(252 - y II) El diálogo interreligioso frente a Jesucristo, Verdad encarnada (F. Mihura Seeber)

sincretismo


“…Se levantarán tropas, profanarán el santuario-fortaleza, abolirán el sacrificio perpetuo y establecerán la abominación de la desolación...”(Daniel 11, 31)

»Yo soy el Señor tu Dios. No tengas otros dioses además de mí."(Dt. 5, 6-7)

“Jesús fue tomado de entre ustedes y llevado al cielo, ¡pero un día volverá del cielo de la misma manera en que lo vieron irse!". (Hch. 1:11)

“No hay medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz que procurar la restauración del reinado de Jesucristo.“(Pío XI, Quas Primas)

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Publicamos la última parte del artículo de Federico Mihura Seeber llamado “Principio dogmático y Ecumenismo“, incluido en su libro De Prophetia (Gladius, Bs.As., 2010), habiendo integrado al texto las notas al pie y agregando subtítulos a los apartados. Las fotos pretenden ser ilustrativas de hasta dónde se llega cuando se ha roto el “dique” de la sana razón en la fe verdadera.

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Relativismo eclesial: desaparece la necesidad de predicar

II. Esta es la situación actual de la Iglesia, en relación con el «principio dogmático» que antes la identificaba. Este es el «estado de la cuestión» práctico. Pero sus efectos en el mundo, y en la feligresía, esto es, «ad extra» y «ad intra», son los siguientes.

Frente al mundo. Lejos han quedado los tiempos de la Iglesia «testigo de la Verdad» en el mundo escéptico y relativista. Ya no podría haber conversiones como las mencionadas, de los hastiados’ del mundo escéptico, a la Iglesia, «referente» de la Verdad. Ya no las hay, y ya ni siquiera la Iglesia las intenta. ¿No se ha dicho que en el diálogo conviene mantener las diferencias? ¿Como iríamos a perturbar la auto-identidad del infiel, o del creyente de otras confesiones, proponiéndole como «única verdadera» a la doctrina católica? Se acabó, pues, la «evangelización», por mas que se siga hablando de ella. Y ya, incluso, ni siquiera eso. Ya hoy empieza a negarse, y, aún a desalentarse -¿llegará a prohibirse?- la ineludible exigencia, para el cristiano, de evangelización. Aquel que fuera el fervoroso acicate de conversión a la verdad salvadora, que llevó al cristianismo a todas las gentes: «¡Ay de mi si no evangelizara!». San Pablo, Cor. 9,16)

Pero, ¿y «ad intra»? ¿Qué efecto ha tenido sobre los fieles católicos esta permanente claudicación en la afirmación del «principio dogmático», y de la unicidad de la Verdad religiosa? Nadie me dejará mentir, porque lo que he de decir es demasiado evidente. El común de los fieles participa hoy, sin duda, de esta convicción: «aunque sea verdadera para nosotros, la Fe católica no puede ser propuesta como única vía de salvación. Como participante de cualquier «credo», el hombre puede salvarse -claro está, mientras sea «bueno»-.

Este relativismo ha hecho estragos, en primer lugar, sobre la sensibilidad católica. «Naturalmente», esto es, no reflexivamente, es participado por la inmensa mayoría: hasta el punto de que resulta «chocante», hoy, proponer lo contrario. La sensibilidad relativista del Mundo se ha hecho natural al fiel católico: «¿Cómo, como seríamos tan soberbios de pretender que la única verdad religiosa sea la que enseña la Iglesia?… ¿Que derecho tenemos a «imponer» nuestra verdad como única verdad? Consulte cada cual, consulte a su entorno, o consúltese a si mismo, y diga si ésta no es la actitud general de los fieles frente al tema del «dogmatismo».

Ciertamente: esta posición «absolutista» de la Iglesia ya era difícil de asumir antes de la «apertura» y del Concilio. Porque resultaba chocante y desafiante frente a los criterios relativistas del Mundo; y la sensibilidad católica ya había sido trabajada por el «liberalismo católico». Pero el fiel sabía que esta era la posición que debía sostener, aunque no le gustara, aunque fuera incómoda y aunque no la entendiera: que solo la Iglesia Católica predica la Verdad religiosa por la que el hombre se salva. En consecuencia, el aflojamiento de la Iglesia en el mantenimiento del «principio dogmático» representó para muchos el aligeramiento de una carga.

Un suspiro de alivio cundió en la grey cuando se le sacó de encima el pesado fardo: el peso del testimonio de la Verdad que debía sostener frente al mundo escéptico.

Pero lo que en la sensibilidad del fiel se manifiesta hoy de este modo, responde a un trastocamiento más íntimo, (del cual esta sensibilidad se nutre y a la que, al mismo tiempo, alimenta). Este reside en la facultad que es sujeto de la Fe, esto es, en su inteligencia. La sensibilidad pluralista y tolerante es, en realidad, indicio de un quiebre espiritual mas profundo. Decir que «profesando cualquier verdad religiosa, con tal que se sea coherente, el hombre puede salvarse», equivale a decir que la Verdad es indiferente a la salvación humana. Significa esto que «otras serán las razones por las que el hombre se salve o se condene»: por su conducta moral, o por su «coherencia» de vida, o por lo que sea, pero que la Verdad como tal, la verdad religiosa que profese, es indiferente.

El ecumenismo como indiferentismo religioso: verdadera impiedad

III. Con lo cual, de la descripción de la situación por la que atraviesa hoy la catolicidad, respecto del tema de la Verdad religiosa, se debe transitar al análisis del tema en si mismo. Porque al término de esa descripción de la situación, ha sido tocado.

En efecto: o la Verdad es necesaria para la salvación del hombre, o no lo es. Pero siendo, la Verdad «adecuación de la inteligencia a la cosa», y tratándose, en el caso, de la Verdad /religiosa, si ella no es necesaria para la salvación, entonces no importa cual sea el «objeto» al que se dirige el culto. En otras palabras, que es indiferente quien sea «Dios», quien sea el «dios» al que el hombre rinde culto religioso; el Yahvé de los judíos, o el Yahvé «revelado en Cristo», o el Alá de los musulmanes, Shiva, Zeus, Astarté, el «Alma del Mundo», los animales de la zoolatría, los astros o los meteoros… Todos estos «dioses» han sido objeto de «revelaciones» de sus presuntos «profetas». Y estas revelaciones han pretendido ser lo que el término indica: manifestaciones del «verdadero Dios».sincretpa

Ahora bien, la anterior indiferencia de la verdad religiosa es manifiestamente inhumana. Ninguna verdad es, en efecto, más importante para el hombre. Si se tiene en cuenta que el acto de religión es el máximamente convocante para el hombre, no se puede menos que valorar con idéntica intensidad la respuesta dada a cualquiera de las anteriores «revelaciones». Porque. si una cualquiera de ella es verdadera, las otras son falsas: porque si Dios, siendo Uno, no puede ser Trino, entonces es verdadero el Dios de los judíos y el de los musulmanes, y el cristiano es falso; y si Dios es «el Alma del Mundo», entonces no puede ser el Dios trascendente de los «cielos» el Dios verdadero. Y, entonces, solo el culto del Dios verdadero es verdadero acto de religión, y los otros son impiedades. ¿O es que el falseamiento del acto más trascendental del hombre tendrá consecuencias indiferentes? Si es importante reconocer al verdadero «acreedor» y distinguirlo del «deudor», en un acto de justicia conmutativa, ¿no será importante reconocer al verdadero Dios en el acto de culto, que por justicia «trascendental» se le tributa?

Sé que esto ha de sonar risible, risible por «perimido», a los oídos de muchos católicos actuales. Pero es que, nos guste o no, esta es la doctrina de la Iglesia, de la Iglesia de siempre. Y lo que ocurre es que la gran mayoría de los fieles actuales se halla convicto de deísmo: es un mismo «dios», un dios común, aquel al que se rinde culto según las diversas «revelaciones»: por lo tanto, no importa el «nombre» que se le ponga. Pero con ello se niega la idea misma de revelación. Porque todas las «revelaciones» -la cristiana no es la única- presumen que por ellas Dios se ha dado a conocer a sí mismo, como «este» o «aquel», y se ha dado un nombre. No hay distintos nombres del mismo Dios. El Dios verdadero, o es «este» o es «aquel». Y, como se ha dicho, si es «este» -el Dios trinitario- no es «aquel» -el Dios «solitario»-. Y se ha dado un nombre: porque Dios es «alguien», y no solamente «algo».

Y así pues, si se asume la revelación cristiana, no se puede practicar el «diálogo interreligioso» aceptando -como en el actual «ecumenismo»- que en cualquier culto el hombre puede salvarse, y que se deben salvaguardar las «legítimas diferencias». Si se afirma tal cosa es porque se considera irrelevante la relación de verdad -la adecuación del sujeto al objeto- y sí solo importante la «sinceridad» o «coherencia» de la conciencia religiosa. Pero, entonces, la relación cultual, o el acto religioso, se encuentra invertido: porque no es ya a Dios al que rinde culto, sino a la propia «sinceridad religiosa».

En suma: si no importa cual sea la verdad religiosa por la que se rinde culto a Dios, y si no importa tal cosa para salvarse, es porque no importa quien sea Dios. Implica ignorar que solo quien rinde culto al Dios verdadero cumple con esta obligación principal por la que se salva y que, al contrario, quien rinde culto a dioses falsos, comete suma impiedad, y está en vía de condenación. Es no ver que lo de «verdadera religión» y «religiones falsas» no es una antigualla «preconciliar», sino expresión de lógica elemental y que, por incómoda y chocante que sea, tiene una razón de ser inapelable: que la religión verdadera es la que rinde culto al Dios verdadero, y religión falsa la que lo hace a falsos dioses. Y que por este acto de religión, el hombre se salva o se condena.

Cristo, única Verdad: accesible al hombre y absoluta.

IV. Pese a la marejada tremenda del relativismo, del pluralismo religioso y de la «tolerancia», la Iglesia Católica mantuvo, públicamente, el principio dogmático, «contra viento y marea»… hasta hace un tiempo.

Directamente considerado ello significaba afirmar: la única Iglesia de Cristo, católica, apostólica y romana, posee en depósito la única Verdad por la que el hombre se salva: el culto al Único Dios verdadero, revelado en Cristo. Esto no podría haberlo negado nunca, sin desmentir a su propio Maestro, de boca de quien había oído: «Felipe: quien a mi me ve, ve al Padre» (Jn. 14,5) y «…nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo dé a conocer (Lc. 10,22). y -todavía-: «nadie va al Padre sino por el Hijo» («Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; nadie viene al Padre sino por mi» - Jn. 14,6) Esto la Iglesia no lo desmintió nunca, como así tampoco a la obligación misional que de ello se seguía: «Id por todo él mundo y predicad el Evangelio… El que creyere se salvará, mas el que no creyere se condenará (Mc. 16,16) Esto no lo masonesmisadesmintió nunca la Iglesia, y no lo desmiente todavía… con todas las letras, como hemos dicho. Sólo que lo calla, cada vez más, y sugiere lo contrario: esto es, que el dios predicado por otras religiones es el mismo que el revelado por Cristo, y que, siguiéndolas, el hombre puede salvarse.

Pero cuando la Iglesia predicaba conforme al mandato de Cristo, esto es, manifestando la existencia de la única Verdad salvadora, su enseñanza trascendía, en realidad, el ámbito de la verdad religiosa. Porque la consecuencia obvia de su predicación es esta: que la verdad existe, y es participable al hombre.

Por la predicación de Cristo-Verdad substancial, la Iglesia se hacía testimonio de la existencia y participabilidad de la Verdad, contra todos los agnosticismos y relativismos, contra todos los «pluralismos» de la Verdad. Ello es lo que -como hemos dicho- acercaba a la Iglesia a los náufragos del mundo escéptico.

Pero eso mismo fue, en realidad, el «atractivo» de la Iglesia de Cristo en todas las épocas de su predicación y difusión. En todas las épocas fue, este alegre y confiado testimonio de la existencia de la Verdad, la antesala del ingreso del converso a los contenidos de la Fe.

Y ello porque -conviene ir al fondo ahora- hay en el hombre, en todo hombre, un anhelo irrenunciable de Verdad. Y este anhelo por la Verdad no es igual a la búsqueda de un «refugio de seguridad» para los avatares de su existencia material. Es un anhelo de penetración gozosa en la Verdad. Es el «deseo de saber», que pone Aristóteles en su Metafísica como connatural al hombre («Por naturaleza desean todos los hombres saber» Meth. 1,1 194). Porque, ¿que otra cosa sería este «deseo de saber»? ¿Acaso mera «curiosidad», acaso «afán de dominación», «gratificación social», mera «realización humana»? No: el deseo de saber, es anhelo por la Verdad: por conocer la Verdad, encontrarla y penetrarla. No es el pasatiempo pueril de la «información», el «planteo de hipótesis» y la «discusión». No es indiferente, para el «deseo de conocer», que el conocimiento sea verdadero o falso. El deseo de saber solo puede saciarse con la Verdad. Ahora bien, este deseo existe, y no existiría si su fin plenificante, la Verdad, no existiera: «desiderium naturae non potest esse vanum» («El deseo de la naturaleza no puede ser vano») El deseo de saber es testimonio de la existencia de la Verdad, y de su accesibilidad por la inteligencia.

Ahora bien, este deseo, y esta actitud, son naturales en el hombre. Responden ambos al funcionamiento normal, sano, de nuestra inteligencia. La actitud relativista y escéptica, el racionalismo hipercrítico son efectos del cansancio, de la senectud y el debilitamiento de una inteligencia y razón enfermas. Sin duda que la «critica» es una condición natural de la razón que busca conocer la verdad. Pero como auxiliar y medio de ese conocimiento. Por eso el «hipercriticismo» de la edad moderna representa el desarrollo monstruoso de un medio, que impide el logro del fin de la inteligencia: el conocimiento de la verdad. Esto responde al estado de una inteligencia que ha claudicado frente a las dificultades en el descubrimiento de la Verdad: porque la Verdad es accesible, pero no es fácil de alcanzar.

El relativismo de la verdad, y el escepticismo, es la nota característica de las culturas intelectuales vetustas y cansadas. La sofística griega, y todas las sofisticas, se han dado en civilizaciones declinantes y corrompidas. Lo mismo que la corrupción moral y la proliferación de los vicios representan perversiones del apetito y de la voluntad, así el escepticismo es la decadencia y la decrepitud, y el vicio de la inteligencia, en las civilizaciones decadentes. Así como el hedonismo es una reversión antinatural del apetito sensible, que privilegia al placer sobre lo que es su objeto y finalidad, así el hipercriticismo representa una reversión antinatural de la razón sobre sí misma, que deja de servir al intelecto y al objeto y se solaza en su propia función crítica. Muy certeramente llama a esta inversión Castellani la «quietud incestuosa del alma sobre su diferencia especifica».

 La inteligencia sana, en una cultura intelectual vigorosa y joven, lucha todavía contra los obstáculos del error y de la ignorancia. Y lucha porque sabe que la Verdad existe, que la Verdad está allí, esperándola con la promesa de la consumación amorosa, que ofrece a quienes han combatido para alcanzarla. Y como las culturas intelectuales, cuando son sanas, luchan todavía por alcanzar y poseer la Verdad, así también luchan por ella los individuos sanos en las culturas enfermas. Sócrates luchó por ella en un medio que la negaba, en un medio relativista y escéptico que estuvo a punto /de hacer abortar la cultura filosófica en Grecia. Dio por ella el testimonio supremo de la vida. Platón siguió los pasos de su maestro, Aristóteles le confirió el andamiaje crítico que la protegerían para la posteridad civilizada. Y cuando la civilización antigua volvió a abismarse en el escepticismo -dejándonos, obisposesassin embargo, el modelo para ulteriores renacimientos-, cuando la cultura helenística y romana volvió al coqueteo con el relativismo, y a la frivolidad intelectual, cuan-do abandonadas las exigencias absolutas se volvió a la componenda y la «tolerancia», al «respeto de todas las opiniones» para vivir en la «paz» del, hedonismo… cuando el Imperio estoico y politeísta (propiamente, «ecuménico») hubo acogido a todos los dioses en un mismo Panteón, entonces, precisamente entonces, la Verdad Substancial irrumpe en la historia: y el Verbo se hizo carne.

 Los Evangelios narran lo que fue el choque entre ambas actitudes: el que se dio entre el espíritu vetusto, en el exponente de esa cultura intelectual enferma y desencantada de la Verdad, y el espíritu joven, eternamente joven, que testimonia su existencia:

 “Yo para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la Verdad; todo el que es de la verdad oye mí voz„ Pilato le dijo: ¿que es la verdad?..(Jn. 18,37)

A este diálogo, la sabiduría cristiana lo completó «in ventando» la que podría haber sido la respuesta de Cristo a la pregunta irónica de Pilato, y que Cristo calló porque el que tenía delante no era digno de recibirla, por no «ser de la Verdad»:

 «…-¿Quid est Veritas?… -Est vir qui adest…» (Es el que está enfrente tuyo).

Pero es que la piedad cristiana solamente «inventó», en la respuesta, el juego de palabras (El «anagrama»: expresión distinta, inventada con las mismas letras en disposición diversa.) , porque la realidad significada por ellas ya había sido afirmada por Cristo: «Yo soy el camino, y la Verdad, y la Vida» (Jn.14,6)

Porque efectivamente, en Jesús de Nazaret, el Verbo se hizo carne, es decir, la Verdad se hizo carne… y habitó entre nosotros (Jn. 1, 14). Cristo se revela como la Verdad encarnada, porque era desde toda la eternidad, en el seno del Padre, el Verbo, la Verdad en persona, la Verdad substantiva, subsistente.

Menuda noticia para la inteligencia pagana, menuda «buena nueva». La Verdad, a la que el hombre naturalmente tiende, la Verdad que anhela y por la que lucha, la Verdad que columbra en cada pequeño éxito de su inteligencia, aquella por la que habían bregado y muerto los mejores exponentes de la cultura intelectual pagana, esa Verdad se revela a si misma, no solo como «existente» sino, aún más, como «subsistente». Lo cual equivale a poner a la Verdad en un punto de máxima honorabilidad y trascendencia objetiva. Porque la Verdad ya no es solo algo «adjetivo», una mera cualidad del intelecto humano sano, cuando triunfa trabajosamente del error, la ignorancia o la mentira. Esa verdad, solo atisbada por el hombre en cada comprobación de su mente o de sus sentidos, esa «luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo» (Jn., 1,9) , esa verdad no es algo adjetivo, sino sustantivo: es un ser substancial, persona: es el mismo que se ha hecho carne, y al que «hemos visto, oído y tocado»; del que hemos «visto su gloria, gloria como del Hijo Unigénito, lleno de gracia y de verdad».(Jn.1,14).afroaberrac

 Y aquí «tocamos», entonces, la infinita gravedad que adquiere la actitud escéptica y relativista, a partir de la revelación cristiana.

Porque, ¿qué significa esta revelación de la Verdad «en persona», en la persona de Jesús de Nazaret? Significa algo enorme, algo enormemente superior al mensaje de cualquier otra «revelación». Significa sin duda algo que todos reconocemos como absolutamente distintivo del cristianismo: significa que Cristo es Dios: que Dios se ha abajado hasta asumir la carne. Pero significa además algo que distingue a la teología y a la piedad cristiana: significa que el Dios «verdadero» es la Verdad. Que no es suficiente oponer al Dios cristiano a «otros  dioses», corno siendo El solo el «verdadero» Dios, y los otros solo «dioses falsos». Porque Él es la Verdad, y no sólo «Dios verdadero». Las enseñanzas de Cristo lo han revelado: «Tu palabra es la Verdad» (“Santifícalos en la verdad, pues tu palabra es la Verdad” Jn.17,17)  Esta fue la actitud de sus discípulos fieles. No fue: «Te creemos, Señor, porque lo que dices es verdadero… o verosímil, o nos has convencido». No fue un reconocimiento a que las palabras del Señor «expresaran la verdad». Mucho más que eso: ante la total inverosimilitud de las palabras que anunciaban el misterio eucarístico y que hicieran retroceder a muchos de ellos: «duras son estas palabras, ¿quien puede oírlas?… A la invitación de Cristo: «¿También vosotros queréis iros?… la respuesta de la Fe: «Señor, ¿a quien iríamos: tu tienes palabras de vida eterna»(Jn. 6, 68). Y esto es, en el verdadero creyente en Cristo, efectivamente así: que cree a la palabra de Cristo, no porque ella «sea verdadera», sino  porque Quien la predica es la Verdad.[1]

Lo dicho genera una responsabilidad especial en el predicador de la doctrina de Cristo. Dijimos que en la naturaleza humana hay un anhelo y una exigencia de verdad: que ello es testimonio de la existencia de la verdad, y de su participabilidad por la inteligencia. Y que este anhelo y exigencia persisten en toda cultura intelectual sana: que la recaída en el escepticismo es indicativa de la morbosidad de una cultura intelectual corrompida. Y así, la revelación de Cristo como Verdad Substancial, o subsistente, se inscribe en la línea de dicho anhelo natural por la Verdad. De allí que un nexo de afinidad vincule, a todo aquel que aun anhela la verdad, consciente de su existencia y de su apetibilidad suma, a Cristo y la doctrina de Cristo. La expresión usada por los Padres para significar que las verdades descubiertas por la inteligencia pagana natural se inscriben en el patrimonio común del cristianismo: «Todo cuanto de verdadero ha sido dicho por los paganos, pertenece a Cristo», adquieren un sentido aún mas radical, si las referimos a la persistencia del «anhelo de verdad» en quienes sufren la direccatmósfera de una cultura indiferente a la verdad. También ellos, conscientes de la existencia de la verdad, anhelantes de la misma en medio de las incertidumbres, o aún comprometidos vitalmente con la que creen haber encontrado como verdad, aunque no lo sea, pertenecen en esperanza a Cristo y a la Iglesia.

Y es que no ha sido predicada en el mundo, no se ha oído en la historia, una doctrina que -como la doctrina de Cristo- confirme hasta tal punto, el anhelo de la mente humana por la Verdad, y el compromiso que deriva del haberla hallado. Desde que ha sido revelada la presencia en el mundo de Dios-Verdad subsistente, la búsqueda laboriosa de la verdad por el hombre ha quedado erigida en amor de Dios, porque es amor del Verbo, y su hallazgo y fruición, en beatitud. Quien mejor lo expresó fue aquel batallador incansable de la Verdad, aquel que sufrió las perturbaciones del escepticismo y de la duda como nadie, hasta alcanzarla en la efusión del amor que llamó gaudium de Veritate»: el júbilo de la Verdad: «¡Tarde te amé, oh Verdad siempre antigua y siempre nueva, tarde te amé!» (San Agustín, Confesiones.24).

Pero desde entonces, también, desde Cristo-Verdad, el escepticismo y la indiferencia por la Verdad, ha quedado constituido en algo mas grave que una mera imperfección, moral o intelectual, humana. La indiferencia por la Verdad es indiferencia por Dios, auténtica impiedad, porque rompe  el vínculo religioso de la potencia más alta del hombre: su inteligencia.

Persecución o Apostasía: predicar a Cristo o a un simulacro, que es “una opción más”.

V. Y entonces, ¿qué? ¿Cómo puede la Iglesia presentarse frente a nuestro mundo actual de otro modo a como lo ha hecho en toda su historia? ¿Cómo puede decir otra cosa que esta: que el Cristo que predica es la Verdad y la Vida, que la salvación del hombre es una vida de consumación inacabable de ese anhelo que ha signado la inquietud humana en toda su historia y en todas sus culturas? ¿Cómo puede presentarse a si misma frente al Mundo sino manifestando que en Ella está la única Verdad que salva?

Porque es preciso decirlo: no es la «salvación del hombre» un mero verse libre de las miserias que lo aquejan en esta vida terrena -ni es el llegar a gozar sin obstáculos de los bienes -ni siquiera legítimos- de esta vida terrena. La salvación es una participación en la Vida divina, la cual culmina: en la comunión con Dios por su  facultad más alta, la inteligencia. Es la fruición eterna de su inteligencia, amorosa de la Verdad, en el abrazo inacabable de esa misma Verdad. Ello fue lo que, atisbado por la inteligencia pagana, la constituyó en receptora natural de la Revelación de Cristo. Y esto mismo es lo que hoy, las pocas inteligencias sanas que padecen este mundo enfermo, están clamando de la Iglesia. Cuando Aristóteles dijera que «la vida según la inteligencia es algo divino en relación al hombre»… y que «no por ello hay que dar oídos a quienes nos aconsejan… que pensemos en las cosas humanas, sino que en cuanto nos es posible debemos inmortalizarnos… y vivir según lo mejor que hay en nosotros»(Ética Nicomaquea, L.X, 7) , estaba, en realidad, poniendo a la inteligencia natural en expectación de la buena nueva: la Verdad hecha carne y «habitando entre nosotros».

¿Cómo puede, pues, la Iglesia de Cristo convivir, benévola y pacíficamente con un Mundo que ha hecho de la negación radical de la Verdad la condición «sine qua non» de la convivencia o «comunicación» política? Porque ya no se trata, respecto de este Mundo, de predicar que «este» es el verdadero Dios, Cristo; este, y no el de las otras «revelaciones». La situación no es como la que se presentaba en cualquier otra evangelización, donde el misionero de Cristo predicaba la verdad de Cristo, contra la de Júpiter, o Alá, o Quetzacoatl. Porque este Mundo, el mundo que hoy nos rodea, no predica a ningún dios alternativo: los predica a todos por igual: lo mismo da que sea uno u otro. Y esto es así porque, para este Mundo lo mismo da que la verdad sea una u otra. Lo que está en el negado no es sólo la verdad del Cristianismo: es la Verdad «a secas». Pero en esto mismo representa la negación más radical de Cristo: porque Cristo es esa Verdad «a secas»: la Verdad substancial.  

Convivir la Iglesia con «este» mundo, no es lo mismo que con ningún otro. Porque lo que este mundo niega es la Verdad como tal. Y es un engaño fatal («Fatal» para la integridad de la Fe, se entiende, que no para la integridad de quienes de este modo se engañan -a si mismos y a los demás.  Porque esta acomodación al Mundo «pluralista» es la condición que el Mundo impone a los predicadores de cualquier credo, hoy para lograr audiencia y respetabilidad, mañana, quizás, para preservar si: misma integridad física) el que lleva hoy a la Iglesia a avenirse a «ocupar su lugar» en el Mundo del pluralismo, con el pretexto de que «ella también puede predicar a Cristo», que ella puede también ofrecer «su» verdad.

No puede. Si en este medio, y bajo estas «reglas de juego» ella predicara «a Cristo» predica, en realidad, a un simulacro de Cristo. Cristo, que se ha revelado a sí mismo, no solo como única verdad religiosa, sino como Verdad subsistente, no puede convivir «en pie de igualdad» con el «pluralismo» religioso, como «una opinión más».

Alértense bien nuestros dignatarios eclesiásticos, tomen conciencia sobre lo que significa «predicar a Cristo» en un mundo cuyo relativismo destruye la noción misma de Verdad, y su significado vital para el hombre. Alértense, y prepárense -y preparémonos-, para una de estas dos cosas: la persecución, o la apostasía.

Porque no se puede predicar a Cristo, sin decir al mismo tiempo que la Verdad existe, que la Verdad apela a todo hombre, que la Verdad compromete a todo el hombre; que el hombre, para su salvación, sin estar dispuesto a sacrificar todo no es libre de «tomarla o dejarla». Que debe estar dispuesto a sacrificar todo por ella -aún su vida. Que si la «libertad de cultos» pudo ser tolerada en razón de la debilidad política de la Iglesia, no puede ser aprobada por ella, como constituyendo una situación deseable.  Porque representa una falacia con un efecto moral y religioso destructivo, y corta al hombre el camino de la salvación. Porque esa verdad, a la cual todo hombre aspira con lo mas alto de su ser -su inteligencia-, esa Verdad «se ha hecho hombre, y habitó entre nosotros». Y «ser libre» con respecto a Ella, ser libre de «tomarla o dejarla» es, sin duda, ser libre: pero ser libre de salvarse o de perderse. Ahora bien, decir todo eso, esto es, ser fiel a Cristo-Verdad, es nefando para los oídos del Mundo actual. Preparémonos pues, para una de estas dos cosas -no va a haber otras-: la apostasía o la persecución.

La apostasía: la admisión del relativismo e indiferentismo de la verdad -aún con un «lugar» para predicar «a Cristo»-; o la persecución por el testimonio de la Verdad, única y substancial.

De intención he dicho «indiferentismo» e -inversamente-«testimonio», de la Verdad, y no «de Cristo». Porque el testimonio de la Verdad: la afirmación de que ella existe y de que exige el compromiso vital, del hombre, implica, en cierto modo, el testimonio de Cristo, Verdad substancial. Y -es lamentable decirlo- muchos de quienes hoy son perseguidos por este testimonio, la mayoría de ellos, no son cristianos. ¿Quienes son? Son los parias para el mundo occidental relativista: los execrados «fundamentalistas» (Cualquiera que sea el origen del término «fundamentalista», es evidente que lo que hoy se le hace significar es «el asentimiento cierto a verdades fundamentales, no sometidas a discusión», sean de orden especulativo o practico-moral. ¿Será necesario decir que, no solo para el cristiano sino para cualquier hombre sensato hay verdades así?). Los fundamentalistas de cualquier convicción y de cualquier credo: errados, sin duda, en lo que afirman, pero comprometidos vitalmente con su presunta verdad. A su respecto, no parece leal que nuestros jerarcas, manteniendo el coqueteo con el Mundo relativista, aduzcan que «nosotros los cristianos» no somos como «ellos, los intolerantes», ya que hemos aprendido a moderar nuestro dogmatismo. No parece leal ni conveniente, porque es muy posible que estos «otros», por mas errados que estén en sus respectivos credos, y por abominables que sean, en muchos casos, sus métodos, estén ocupando nuestro lugar en el testimonio de que «la Verdad existe». Y que sea precisamente por eso que se han puesto en la mira del Enemigo. No hay duda de que es abominable la metodología terrorista. Pero adviértase que si el terrorismo es hoy condenado en el occidente relativista, no lo es por ser terrorismo, sino por el fundamentalismo que, en el islamismo, lo inspira. Si así no fuera, ¿cual sería la razón por la que los únicos execrados  sean estos que amenazan la hegemonía del relativismo, y no aquellos otros que ejercieron idéntico terrorismo, pero contra los gobiernos «autoritarios y dogmáticos» de otrora? ¿Cual es la razón por la que el «che» Guevara sea reconocido «icono heroico» en la cultura occidental, mientras que los terroristas de Mahoma se pudren en las cárceles de Guantánamo? O -lo que es más sublevante aún- ¿por qué razón los respectivos represores de ambos terrorismos reciben tan desigual trato: unos llevados a la Primera Magistratura de la primera potencia mundial, los otros cargando hasta el fin de sus vidas con condenas imprescriptibles? .

Porque el Enemigo de la Verdad no se engaña: él sabe, con una intuición infalible, donde se asienta, en el mundo, la Piedra que inspira a toda confesión de la Verdad. Y porque el enemigo lo sabe, no es contra estos otros dogmatismos contra los que apunta, en último término, sus armas. Ninguno de estos dogmatismos es, en efecto, tan exigente como el nuestro. Cualquiera de ellos podría, quizás, adaptarse a las reglas de juego del relativismo, y entrar en «panteón de dioses» que se les está ofreciendo. SdoCorReyCualquiera, menos la confesión y la Iglesia de Uno que ha dicho: «soy la Verdad». Que no ha dicho solamente «soy el Profeta del Dios verdadero», ni aún solamente «soy el Dios verdadero», sino esto: «soy la Verdad» (Jn.8, 31-32).

De un Único que así se ha revelado al Mundo, que así ha revelado el único camino de salvación, y que así ha dejado encomendado a sus discípulos que predicaran en Su Nombre. Porque no ha dicho: «enseñad este camino como el más conveniente para la felicidad humana», ni «enseñadlo a este pueblo, o a aquél». Sino que ha dicho, intergiversablemente, «Id, y enseñad a todos los pueblos, todo lo que yo os he mandado… el que crea se salvará, el que no crea se condenará» (Mt.28,19).

¿Que hará, pues, la Iglesia, que harán nuestros jerarcas gravados como están con tal depósito? Lo he dicho y estoy convencido de ello: quedan, o están por quedar a corto plazo, solo dos caminos: la apostasía o el testimonio.

La apostasía será, como lo fue en la persecución romana -tipo histórico de toda persecución de la Iglesia de Cristo- «sacrificar a los dioses». Sin duda que esto hoy se presenta bajo otra versión: pero que es, en el fondo, esencialmente idéntica a aquella. «Sacrificar a los dioses» es, en realidad, la adoración de un sistema que en su falaz tolerancia da cabida a todos los dioses, y erige en credo y en «dogma» el indiferentismo por la verdad religiosa. Debemos acudir a la historia de la Iglesia para que ella ilumine nuestros juicios y nuestras opciones prácticas. Las repeticiones históricas deben ser interpretadas como analogías: acogen la diversidad en la unidad. El Imperio Romano, perseguidor «típico» de la Iglesia naciente era también, como el que hoy parece avecinarse, «pluralista» y «tolerante» para todas las religiones.  Fue porque el Mensaje de Cristo no pudo avenirse a ello, por lo que fue perseguido. Ni hay que engañarse tampoco con la ridiculez del «politeísmo»: ningún romano culto creía en él, sino mas bien en el «sistema político de la tolerancia»: en el que acogía a todos los dioses en el Panteón. Recíprocamente y en el mismo sentido, el sistema actual, de tolerancia universal puede llamarse «politeísta».

Y queda el testimonio: que será, hoy como ayer, la confesión de Cristo como Verdad Substancial y, por eso, única verdad salvadora para todos aquellos cuya inteligencia no ha quedado estragada por la atmósfera letal del relativismo «ecuménico». (Fin).



[1] Valga lo siguiente como expresión de tal experiencia de fe: de fe en la palabra de Quien-es-la Verdad: «… Me puse a leer los Evangelios en mi misal. Los he leído otras veces y he admirado la forma, pero hoy los leía por primera vez. En todos los libros se adivina al autor detrás de las palabras: el autor con sus tesis, sus prejuicios y sus pasiones. Pero aquí es como si no hubiera nada atrás; aquí las palabras son grandes piedras deáriu—das— y eternas. ,La Verdad, eso fue lo que me parecieron… ¿Es esto lo que quieren decir cuando hablan de creer por un acto de fe? ¿Creer, a pesar que me demostraran cualquier cosa contraria a los Evangelios? ¿Creer, porque al leer, algo adentro mío ha dicho -porque lo sabe con una seguridad que viene de mas hondo que la inteligencia consciente y la razón- «esto es verdad?» (Del Diario Personal de Susana Seeber de Mihura, Bs.As. 1995, pág. 26)

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En el umbral del Mes del Sagrado Corazón y en el Centenario de la Consagración de España a Él (30/5/1919), repudiamos todos los argumentos que se esgrimen para el reinado de la apostasía sibilinamente impuesta bajo lo eclesialmente correcto, y a voz en cuello renovamos la divisa que sintetiza nuestra fe: ¡Viva Cristo REY!

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10 comentarios

  
franciscus
Excelente artículo, te felicito. Es increíble ver como los católicos hoy, aunque sea tímidamente, despiertan y abren los ojos ante cosas que debiesen ser obvias para un cristiano y por las que algunos fueron condenados, injustamente, por enrostrarlas a la autoridad.
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V.G.: No me felicite a mí, sino al autor, uno de los más agudos filósofos que todavía honran a nuestra patria.
30/05/19 5:49 PM
  
hornero (Argentina)
Cuando uno asoma en esta exposición a tanta pesadumbre de errores, no es fácil hacer una síntesis de ellos, pero sí es posible concebir su destrucción total y definitiva por medio de María, cuando Ella pise la cabeza del enemigo. Ensartarse en largas y fatigosas discusiones con los promotores del error y del mal, es sin duda un esfuerzo necesario y por lo tanto loable. Pero, si fuéramos a confiar sólo con este recurso para vencer la obstinada empresa de demolición que padece la Iglesia, deberemos reconocer que poco se ha logrado durante por lo menos los últimos tres siglos desde la creación y condena de la masonería, puesto que el mal ha continuado creciendo hasta los extremos hoy conocidos. Porque conoce la indigencia de la Iglesia para detener con sus fuerzas y talentos este ataque organizado desde el infierno, Cristo nos envía a Su Madre a fin de que lleve adelante, la Señora Vestida de Sol, la lucha contra el dragón. La Iglesia no ha recibido de Dios tal misión, sino sólo María, su Madre y Reina, que comanda el ejército celestial y de sus hijos fieles reclutados entre los humildes del Señor.. Los miembros todos de la Iglesia necesitamos esta purificación dolorosa, y quienes quizás presumieron y presumen de una dignidad y sapiencia humanas, sean debidamente humillados en su confusión y fracaso.
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V.G.: "...lleve adelante, la Señora Vestida de Sol, la lucha contra el dragón. La Iglesia no ha recibido de Dios tal misión, sino sólo María..."
Cuidado, Hornero.

María Santísima es modelo supremo de la Iglesia, pero no creo que sea exacto decir que "no ha recibido de Dios la misión" de luchar conta el Dragón, pues de hecho lo hace mediante los sacramentos y sacramentales como fuentes principalísimas de santificación. No habría Eucaristía sin Iglesia, por más que hubiera apariciones marianas, y Ella misma nos conduce a los pies de Cristo Rey en la Eucaristía, a la que además no podemos llegar sino a través del santo sacramento del Bautismo y de la Confesión......
Un poco lo que señala S.Luis María al distinguir entre verdaderos y falsos devotos: entre estos últimos puede haber los que creyendo que tienen devoción a Nuestra Señora pueden prescindir de la Iglesia, y no es así, pues no pueden oponerse.
Por eso creo que aunque en el fondo coincidimos, hay que cuidar más las expresiones por la confusión vigente de muchos.
31/05/19 11:59 PM
  
hornero (Argentina)
No digo que la Iglesia no combata contra el demonio, es su misión fundamental. Digo que quien tiene la misión de pisar la cabeza del demonio es María mediante el triunfo de su Corazón Inmaculado. Ella es Madre y Reina de la Iglesia, conduce a todos sus miembros ala victoria final contra el demonio. Cuando se margina a María, crece el mal dentro de la Iglesia, se entiende, en los miembros que la constituyen, como la experiencia lo demuestra.
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V.G.: Aquí sí estamos de acuerdo!!
01/06/19 8:41 AM
  
hornero (Argentina)
María lleva adelante la batalla final contra el anticristo, que culminará con su derrota final y absoluta. El ejército invencible que preside María lo constituyen las milicias angélicas a cuyo frente está San Miguel Arcángel que pelea bajo la Conducción de la Virgen, integran también este ejército de María todos sus hijos fieles que responden a su llamado. No obstante, muchos Pastores, sacerdotes y fieles muestran silencio a este respecto, unos por comprensible ignorancia, otros por oposición a María. San Luis de Montfort nos dice: “Dios quiere, pues, revelar y descubrir a María, la obra maestra de sus manos, en estos últimos tiempos” (40). Todos estamos llamados a combatir bajo la Conducción de nuestra Madre, el Papa, obispos, sacerdotes y fieles. Cuando la unión con María no es plena, no lo es tampoco con Cristo, porque la Virgen es el vínculo entre la Iglesia y Su Hijo. El mal crece dentro de la Iglesia porque el demonio ha ocupado el vacío que se hace a María, en consecuencia, también a Cristo. No hay Cristo sin María, no hay Iglesia sin María. “Quien rechaza a Mi Madre, a Mí me rechaza” (San Nicolás). El enemigo se opone a que Ella resplandezca con toda la intensidad de su luz en la Iglesia, pero la Aurora no se detiene, aumenta cada día, porque Cristo se aproxima siempre al horizonte de la Iglesia, en la cual plantó su Reino, a fin de hacerlo crecer hasta que Él vuelva. En la medida que aceptemos y comprendamos el misterio de María, su lugar eminente desde el que preside, defiende y conduce la Iglesia a su encuentro definitivo con el Señor que Viene, la Iglesia volverá a ser luz de las naciones, “resplandecerá con una luz tan fuerte, que atraerá a sí a todas las naciones de la tierra” (P.E. Gobbi, 22-mayo-1988).
02/06/19 1:21 PM
  
Carlo Pino
¿Cuál es el verdadero objetivo del ecumenismo y el diálogo interreligioso? Es obvio que la unidad de todos los cristianos no puede ser, porque solo se alcanzaría de dos formas: o todos se convierten a una misma religión (absorción) o se ponen de acuerdo para hacer una síntesis de todas ellas (fusión). Solo alguien muy ingenuo puede considerar viables cualquiera de las dos opciones.

Benedicto XVI, en su visita al monasterio de Erfurt, donde vivió Lutero, dijo que católicos y luteranos debían entenderse por la “presión de la secularización”, y siempre ha mantenido que deben fijarse más en lo que les une que en lo que les separa. Eso me parece más realista: hacer un frente común ante la secularización de la sociedad, sin renunciar a sus propias creencias. Todo lo demás creo que sirve de poco.
02/06/19 2:31 PM
  
hornero (Argentina)
Cristo oro: "Que todos sean Uno, como Vos y Yo somos Uno". Cristo sabe cómo lograrlo.
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V.G.: Desde ya, y para eso fundó la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica.
02/06/19 6:33 PM
  
López Pereyra
Estimado Carlo Pino, le recomiendo que lea la Encíclica "Mortalium Animos" de Pío XI. Se va a sorprender. Es una lástima que la versión en castellano no figure en la página web de la Santa Sede, pero se puede encontrar en otros sitios.
Sólo una cosa más: dice Usted que "todo lo demás creo que sirve de poco". Puede que esté juzgando con temeridad su comentario, pero creo que Usted no tiene en cuenta que no hay nada (y lo subrayo) imposible para Dios, ni siquiera lo que indica el papa Pío XI en la encíclica que le menciono.
Un saludo cordial.
02/06/19 6:46 PM
  
hornero (Argentina)
Quien dude que llegará el momento en que la humanidad toda se habrá convertido al Señor, es decir, a la Iglesia que Él fundó, Una, Santa, Católica y Apostólica, luego de la caída de la Babilonia, cuando la Mujer Vestida de Sol, esto es, la Virgen, haya pisado la cabeza del demonio, cuando triunfe su Corazón Inmaculado, quien dude de esto, digo, no entiende el Evangelio. La humanidad toda convertida nos reuniremos en el Reino de Dios entre nosotros, como una sola gran familia, tal como fue y sigue siendo el proyector original de Dios Creador. Por eso quienes no creen que ese es el objetivo de la Iglesia, procuran crear vínculos falsos con las demás religiones, o con los ateos. Naturalmente un proyecto mundano no tiene los portes magníficos del proyecto de Dios, sino un remedo grotesco y mísero, tal como vemos el mundo de hoy, debatiéndose entre la locura y la hecatombe
02/06/19 8:43 PM
  
Chico
Conozco algo del cristianismo brasileño y afirmó que dada su muy escaso conocimiento filosófico to mista no me asusto ver La foto de la Misa para masones. Al no haber una buena filosofía una razón sólida, el rejunte de todo habido y por haber es necesario. Conozco aquello y no me extraño
05/06/19 9:48 PM
  
Ricardo de Argentina
Lo que ahora se llama ecumenismo y diálogo interreligioso, siempre se llamó apologética, evangelización o predicación de la Buena Nueva.
Si lo que ahora se llama ecumenismo o diálogo interreligioso, es algo diferente de lo que fue siempre, entiendo yo que en la misma medida en que difiere, es pecado.
08/06/19 11:22 PM

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