(75) Oración para disponernos al Juicio de Dios
Comparto en este último trecho de la Cuaresma una antigua oración cuyo autor desconozco, pero que siempre me ha parecido hermosa para rezar a los pies del Santísimo Sacramento.

Oración para disponernos al Juicio de Dios
Señor y Dios mío, sé que un día próximo o lejano
Mi vida llegará a su término y tendré que darte
Estricta cuenta de toda mi vida;
De mi tiempo, de mis pensamientos,
De mis afectos, de mis palabras, de mis acciones,
De mis dones y gracias particulares,
De mis trabajos y obligaciones,
De mis relaciones con el prójimo,
Y de mi obligación de amarte sobre todas las cosas,
Pues para este fin me has creado.
Tiemblo, Señor, pensando
Sobre todo lo malo que hallarás en mí:
Mi tiempo perdido en vanidades,
Mis pensamientos pecaminosos,
Mis afectos desordenados,
Mis acciones deshonestas,
Mis palabras vanas y hasta escandalosas,
Los dones desperdiciados o empleados para el mal,
Las gracias espirituales perdidas,
El bien que debía hacer y no hice,
Los malos ejemplos y ofensas a mi prójimo,
Y lo peor de todo,
El no haberte amado como sólo Tú mereces.
Todo esto, Señor, en este momento
Me hace temblar y temer de tu parte
Un severo juicio de condenación,
Pero ….Tú mismo, Señor,
Me has dado una gran esperanza,
Porque aún no me has llamado a Juicio
Y me das tiempo para reparar mis pecados,
Con la penitencia y la oración; `
Pero sobre todo me das tiempo para unirme más a Ti
Para amarte con más intensidad,
De tal manera que recupere el tiempo perdido
Y pueda llegar al término de mi vida
Habiendo alcanzado la plenitud de tu amor.
Pero si esto es un consuelo para mí
No será mi aval ante tu riguroso juicio,
Porque en él no te presentaré sólo mis buenas obras,
Ni mis virtudes, ni mi pobre amor;
Yo mismo te confesaré mis pecados,
Mis miserias y todas mis debilidades,
Para que juzgues con piedad y misericordia
Y me salves, no porque yo te ame
Sino porque Tú me amas,
Porque miras en mí a un alma redimida
Con la Sangre y el dolor de tu Divino Hijo
Nuestro amado Señor Jesucristo.
Así estaré seguro, Señor,
de que tu sentencia me será plenamente favorable,
y que oiré de los labios del mismo Jesús
el amoroso llamado: ”Ven, bendito de mi Padre,
a poseer el Reino que te tengo preparado
desde toda la Eternidad”.
Te suplico, Señor, alimenta cada día mi corazón
Con el deseo de ser cada día más fiel a tu gracia,
Para responder con mi vida a tu infinito amor.
Así sea.
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Infocatólica agradecerá vuestra generosa colaboración; le sugerimos cómo hacerlo.

Si en vistas de la Encarnación quiso Dios la Concepción Inmaculada de María, ¿podemos imaginar que no dotara a San José de un sinfín de maravillas para custodiar al Hijo de Dios y a su Madre, siendo él la verdadera “sombra del Padre”?
Algunos católicos tenemos un gran afecto por el padrino de los Maritain, y solemos volver a él cada tanto, buscando un alma noble donde recostar la nuestra. Así encontré hoy una interesante reflexión que serviría a un sacerdote conocido, especialmente en lo referido a la santidad, palabra que él se gloría de no mencionar nunca a sus feligreses, “para no agobiarlos” (sic). Posiblemente él sea también un caluroso entusiasta de esas declaraciones del p. Secondin que a otros nos escandalizaban: “Los viejos modelos de santidad siguen teniendo todavía espacio y suscitando atención, sobre todo a través de las numerosas beatificaciones y canonizaciones de personas que vivieron en otro universo cultural y en otro modelo de Iglesia. Pero no suscitan interés en empeñarse por seguir este camino…”
Llama la atención que muchos que se dicen hijos de la Iglesia, estén prontos para ofrecer incienso a los dictados del mundo, pero sean tan reacios a prestar sus oídos a la Madre de Dios, figura y modelo de la Iglesia.
En la fiesta de la Candelaria de este Año dedicado a la vida consagrada, queremos dirigir nuestra mirada y corazón a las múltiples formas con que la Providencia ha adornado y fortalecido a su Iglesia llamando de modo particular a ciertos hombres y mujeres para ser puentes privilegiados entre Dios y las almas.