(192) El Santísimo Nombre de Jesús, bálsamo inefable
Qué hermoso y fuerte es el nombre santísimo de Jesús, ¡y qué bendición maravillosa es el nombre de cristianos!…
Hoy que con tanta extravagancia muchos cristianos toman nombre para sus hijos de las culturas paganas, y en cambio, ponen nombre cristiano a muchos animales, es oportuno detenernos a contemplar el Nombre por Quien fuimos salvados y ante el cual toda rodilla se dobla en el Cielo, en la tierra, en los abismos…
¿Con cuánta frecuencia nos detenemos a pensar en cuando Lo miremos cara a cara, para levantar los corazones?…
No creo que sea indiferente la relación entre la prédica del Evangelio y la reverencia guardada al Nombre de Jesús…Si muchos no cristianos, al ver ciertos abusos litúrgicos huyen espantados, porque “allí no se advierte el sentido de lo sagrado” (lo he oído hace sólo unos días), no dudo que el modo de referirnos a Jesús, Nuestro Señor, también debe hacer mella en sus almas, ya sea para bien o para mal.
Dom Próspero Gueranguer nos refiere sobre esta fiesta:
“El Antiguo Testamento había rodeado el Nombre de Dios de un profundo terror; este nombre era entonces tan temible como santo, y no todos los hijos de Israel tenían el honor de pronunciarlo. Aún no había aparecido Dios en la tierra conversando con los hombres; todavía no se había hecho hombre uniéndose a nuestra débil naturaleza; no podíamos, pues, darle ese nombre amoroso y tierno que la Esposa da al Esposo. Pero, cuando llega la plenitud de los tiempos, cuando el misterio del amor está próximo a aparecer, el nombre de Jesús baja primeramente del cielo, como un anticipo de la presencia del Señor que lo ha de llevar. El Arcángel dice a María: “Le pondrás por nombre Jesús"; ahora bien, Jesús quiere decir Salvador. ¡Qué dulce será este nombre para el mortal perdido! y, ¡cómo acerca ese solo Nombre al cielo con la tierra! ¿Hay alguno más amable y más poderoso? Si, al sonido de ese divino Nombre, debe doblarse toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos ¿habrá algún corazón que no se conmueva de amor al oírlo? Mas, dejemos que nos describa San Bernardo el poder y la dulzura de ese bendito Nombre. He aquí cómo se expresa a este propósito en su Sermón décimoquinto sobre el Cantar de los Cantares:
“El Nombre del Esposo es luz, alimento, medicina. Ilumina, cuando se le publica; alimenta, cuando en él se piensa, y cuando en la tribulación se le invoca, proporciona lenitivo y unción. Detengámonos, si os place, en cada una de estas cualidades. ¿Cómo pensáis que pudo derramarse por todo el mundo esa tan grande y súbita luz de la fe, sino es por la predicación del Nombre de Jesús? ¿No nos llamó Dios a su admirable luz, por medio de la antorcha de su bendito Nombre?
Al ser iluminados por ella, y viendo en esta luz otra luz, oímos a San Pablo que acertadamente nos dice: Erais antes tinieblas, mas ahora luz en el Señor.
Pero, el Nombre del Jesús no es sólo luz; es también alimento. ¿No os sentís reconfortados al recordar ese dulce Nombre? ¿Hay algo en el mundo que tanto nutra el espíritu de quien en El medita? ¿Qué hay asimismo como él que restaure la flojedad de los sentidos, que dé fortaleza a las virtudes, haga florecer las buenas costumbres y mantenga los puros y castos afectos? Todo alimento del alma es árido si no está empapado en este aceite, insípido si no está sazonado con esta sal.
Cuando me escribís, vuestro relato no tiene para mí ningún sabor si no leo allí el nombre de Jesús. Cuando conmigo habíais o disputáis, la conversación no tiene para mí interés alguno si en ella no oigo resonar el nombre de Jesús. Jesús es miel para mi boca, melodía para mi oído, júbilo para mi corazón; y además de todo esto, una benéfica medicina. ¿Está triste alguno? Venga Jesús a su corazón, salga de allí a su boca, y en seguida se disipará cualquier nublado, y volverá la serenidad, en presencia de ese divino Nombre que es una verdadera luz. ¿Cae alguien en el crimen, o corre desesperado al abismo de la muerte? Que invoque el Nombre de Jesús y comenzará de nuevo a respirar y a vivir. ¿Quién, en presencia de ese nombre, permaneció nunca con el corazón endurecido, con la incuria de la pereza, el rencor o la languidez del fastidio? ¿Quién, por ventura, teniendo seca la fuente de las lágrimas, no la sintió correr repentinamente más abundante y suave, en cuanto invocó el nombre de Jesús? ¿Qué hombre hay, que temeroso y temblando en lo más recio del peligro, haya invocado ese Nombre, y no haya sentido inmediatamente que nacía en él la confianza, y huía el miedo? ¿Quién es, os lo pregunto, el que sacudido y agitado por las dudas, no vió brillar la certidumbre, tan pronto como invocó ese luminoso Nombre? ¿Quién es el que, habiendo dado oídos a la desconfianza en tiempo de la adversidad, no recobró el valor cuando llamó en su ayuda a ese Nombre poderoso? Efectivamente, todas esas son enfermedades del alma, y él es su medicina.
Así es, y puedo probarlo con estas palabras: Invócame, dice el Señor, en el día de la tribulación, y te libraré de ella, y tú me honrarás. Nada sujeta tanto el ímpetu de la ira, ni calma tanto la hinchazón del orgullo. Nada cura tan radicalmente las heridas de la tristeza, reprime los excesos lúbricos, extingue las llamas de las pasiones, apaga la sed de la avaricia, y ahuyenta el prurito de los apetitos deshonestos. En efecto, cuando pronuncio el nombre de Jesús, me represento un hombre manso y humilde de corazón, benigno, sobrio, casto, misericordioso, en una palabra, un hombre radiante de pureza y santidad, el cual es al mismo tiempo Dios omnipotente que me cura con sus ejemplos, y me fortalece con su ayuda. Todo esto suena en mi corazón cuando oigo el Nombre de Jesús. De esta manera, si le considero como hombre, saco de él ejemplos pa^a imitarlos; si le considero como Dios Todopoderoso, una ayuda segura. Me sirvo de los referidos ejemplos como de hierbas medicinales, y de su ayuda como de un instrumento para triturarlas, elaborando con ellas una mezcla cual ningún médico sabría confecionarla.
¡Oh, alma mía, tienes un maravilloso antídoto encerrado, en este Nombre de Jesús como en un vaso! Jesús, es ciertamente un Nombre saludable y un medicamento que nunca resultará ineficaz para ninguna dolencia. Tenedlo siempre en vuestro seno, siempre a la mano, de tal modo que todos vuestros actos vayan siempre dirigidos hacia Jesús.”
Prosigue entonces Dom Guéranger:
“..Tal es, la virtud y la dulzura del santísimo Nombre de Jesús, nombre que fué impuesto al Emmanuel el día de su Circuncisión; pero, como el día de la Octava de Navidad está ya consagrado a celebrar la Maternidad divina, y el misterio del Nombre del Cordero exigía por sí solo una festividad propia, la Iglesia instituyó la fiesta de hoy. Su primer propulsor fué San Bernardino de Siena, en el siglo xv, el cual estableció y propagó la costumbre de representar, rodeado de rayos, el Santo Nombre de Jesús, reducido a sus tres primeras letras IHS, reunidas en monograma. Esta devoción se extendió rápidamente por Italia, favorecida por el ilustre San Juan Capistrano, de la Orden Franciscana, lo mismo que San Bernardino de Sena. La Santa Sede aprobó solemnemente esta devoción al Nombre del Salvador; y en los primeros años del siglo xvi, Clemente VII, a ruego de muchos, concedió a toda la Orden, de San Francisco el privilegio de celebrar una fiesta especial en honor del santísimo Nombre de Jesús. Sucesivamente extendió Roma este privilegio a las distintas Iglesias, y llegó el momento en que fué incluida en el calendario universal. Ocurrió esto en 1721 a petición de Carlos VI Emperador de Alemania; el Papa Inocencio XIII determinó que la fiesta del santísimo Nombre de Jesús se celebrase en toda la Iglesia…”
He aquí la versión castellana del himno de San Bernardo:
“Iubilus de nomine Iesu”
Dulce es el recuerdo de Jesús,
que trae la alegría verdadera al corazón;
pero su presencia es más dulce que la miel
y que todas las cosas.
No puede cantarse nada más suave
ni escucharse nada más agradable,
no puede pensarse nada más delicioso
que Jesús, el Hijo de Dios.
¡Oh, Jesús!, esperanza para los penitentes,
eres piadoso con los que te suplican
y bueno con los que te buscan,
¿Qué serás para los que te encuentran?
Ni la lengua puede decirlo
ni la pluma expresarlo;
solo quien lo ha experimentado
sabe lo que es amar a Jesús.
Cuando visitas nuestro corazón,
luce para él la verdad,
la vanidad del mundo pierde su valor
y dentro hierve la caridad.
¡Oh Jesús!, dulzura de los corazones,
fuente de lo verdadero,
luz de las mentes,
tú excedes todo gozo y todo deseo.
Jesús, honor de los ángeles,
dulce música para el oído,
miel maravillosa para la boca,
néctar celeste para el corazón.
Ya veo lo que busqué
y tengo lo que deseé,
porque mi corazón se abrasa
en el amor de Jesús.
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4 comentarios
Gracias Virginia.
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V.G.:Muchas gracias Alonso!
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V.G.: Muchas gracias e igualmente para vos y los tuyos!
Es un diagnóstico facilísimo, vamos, no se precisan años de filosofía y de teología para darse cuenta de eso.
Y estamos tocando un tema no sólo sensible, sino clave para la Iglesia por aquéllo del "¡Id y enseñad!".
O sea que tenemos un problema.
Y a los problemas -en especial los más graves, los esenciales- hay que planteárselos primero, y abocarse a su resolución después.
¿Se plantea actualmente la Iglesia este problema?
Yo creo que no. Su dirigencia anda tan ocupada en cuestiones como los pobres, los divorciados que no pueden comulgar o la ecología, que no tiene tiempo para estas cosas.
Y si ni siquiera al problema se lo plantea, ni que hablar de que se lo resuelva.
¡Ay!
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V.G.:¡Un gran cariño, querido Hugo! Muchas gracias por visitar este blog y por tu apoyo y testimonio de siempre.
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