“Sin duda, existe actualmente una confederación del mal, que recluta sus tropas de todas partes del mundo, organizándose a sí misma, tomando sus medidas para encerrar a la Iglesia de Cristo como en una red, y preparando el camino para una Apostasía general. (…) ¡Dios nos guarde de contarnos entre aquellos ingenuos que caen en la trampa que se está tendiendo a nuestro alrededor! ¡Dios nos libre de ser seducidos por las bellas promesas en las cuales Satán ha ocultado seguramente su ponzoña! (…) ¿Consentiremos nosotros los cristianos en tener parte en este asunto? ¿Ayudaremos, aun con nuestro dedo meñique, al Misterio de Iniquidad que lucha por nacer, y que convulsiona al mundo con sus dolores? ‘¡Alma mía, no entres en su consejo; no te unas a su asamblea, honra mía’ (Génesis 49,6). ‘¿Qué relación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué unión entre la luz y las tinieblas? […] Por tanto, salid de entre ellos y apartaos’ (2 Corintios 6,14.17), de otro modo seréis cooperadores de los enemigos de Dios, y estaréis abriendo el camino para el Hombre de Pecado, el hijo de perdición.” (Beato Card. J. H. Newmann)
Luego de las últimas elecciones (¿serán las últimas…?), que siguen profundizando la confusión y la impostura (un comentarista sostenía muy suelto de cuerpo ayer, que esta elección “sirve para alternar el Poder entre más personas que no las de siempre, es beneficioso. En el revuelo del cambio, siempre aumenta la Libertad.") y quisiéramos decir muchísimas cosas todavía más allá de las actualizaciones del último post, pero nos parece que si otros las dicen mejor y más ordenadamente, es un honor ceder el paso, y dar gracias por ello. Agradecemos entonces a Jordán Abud (*), que nos ofrece estas claras líneas sobre el tema que, en última instancia, es absolutamente central en todo este debate que nos ha ocupado en los últimos artículos.
Lo publicamos suscribiendo cada línea, y agradeciendo también a la Providencia, por seguir dándonos católicos lúcidos e íntegros en esta pobre patria hija de España, tan apaleada como su madre, pero que ruega todavía a Cristo Rey, aquella oración de Mons. Bonamín:
“…si prefieres para nosotros
la noche oscura de una pasión nacional,
Te pedimos, Rey de los Reyes,
no permitas que tu pueblo sea traidor:
Antes prepáranos y danos el triunfar en el martirio,
para la Gloria de Tu Divina Majestad,
en reparación por tanta historia laica,
y para que, bajo el Manto de la Virgen Soberana,
Te adoremos en la Patria Eterna,
con los que lucharon por Ti.”
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