Fácilmente nos encontramos con discursos saciados de contaminación ideológica desde la que se pretende defender a la mujer, situándose como protagonistas de su utilización como objeto al que se le puede manipular, exhibir y después abandonar con los problemas físicos, biológicos y, sobre todo, psicológicos que se le hayan ocasionado por haber sido sujeto del aberrante concepto de la vida que pretenden defender.
Es verdad que ante las agresiones y la falta de respeto protagonizadas por las actitudes machistas y feministas radicales, una de las cosas que se han de cambiar es el modelo de educación que necesitamos en nuestra sociedad, pero lo que antes se ha de definir y establecer es el tipo de vida que deseamos tener y en qué la fundamentamos. ¿Pretendemos fundamentarla en la muerte? ¿Pretendemos establecer nuestra cultura eliminando seres humanos y considerar que es un derecho fundamental el poder hacerlo? Realmente hemos llegado al zénit de la incoherencia y de la falacia tergiversando el sentido de las palabras y prostituyendo el mismo lenguaje que acaba siendo perverso hacia los individuos y la propia colectividad al corromper el significado transmitido, el sentido de las ideas y las actuaciones resultantes. La perversidad nos lleva a trastornar la finalidad misma del existir y el respeto que la vida de todo ser humano merece.
El aborto no es un derecho de nadie, por lo contrario, dependiendo del grado de conocimiento de las personas implicadas en su ejecución y de su estado de conciencia, no es otra cosa que un asesinato. Es curioso observar cómo en el derecho francés se ha incorporado el término abortofobia para tipificar como delito cualquier acción que suponga el ir en contra del aborto. ¿A dónde va nuestra sociedad, cómo puede estar tan perturbada como para defender el aplastamiento de los más débiles y con ellos, en este caso, el futuro puramente físico (demográfico) de su existencia? ¿Quién puede, desde el discurso de la pura razón, considerar que un estado socialmente avanzado puede basarse en este tipo de ideas practicadas sin límites durante los años treinta y cuarenta en el centro de Europa? ¿Cómo se puede decir así si no es engañando con la intención de alterar el pensamiento de la gente, haciéndole creer que perderá un derecho que no existe?
Hablar así no es defender derechos y menos promover la igualdad entre los seres humanos. Lo que se hace asumiendo estos postulados es estructurar una mentalidad y manera de vivir contraria a la propia vida sobre la cual nadie tiene derecho a actuar oprimiendo su libertad y aún menos destruyéndola bajo el pretexto de tener derecho a ello.
Así nos encontramos con disertaciones que no son más que reacciones contra la propia esencia de la humanidad que es la vida y la convivencia, convirtiendo a los que lo practican en los llamados grupos progresistas que basan su progresismo en la muerte, en lugar de hacerlo en la defensa del más débil y de sus derechos, buscando estrategias que le puedan ayudar a salir del hundimiento, las lacras y otras dificultades que la agresión de la sociedad le ocasionará.
Defender el aborto y tenerlo como un derecho es, en primer lugar, defender la posibilidad de matar y ejecutar un crimen. En segundo lugar es manipular a las mujeres, en muchos casos mujeres muy jóvenes, llevándolas a situaciones de dolor y desequilibrios psicológicos en los que son abandonadas por las personas que les indujeron o forzaron a abortar; esta situación es una realidad que se repite con una incidencia y porcentajes muy altos. Por último, se aprecia una inmensa incoherencia a la hora de establecer la línea de actuación ya que nos llenamos la boca hablando de la defensa de la paz y la no violencia, reclamamos el derecho a la vida de los oprimidos, estamos en contra de la pena de muerte (por fusilamientos, lapidaciones, sillas eléctricas, inyecciones letales,…), y, paradójicamente, actuamos en defensa del derecho a matar a las criaturas más indefensas del género humano: los no nacidos.
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