Una Navidad en su justo contexto

«La alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo» (Isaías 62,5). Esta frase del Profeta puede ayudamos a considerar la grandeza del Día de Navidad. El Dios Creador ha decidido enviar a su Único Hijo para salvarnos. Él se alegra al realizar su plan de salvación, así como el marido se alegra junto a su esposa. Qué dichosos y privilegiados somos al creer y celebrar al Dios que comparte lo que somos, que nace como nosotros, llora, juega, aprende, y que, al mismo tiempo, nos enseña el camino al cielo! Cuán dulce y reconfortante es llamar a Jesús el Emmanuel, el Dios con nosotros! ¡Cuánto nos enseña este Día de esplendor! ¡Dejémonos cautivar por él, permitámosle a Dios damos un consuelo grande, fruto de su presencia entre nosotros!

La Navidad en Puerto Rico no puede celebrarse sin considerar lo que ha ocurrido en «La isla del Cordero». Hemos sido testigos de un evento atmosférico que «nos ha dado con todo lo que tenía». Como consecuencia, nos ha dejado con la boca abierta, mudos de dolor y hartos de cierta impotencia. Hemos tenido que cambiar nuestros estilos de vida y volver a prácticas de nuestros antepasados. El miércoles 20 de septiembre quedará en nuestra memoria colectiva. Hoy pretendo que miremos todo lo acontecido a la luz del nacimiento de Jesús, nuestro Señor, y que para ello, nos dejemos orientar por el «Belén contextualizado» que han preparado los feligreses de la Parroquia Santísimo Sacramento de Arecibo.

A grandes rasgos, en este nacimiento, han plasmado la realidad actual de los puertorriqueños, en medio de la cual nace el Hijo de Dios, Cristo, nuestro Señor. Describámoslo brevemente. Hay una montaña, llena de abundante tierra y escenas muy significativas. La tierra y las piedras utilizadas son de los deslizamientos ocurridos en la propia comunidad. ¡Cuántos hubo y cuántos aún permanecen! Nuestros hermanos de El Valle estuvieron una semana incomunicados. ¡ Cuántos caminaron grandes distancias para ver a sus familiares! Observamos casas sin sus techos. ¡ Cuántos hogares nuestros han quedado a la intemperie! Pareciera que el Huracán María ha violado nuestra intimidad sin ninguna piedad. También hay casas al borde del precipicio. Precisamente, hay miembros de nuestra Parroquia Santísimo Sacramento que han sido removidos de sus hogares como consecuencia de deslizamientos. Además, en el creativo nacimiento, hallamos casas inundadas. La Casa de Dios, el Templo Santa Cecilia, cogió alrededor de 2 pies de agua y la casa del cura recibió algunas pulgadas del Río Tanamá. Asimismo, encontramos hombres con sierras, palas, machetes… El jueves 21, cuántos de nosotros tuvimos que salir de nuestros hogares a limpiar las calles de nuestros barrios. Hay postes caídos y nosotros en todos nuestros sectores aún no contamos con el servicio de energía eléctrica (me refiero a las dos Parroquias a las que sirvo: Santa Cecilia y Santísimo Sacramento). Hay un tubo manando agua y todos nosotros hemos tenido que buscar agua aquí o allá y bañarnos a «bofetá limpia». Vemos una tabla de lavar, cosa que muchos de nuestros niños y jóvenes ni conocían, y ya a todos nos resultan familiares.

¡Varias personas «hicieron su agosto» vendiendo tablas de lavar en los paseos de nuestras calles! En una de sus paredes localizamos nuestra Bandera, la monoestrellada, que como consecuencia de este fenómeno ha vuelto a resurgir. Es nuestro símbolo patrio. En el fondo y en el centro de todo este panorama está la Sagrada Familia, con Jesús en el centro. Desde este acontecimiento cobra sentido todo lo que hemos vivido, por eso arriba dice lo siguiente: «Levántate, pueblo, refúgiate en mí».

Amigos, la tierra que hemos visto deslizarse nos recuerda que somos polvo y al polvo hemos de volver. Las piedras inmensas que hemos visto rodar nos invitan a considerar la realidad de nuestra pequeñez y vulnerabilidad. Nuestras casas sin techos nos mueven a volver a ponernos a la obra y considerar que no estamos creados para echar raices permanentes en este mundo, porque aquí nada es totalmente seguro, todo es perecedero. Nuestras casas al borde del precipicio nos llaman a confiar en la providencia de Dios que nos sostiene y no nos desampara. Dice el salmista: «Él no permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme; no duerme ni reposa el guardián de Israel» (Salmo 120, 3-4). Nuestras casas inundadas y llenas de fango del río nos llevan a meditar en la necesidad de limpiar nuestra casa interior, de cuidarla bien porque la tempestad siempre está amenazando. Las personas con sierras, palas y machetes nos recuerdan la generosidad de un pueblo unido, lo que se logra cuando unimos las manos y no nos dejamos caer ante la tempestad. ¡Ustedes imaginan lo que hubiera ocurrido en Puerto Rico si nos hubiéramos sentado a esperar que el gobierno limpiara nuestras calles! Los postes caídos y la falta de electricidad nos empujan a refugiarnos en Cristo, Luz del Mundo, en el cual jamás nos quedaremos a oscuras. El lavar en tablas nos ha llevado a tomar en cuenta el sacrificio de nuestros antepasados, cómo salieron adelante, y a darnos cuenta que con nuestras manos también es posible hacer lo que hoy realizan las máquinas.

La Bandera de Puerto Rico nos inspira amor a nuestra isla, a nuestros valores, a salir adelante sin salir corriendo, a no darnos por vencidos, a continuar en pie de lucha. Todo este giro, de lo que aparentemente ha sido todo un desastre, es posible por el resplandor que brota de Belén, por la presencia renovadora del Dios con nosotros. Dios se ha encamado, ha nacido, ha convivido con nosotros, y sabe de primera mano lo que es dolor y sufrimiento. Esto nos da la certeza de que en momentos difíciles Jesús continúa siendo nuestro Hermano, nuestro Dios y Señor, la Providencia misma. ¡Hermanos!, encaminémonos todos a Belén, tomémonos de las manos y en medio de nuestras circunstancias, confiemos en el abrazo providente de Dios, recibamos su sonrisa en la pequeñez de un Niño. Allí nuestras inquietudes encontrarán sosiego, nuestras preguntas hallarán respuestas, nuestro lamento se convertirá en un canto de alabanza.

Celebrar el Día de Navidad es entrar en la esfera del Dios que quiere hablarnos al corazón, del Dios que nos quiere consolar y confirmar que nos ha acompañado durante estos tres meses. Si todavía continúas cargando baldes de agua y no te has quitado es porque Dios te capacita. Si todavía cargas una lámpara para alumbrarte en la penumbra de tu hogar es porque Cristo, Luz del Mundo, brilla en tu interior. Si todavía toleras el ruido ensordecedor del generador es porque Dios no te desampara. Si aún eres capaz de percatarte de las necesidades del prójimo, y ayudar, es porque has descubierto que a Dios nada se le escapa, que Él se sirve de todo para nuestro bien y el de nuestros vecinos. Digamos sin temor a equivocamos, con total convencimiento: nosotros, los seres humanos, ustedes y yo, somos los mimados de Dios, y el Día de Navidad nos lo atestigua. Hoy María, Madre de Cristo, sonriente de oreja a oreja, presente a su Niño envuelto en pañales. Hoy se alegra de permitirnos besarlo y hasta tomarlo en nuestros brazos. Eso sí, para tener el privilegio de besar y sostener a Jesús es necesario acoger el mensaje de salvación, creer que este Niño es Maravilla de Consejero, Príncipe de la Paz, Dios todopoderoso. Reconozcamos que solo así, con el Niño en brazos y dándole un beso delicado, seremos verdaderamente hijos de Dios, experimentaremos la dulzura de este Niño, nos alegraremos en este Día glorioso y enfrentaremos los retos actuales y venideros.

Hermanos, no temamos, Dios está con nosotros, Él es el Emmanuel, y no puede dejar de serlo. Abrámosle el corazón, las puertas de nuestro hogar, recibamos jubilosos el regalo del Padre Dios a la humanidad, el Tesoro de su Único Hijo. No esperemos mensajes especiales del cielo, voces audibles, milagros particulares, acojamos al Milagro de los milagros, al Hijo de Dios como se presenta, en la humildad de un pesebre, nacido entre pajas, rodeado de animales, bajo el amparo de María y de José. Dejemos a sus pies todo lo que nos pesa, todo lo que nos impide caminar, ofrendémosle nuestra pobreza humana, nuestra fragilidad, nuestra adoración sincera, nuestra admiración. «Que le llevaré yo al Niño, poco le puedo llevar, es Dios y lo tiene todo, a Belén se va a buscar», dice la canción. A Belén vamos vacíos para llenarnos de Dios, a Belén vamos con un corazón bien dispuesto para alegrarnos en las sorpresas de Dios, a Belén vamos en silencio para recibir la Palabra de Dios. Ciertamente, quien busca en Belén, encuentra; por tanto, vayamos a Belén, miremos lo que acontece y maravillados compartamos lo recibido.

Por último, reconozcamos que esta Navidad será distinta, pero estemos abiertos a las sorpresas que Dios nos quiere regalar. En momentos de crisis se cosechan los hombres y las mujeres «castados a rejón», no por mera fuerza de la naturaleza, sino porque contamos con la gracia de Dios, con su cercanía. ¡Nada ni nadie nos podrá apartar de su amor! No temas, hermano, Dios quiere renovar tu interior y el mío, Dios quiere encontrar una morada digna en ti y en mí. Sepamos que Él como Dios hecho Niño entra por cualquier «rendija». Bendito sea el Dulce Nombre de Jesús, ahora y por siempre. Amén.

¡Feliz Navidad!

P. Gabriel Alonso Sánchez

1 comentario

  
clara
Preciosa semblanza de la Navidad.
02/01/18 1:58 AM

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