Luego de los hechos ocurridos en el Vaticano durante el Sínodo de Amazonia, que parecen ser el non plus ultra de la abominación, muchas voces católicas se han llamado a silencio, atónitas, sin saber más qué argüir para justificar lo injustificable, mientas una inmensa cantidad de fieles siguen adormecidos sin conciencia de la gravedad de las cosas. Y creemos que es peligroso ese adormecimiento, como lo es la anestesia en un cuerpo muy debilitado.
Los apóstatas notorios siguen en sus trece, atacando a la Iglesia con impunidad descarada. Otros –los que se pliegan siempre a lo “eclesialmente correcto”- repiten las herejías como loros, disfrazándolas de “docilidad al Espíritu”. Muchísimos navegan, pretendiendo hacer creer que se puede hacer calzar un círculo en un cuadrado con buena conciencia, atentando contra la salud mental propia y ajena.
Algunos creen que sólo queda rezar y esperar. Y otros, gracias a Dios, con exquisita caridad siguen levantando la voz, aunque éstas parezcan sonar en un desierto, como testigos fieles del Verbo.
Y es preciso que se conozcan y difundan esas voces, pues aunque sean pocas, son más de las que parecen. Es preciso que se las conozca porque son voces que Dios alienta en su Iglesia para consuelo y fortaleza de los débiles, para aliento en la perseverancia hasta que el propio Señor ponga fin a todo esto.
Es el caso del padre Alfredo Morselli, eminente teólogo de Bolonia, quien ha salido al paso de las barbaridades que ha dicho Mons. Arizmendi Esquivel, obispo emérito de Méjico, en una entrevista publicada por La fede quotidiana, que compartimos aquí íntegra.
Mientras tanto, pidámosle que nos conceda también a nosotros la gracia de seguir dando testimonio de palabra y de obra, pisoteando respetos humanos y repudiando enérgicamente todo tipo de ídolos e inmundicias con que el Inicuo pretende humillar a Nuestro Señor, aún por medio de sus ungidos.
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Don Alfredo Morselli, comparte la llamada de los líderes católicos que se han quejado de actos de idolatría cometidos durante el Sínodo. ¿Considera que son tales?
-No sabría cómo llamar a los actos de adoración prestados a realidades que no sean Dios.
Algunos lo niegan: por ejemplo Mons. Felipe Arizmendi Esquivel Obispo Emérito de San Cristóbal de las Casas (México)…
-Lo sé: dijo que “no son diosas; no ha habido culto idolátrico. Son símbolos de realidad y experiencias amazónicas, con motivos no sólo culturales, sino también religiosos, pero no de adoración, porque esto se debe sólo a Dios".
Pero eso me recuerda a un sacerdote que lo invitó a cenar en viernes, cuando se le obsequió con carne en el plato, y para no incomodar al que lo invitó, bendijo el plato diciendo “Te bautizo bacalao": he aquí lo mismo, bautizaron a los ídolos “bacalao".
¿Por qué es idolatría según Don Morselli?
-Santo Tomás define la adoración como un acto de culto “con el que uno emplea su propio cuerpo para venerar a Dios” y “como estamos compuestos por dos naturalezas, intelectual y psíquica, debemos ofrecer a Dios una doble adoración: la espiritual, que consiste en la devoción interior del alma; y la corporal, que consiste en la humillación externa del cuerpo” (S. Th. IIa-IIae q. 84 a. 2 co.). En los jardines vaticanos se postraban con sus rostros en el suelo y se colocaron en cuclillas: fue precisamente la “humillación externa del cuerpo” (y, -agrego– la humillación de los ojos de los que lo vieron), es decir, es un acto de adoración; en San Pedro la llevaron en procesión con canciones y oraciones…
No se puede considerar, como dijo Mons. Esquivel, ¿"el símbolo de una experiencia” y por lo tanto no un ídolo?
-Pero para ser idólatras no es necesario considerar a un ídolo lo que se adora; basta con adorar a algo que no es Dios: Jesús ha intimado al diablo: “Adorarás al Señor Tu Dios, y sólo a El servirás” (Mt 4, 10; Lc 4.8) ¡Sólo a El! La pachamama, llámese “diosa", llámese “experiencia", llámese “valor", no es “solo Él “. ¡No te inclines ante ello!
Mons. Bux dijo que San Pedro debería ser exorcizado. ¿Qué piensa Don Morselli?
“¿Cómo puedo contradecir a un erudito tan excelente? Además, como dice la Escritura
“Los dioses del pueblo son demonios” (Sal 95,5, Vg.), y
“Se sacrificaron a demonios que no son Dioses, a dioses que no conocían, nuevos, llegados recientemente, que vuestros padres no habían temido” (Dt 32,17).
En cualquier caso, si tenemos en cuenta todos los escándalos ocurridos, más que exorcismos: sería mejor bendecir, cuando llueve en Roma, el agua de la lluvia; así todo el Vaticano y no sólo San Pedro podría ser exorcizado. Hablo –permítanme ser claro– de las miserias humanas de algunos hombres de la Iglesia, y no de la Santa Iglesia. Y creo que la historia de la Iglesia es siempre, como decía san Juan Pablo II, una “historia de santidad", incluso hoy.
Pero, ¿los ritos con la pachamama no podrían ser considerados como un acto de inculturación de fe, es decir, una condescendencia con las costumbres de un pueblo?
-Mire, como decía el Card. Biffi, cultura deriva de cultivar, y el cultivo es una cosa bien hecha y en orden. No es cultura todo lo que un pueblo produce, sino sólo si un pueblo se cultiva a sí mismo en la verdad. Sólo Dios “ha hecho todo bien” (Mc 7,37), pero el hombre, como consecuencia del pecado original y siguiendo las sugestiones diabólicas, puede producir actividades pecaminosas, que pueden asentarse en las prácticas de un pueblo. Y esto no es cultura; la idolatría y el panteísmo no pueden considerarse cultura.
Don Morselli se prepara para otra acusación de ser enemigo del Papa…
-Heredé de Mons. Caffarra tanto el espíritu de las dubia (al Papa se le pueden hacer preguntas, pero no se le depone ni se lo combate) como el amor indiscutible hacia la Sede Apostólica tantas veces demostrado por el propio arzobispo. Desafortunadamente, así como en política se decía “fascista” -cuando no había más argumentos- a los que no eran comunistas, hoy se grita “enemigo del Papa". Pero soy amigo de todos los Papas, desde San Pedro hasta Francisco; a diferencia de aquellos que en el pasado han desafiado a San Juan Pablo II y Benedicto XVI, y ahora se escudan en Francisco. No se puede hacer enfrentar Papa contra Papa e interpretar en espíritu de ruptura el Magisterio ordinario, que en cambio debe ser tomado en su totalidad, sin contradicciones.
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