Eutanasia, ¿solo en casos excepcionales? (Miguel Puga)
Recientemente ha sido publicada una encuesta en Canadá donde se pregunta a la población sobre la eutanasia, en ella se abordan cuestiones acerca de la percepción de los ciudadanos sobre este reciente fenómeno en los países occidentales (la eutanasia es legal en el país canadiense desde 2016). En primer lugar, antes de abordar el tema, debemos definir qué es la eutanasia, así pues, si acudimos a la encíclica «Evangelium Vitae» escrita por San Juan Pablo II, podemos encontrar lo siguiente: «Por eutanasia en sentido verdadero y propio se debe entender una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor. La eutanasia se sitúa, pues, en el nivel de las intenciones o de los métodos usados»
En este sentido, lo que más sorprende de este trabajo es que en determinadas circunstancias, como en caso de pobreza, de personas sin hogar, en caso de discapacidad o de enfermedad mental, entre un 30-40% de la población se muestra favorable con que el Estado permita que quienes se encuentran en esas situaciones recurran a la eutanasia. En concreto, para personas en situación de pobreza, el 27% de los encuestados se muestra favorable a que recurran a la eutanasia, el 62% se muestra contrario y un 11% no está seguro. En cuanto a las personas sin hogar, el 28% está a favor de que puedan recurrir a la eutanasia, un 62% está en desacuerdo y un 11% no está seguro. Para quienes sufran una enfermedad mental, el 43% se muestra favorable de que puedan recibir la eutanasia, el 45% se opone a ello y el 11% no está seguro. Por último, en cuanto a personas que sufren una discapacidad, el 50% de los encuestados está a favor de puedan recurrir a la eutanasia, el 39% se muestra contrario a ello y el 11% restante tiene dudas al respecto. Veamos esto de forma gráfica:
No deja de sorprender que, ante este tipo de situaciones, haya gente que vea con buenos ojos que alguien se pueda quitar la vida. Es precisamente en estos momentos cuando hemos de recordar la excusa principal con la que se ha conseguido implementar esta práctica contraria a la vida en nuestras sociedades, que no es otra excusa que la de que «sólo será aplicable en unos casos excepcionales». Este mismo alegato es el que hizo posible que cuestiones como el aborto o el divorcio se fueran colando poco a poco en nuestros países hasta convertirse en «derechos». Es a través de estos «pocos casos excepcionales» como se infiltra un discurso que forma parte de la «cultura de la muerte». Una cultura que no trata de llenar ese sufrimiento con amor y esperanza, sino que directamente busca acabar con la vida del que sufre bajo una falsa compasión.
El problema con todo esto es que no se tiene en cuenta la dignidad de la persona, sino que se acaba cayendo en una especie de dignidad según la cual esta depende de la capacidad de la persona de tener más o menos bienes materiales. Es decir, con el aborto se suele justificar que es mejor que ese bebé no nazca porque va a vivir en un entorno donde no va a tener una »vida digna, entendida esta como una vida donde no tenga ningún tipo de carencia material. Con esto se acaba dando a entender que todas aquellas personas que sufren una situación de pobreza extrema, o que no tienen acceso a cubrir sus necesidades básicas, tienen unas vidas indignas. En cambio, las personas más adineradas tendrían unas vidas mucho más dignas, pues estas no sufrirían ninguna falta de bienes materiales. Así pues, se está cayendo en una afirmación por la cual los más acaudalados serían mucho más dignos que los pobres. Por consiguiente, la dignidad estaría determinada por las condiciones materiales.
Esto es todo lo contrario a lo que se defiende desde el catolicismo, donde la dignidad humana no viene determinada por ningún tipo de bien material, ni de la condición de la persona, ni tan siquiera porque nosotros como seres humanos nos autoasignemos una dignidad por encima del resto de seres vivos, sino que proviene de ser hijos amados de Dios. De esta manera, todos somos dignos por el simple hecho de que Dios nos ha creado, independientemente de nuestra condición personal, y cada vida merece ser vivida porque somos seres pensados y queridos por Dios. Es Él quién tiene la potestad para decidir cuando nuestra vida tiene que tocar a su fin, de la misma manera que es Él quien decide cuando nuestra vida da comienzo.
Seríamos ingenuos si dijéramos que una persona que está postrada en una cama, sin poder valerse por sí misma, está viviendo una situación agradable. No obstante, es precisamente en esos momentos de dolor, de angustia y de desesperación cuando hemos de acompañar a quienes están sufriendo ese dolor para tratar de llenar ese sufrimiento con cariño, comprensión y amor. Es en los momentos más complicados y duros de la vida cuando más amor necesitamos, no sólo en los momentos buenos. Al igual que Dios nos asiste cuando más necesidad tenemos, nosotros debemos tratar de imitar esa actitud de Dios, apoyándonos siempre en Él para que nos de las fuerzas necesarias. Una sociedad que abandona a los más débiles a su suerte, que aparta su vista del dolor de los demás y les ofrece la muerte como alternativa, es una sociedad que no merece un mejor destino que el de Sodoma y Gomorra.
3 comentarios
La primera, que un enfermo terminal, una persona anciana que requiere asistencia y cuidados, un pobre sin trabajo, se contemplan como un coste para el estado, la Seguridad Social, las compañías de seguros médicos, etc. Todos, evidentemente, interesados en reducir sus costes (léase, para mejorar sus resultados económicos).
La segunda, que todos esos son individuos "improductivos", que no pueden ser explotados (en el sentido puramente económico-materialista).
Al fin y al cabo, esto es lo que alguien decía hace poco tiempo: "hay que evitar que la gente se empeñe en vivir más de 75 años".
La persona se define así como un ser-máquina cuyo único objeto y única utilidad es ser capaz de producir (y generar beneficios) para las grandes empresas que dominan la economía mundial y para los estados, en manos de políticos que son arte de la misma élite. cuando la máquina deja de producir, porque no puede o no quiere, una de dos: o tiene medios económicos para pagarse la vida y sus necesidades o caprichos, o se le invita amablemente a quitarse la vida.
Ese ser-máquina no puede ser, por definición, titular de derecho alguno. es simplemente un instrumento en manos de quienes dominan el mundo.
Esta concepción es perfectamente coherente con la reducción, limitación y eliminación de derechos y libertades fundamentales que está en curso en las "democracias" avanzadas, ante la pasividad y la ignorancia de la mayor parte de la gente. Aborto, eutanasia, leyes de educación, confinamientos, con todo artes de una misma visión de la sociedad y de la persona.
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