28.12.15

San Buenaventura y la gaseosa

Julián Marías no dudaba en denunciar que la enfermedad más perniciosa del mundo actual es la aceptación social del aborto, la matanza silenciosa indemne de millones de inocentes cada año sin que apenas se levante alguna voz dispersa de dolor y de protesta en defensa del más débil. Es un aplastamiento, una victoria clara de los intereses creados de las clínicas abortistas, aliados con las heces de ideologías burguesas, sobre un sentido común adormilado e insensible.

Se agradece pues la defensa valiente, constante, inalterable y lúcida que han mantenido siempre la Iglesia y otras confesiones cristianas de la vida del no nacido. La historia reconocerá con gozo este rastro de luz en medio de una época de locura. A esta voz se le van uniendo cada vez más otras de los sectores, quizá los más liberales y progresistas del mundo del pensamiento universal. Estamos tan idiotizados que sólo los hombres libres y los iluminados por la fe son capaces de ver a través del humo del pensamiento único las cosas como son. Son puntos de luz poderosa que no dejan de oírse en medio de un mundo materialista narcotizado por el egoísmo.

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25.10.15

Laicismo, palabra antigua por Tomás Salas

En los ambientes políticos y periodísticos se vuelve a oír una palabra que estaba casi olvidada: laico, laicismo. Esta palabra tiene una inevitable impronta de antigüedad, de anacronismo. Es como si hubiera en España una ONG luchando por la erradicación de la esclavitud o como si un médico hablara del gran problema sanitario de la tuberculosis.

Se quiere defender el estado laico, la escuela laica. Se quiere imponer una artificial oposición entre lo laico (progresista) y lo confesional (conservador). Ni siquiera en los años de la transición, cuando se venía de un sistema político con fuertes elementos confesionales y con una izquierda más radicalizada que la actual, se insistió tanto en esta idea.

La idea encierra, además de una radical extemporaneidad, una gran falacia.: crear un debate donde no hay materia, crear un conflicto donde no hay problema. Si nos reducimos a nuestro ámbito europeo, la batalla del laicismo tuvo su sentido en el siglo XIX, como reacción a una pretensión de la Iglesia de tener un peso político importante y la oposición de una buen parte de los cristianos (con excepciones y matices muy importantes) a la revolución liberal. No pueden explicarse las guerras carlistas en España sin tener este debate al fondo. Tampoco nuestra guerra civil, que en algunos aspectos fue una guerra de religión. La II República española tuvo un laicismo agresivo; y no menos agresivo y contundente fue el clericalismo del franquismo, sobre todo en su primera época y, en parte explicado, aunque no digo que moralmente justificado, por la agresividad antirreligiosa del otro bando.

Todo eso es historia; historia de la que tenemos que extraer lecciones importantes. Pero, ¿responde este debate a nuestra realidad del siglo XXI, en España, un país fuertemente secularizado, como todo Occidente? ¿Hay en España pretensiones políticas de la Iglesia o un partido de inspiración católica? ¿Alguien serio puede sospechar que el partido del centro-derecha español defiende los intereses de la Iglesia o se acerca, aunque sea remotamente, a su discurso moral? ¿Existe en nuestro páis el más mínimo problema de libertad religiosa? ¿No se puede atacar a la Iglesia con toda facilidad, incluso usando mentiras, la agresividad más chabacana y con la impunidad más absoluta, sin que pase nada? Hemos visto a jóvenes que han ocupado una capilla universitaria en plena misa y señoritas que, han asaltado a un cardenal, haciendo gala de sus atributos físicos, sin que, repito, pase nada ni haya consecuencias penales. Si esto es un estado confesional, me gustaría imaginar lo que sería un estado dominado por el laicismo.

¿Dónde están, entonces, las amenazas al Estado aconfesional? En un Estado (el español, como la mayoría de los de tradición cristiana) en el que existe una rigurosa separación entre Estado e Iglesia, una exquisita defensa de la libertad de conciencia, un carácter no civil de las normas religiosas, no es posible la confesionalidad, pero tampoco, por las mismas causas, el laicismo militante.

No veo que haya que resucitar un problema del siglo XIX en el XXI. No veo que tengamos que gastar nuestras energías en crear problemas artificiales, en lugar de hacerlo en resolver los reales, que son muchos y urgentes. Apunten nuestros laicistas de salón sus armas hacia otros objetivos. Gasten su pólvora con otros enemigos. La democracia y el pluralismo no están amenazados por el confesionalismo católico. La realidad es lo contrario: una presencia fuerte del cristianismo en el ámbito social, cultural y solidario es una garantía, un apoyo importante (no el único, porque estamos en una sociedad pluralista), a nuestro sistema de sociedad.

Tomás Salas

22.08.15

Carta de un hombre oprimido

Pues resulta que me pasa una cosa que quería compartir con vosotros. Desde un tiempo a esta parte tengo en mí sentimientos encontrados. A pesar de tener cuarenta años, mi interior me dice que tengo más de sesenta y cinco. Ya sé que mi DNI, mi partida de nacimiento, el sentido común y mi cuerpo (bien conservado y sano, por cierto), dicen lo contrario, pero es que yo creo que no es así, que algo en mi interior me hace sentir como un señor maduro de sesenta y cinco añazos.

De paso, sólo de paso, siento que ya no quiero trabajar más. Según mis sentimientos ya he llegado a la edad de jubilación y es hora de dejar atrás la fatiga, los agobios y los madrugones propios de la edad laboral. Eso sí, quiero cobrar mi pensión puntualmente, tener tiempo libre perpetuo, dar paseítos, leerme el periódico entero, tomar café a media mañana con tranquilidad, irme bien barato de vacaciones con el Imserso y supervisar las obras municipales. Mi interior me pide esto, me exige esto, quiere sacarlo de mí, manifestarlo al mundo. ¡Que se me oiga bien alto!

Ya he ido a la Seguridad Social, al Ministerio de Trabajo, a la Consejería y hasta al Ayuntamiento, pero me han dicho que me vaya a paseo. Desde luego son unos intolerantes, unos fascistas y unos talibanes. No dejan a uno que tenga derecho a vivir lo que siente en su corazón. También algunos amigos y familiares me han dicho que esto que siento no es normal, que me lo haga mirar, pero yo ni caso. Pienso luchar por lo que siento y creo,  a pesar de que es una irracionalidad absoluta y de que el mundo entero me dice que esto no tiene ni pies ni cabeza. Mi sentimiento es lo primero, oiga. La razón, dejémosla a un lado. Sólo la usaré para apuntalar y justificar mis argumentos, a pesar de que ni la historia, ni la sociología, ni la teología, ni ninguna ciencia me dé la razón.

Por suerte he encontrado otros en mi misma situación. Algunos tienen buena posición, otros tienen dinero, otros manejan algunos medios de comunicación y otros están metidos en el mundo empresarial o político. Juntos hemos formado una asociación para defender nuestros derechos ante el mundo. Seguro que nada se nos opone. Ya hemos comenzado a influir en la sociedad, a lanzar nuestras ideas, a ir concienciando a la gente que nuestro derecho a cobrar la pensión con cuarenta años es justo y legítimo. A cualquiera que nos argumenta en contra le llamamos intolerante, fascista, retrógrado, conservador, talibán, neocon o clerical. Es fácil: nos hacemos las víctimas, lanzamos algún mensaje con sentimiento (es lo que importa, ¿no?) y vamos, poco a poco, ganándonos a la opinión pública. Sólo somos el 0.1 % de la población, pero diremos que somos más para que todo cambie y se nos reconozca.

También la Iglesia se ha opuesto a lo que sentimos. Nos argumentan con numerosas citas de la Sagrada Escritura, los Santos Padres, la Tradición, la Teología moral, el Catecismo,… No nos importa. Nos pasamos todo ello por el arco del triunfo. Jesús quería que todos fuésemos felices, ¿no? Cambiaremos la Sagrada Escritura si es preciso para que ésta nos dé la razón. Estos curas, ¿qué se habrán creído? ¿Que son nuestros pastores?

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25.07.15

¿Esta es la nueva evangelización que promueve la diócesis de Málaga?

Ahí tenéis en el vídeo al nuevo cura párroco Sr. Pérez Pallares (si un milagro no lo impide) para Madre del Buen Consejo a partir de septiembre. El que sustituye al P. José Luis Bellón es el que colaboró muy activamente (no sé si fue idea suya o qué, pero desde luego colaboró con pasión) en traer al brujo a la catedral de Málaga, cuando era máximo responsable de comunicación del Obispado. Allí, en un espectáculo fuera totalmente de lugar, el dramaturgo subido al presbiterio con un disfraz con símbolo esotérico, se burló abiertamente del Evangelio de san Juan, pues mostró la imagen de un Jesús bobalicón y milagrero, unos discípulos y una Virgen María a los que caricaturizó sin rubor, y una explicación new age acerca del fuego, tierra, aire y agua que en ningún caso venían a cuento.

Más de dos mil malagueños se dejaron (nos dejamos, pues fui testigo de principio a fin) hechizar por su seducción tan particular, y el brujo provocó carcajadas y aplausos en toda una catedral consagrada a celebrar el misterio sagrado de nuestra redención ocurrida en el monte Gólgota, a costa de la sangre de todo un Dios. Por cierto, la cruz y dicho sacrificio no forman parte de su visión del Evangelio.

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13.07.15

Sobre la conveniencia de la devoción a San José en los tiempos actuales

En los últimos meses la devoción a San José ha experimentado un nuevo impulso en la Arquidiócesis de Santiago de Chile gracias a la difusión de una versión adaptada de la novena compuesta en el siglo XVII por el ilustre jesuita francés Louis Lallemant (cfr. recuadro). Esta novena, a la que el Arzobispo Ricardo, Cardenal Ezzati, otorgó indulgencia parcial, se reza mediante cuatro breves “visitas” que el creyente realiza a san José durante cada uno de los nueve días que dura la novena, meditando sucesivamente en cada “visita”: la vida interior, la obediencia, el amor a María y el amor a Cristo de San José.

Este feliz acontecimiento puede oportunamente llevarnos a reconsiderar la misión del Santo Patriarca en la vida de la Iglesia, en particular, en este año en el que la Iglesia se ve necesitada de tantos auxilios, como por ejemplo, en relación a tantos cristianos perseguidos, o en relación al próximo Sínodo de la Familia, o también en relación a este año dedicado a la Vida Consagrada y tantos otros acontecimientos de la Iglesia y del mundo por el cual sería de provecho incalculable recurrir a su protección.

No han faltado quienes piensan que san José ocupa en la fe cristiana un lugar secundario, de poca importancia, y que su único “mérito” consiste en haber sido elegido para casarse con María y cuidar de Ella y su Divino Hijo. Tanto el Magisterio de la Iglesia, como el de los santos nos dicen lo contrario. Cabe, por ejemplo, recordar las enseñanzas de San Bernardino de Siena: “La norma general que regula la concesión de gracias singulares a una criatura racional determinada es la de que, cuando la gracia divina elige a alguien para otorgarle una gracia singular o para ponerle en un estado preferente, le concede todos aquellos carismas que son necesarios para el ministerio que dicha persona ha de desempeñar. Esta norma se ha verificado de un modo excelente en San José, padre putativo de nuestro Señor Jesucristo y verdadero esposo de la Reina del universo y Señora de los ángeles. José fue elegido por el eterno Padre como protector y custodio fiel de sus principales tesoros, esto es, de su Hijo y de su Esposa, y cumplió su oficio con insobornable fidelidad. […].  Si relacionamos a José con la Iglesia universal de Cristo, ¿no es este el hombre privilegiado y providencial, por medio del cual la entrada de Cristo en el mundo se desarrolló de una manera ordenada y sin escándalos? Si es verdad que la Iglesia entera es deudora a la Virgen Madre por cuyo medio recibió a Cristo, después de María es San José a quien debe un agradecimiento y una veneración singular. José viene a ser el broche del Antiguo Testamento, broche en el que fructifica la promesa hecha a los Patriarcas y los Profetas. Sólo él poseyó de una manera corporal lo que para ellos había sido mera promesa. No cabe duda de que Cristo no sólo no se ha desdicho de la familiaridad y respeto que tuvo con él durante su vida mortal como si fuera su padre, sino que la habrá completado y perfeccionado en el cielo” (Sermo 2, de S. Ioseph: Opera 7, 16. 27-30).Desconocer esta doctrina, equivale a olvidar que la salvación del mundo vino por un matrimonio, como afirmó Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Redemptoris Custos: “Y he aquí que en el umbral del Nuevo Testamento, como ya al comienzo del Antiguo, hay una pareja. Pero, mientras la de Adán y Eva había sido fuente del mal que ha inundado al mundo, la de José y María constituye el vértice, por medio del cual la santidad se esparce por toda la tierra. El Salvador ha iniciado la obra de la salvación con esta unión virginal y santa” (n°7).

El Papa León XIII, en su encíclica Quamquam pluries, había afirmado solemnemente los títulos de verdadero esposo de María y verdadero padre de Jesucristo, en conformidad con el lenguaje de los Evangelios y desechando para siempre aquella visión errónea en la que san José ocupa un lugar extrínseco al Misterio de Cristo, y, consecuentemente, a la obra de la Redención y a la misión de la Iglesia. A partir de ahí, Juan Pablo II elabora la reflexión acerca de la “participación del Esposo de María en el misterio divino”, en el misterio de la Encarnación en que se revela el designio amoroso de Dios de hacernos hijos suyos: “José participó en este misterio como ninguna otra persona, a excepción de María, la Madre del Verbo Encarnado. El participó en este misterio junto con ella, comprometido en la realidad del mismo hecho salvífico” (Exhortación apostólica Redemptoris Custos, n.1). Más fuertes aún son las palabras con que San Bernardo se refiere a este punto: “Ya que todo lo que pertenece a la esposa pertenece también al esposo, podemos pensar que José puede distribuir como le parezca los ricos tesoros de gracia que Dios confió a María, su casta esposa” (Homilía sobre “Missus est”, 2 (PL 183, 5530); cf. Obras completas de San Bernardo, I (BAC, 1953) 184).

El patrocinio de San José sobre la Iglesia es la prolongación del que él ejerció sobre Jesucristo, Cabeza de la misma, y sobre María, Madre de la Iglesia. Por esta razón fue declarado Patrono universal de la Iglesia (cfr. Pío IX, Decreto Quemadmodum Deus, 8-XII-1870; Carta Apost. Inclytum Patriarcam, 7-VII-1871). Es claro entonces que quien tuvo la misión de padre en la Sagrada Familia, al comienzo del Nuevo Testamento, tenga también sobre la gran familia de la Iglesia una autoridad paternal. Él, en efecto, “contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia como confiados especialmente a su cuidado” (León XIII, enc. Quamquam pluries, n.3). No es, entonces, la suya una intercesión comparable a la de los demás santos, sino que, como esposo de María, Madre de la Iglesia, y junto a Ella, tuvo y tiene un lugar único en la Redención.

En el siglo XVII, el citado jesuita, Louis Lallemant, gran devoto de San José, recomendaba la devoción al Santo Patriarca con estas palabras: “Ponernos bajo la protección de San José, a quien Dios confió la dirección y el gobierno de su Hijo y el de la Santísima Virgen, teniendo con esto un cargo infinitamente más elevado que si hubiera tenido el gobierno de todos los ángeles y la dirección espiritual de todos los santos. Debemos, pues, dirigirnos a él en todas las funciones de nuestros cargos y pedirle insistentemente su dirección no solo para lo interior sino aún para todos los actos exteriores de nuestra vida; porque cierto es que este gran Santo tiene un poder especial para ayudar a las almas en la vida interior y que se recibe de él una poderosa asistencia para saber encauzar dignamente las actividades de la vida.” (cfr. Doctrina Espiritual). En la misma línea, innumerables son los testimonios de santos y fieles sobre los favores obtenidos por la intercesión de San José. Viene al caso recordar en este año, V° Centenario del nacimiento de Teresa de Ávila, el testimonio de esta gran Doctora de la Iglesia: “No recuerdo hasta hoy –escribe la santa– haberle suplicado cosa que haya dejado de concederme. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo. A otros santos, Dios concede sola la gracia de socorrernos en una u otra necesidad. Pero el glorioso San José, y lo sé por experiencia, socorre en todas; y quiere el Señor darnos a entender que, así como le estuvo sometido en la tierra […] así en el cielo hace cuanto le pide” (Vida, 6); y este otro: “Quien no hallare maestro que le enseñe a orar, tome a este glorioso Santo por maestro y no errará el camino” (Vida, 6). Incluso llega la santa a desafiarnos a que hagamos la prueba de dirigirnos a San José: Sólo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción” (Vida, 6).

A la luz de lo expuesto, y recordando al gran León XIII, queremos con estas reflexiones hacer notar “que es de gran importancia que la devoción a San José se introduzca en las prácticas diarias de piedad de los católicos” (Idem, n.2). Tanto más proféticas sentimos las palabras de Benedicto XV, en su memorable Motu Proprio Bonum sane et salutare: “Nos, pues, totalmente confiados en el patrocinio de aquel a cuya vigilancia y previsión quiso Dios encomendar a su Unigénito encarnado y a la Virgen y Madre de Dios, propiciamos que todos los Obispos del orbe católico exhorten a todos los fieles a implorar el auxilio de San José, tanto más insistentemente cuanto es más adverso el tiempo a la causa cristiana”.  En este sentido, cómo no esperar de nuestros Pastores la concesión de indulgencias, e incluso, por qué no, la concesión de Indulgencia Plenaria a alguna práctica de devoción josefina, como la del padre Lallemant que presentamos, a fin de facilitar y hacer atractivo el incremento de su devoción. Más aún, quisiéramos hacer notar un vacío que desconcierta: no existe devoción alguna al Santo Patrono de la Iglesia y Patrono de la buena muerte (cfr. Catecismo n° 1014), entre otros títulos, por la que el creyente pueda alcanzar la Indulgencia Plenaria, del mismo modo que mediante el Santo Rosario o tantas otras devociones (cfr. Penitenciaría Apostólica, Enchiridion Indulgentiarum, 3°ed.). A un tal enriquecimiento a la devoción josefina con dicha Indulgencia, creemos poder aplicar aquellas palabras de Juan Pablo II: “de este modo, todo el pueblo cristiano no sólo recurrirá con mayor fervor a san José e invocará confiado su patrocinio, sino que tendrá siempre presente ante sus ojos su humilde y maduro modo de servir, así como de «participar» en la economía de la salvación” (Redemptoris Custos, n.1)

No quisiéramos terminar estas reflexiones sin mencionar el vínculo entre la devoción josefina y la mariana. Para ello tan solo recordaremos algunos pensamientos. El ya citado León XIII afirmaba: [es] “muy conveniente que el pueblo cristiano se acostumbre a invocar con piedad ferviente y espíritu de confianza, juntamente con la Virgen Madre de Dios, a su castísimo esposo San José, lo que tenemos la certeza de que ha de ser grato y conforme a los deseos de la misma Santísima Virgen” (enc. Quamquam pluries, n.2);un segundo pensamiento, de Santa Teresita: “Mi devoción hacia San José, desde mi infancia, se confundía con mi amor a la Santísima Virgen” (Historia de un alma, cap. 16); finalmente, decíaSan Claudio de La Colombiére: “Aunque no hubiere otra razón para alabar a San José, habría que hacerlo, me parece, por el solo deseo de agradar a María. No se puede dudar que ella tiene gran parte en los honores que se rinden a San José y con ello se encuentra honrada” (Panegírico de San José, Exordio. Texto recogido por Mons. Villelet, Les plus beaux textes sur saint Joseph, La Colombe, Ed. du Vieux Colombier, París 1959, pp. 113-115).

Quiera el Señor, en estos tiempos tan adversos a la causa cristiana, susciten estas enseñanzas de santos y papas, un nuevo impulso a la devoción a San José, tan admirado por pocos y lamentablemente tan desconocido de muchos.

Sé siempre, San José, nuestro protector. Que tu espíritu interior de paz, de silencio, de trabajo y oración, al servicio de la Santa Iglesia, nos vivifique y alegre, en unión con tu Esposa, nuestra dulcísima Madre inmaculada, en el solidísimo y suave amor a Jesús, nuestro Señor (San Juan XXIII, AAS, 53, 1961, p. 262). Amén.

Antonio Mª Ganuza Canals, hnssc

Novena a San José