22.08.13

(1) ¡Danos, Señor, caridad ardiente en tu verdad!

Ante todo, las gracias. Gracias a Dios, primero, por poner en su Providencia los medios para que mediante este blog pueda ser parte “visible” de la familia de InfoCatólica, y gracias a su Comisión Directiva, por ofrecerme esta posibilidad. Gracias, en fin, a los lectores, de antemano, con quienes espero nos una el mismo fin sobrenatural, poniendo todo lo que aquí pase bajo el patrocinio de María, Reina y Hermosura del Carmelo y todo el Universo.

Creo oportuno, entonces, dar aquí razón del nombre (que no se repite con el blog que tenía Mons. Sebastián, en el que los términos se invertían). Más allá de la primera mirada, que remite, desde ya, a nuestro querido Benedicto XVI en su encíclica homónima, pienso que últimamente la asociación de estos dos términos brilla en muchos corazones como consigna de fuego, como respuesta necesaria una y mil veces en otras tantas circunstancias de nuestra vida en que se nos pide una opción tratándose en realidad de una trampa, porque tal opción no corresponde. Porque no se trata de una disyunción como si fuese un círculo o un cuadrado, sino de un “matrimonio indisoluble”. Porque ¿cómo concebir mayor caridad que el procurar un crecimiento en la Verdad? ¿Y cómo pensar en servir a la Verdad despojándola del Amor, si Deus caritas est?

El problema es, sin duda, nuestro corazón dividido, o mejor deberíamos decir, “desparramado” entre múltiples verdades y múltiples amores -así, con minúscula-, porque no se logran ordenar de modo que todos nos conduzcan al Fin para el que todos hemos sido creados, al decir de S. Ignacio en el Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales.

Quisiéramos compartir entonces, en este sitio, todo lo que nos conduzca a la mutua edificación –caritas- en la contemplación de la verdad, expresada de muchas maneras, siempre bellas, claro, considerando con don Guijo II –cartujo-, lo que nos seduce como texto programático:

La verdad, como cosa bella, se ha de poner a la vista.

Hay quienes la aborrecen.

No los juzgues; más bien, tenles compasión.

Pero tú, que ansías llegar a la verdad,

¿por qué la rechazas cuando viene a ti en forma de reprensión?

Sin apariencias, sin adornos y aun clavada en una Cruz,

hay que adorar a la Verdad.

Cuanto es más noble y poderosa una criatura,

con tanto más gusto se somete a la Verdad.

Más aún, tanto será noble y poderosa,

en cuanto se someta a esta verdad.

No debemos ansiar sino la verdad

y la paz que de ella nace.

Sea la caridad quien te impulse a exponer la verdad, como remedio curativo.

Si alguno rechaza esta verdad y no sientes compasión de él,

o no lo amas, o no aprecias suficientemente el valor curativo de la verdad,

es como si el enfermo rechazase la medicina que lo sana.

Paz sin fin, como la de los ángeles, es el fruto de la verdad.

Amargura y dolor, como los del demonio,

son los dejos de la mentira.

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