Así comienza un artículo del p. Petit de Murat, originalmente dirigido a religiosos pero muy provechoso para todo cristiano. Aprovechando el entusiasmo de algunos lectores ante el “descubrimiento” de este fecundo sacerdote de Cristo, nos pareció muy oportuna esta reflexión suya sobre un tema que hoy es bastardeado y simplificado por el lenguaje común buenista. Así, falsifica la caridad cuando la limita a saciar la pobreza con bienes finitos, teniendo a Dios únicamente como “añadidura” no sólo optativa sino incluso prescindible.
¿Cuántos de los afanados por resolver la pobreza del mundo, reconocen de veras el hambre más intensa, y son capaces, como el Cura de Ars, de enseñar el Camino al Cielo -solución de todas las pobrezas y miserias-? ¿Qué significa la propuesta de vivir la pobreza para seguir más de cerca a Cristo?
Se oye hablar mucho de la opción preferencial por los pobres, pero a menudo se dejan de lado ciertas consideraciones necesarias para poder razonar de manera católica. Y así tenemos las consecuencias que padecemos… Nos preguntamos si en el fondo, esta insistencia casi exclusiva hacia los que carecen de bienes materiales, no encierra la íntima convicción de que éstos son lo “único necesario”.
Y por favor, no me salgan aquí con que minimizo la atención de los pobres, que desde hace dos mil años han sido hijos predilectos de la Iglesia-Madre y de todos sus hijos fieles. Pero se tenía suficientemente claro que la raíz era el pecado, y contra éste dirigía sus empeños apostólicos. La atención a los pobres era un medio de santificación propia y salvación del prójimo, y no un fin en sí mismo, reductible a filantropía. Hoy muchos identifican la caridad con la solicitud hacia los pobres, pero no se tiene en cuenta que la mayor caridad es brindar el pan de la Verdad, ya que en última instancia, toda pobreza -física o espiritual- proviene del pecado, esto es, del imperio de la Mentira sobre almas y pueblos.
De este modo, como señala el p. Iraburu, “Mientras no haya también en la posesión de los bienes materiales una mayor homogeneidad entre religiosos y laicos, éstos permanecerán atrapados en las mallas condicionantes de un mundo tópico…”
¿Cómo resolver la pobreza sin atacar decididamente sus causas, o sin insistir en la conversión de las almas? ¿Hallaremos la solución con esfuerzos conjuntos entre la verdad y la mentira, entre el agua y el aceite? Veamos pues, ¿Qué es la pobreza? ¿Qué es la riqueza que se debe rechazar, y la que deberíamos anhelar? ¿y quiénes son los pobres?¿Por qué Nuestra Señora habla en Fátima de “los pobres pecadores"?…
Mientras tanto, la prédica de la pobreza evangélica como modelo de seguimiento de Cristo no goza hoy de su mejor momento. Baste mirar los “problemas” que tienen algunas congregaciones e institutos que pretenden vivirla más radicalmente…Pero no creamos que es una cuestión que atañe sólo a religiosos, pues como bien señala el p. Iraburu, “Mientras no haya también en la posesión de los bienes materiales una mayor homogeneidad entre religiosos y laicos, éstos permanecerán atrapados en las mallas condicionantes de un mundo tópico…”
Encomendamos, pues, a Sto. Tomás de Aquino el fruto de estas líneas.
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LA POBREZA (P. Fr. Mario J. Petit de Murat O.P.)
“Ita et nos cum essemus parvuli,
sub elementis mundi eramus servientes“
(San Pablo - Gal. 4, 3)
I. Teología de la Pobreza
La pobreza no es una virtud, sino el resultado de todas ellas.
El hombre en la tierra y sin un gran grado de perfección, no puede concebir hasta qué punto se ha realizado en el hombre común, el desorden del pecado.
Se tiene por natural un estado de desorden habitual: la conversio ad creaturas del pecado, se ha estabilizado en toda la naturaleza humana bajo la forma de disposiciones que orientan las potencias del ser humano: hacia la criatura y hacia las criaturas.
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