7 seminaristas españoles de la FSSP recibieron las órdenes menores

De izquierda a derecha: Rodrigo, primer año (Toledo); Fernando, segundo de filosofía (Ciudad Real); Mauricio, primero de filosofía (Barcelona); F. Javier, primero de teología (Córdoba); Leví, segundo de filosofía (Barcelona); Francisco Jesús, primero de teología (Córdoba); Diego, primero de teología (México); Rodrigo, segundo de filosofía (Sevilla); Ramón, primero de teología (Zaragoza); Anibal, segundo de filosofía (Venezuela); David, segundo de filosofía (Madrid).

«Adeamus cum fiducia ad thronum gratiae», así comenzaba el Introito de la Misa celebrada por S.E. Mons. Haas, arzobispo emérito de Vaduz, el pasado sábado 2 de marzo. En dicha Misa, 32 seminaristas de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro, entre los cuales 7 eran españoles, recibieron órdenes menores. Durante su formación para el sacerdocio, el seminarista va ascendiendo poco a poco las gradas del altar, recibiendo sucesivamente, antes de las órdenes mayores que son el subdiaconado, el diaconado y el sacerdocio, las cuatro órdenes menores: Ostiario, Lector, Exorcista y Acólito. Estas órdenes son los primeros pasos hacia el sacramento del Orden; cada una confiere al joven levita una participación del poder sacerdotal de Cristo. Así pues, de orden menor en orden menor, de escalón en escalón, el joven clérigo se va configurando con Cristo sacerdote.

El primer grado es el de Ostiario: él tiene la función de custodiar las llaves de la iglesia y los bienes materiales que en ella se encuentran. Su función de guardián del templo material evoca la preocupación que debe tener por custodiar los templos espirituales que son las almas de los fieles.

El segundo grado es el de Lector: la función del Lector es la de leer en la Iglesia, con una voz clara y distinta, los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento. También está encargado de enseñar a los fieles los primeros elementos de la religión cristiana. Gracias a una profunda meditación de los Textos Sagrados, el Lector debe santificarse y servir de ejemplo a los fieles, no solo mediante su enseñanza, sino también mediante una vida conforme a las Sagradas Escrituras.

El tercer grado es el de Exorcista: este asciende al frente espiritual, participando como instrumento de Jesucristo en su lucha contra el demonio. Debe aprender a dominarse y a expulsar al demonio de sí mismo antes de expulsarlo de los demás. La disciplina actual de la Iglesia solo autoriza a un sacerdote designado por el Obispo para practicar de manera solemne los ritos de exorcismo. Sin embargo, ya puede y debe luchar contra el demonio «mediante la oración y el ayuno» (Mt 17, 21), por una vida configurada a Cristo crucificado. En esta lucha contra los espíritus malignos, debe vivir siempre en una gran renuncia de sí mismo, en un sincero reconocimiento de su impotencia, y en una continua conciencia de su nada confiando en el poder de Dios y la gracia divina para luchar la buena batalla contra el enemigo de las almas.

Por último, el Acolitado es el más alto de las órdenes menores, porque esta orden se pone directamente al servicio de la Eucaristía, es la orden menor del Santo Sacrificio. El Acólito deberá ser una luz espiritual por su buen ejemplo, para ser, a imitación de Cristo y con la ayuda de su gracia, «luz del mundo». El Acólito, al presentar el agua y el vino que se utilizarán para los Santos Misterios, significa la ofrenda interior de sí mismo. El hecho de tocar las vinajeras vacías durante la ordenación es además simbólico: es el signo de que se deben llenar con las lágrimas de la compunción y de la penitencia, y con el vino de la caridad dispuesta a derramar su sangre.

«Adeamus cum fiducia ad thronum gratiae», este fue el tema que utilizó Mons. Haas en su sermón en el cual exhortó a los minoristas (aquellos que han recibido las órdenes menores) a no temer nada. Les recordaba que, junto al trono de la gracia, el altar, siempre está María. Pues ella «stábat iuxta crucem Iesu». María está siempre al pie de la Cruz esperándonos, queriendo ejercer su oficio de madre para cumplir los últimos designios de su Hijo. María es un camino seguro para alcanzar a Jesús y con fe hemos de andar por este camino de suavidad y confianza. Sin miedo a nada ni a nadie. «Id con fe» repetía asiduamente el Prelado a los jóvenes levitas. San Pedro, cuando avanzaba sobre las aguas hacia su Maestro, el Cordero Divino, titubeó. Y fue en ese momento cuando empezó a hundirse. Avanzar con fe hasta Cristo, pese a la dirección del viento, pese a la fuerza del oleaje, pese a los enemigos que pretendan confundirnos. Avanzar con fe hasta Cristo. No hay lección más sencilla y útil: siempre hacia Jesús.

«Adeamus cum fiducia ad thronum gratiae» rumiaba también el joven seminaristas que suscribe y que recibió en dicho día las dos últimas órdenes menores, mientras contemplaba con admiración y reverencia a la Santa Iglesia Católica, dispensadora de todas las gracias por los sacramentos instituidos por su Cabeza invisible: Cristo nuestro Señor. Si la Iglesia tiene el poder de comunicarnos la gracia es porque está en contacto con el Trono del cual emanan. Por lo tanto, es también un camino seguro para avanzar con fe. Con fe en su origen divino, con fe en su sucesión apostólica, con fe en sus tradiciones y disciplinas, con fe en su victoria sobre el maligno. Ella es madre y es maestra. Fuera de ella no hay salvación. Son tiempos confusos. Si. Pero estos 7 seminaristas españoles que recibieron órdenes, más otros 2 que pronto lo harán, avanzan con fe en Dios, deseando ser hijos fieles de la Iglesia, para poder beber del manantial de la gloria y postrarse en adoración ante el trono de la gracia.

F. Javier Martínez Campos, FSSP