(101) La sombra de Lutero en el Sínodo
No se sorprenda el lector. Si ha habido tantos “honorables invitados” a este Sínodo que nos han dejado con la boca abierta, y tantos personajes que uno creería que no podrían haber estado jamás como consejeros papales, y sin embargo, siguen soltando ocurrencias a cuál más mundana sin que se los haya hecho callar, porque lo importante era el diálogo sincero... Si ni siquiera tuvieron empacho en recibir al Papa en la sala Pablo VI hace unos días, al son de “Heal the Word”, (himno de Michael Jackson cuya elocuente letra por un mundo unido pueden ver aquí), ¿cómo y por qué no reconocer entre sus filas, a través de las volutas del humo infernal que ha enrarecido el ambiente, al heresiarca germano, alentando a algunos de sus apadrinados?
Sabemos que lo del “humo de Satanás” no es mera figura retórica, y que indica algo que espesa el entendimiento y por ende las almas, debilitando su posibilidad de ver claramente la realidad. Es expresión de una presencia personal, que bien puede manifestarse a través de la proposición de un modo de pensar que no es el de Cristo, sin perder de vista que “nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales” (Ef.6, 12).

Este 25 de octubre será para muchos católicos argentinos, un día sagrado. Pero no por ser domingo, ni por la clausura del Sínodo, sino porque nuevamente habrá aquí elecciones presidenciales…!
Ya en los últimos días del Sínodo de la Familia, vemos que ha proliferado una serie de artículos en diversos medios, profetizando, ponderando, lamentando y celebrando las diferentes posiciones que desde hace más de un año suscitan en el pueblo fiel desde la euforia más auspiciosa hasta la decepción más amarga. Si en algo deberíamos coincidir, es en el reconocimiento de que lo más ausente allí ha sido el espíritu de unidad.
Si por algo se viene caracterizando hace unas décadas la Iglesia en Argentina es por la sensación de formar una suerte de “iglesia nacional”, en la que no sólo se hace lo que a cada uno le place en materia de liturgia, sino que también el calendario se va acomodando “a piacere”, eso sí: siempre anteponiendo excusas relativas a un presunto carácter misionero, como si éste se pudiera contraponer al sentir católico-universal.
A veces corremos el riesgo de enturbiar la mirada, y quienes vivimos en medio del mundo, aunque sepamos que “Nuestra batalla no es contra la carne y la sangre sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que están en el aire” (Ef 6, 12-13), frecuentemente olvidamos acudir a quienes llevan la delantera del Combate, honrando fervientemente a los santos ángeles y arcángeles.
Una y otra vez, cuando miramos a nuestro alrededor y nos oprimen el pecho muchas situaciones desgraciadas, muchas tormentas y desvíos, muchas cruces que se alzan en lo alto del Calvario de la Iglesia, surge la misma pregunta: ¿qué hacer?… gritar, llorar, correr… Las respuestas serán variadas, según lo que Dios haya dado a cada uno, pero hay una actitud que es irrenunciable, porque Nuestra Señora nos la señala, inquebrantable:




