La criptonita del capitán
No pretendo con estas letras dejar a nadie con el tafanario al aire. Al contrario, la mía es sólo una humilde muestra de agradecimiento a un ilustre y virtuoso escritor por quien tengo gran estima. No puedo no tenerla por Arturo Pérez-Reverte, maestro de esgrima de nuestro idioma, nacido en Qart Hadasht, ciudad fundada por Asdrúbal y rebautizada por Escipión el Africano como Cartago Nova. Un académico de número de la Real Academia Española que fue corresponsal de guerra en medio mundo y que además compartió instituto con mi padre, mi tío y un primo de ambos. El insigne y exigente instituto Isaac Peral. Brindo por él y por sus libros, porque a través de ellos ha logrado sumergir a millones de personas en el delicioso vicio de la lectura. Los libros son hoy, quizá más que nunca, artefactos en peligro de extinción. Su insomne competidor (el tedioso teléfono móvil) es una especie parásita e invasora que depreda compulsivamente nuestra atención. No albergo dudas de que, a pesar de la desproporción de fuerzas, David vencerá a Goliat y los libros de papel sobrevivirán a las sanguijuelas electrónicas como el lechazo sobrevive frente a las hamburguesas de cierta cadena useña y como lo eterno se impone a lo temporal. Españoles, volvamos a lo eterno, volvamos a los libros. Las novelas del escritor cartaginés han logrado la hercúlea proeza de despertar la curiosidad por conocer más nuestra historia en toda una generación. Reconocer su mérito personal en esta hazaña es una cuestión de justicia y honor.
Antes de entrar a fondo en el tema que nos concita en este lugar debo declarar que, por la presente y en lo sucesivo, he de renunciar a un análisis sosegado y desapasionado. Porque es una materia que nos incumbe a todos los españoles y, ante la cual, uno no puede permanecer indiferente. Un tema que nos vincula con nuestros antepasados. Un drama que nos embriaga, inquieta y apasiona. ¿De qué asunto se trata? Hablo del trasfondo histórico y teológico de la pseudo-reforma protestante frente al siglo de oro del Imperio español y de la riqueza insondable de sus contrastes e infinitos matices. Hablo de Elvira Roca Barea, de Marcelo Gullo, de Luis Antequera, de José Javier Esparza, de Augusto Zamora, de Marcelino Menéndez Pelayo y también de nuestra afamada Leyenda Negra. Probablemente nadie haya conseguido resumir mejor que el autor de la monumental Historia de los heterodoxos españoles la razón de ser de España: «España, evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra».
Y, sin embargo, a pesar de tanta luz, los españoles estamos acomplejados de nuestro pasado histórico. Debemos levantar y hacer añicos esa pesada losa de autodesprecio culpable, ignorante y destructivo que nos persigue a todas partes, acechándonos en las tinieblas. La pseudo-reforma (nunca debió concederse el nombre de reforma a algo que era una revolución) fue iniciada por el neurótico fraile agustino Martín Lutero allá por 1517. Al igual que él, los dos últimos dígitos de esa fecha son de infausta memoria. En 1717 se fundará en Londres la primera gran logia masónica y en 1917 dará comienzo la revolución comunista. Los tres lúgubres acontecimientos están históricamente interconectados. Resulta tentador vaticinar que el año 2117 tiene el listón de la depravación muy alto. Para entender la Edad Moderna (y, por tanto, también la Contemporánea), hay que tener presente que la sombra de Lutero es alargada. De hecho, la mañana del 18 de Febrero de 1546, Ambrosio Kudtfeld, criado de Lutero, al entrar en sus aposentos como cada mañana para ayudarle a vestirse, encontró a su amo colgando de la cama, ahorcado míseramente. Resulta un dudoso honor para un teólogo compartir causa de muerte con Judas Iscariote. Y es que como dijo Séneca, ficta cito in naturam suam recidunt, las ficciones rápidamente vuelven a su naturaleza. Al igual que Lutero, Tuco Benedicto Pacífico Juan María Ramírez (alias El Puerco),el Feo en el más famoso clásico del spaghetti western, entendía mucho del tema. Una soga no era suficiente para ahorcarle. En esa obra maestra plagada de frases legendarias Tuco, dirigiéndose al cabo Wallace, nos legó una inmortal sentencia que con humor macabro podríamos aplicar al atormentado Lutero: «Los tíos gordos como tú me gustan mucho, porque cuando caen de espaldas hacen mucho ruido».
La supuesta reforma protestante que dio origen a la Edad Moderna debería ser considerada una revolución porque produjo un cambio radical afectando a lo más íntimo de toda una sociedad de manera rápida y violenta. De alguna manera, todas las revoluciones posteriores son tan sólo el eco del mucho ruido sangriento de esa primera revolución. La más reciente de todas ellas es el mayo francés del 68: el relativismo moral aplicado a la esfera de la sexualidad. El escritor brasileño Plinio Correa Olivera derrochaba agudeza al señalar que toda revolución exacerba sus propias causas. Morfeo nos susurraría desde Matrix que «el destino, al parecer, no está carente de cierta ironía». El profesor e historiador Alberto Bárcena señala que «el primer paso hacia el relativismo moral, que convertido ya en dictadura, asola occidente, lo dio aquel fraile agustino que rechazaba la enseñanza moral de la Iglesia». Si deseamos ser más exhaustivos (y estoy seguro de que el profesor comparte este matiz) habría que añadir a la ecuación el antecedente de la filosofía nominalista de Guillermo de Ockham, perteneciente a la decadencia de la escolástica y verdadero padre de la filosofía moderna. El nominalismo fue clave en la (de)formación intelectual de Lutero. También habría que añadir a la ecuación las potencialidades en el campo de la propaganda de la imprenta inventada por Johannes Gutenberg. Lutero, más allá de su formación filosófica deficiente, estaba afectado del mal de escrúpulo, una enfermedad espiritual consistente en la conducta obsesiva de ver pecado donde no lo hay. Ello le condujo a una postura antropológica absolutamente pesimista. Según Lutero, las obras humanas no pueden salvar porque el hombre está entera e irremediablemente empecatado. La salvación proviene en exclusiva de Dios, del don divino de la fe. No puede existir colaboración del hombre con la gracia divina. Nada en el hombre se salva de la quema, ni siquiera la razón humana. Es de Lutero la famosa máxima Vernunft… ist die höchste Hur, die der Teufel hat (la razón es la prostituta del diablo). Seamos serios caballeros, ¿qué es preferible, una religión donde sólo salva la fe o una en la cuál las obras deben acompañar a la fe que se dice profesar?. Hagamos el esfuerzo de preguntarnos con honestidad intelectual durante unos instantes: ¿cuál sería moralmente superior, una cosmovisión en la que fe y razón se articulasen en fructífera simbiosis (Fides quaerens intellectum), o una en la cual la fe considerase a la razón humana la prostituta del diablo?.
Pero dejemos a Lutero colgado y pasemos a hablar de la teología delirante y abyecta de Juan Calvino. Recientemente, el historiador Gonzalo Rodríguez García en unas jornadas sobre la Hispanidad organizadas por la Sociedad Económica Matritense, declaraba con brillante maestría lo siguiente: «Nunca antes en la historia de Europa, ni griegos, ni romanos, ni celtas, ni germanos, en sus religiones correspondientes, se habían planteado que si se te daba bien el mundo y el dinerito es que Odín te iba a recibir en el Valhalla». Y es que todo esto, como veremos, tiene una lógica apabullante. Si sólo salva la fe ¿cómo podremos averiguar quién se va a salvar? Muy sencillo, la salvación será cuestión de predestinación. Pregunten si quieren a Calvino en dónde queda la libertad humana y les dirá que en el mismo lugar que la razón para Lutero. Para Calvino, tener fortuna en esta vida será el signo inequívoco de tal predestinación. El sermón de la cuenca minera de la fiebre del oro de Calvino es una curiosa inversión del sermón de la montaña. Herética, previsible y deleznable conclusión. Infame Calvino. Con extraordinaria agudeza Rodríguez García explicaba en esas jornadas que el del Imperio español no es un ejercicio de nacionalismo depredador colonialista sino un ejercicio de civilización sobre aquellos que no estaban alumbrados por la luz de la tradición cristiana. El historiador coronaba su disertación señalando que en el Imperio español el interés de España estaban subordinado a la Gloria de Dios, al ideal de la cristiandad medieval. Y ello, incluso a costa de sacrificar sus intereses materiales. Es algo que Calvino jamás podría soñar con entender.
Una lectura secuencial de Imperiofobia y leyenda negra de Elvira Roca Barea con Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt contribuye a desmontar toda esa teoría de Max Weber de la superioridad moral y económica del mundo protestante respecto del catolicismo. Nuestros amos para someternos tuvieron que tergiversar nuestra historia. Recientemente, el escritor mejicano Juan Miguel Zunzunegui recordaba en conversación con Santiago Armesilla que al llegar los españoles a América se plantearon si era moralmente lícita la conquista y evangelización de aquel continente. Esta cuestión tuvo una enorme trascendencia. Supuso la reunión en 1550, en la famosa controversia de Valladolid, de los mejores teólogos e intelectuales de la época y la paralización de la conquista de América hasta la resolución de dicho análisis. Hecho insólito en la historia de la humanidad. Pensemos en que si la tesis antropológica pesimista de Lutero fuese cierta este hecho jamás se hubiera podido producir. Es, sin duda, una de sus refutaciones más felices y clamorosas. Sobre las gentes indígenas, Zunzunegui compartía la siguiente reflexión: «si tienen alma pueden ser evangelizados y si pueden ser evangelizados no pueden ser esclavizados». El golpe de gracia lo asestaba el historiador mejicano lanzando la siguiente pregunta retórica: «¿Se imaginan a los ingleses organizando una discusión teológica para saber si los africanos tienen alma?». También para el filósofo Alasdair MacIntyre la modernidad es el origen de la pérdida de la esencia de la vida moral. Según el pensador escocés, Aristóteles nunca debió volver a ser relegado al olvido. Destierro al que, entre otros, le condenó Ockham. A su vez, el filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila da en el centro de la diana con su famoso escolio: «El mundo moderno no será castigado. Es el castigo». Ese misterioso castigo, es dilucidado sabiamente por el británico Roger Scruton cuando expresa que la característica más importante de nuestra cultura postmoderna es la negación del amor y concluye que, de hecho, es un intento de rehacer el mundo como si el amor ya no fuera parte de él. Cuán grandes y terribles son las sombras de Lutero y Calvino.
Llegados a este punto quisiera recordar el curioso intercambio epistolar de hace unos años entre Elvira Roca Barea y Arturo Pérez-Reverte a cuenta del Imperio español y su leyenda negra. Al respecto, se podría pensar que la némesis de don Arturo es doña Elvira con su coloso (de Goya) Imperiofobia. Pensar en ello como un duelo es algo que culturalmente se nos antoja seductor. Nos deleita soñar que estamos en el Ronnie Scott’s Jazz Club del Soho londinense la noche del 1 de octubre de 1966 asistiendo al encuentro entre Eric Clapton y Jimi Hendrix. Aquel famoso día en que Hendrix mató a Dios. Pero Eric Clapton no era el dios de la guitarra. Paco de Lucía, indudablemente, sí. Despertemos de nuestro letargo. Es de la razón de ser de España y de su majestuosa autenticidad de lo que estamos hablando. Ser políticamente incorrecto no significa decir palabras mal sonantes sino retar a un duelo a muerte a las inmoralidades y contradicciones de la cultura hegemónica. Y ninguna cultura ha sido tan inmoral como la presente que, precisamente por ello, tanto odia la historia de España. Lo comprende a la perfección el imperial escritor Adriano Erriguel con su Blasfemar en el templo. Porque entre Elvira y Arturo no hay ningún duelo. Españoles, una espada duerme hendiendo su filo hasta el corazón de la roca, hasta la médula de nuestra mente. Esa espada es la idea instilada por nuestros enemigos (y asumida acríticamente) de la superioridad moral e histórica del protestantismo luterano y calvinista respecto del catolicismo. Es una idea ridícula que está condenada morir. La verdad padece pero no perece y quien trata de jugar con ella, a diferencia de quien entrega su vida por ella, acaba cortándose con su doble filo. En su letargo, la espada espera a que la valentía del joven y legendario tocayo del creador del capitán Alatriste se despierte en nosotros para reanimar nuestra estirpe regia. Esa espada es la criptonita del capitán. Por nuestras venas discurre la sangre de aquellos de quienes somos herederos, del rey Pelayo y de los Reyes Católicos, no la de un fraile neurótico ni la de un nefario adorador del dinero. Somos hijos en el Hijo, el Rey de Reyes, el Señor de Señores. Me despido con un par de escolios del sublime maestro Gómez Dávila: «El reaccionario escapa a las servidumbres de la historia, porque persigue en la selva humana la huella de pasos divinos». «El reaccionario no es soñador nostálgico de pasados abolidos, sino el cazador de sombras sagradas sobre las colinas eternas».
Teófilo Hispano
10 comentarios
Ni leyenda negra ni rosa, no fuimos depredadores ni tampoco boyscouts.
Además hay que ajustarse siempre a la verdad porque ella está por encima de leyendas blancas o negras, lo que narras de la conversación entre Zunzunegui y Armesilla: «si tienen alma pueden ser evangelizados y si pueden ser evangelizados no pueden ser esclavizados». El golpe de gracia lo asestaba el historiador mejicano lanzando la siguiente pregunta retórica: «¿Se imaginan a los ingleses organizando una discusión teológica para saber si los africanos tienen alma?».
Los ingleses no discutieron en ningún momento si los indios tenían alma, pudiendo masacrarlos por eso (la esclavitud no les salía a cuenta), pero en el caso de los negros ni siquiera el ínclito Fray Bartolomé de las Casas o la Escuela de Salamanca se lo planteó tampoco.
Los indios y el Derecho de Conquista son una cosa y los negros y la esclavitud otra muy distinta. Los indios no fueron esclavizados porque en "De Indis" y otros textos Fray Francisco de Vitoria dejó muy claro que el hecho de que fueran paganos no les quitaba sus derechos como población autóctona; en el caso de los negros esos derechos eran imposibles porque ya habían sido llevados allí como tales esclavos, lo que no impedía bautizarles porque los esclavos se bautizaban desde los primeros siglos. Por lo tanto la frase: «si tienen alma pueden ser evangelizados y si pueden ser evangelizados no pueden ser esclavizados» carece de sentido.
La "Leyenda Negra" se ha sostenido no sé cómo porque no hace falta pasarse 20 años como yo estudiando la Historia de América, desde el comienzo me dí cuenta de que aquello era una farsa, por lo tanto lo que no entiendo es por qué una miriada de historiadores hispánicos no han callado la boca a semejantes infundios hasta el día de hoy.
Lo que se discutía era si se debía continuar con la conquista o no. De las Casas abogaba porque no. Ginés de Sepúlveda defendía el derecho, casi deber, de una civilización superior a someter a otra inferior, lo cual era una tesis de Aristóteles.
Esta tesis fue la que había actuado previamente en la Junta de Burgos. Pero dominio no debía de significar injusticia, de ahí que se aprobasen las leyes de Burgos donde se detallaban las normas que debían de regir el buen trato. Hay un curioso paralelismo entre ambos momentos históricos. La Junta de Burgos y las leyes que derivaron fue provocada por las denuncias de Fray Antonio de Montesinos, 30 años después De las Casas provocó la Junta de Valladolid.
Sin embargo, las tesis defendidas por Sepúlveda estaban obsoletas y el espíritu que rigió tras las Nuevas Leyes de Indias, aprobadas 5 años antes, había sido el de la doctrina de Francisco de Vitoria, a quien se considera el padre del derecho de gentes, derecho de los pueblos o países, o derecho internacional, llamado hoy en día.
Por otro lado, considero que la palabra modernidad no tiene una acepción intrínseca negativa. Hay una modernidad buena que tiene que ver con las meras novedades técnicas que traen los nuevos tiempos, por ejemplo la Revolución Científica. Y hay otra modernidad que podríamos llamar mala, de tipo ideológico, en último término teológica. A veces surgida también como un epifenómeno de la Revolución Científica. Lo mismo podríamos decir respecto de hoy en día.
La confusión llega hasta el cine porque en la película "La Misión" hacen ver que las misiones del Guairá fueron atacadas por tropa regular portuguesa junto con indios tupíes, cuando los portugueses tenían todas las tropas regulares acuarteladas en las ciudades costeras para repeler a duras penas los ataques de ingleses y holandeses y los atacantes de las misiones fueron bandeirantes. Así se hizo rica Sao Paulo.
Mientras la Historia de España ha sido zarandeada de aquí para allá, la de Portugal ha quedado oculta hasta el día de hoy. ¿Por qué? Pues porque en Flandes estaban tropas españolas, el Rey Carlos I de España había heredado media Europa y era el enemigo a abatir.
Con esto no pretendo fabricarle una Leyenda Negra a Portugal, lo que digo es que la inexistencia de una leyenda del mismo tipo indica bien a las claras las mentiras que tramaron en Flandes y en Inglaterra, dejando a Portugal al margen porque no les interesaba.
La Gran Chichimeca en el Norte de México, la Pampa Argentina y la región de Chile al Sur del Bio-Bio, o Araucania, fueron conquistadas por los gobiernos de las naciones recién independizadas. Y hasta el Tato sabe que los indios fueron en su gran mayoría partidarios de los realistas porque ya sabían lo que les iba a pasar si ganaban los criollos.
Quitando a algunos del Alto Perú, que lucharon junto a Manuel Asencio Padilla, no se conocen movimientos indios a favor de la Independencia.
Y perdón por la insistencia, pero es que éste es mi tema, y si me lo ponen a huevo pasa esto. Insisto en que, teniendo en cuenta que soy autodidacta, no sé que rayos han estado haciendo los historiadores españoles hasta ahora.
Tres reyes españoles también lo fueron de Portugal y permitieron el comercio de esclavos.
Carlos I ya vendía contratos en nombre de la Corona de Castilla para comerciar con esclavos.
Incluso los Reyes Católicos vendieron como esclavos a los moros de Málaga para sufragar los gastos de la guerra contra el reino de Granada.
Se prohibió esclavizar a los indios porque estaban destinados a ser súbditos de la Corona, y cada imperio funcionaba según su mentalidad.
España tenía capitalusmo pero principalmente seguía siendo feudal y los indios fueron destinados a la encomienda, que era el régimen feudal trasladado a América.
En el Caribe en apenas un siglo desaparecieron los tahínos la mayoría muertos por enfermedad y fueron sustituidos por negros.
Los ingleses seguían teniendo feudalismo pero junto con los neerlandeses fueron los campeones del capitalismo moderno, y los indios solamente les valían para comerciar y llegado el momento preferían quedarse con sus tierras y exterminarlos.
Incluso para el trabajo servil preferían a los irlandeses y luego a los africanos.
Aunque, claro, sabemos que hacían trampas y que el esclavismo de todo ese periodo no se explica según estas condiciones legales.
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