(115) Consejos y clamores a los Obispos (de San Bernardo de Claraval)
Aclara San Bernardo que es por obediencia a un obispo por lo que se determina a escribir el tratado que lleva por nombre “Sobre las costumbres y oficios de los obispos”, que como la gran mayoría de las obras de los santos, sigue conservando vigencia frente a mucho palabrerío contemporáneo que finalmente se lleva el viento.
Como el abad de Claraval, también muchísimos fieles hoy nos preguntamos “¿quiénes somos nosotros, para escribir a los obispos?” Sin tener ningún mandato preciso, respondemos sencillamente: “Somos hijos”. Hijos que piden, que claman, que esperan…
Hijos que esperamos el Pan de la Verdad en nuestra mesa y Misa diaria, hijos que esperamos la misericordia de la claridad, y especialmente, que los pastores ahuyenten con su cayado a los lobos, que no los inviten a “cenar junto al Rebaño”, y que si es preciso, les den su merecido enviándolos lejos, acciones todas ellas que disiparían una densa neblina que hace que muchas ovejas caigan despeñadas todos los días a nuestro alrededor. Misericordia para las ovejas antes que para las fieras, pues, es lo que la grey suplica.

Los sacerdotes santos son faros de esperanza frente a algunos ejemplos que desmoralizan a la grey, acosada ya bastante por el descrédito del sacerdocio católico en que se ceba la prensa mundana para ocultar las maravillas que Dios obra en sus “otros cristos” cuando son dóciles a su gracia.
Hay ciertos grupos religiosos que se definen por el seguimiento de un determinado “líder” espiritual, o por el apego a una serie de ”prácticas rituales”.
¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice su Dios!
, riquísima para rezar y meditar ante los Sagrados Corazones, pensando en tantos agravios pequeños, grandes e inmensos que sufre cada día en nuestros días, y de los cuales siempre estamos prontos para quejarnos debido al escándalo, pero tal vez no para lo fundamental que nos toca a cada uno, que es reparar. ¡Si todas estas oportunidades sirvieran al menos para calentar nuestros pobres corazones, generalmente tan tibios!…ImplorémosLes que así sea.
Epifanía es nuestra fiesta. ¡Y cuán gloriosamente nuestra! Decíamos hace un año: la fiesta de la “gentilidad” que ha sido conquistada para Cristo; la fiesta de los hombres que son capaces de atravesar el desierto en busca de la verdad, para encontrar, de rodillas, a Quien es la Verdad Absoluta.
Más de una vez he sostenido que el acostumbramiento es una de las más graves amenazas que sufre la Iglesia, cuando los católicos creen que deben amoldarse a todo, comprender todo, agachar la cabeza ante todo y todos, porque todo es comprensible, justificable, perdonable, digno de ser mirado con indulgencia… Pero en medio de la “volteada”, muchos se van cansando, y urge que alguien tenga misericordia de aquellos que se cansan.