturas, por eso cuando el hombre alcanza su felicidad en Dios, glorifica a Dios y glorificándole encuentra su propia felicidad. Son dos fines que se confunden realmente porque entre ellos existe sólo distinción de razón. La glorificación suprema de Dios coincide con la suprema felicidad de la persona humana.
La felicidad es, pues, el fin último subjetivo del hombre, es el objeto que realiza verdaderamente el bien en sí, el Bien Infinito, a que esencial y específicamente tiende nuestra naturaleza humana; formalmente, es la consecución de ese objeto, es la máxima perfección posible a que se puede aspirar actualizando todas las facultades de la persona en la posesión de su objeto que es el Bien Absoluto y, subjetivamente, la quietud o goce espiritual perfecto, que resulta de la beatitud formal. Y la beatitud formal que incluye la beatitud objetiva, trae consigo la subjetiva.
Además, podemos entender la felicidad como el bien que colma nuestra exigencias naturales, o como el bien que sobrepasa las exigencias naturales y colma las capacidades del hombre enriquecido por la gracia, como hijo de Dios, por la posesión perfecta de Dios en la visión directa o intuitiva de la esencia divina.
La persona humana nunca existió ni existe en un estado de beatitud natural o de pura naturaleza que consiste en la perfección o acabamiento ontológico de la naturaleza humana con el gozo del apetito racional aquietado con su objeto correspondiente. Y esto es porque, como lo hemos sostenido, Dios le ha elevado al orden sobrenatural inmerecidamente por parte del hombre y al elevarlo a este orden, cuando el hombre alcanza a Dios, se colman todas sus exigencias incluyendo las naturales pero con un bien que las sobrepasa infinitamente.
No obstante todo lo anterior, podemos considerar la felicidad objetiva desde un plano meramente filosófico o felicidad natural. Lo cual no se opone a que, en el ámbito teológico, Dios haya querido colmarnos rebasando nuestras exigencias naturales.
En lo que se refiere al término beatitud, este puede ser tomado en cuanto es el bien que colma las exigencias naturales de la persona humana o sus exigencias sobrenaturales en el orden de la gracia. Lo que hay que considerar es el carácter analógico de esta diferencia. Y para aquellos que opten por quedarse en el plano filosófico, que no involucra la fe, queda perfectamente demostrado que sólo la posesión perfecta del Bien Absoluto puede colmar todas sus aspiraciones y que este Bien Absoluto es, por lo mismo, el fin último objetivo del hombre. Lo cual ha sido demostrado por Santo Tomás y en este estudio. Lo que queda fuera del ámbito de la sola razón es la elevación de la naturaleza humana a un orden sobrenatural por la gracia. Lo cual no es contradictorio ni se opone a las conclusiones filosóficamente alcanzadas.
Filosóficamente hablando, la felicidad objetiva que es el fin último o el bien supremo del hombre puede considerarse de dos maneras:
1. En abstracto o felicidad formal o separadamente considerada, es decir, sin tomar en cuenta el objeto en que se realiza.
2. En concreto que es la felicidad material, considerando el Bien Absoluto en que se encuentra esta felicidad y cuya posesión produce la plenitud ontológica humana.
La persona humana es el ser más perfecto de los animales y el más imperfecto de los seres espirituales . Y esa es la razón por la que tiene una inclinación hacia la vida de los sentidos que le es mucho más sencilla y otra que es la vida espiritual que es más difícil. Mientras la vida superior espiritual le produce una tensión hacia arriba, la vida inferior de los sentidos le produce una tensión hacia abajo…, por otra parte no podemos negar que la lucha de estas dos tendencias resulta de que muchas veces son incompatibles. Es una especie de contradicción interna que se puede ejemplificar muy sencillamente diciendo que mientras mis sentidos me llevan a comer el platillo sensiblemente más apetitoso, mi intelecto me indica cuál es el de mejor contenido nutricional o el que conviene a mi salud en un determinado estado, aunque este platillo no sea del todo de mi agrado.
Es necesario que se satisfagan todas las necesidades que exige la naturaleza humana desde las más básicas hasta las más nobles. Y es la misma naturaleza humana la que manifiesta que para que se alcance el verdadero bien, sin perjudicar al hombre, todo debe ordenarse a su fin y al fin específico último del hombre. De suerte que todo debe ordenarse a la parte espiritual y conforme a la jerarquía objetiva que la misma razón descubre en los entes y en la misma naturaleza humana.
Siendo la forma substancial de la persona humana el alma espiritual, que dentro del género animal lo especifica como ser racional, todas las demás perfecciones vegetativas y sensitivas, con sus correspondientes fines subalternos, estarán informadas y subordinadas a la vida espiritual, bajo su doble aspecto fundamental de conocimiento intelectual y de apetito volitivo. Todas las tendencias del hombre que no son específicamente humanas, con sus correspondientes bienes, se subordinan al bien del hombre como ser racional o espiritual . Las potencias e inclinaciones no específicas deben desplazarse hacia su bien cuando ese bien es necesario para el fin último del hombre. Esas tendencias no específicas, pueden dirigirse a su bien cuando no se opone al fin último y deben abstenerse total o parcialmente de ese bien inferior cuando y en la medida que impidan la obtención de aquel bien que es el fin último. Es evidente que como medios, se subordinan y se ordenan al fin último, de modo que todas estas tendencias inferiores tendrán fines/medios buenos, malos o indiferentes, según conduzcan, desvíen o prescindan de la perfección o fin específico humano .
Las facultades inferiores tienen objetos buenos porque la naturaleza expresa y realiza siempre un fin o bien, el problema moral viene de que el hombre por ser espiritual ha de ubicarlas jerárquicamente subordinándolas como medios al verdadero bien supremo del hombre en cuanto tal. Cuando las facultades inferiores se sacrifican en aras de un bien superior, ellas no se frustran sino que encuentran su último fin .
Y dado que las facultades espirituales del hombre son el entendimiento que tiene como objeto específico el ser, y la voluntad cuyo objeto específico es el bien, por esa razón el intelecto tiende a la posesión intencional de todo el ser, es decir, a alcanzar la Verdad en cuanto tal. El bien específico del intelecto es la verdad en sí, la verdad sin límites, la Verdad infinita. Por eso dice Santo Tomás que nuestro conocimiento de la verdad no termina hasta que conocemos la Causa primera, no de cualquier manera, sino por su esencia. Pero como la Primera Causa es Dios, por eso el fin último de la creatura inteligente es ver a Dios por su esencia .
En lo que se refiere a la voluntad, que es la facultad apetitiva, se mueve buscando el ser que le presenta el intelecto, como el bien o perfección que colme su apetito. Y como el objeto de la inteligencia es la Verdad, luego entonces la voluntad no tiene por objeto bienes particulares sino el bien sin límites, el Bien Infinito o Absoluto .
La inteligencia y la voluntad, conllevan aspiraciones abiertas al infinito, al Ser y al Bien sin límites. Por todo esto podemos concluir que el fin último del hombre en el que alcanza su plenitud ontológica, es el ser o bien en sí. El Bien Infinito.
Sin embargo, salta a la vista el problema moral de la persona humana que consiste en que, si la voluntad humana sólo puede moverse hacia el bien, y en última instancia está movida siempre por el Bien Absoluto, ¿cómo es posible que opte por el mal que, como mal moral, es el mayor de los males para un ser racional?
5. El problema del mal moral
Para resolver esta cuestión, es necesario entrar al problema del mal y dice Santo Tomás, retomando a San Agustín, que el mal no es algo positivo, no es un ser, sino más bien es una negación o una privación de la perfección o del bien debido a una cosa . El mal es el no ser que debía ser.
En efecto, el mal físico y moral es posible por la limitación del ser creado que es una mezcla de potencia y acto y que, por lo mismo, encierra una carencia de ser, una privación o ausencia de una perfección exigida por la forma o especie. El mal metafísico no es posible, porque es el no ser es. Por eso el mal no puede ir solo, sino que exige al ser que niega .
Los bienes particulares que son objeto de las potencias inferiores y cuya actualización constituye su perfección deben apetecerse ordenadamente y en función de alcanzar el Supremo Bien, de tal suerte que han de apetecerse siempre y cuando no se le opongan o no sean contrarios al Sumo Bien.
En lo que se refiere al mal moral, este no es otra cosa que la privación del orden debido en la actividad libre de las personas humanas hacia su último fin, privación que encierra necesariamente una privación de ser o falta de plenitud exigida por su forma substancial espiritual. El mal moral es una negación o privación del orden debido en los actos de la voluntad libre. La persona humana sólo puede alcanzar la perfección en el desplazamiento ordenado de su acción hacia su fin supremo . Y por eso cuando la persona humana se desvía de su fin, obstaculiza su propio crecimiento y perfeccionamiento ontológico. Y es que lo que busca la voluntad en el mal moral o pecado, es la actualización de una potencia subalterna, la satisfacción de un apetito o pasión con la adquisición de su objeto que es cierto ser o bien, pero que se opone e impide el bien específico y último de la naturaleza espiritual.
Salvo en casos muy graves, la persona humana, no opta por el pecado buscando apartarse de su fin último, sino buscando cierto bien particular de una potencia inferior, que sabe que es incompatible y excluyente del fin supremo que es su bien o su fin esencial o específico. Hay casos graves en los que la persona busca el pecado porque es pecado, pero en estos casos, más bien busca la satisfacción de sentirse independiente de Dios o de sentir odio contra Dios, pero en todos los casos lo que busca equivocadamente, es cierto bien de una apetencia inferior. Y el motivo último de esto, es esa confusión por el desorden de las facultades y el hecho de que en esta vida Dios no se presenta ostentando la encarnación de bien infinito que en Él se da por lo que Dios se nos presenta como si fuera un bien particular más entre muchos.
La persona humana siempre busca un bien, aunque sea equivocadamente. El mal moral sólo se quiere como querer cualquier bien, en virtud de que la persona creada está orientada esencialmente hacia Dios bajo la noción formal de bien en sí o felicidad.
Hemos sostenido en este trabajo que es un hecho que el hombre busca siempre y en todas sus acciones su felicidad como el término de todas sus aspiraciones. De tal suerte que, lo que mueve al hombre cuando elige un bien concreto, es el bien como tal, el bien en sí que se realiza analógicamente o en cierta medida en parte igual y en parte distinta en un determinado ente. Además hay que ser conscientes de que la razón o motivo formal del objeto apetecido por nuestros actos es la felicidad en sí, o abstractamente considerada. La felicidad in communi. Hay cosas que apetecemos como medios, otras como fines en sí mismas por su bondad intrínseca. Todos apetecemos gran cantidad de objetos muy diversos y en grados muy diferentes pero, en última instancia, lo que buscamos es la felicidad formalmente considerada de que participan los bienes y que los hace apetecibles. Ese bien que es el bien en común o el bien en sí, es la razón formal y la medida de nuestro acto de voluntad, y este puede producir mayor o menor fuerza hacia su objeto dependiendo de la mayor o menor razón de bien de que la cosa participa objetivamente o, en algunos casos, si el individuo así lo considera subjetivamente, aun cuando las consideraciones subjetivas puedan ser erróneas o dominadas por el desorden de las pasiones. La voluntad siempre tiende al bien en sí y a la felicidad, al menos virtualmente o potencialmente, al decidirse por los bienes concretos.
La voluntad tiende de hecho al bien infinito que se encarna en Dios. La felicidad y el bien al que el hombre tiende no puede encontrarse más que en Dios. Hemos dicho que la felicidad no puede encontrarse en las riquezas, ni en los honores, ni en la fama, ni en la gloria, ni en el poder, ni en ningún bien del cuerpo, ni en ningún bien del alma, ni en ningún bien creado sino sólo en Dios .
Porque todos esos bienes son contingentes y por tanto, limitados por una determinada esencia, por lo cual, aún sumados, no dejan de ser finitos y además no pueden ser alcanzados por todos los hombres, lo cual les hace radicalmente insuficientes para llenar el vacío infinito de bien que la voluntad humana necesita. Ni siquiera las virtudes nos dan la felicidad perfecta como lo propusieron los Estoicos y Aristóteles, puesto que además no es posible evitar muchos males naturales como privaciones, enfermedades, calamidades de todo tipo y finalmente la muerte.
Por todas partes que se aborde el tema, es evidente que el hombre está abierto al ser trascendente ya sea como Verdad para la inteligencia o como Bien para la voluntad. El ser contingente, no tiene sentido ni consistencia sin el Ser por sí, por el Ipsum esse subsitens, y toda la actividad humana está abierta, dirigida y sostenida como su propio ser por el Ser infinito de Dios.
Hemos visto, pues, cómo la gloria es el fin que Dios intenta (finis qui) y la felicidad de la persona humana es el fin por el cual (finis quo) se propone y obtiene esa gloria y la persona la da. En otras palabras, caminando rectamente hacia su felicidad, el hombre encuentra el sendero de la glorificación de Dios . Sin embargo, lo que primariamente intenta Dios es su gloria puesto que la felicidad del hombre únicamente tiene sentido por y en la glorificación de Dios, es decir, en el reconocimiento de su grandeza y su bondad.
Esta es la razón por la que la persona humana debe intentar, en primer lugar, la gloria de Dios, y su felicidad debe centrarse en la glorificación de Dios. Al perfeccionarse según las leyes de su naturaleza, la persona humana emprende el camino de la glorificación de Dios y siendo conscientes de ese amor a Dios es como nos encaminamos a la plenitud ontológica con su consiguiente felicidad.
La persona humana no puede glorificar formalmente y plenamente a Dios, si no logra a la vez y por esa misma razón, su máxima perfección ontológica. Es decir, sin la actualización de todas sus potencias, sobre todo las facultades espirituales que son su inteligencia con la posesión de la Verdad y su voluntad con la posesión del Bien Absoluto que es Dios. Pero el círculo se cierra ya que la persona no puede actualizar y perfeccionar sus potencias si no alcanza el Bien Absoluto al que aspira por su misma naturaleza, es decir, no puede actualizar y perfeccionar sus potencias sin la posesión perfecta e interminable del Bien Absoluto por sus facultades superiores o espirituales que son la inteligencia y la voluntad en acto perfecto.
La persona humana no puede alcanzar la glorificación formal perfecta de Dios sino con su plena felicidad y no puede conseguir su felicidad sin glorificar plenamente a Dios .
Pero esta vida terrena es sólo camino a la perfección y a la felicidad, porque el conocimiento que aquí tenemos de Dios por medio de la razón e incluso de la fe, es muy imperfecto y por lo mismo tampoco puede ser perfecto el amor de Dios que sigue a ese conocimiento. Por eso dice Santo Tomás que es más perfecto para nosotros amar a Dios con el imperfecto conocimiento que tenemos de Él. Pero aun así, el conocimiento y amor de Dios imperfectos que podemos tener en la vida terrena, no puede satisfacer la necesidad de Verdad y de Bien que exige nuestra inteligencia y nuestra voluntad y por lo mismo no puede hacernos plenamente felices.
Sin embargo, aunque nuestro conocimiento y amor respecto a Dios sea imperfecto, hay que ofrecerlo a Dios desde ahora y en la medida de nuestras fuerzas porque de este modo lo glorificamos formalmente aunque imperfectamente y nos acercamos a su plena glorificación que constituye nuestra perfección y felicidad.
No hay que perder de vista lo que veíamos anteriormente, que como Dios conoce y ama la Infinita Perfección de su Esencia, ha querido participarla a otros entes por medio de la creación. Este es el motivo por el que ha participado el ser a las creaturas, las hace existir como participación limitada y contingente de su mismo Ser y de sus atributos de Unidad, Verdad y Bondad divinas, constituyéndolas partes de su glorificación en la que la persona humana, es privilegiada sobre el mundo material por ser espiritual y estar abierto al infinito y a Dios. Por eso el hombre va caminando hacia Dios a partir de las huellas que ve en las creaturas. Con el inevitable problema de que en esta vida el conocimiento analógico de Dios y el amor que le corresponde no puede saciar la sed infinita de verdad y de bien que tienen nuestras facultades espirituales. Y cuando la inteligencia pierde la noción de la dependencia ontológica esencial que une al ser creado con Dios, y cuando las pasiones, el error o la ignorancia le impiden descubrir en las creaturas las huellas del Creador, no ve que participa del Ser ni puede ver la gloria objetiva de Dios, no por eso deja de aspirar al Bien infinito, sólo que en lugar de buscarlo donde está, que es en Dios, se esfuerza por colmar las ansias infinitas de Verdad y de Bondad con bienes limitados, creados, imperfectos, que no hacen más que distraerle y entretenerle por un tiempo pero después queda insatisfecha, anhelante y desconsolada.
Por medio de las creaturas Dios conduce al ser racional hacia Sí, como hacia su último fin, sin el cual la creatura racional no podría entender ni querer absolutamente nada. La persona humana se mueve únicamente por una aspiración al Ser infinito, como hacia su supremo Bien y último fin. Si es capaz de entender o querer algo fuera de Dios es porque todas las cosas participan del Ser, Verdad y Bondad divinas, y se encuentran en el camino ascendente hacia el Supremo Ser, Verdad y Bondad. Sin Dios nada tiene ser y nada tiene sentido. Todo sale de Dios como Causa primera, es decir, como creador, y todo retorna a Él como supremo Bien o causa final última.
La gloria divina es el fin que Dios necesariamente se ha propuesto al crear, es el bien que la creatura tributa a su Creador, y que tiene como consecuencia, la felicidad, formalmente tal, que es el bien de la persona humana. Y mientras la gloria de Dios es querida por Él y lograda siempre y absolutamente, la felicidad del hombre, con la gloria formal perfecta, de la que es inseparable, sólo la quiere Dios condicionalmente, es decir, si el hombre, dentro del término establecido por Dios, se ordena libremente a su gloria formal, que a la vez le prepara, encamina y ordena ontológicamente a su perfección. Con su naturaleza racional y libre el hombre ha de tributar a Dios la gloria formal, pero en virtud de esa misma libertad, la persona humana es capaz, de desviarse de su camino hacia Dios, invirtiendo el orden y la jerarquía del fin y los medios colocando su último fin en las creaturas. De este modo, la persona humana, puede desviarse del camino de la felicidad y frustrar su fin indefectiblemente que es la gloria formal divina a la que Dios le había llamado. En este caso, Dios que es justo y sabio ha de proporcionar la sanción suficiente y eficaz a su ley natural, de tal modo que las personas que se negaron a dar gloria formal a Dios en el tiempo en que pudieron hacerlo libremente y labrar con ello su felicidad, unida inseparablemente a esa gloria, deberán dar como consecuencia necesaria y como pena inferida en castigo de su desorden, gloria objetiva de la Justicia de Dios, de su Santidad y de su Majestad divina.
Las personas que se rehusaron a dar gloria formal, han de dar gloria en su pena sin fin, reconociendo la Justicia y la Santidad de Dios de tal modo que en el castigo eterno, estas personas darán necesariamente gloria objetiva. Por eso el tiempo en el que el hombre puede dar gloria formal a Dios libremente, se ha llamado tiempo de prueba, porque el hombre en este tiempo ha empezado a vivir su verdadera vida inmortal y si no ordena sus actos a su Fin último que es Dios, puede frustrarse libremente y eternamente . Y esta es una exigencia ontológica, metafísica de la misma naturaleza humana y divina. Y por eso tanto desde el punto de vista puramente racional como desde el punto de vista teológico que involucra la fe, la muerte es el momento en el que el hombre fija su fin definitivo, ya sea glorificando a Dios objetivamente en el castigo, o glorificándolo formalmente en la felicidad eterna. Al momento de nuestra muerte, dejamos todas las incitaciones y las tentaciones al mal, dejamos las miserias y las tribulaciones de la vida en que estuvimos a prueba. En ese momento se fija nuestra verdadera vida inmortal. Nuestra voluntad queda fijada en el último fin o bien que puede ser Dios o alguna(s) creatura(s) que se hayan elegido en el último acto.
Racionalmente podemos concluir que cuando la persona humana muere ordenada a su fin último, alcanza la felicidad mediante la posesión de Dios. Pero además, la revelación cristiana nos enseña que al morir en gracia, Dios es poseído de una manera que colma sobreabundantemente las aspiraciones humanas en la visión de su esencia. Pero hay que ser conscientes de que ese modo de posesión por la visión beatífica, es sobrenatural y, como tal, está más allá del alcance de las exigencias de nuestra naturaleza .
De tal manera que por este razonamiento volvemos a concluir que la felicidad es la actualización ontológica de las potencias del hombre especialmente de las facultades espirituales que son la inteligencia y la voluntad. Esta consiste en alcanzar el bien supremo de nuestra naturaleza, logrado en la plenitud de nuestra vida corpóreo-espiritual, en la que se subordinan las facultades inferiores logrando su fin en la vida espiritual. La felicidad implica, pues, la posesión de Dios como infinita Verdad por el conocimiento de la inteligencia y como infinito Bien por el amor de la voluntad, con el goce o fruición consiguiente al logro perfecto del objeto de ambas facultades.
La esencia de la felicidad ha de incluir entonces tres elementos constitutivos que son el conocimiento, el amor y el gozo perfectos, tanto en el plano natural como en el plano sobrenatural aunque con sus respectivas diferencias.
La beatitud es la consecución actual del último fin del hombre, es decir, de su plenitud ontológica. Y la inteligencia es la única facultad espiritual del hombre capaz de aprehender o captar y poseer el Bien Supremo bajo la propiedad de Verdad. De esto se sigue que la esencia de la beatitud se logra por el conocimiento, o visión sobrenatural de Dios, como supremo Bien de la inteligencia y como suprema Verdad. Dios es la aprehensión más perfecta de que es capaz nuestro intelecto.
Por eso dice Santo Tomás: “Para la beatitud se requieren dos cosas: una, que es el ser de la felicidad, y otra, que es como algo accidental a ella, cual es la delectación que la acompaña” . La delectación viene a la voluntad por la presencia del fin. Por eso es necesario que haya algo distinto del acto de voluntad, por el cual el fin se haga presente a la voluntad. Lo que alegra a la voluntad es que el entendimiento ya lo aprehendió y la voluntad en consecuencia descansa en el fin ya alcanzado. Y por eso Santo Tomás hace referencia a San Agustín diciendo: “La felicidad es el gozo de la verdad, porque el mismo goce es la consumación de la beatitud” . La voluntad es la facultad por la que, en esta vida, la persona humana se orienta y tiende libremente a la consecución de su fin.
En esta vida la libertad y la moralidad del acto voluntario es una consecuencia del juicio indiferente de la inteligencia, que es indiferente precisamente porque no posee perfectamente el Bien y que sólo se encuentra frente a bienes particulares o frente al Bien Absoluto pero captado imperfectamente como si fuera un bien particular más entre muchos.
En la vida eterna, el amor y goce de la voluntad en el Bien poseído por la inteligencia es una consecuencia necesaria de la posesión perfecta e interminable del Bien Absoluto.
6. La ordenación terrenal del hombre al último fin.
Dado que el fin de la persona humana es la felicidad alcanzada en su plenitud ontológica por la posesión perfecta e interminable de Dios como Verdad y Bien absoluto, la felicidad humana es incompatible con el mal. Sin embargo, el mal se encuentra a lo largo de toda la vida humana bajo la forma de ignorancia, dudas, errores y un conocimiento cierto de Dios, pero oscuro respecto a su esencia, además de una voluntad que es débil y que nos aparta continuamente del camino hacia el verdadero Bien, dejándose llevar por las tendencias de los apetitos inferiores que desordenan todo aunado a un cuerpo expuesto a toda clase de sufrimientos, enfermedades, necesidades y, finalmente, destinado a la muerte.
Por otra parte, la capacidad y el apetito humano del Ser Infinito como Verdad y como Bien, no puede satisfacerse con el conocimiento y amor imperfectos que podemos tener en esta vida, y mucho menos con la posesión de conocimientos y bienes creados y limitados, mezclados de imperfecciones y de males, conocimientos además llenos de sombras causadas por la ignorancia y los errores así como la posesión incierta e insegura de esos bienes, incluido el de la propia vida.
Por todo lo anterior, hemos dicho que el fin último del hombre que es la felicidad plena, con la actualización ontológica de todas sus facultades, no es posible en esta vida terrena y sólo es posible en la vida futura. De donde se sigue que el fin de esta vida consista en prepararnos para alcanzar el fin último de la vida eterna, mediante una ordenación recta y constante de todos nuestros actos hacia ese fin. En efecto, la vida terrena no puede tener un fin inmediato independiente del fin último, y eso significa que nada hay más importante en esta vida que crecer en el conocimiento y en el amor de Dios en la medida en que podamos lograrlo .
Por eso terminamos este apartado como iniciábamos, diciendo que Dios no ha podido crear nada sino para su gloria, y por eso la persona humana, debe sumar todos sus esfuerzos en tributar esa gloria como ser racional, es decir, su gloria formal por el conocimiento y el amor a Dios. Es necesario que la persona humana desarrolle perfectamente y armónicamente todas sus potencias bajo el imperio de sus facultades superiores que son la inteligencia y la voluntad. Ha de desarrollar armónicamente todo su ser desenvolviendo su personalidad.
Al crear al hombre de la nada, Dios se ha propuesto como fin su gloria objetiva y su gloria formal, subordinando esencialmente la primera a la segunda. En el hombre tanto la gloria objetiva como formal de Dios entrañan el desarrollo armónico y jerárquico de todas las facultades y ámbitos de su persona, tanto corporales como espirituales, pero en la gloria formal, se requiere además el conocimiento y el amor a Dios. El hombre debe conservarse bien y perfeccionarse en todos los sentidos para lograr la gloria objetiva de Dios y con este perfeccionamiento poder realizar la gloria formal que es conocer y amar a Dios. El crecimiento de todas las facultades tanto corporales como espirituales, debe estar siempre subordinado y ordenado al conocimiento y al amor de Dios.
El fin del hombre es, pues, tributarle a Dios la gloria objetiva y formal que implica el desarrollo jerarquizado de su persona hasta llegar a su perfección y su consiguiente felicidad.
Ambos aspectos de la beatitud, el objeto que la causa y el sujeto que la recibe, es el bien perfecto que aquieta totalmente el apetito . Y de la unión de ambos resulta la felicidad formalmente tal, que no es otra cosa que la perfección suprema ontológica conforme a la naturaleza racional del ser humano. Al respecto dice Santo Tomás : que el fin se toma de dos modos:
Un primer modo es la misma cosa que deseamos obtener, como el dinero es el fin para el avaro.
Y de un segundo modo es la misma consecución o posesión o uso y goce de la cosa que se desea, como la posesión del dinero es el fin del avaro, y el gozar de lo voluptuoso es el fin del intemperado.
En el primer sentido, el fin último del hombre es el bien increado, a saber: Dios, el cual solamente con su infinita bondad, puede saciar perfectamente la voluntad del hombre.
En el segundo sentido, el fin último del hombre es algo creado que existe en él mismo, lo cual no es sino la misma consecución o goce del último fin. Pero el último fin se llama felicidad. Si, pues, la felicidad del hombre se considera en cuanto a su misma esencia de beatitud, entonces es algo creado.
Sin embargo, como lo hemos sostenido a lo largo de todo este trabajo, el término felicidad, formalmente y en sentido estricto, es la perfección ontológica plena del hombre en el orden natural y determinada por la posesión perfecta e interminable del Fin último o Bien supremo específico .
Por eso el fin supremo de la vida terrena no es otra cosa más que alcanzar la vida eterna y la felicidad eterna. De modo que nuestra vida eterna depende, en gran medida, de la vida terrena. No hay otra cosa más importante que poner todos los medios posibles en esta vida para alcanzar la felicidad eterna. La felicidad terrena es efímera y muy imperfecta, por eso hay que centrar todas nuestras fuerzas en alcanzar la felicidad eterna.
El uso y disfrute de las cosas terrenas está naturalmente subordinado y condicionado a la consecución de la felicidad eterna. Para lo cual tenemos la norma objetiva de moralidad que es la ley natural moral que podemos descubrir y cuyos preceptos de segundo grado se encuentran resumidos en el decálogo judeo-cristiano. Objeto de otro estudio será profundizar en los elementos naturales con que cuenta la persona humana para lograr su fin y todos los medios sobrenaturales como los sacramentos, la gracia, las virtudes sobrenaturales y los dones que Dios pone a su alcance para lograrlo.
CITAS:
1) Cfr. Aristótles. I Ética, c. I; Aquino Tomás de. Comentario sobre I Ética, lec. I y S.Th., I. q. 5 y 6.
2) Cfr. Royo Marín, Antonio. Teología Moral Para Seglares. Tomo I Moral fundamental y especial. Ed. B.A.C. España. Séptima edición, segunda impresión, febrero de 2007. P. 18.
3) Cfr. Derisi, Octavio Nicolás. Fundamentos metafísicos del orden moral. Editorial El derecho Universitas SRL Buenos Aires, Argentina 1980, p.62.
4) Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.5 a.6.
5) Cfr. Aquino Tomás de. S.Th., I-II, q.24, a.4.
6) Cfr. Aquino, Tomás de. C.G. L.III, C.17 y 18.
7) Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.44, a.4.
8) Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.19, a.3.
9) Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.13, a.3-5.
10) Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.65, a.2.
11) Cfr. Aquino, Tomás de. C.G.III. c.18.
12) Cfr. Derisi, Octavio Nicolás. Op. cit. p. 69.
13) Cfr. Aquino Tomás de. S.Th., I., q.44, a.4. apud. Royo Marín, Antonio. Teología Moral para seglares. Tomo I Moral Fundamental y Especial. Ed. B.A.C. España. Segunda Impresión 2007. p. 26.
14) Cfr. Aquino, Tomás de. C.G. III, c.18.
15) Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q. 44.
16)) Cfr. Aquino, Tomás de., S.Th., II-II, q.25, a.1. c.
17) Cfr. Aquino, Tomás de., In De div. nom., c.4, lect.11.
18) Cfr. Aquino, Tomás de., S.Th., I-II, q.26, a.3 y 4; y S.Th., II-II, q.23, a.1. In III Sent., d.29, a.3,c. (1 Co 10,31).
19) Aquino, Tomás de. En IV Sententias. Dis. 49, q.1, a.3 ad.1.
20) Aquino, Tomás de. C.G., L. II, c.46. Apud. Derisi, op.cit. p. 74.
21) Cfr. S. Th., I. q.3, a.2.
22) Cfr. Derisi, Octavio Nicolás. Op.cit. p.76.
23) Cfr. Garrigou-Lagrange. Le réalisme du príncipe de finalité; Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q. 2, a.2 y Comp. Theol, c. 104. Apud. Derisi, Octavio Nicolás., op.cit. p.77-78.
24) Dreisi, Octavio Nicolás. Fundamentos metafísicos del orden moral., op.cit. p.80.
25) Cfr. Royo Marín, Antonio. Teología Moral para Seglares., op. cit. p.28.
26) Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., q.44, a.4 ad.1.
27) Cfr. Royo Marín, Antonio., op. cit. 38.
28) Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.1, a.7.
29) Cfr. Idem. ad,1, 2 y 3.
Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.3, a.2.
30) Cfr. Idem. q.5, a.3.
31) Cfr. Aquino, Tomás de. S. Th. I-II, q.2.
32) Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.96, a.1 y 2.
33) Cfr. Derisi, Octavio Nicolás., op.cit. p.86 y 87.
34) Cfr. Idem. p. 87.
35) Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.4, a.5 al 8.
36) Cfr. Aquino Tomás de. Comp Theol., c.104.
37) Cfr. Aquino, Tomás de. De Veritate., q.22, a.5; S.Th., I, q.82, a.1 y a.2.
38) Cfr. Austín. Confesiones, L.III, c.7,12,13 y 16. Aquino, Tomás de. De malo, .1, a.1. C.G., L.III, c.71. S.Th., I, q.48, a.2-3.
39) Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.18. a.1.
40) Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.48, a.3 y 4.
41) Cfr. Aquino Tomás de. S.Th., I-II, q. 18, a.1.
42) Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II q.2 y ss.
43) Cfr. Derisi, Octavio Nicolás., op. cit. p.103.
44) Cfr. Idem. p 105.
45) Cfr. San Agustín. Confesiones, lib.1, c.1. Derisi, Octavio Nicolás., op.cit. p.128.
Garrigou-Lagrange. Le Sens du mystére. Desclée de Brouwer, Paris. 1935, pp.195-196.
46) Aquino, Tomás de. S.Th., q.3 a.1.
47) Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.3, n.4.
48) Cfr. Derisi, Octavio Nicolás., op.cit. p.133.
49) Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.3, a.2.
50) Cfr. Idem. a.1.
51) Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.3, a.4.
4 comentarios
1- segun una filosofia realista ¿es posible demostrar completamente la existencia de Dios o desmentirla? ¿O como maximo solo puede llegar a concluir que una opcion es mas viable que la otra, pero aun asi quedaria espacio para seguir creyendo, o ser eseptico?
2-¿es cierta la frase de aristoteles que dice "nunca se alcanza la verdad, ni nunca se esta totalmente alejado de ella"?
3- a mi me acongoja mucho la idea de que alguien eseptico desmiente que Dios existe ¿que me aconsejas para no temer tanto a esos temas?
Y 4- ¿como hago para que fe crezca? dado que me estoy llendo mucho por el lado de la sola razon, pero no aumenta mi fe ¿que tengo que hacer?
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Hermano:
Muchas gracias por su comentario.
Definitivamente es un hecho de que la existencia de Dios y parte de su esencia, puede ser demostrada con las solas fuerzas de la razón. Frente a esto no cabe ninguna duda ni escepticismo.
Ahora bien, eso no significa que podamos abarcar a Dios absolutamente, porque Dios está muy por encima de la mente humana. Por eso, para comprenderlo mejor, es indispensable la fe que nos viene dada por la gracia.
Si tu recibiste el bautismo, ya Dios te dio esa fe y sólo tienes que pedir que la aumente. Te aconsejo que hagas oración, que realices algunas obras de piedad y que visites al Santísimo pidiéndole que aumente tu fe.
Saludos fraternos.
Pero, si me disculpa, quisiera hacerle otra pregunta.
¿Es valido el razonamiento de hegel?
Dios es el ser, Estos se indentifican totalmente. Y toda cosa en el ser significa participación. Por lo tanto, si sabemos que algo existe, estamos seguros de que Dios existe. No necesitamos prueba, pues estas solo sirven para conocer esencia.
Es correcta esta forma de pensar?
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Hegel está lleno de errores desde el inicio de su propuesta.
Es panteísta, no entiende el ser y mucho menos se acerca a un conocimiento cierto de lo que es Dios.
Saludos,
Manuel Ocampo Ponce.
Muchas gracias por sus repuestas anteriores. Y disculpe si le hago muchas, es que en estos momentos tengo muchas dudas. Disculpe.
Saludos.
Saludos.
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