(190) De Navidades y Pesebres de ayer y de hoy: siempre un gran Signo, y algunas reflexiones..
Miramos las Navidades pasadas, a veces de ensueño, y ¡cuántas sorpresas nos depara este tiempo nuestro! Y no debemos acostumbrarnos, porque el Pesebre –aún el de imágenes inanimadas- sigue siendo un tremendo Signo. Parece mentira que hoy, en muchos sitios del mundo armar un Nacimiento signifique arriesgar la vida misma; un perder la vida para encontrarla, dando testimonio inocente y festivo del nacimiento del autor de la Vida…
Por otra parte, en el occidente otrora cristiano y hoy paganizado, cuántos cristianos hay que han perdido el “hábito” y el significado del Pesebre, opacado por el árbol y por Papá Noel con sus regalos…
Hace unos pocos años un joven que atendía en un comercio, al preguntarle a mi hija si ya había armado el árbol, se sorprendió al decirle ella que lo más importante era el Pesebre, y le preguntó qué era eso, porque no sabía que se refería al Nacimiento de Jesús… Nos costó creerlo; no creíamos que hubiera quien pudiese ignorarlo en esta época, en medio de nuestro mundo “cristiano y civilizado"…
Una amiga que tiene un negocio de imaginería sacra me contaba hace días que una señora se había acercado allí, muy intrigada porque su hijo quería tener uno, “¿Y cuántos personajes tiene que tener un pesebre?”…
Pero no sólo la ignorancia, sino las desnaturalizaciones del Misterio, hoy nos dejan pasmados: una persona pidiendo un sapo para adornar el Nacimiento; una joven pareja buscando unas imágenes “en que no se note mucho el sentido religioso” (¡¡¿??), una ciudad cayendo en la ridiculez de una “niña” Jesús, o con dos San José (¡!¿¿)…
Y no pienso detenerme sobre el horrendo pesebre que este año han armado en el Vaticano (sin ninguna figura de rodillas, pero sí con un desnudo y un muerto, que concentran la atención en detrimento del Niño…), ni en el adefesio modernista que han puesto precisamente en el santuario de Fátima, y que no sé a quién puede mover a devoción….
Pero por supuesto, lo que no pierde pese a todo esto el Nacimiento, es su condición de gran Signo. Guste o no a quienquiera, en torno a él gira el mundo, la historia y todo lo que nos sucede.
Más allá de lo anecdótico, creo que estas situaciones deberían servirnos de termómetro para adorar más y mejor, para solemnizar más nuestros gestos, y extremar nuestras delicadezas con el Niño que nos ha nacido y el Rey glorioso que esperamos con el corazón cada vez más alerta. Es de desear que no quede nuestra ofrenda en puros festejos, sino en poner a sus pies todo cuanto tenemos y somos, arropándolo con nuestro propio y pobre corazón, pero también con la razón iluminada por la fe.
Es increíble la profusión de imágenes y sugerencias que entrañan los misterios del Nacimiento e Infancia de Cristo para nuestra vida cristiana. Yo no sé a ustedes, pero es que a mí el pesebre me “tironea” alma, corazón y ojos…pocas imágenes me cautivan tanto, tanto, y quisiera quedarme horas sin término allí pensando y mirando cada detalle y cada personaje, como cuando era pequeña. Entonces, una de mis mayores alegrías era ir a la gruta de Lourdes que hay en Mar del Plata para ver demoradamente la ciudad de Belén “animada” -con piezas mecánicas- cada año…
Recurrir, pues, en este tiempo a la inagotable Tradición de la Iglesia es como un bálsamo para el alma, agobiada por tantos sinsabores.
Miren por ejemplo qué oportuno es lo que señala San Atanasio sobre la alegría de los sencillos que acudían a Belén:
“Todos, pues, se alegraban en el nacimiento de Jesucristo, no de una manera humana (como suelen regocijarse los hombres cuando nace un niño), sino por la presencia de Jesucristo y por el brillo de la luz divina…”
Esto nos trae una cuestión a la que se enfrentan muchas familias cristianas que buscan ser coherentes en la celebración de estas fiestas, y para ello es preciso distanciarse del modo excesivamente humano, terrenal, y hasta profano, con que el Mundo ha contaminado el espíritu navideño. ¿Podemos decir que compartimos la misma fe y gozo sobrenatural con los cristianos que señalábamos antes, que arriesgan hasta su vida para celebrar estas fiestas, si nuestras Fiestas son “puro mundo”, y apenas permitimos “asomar” al Niño Dios a nuestra mesa en conversaciones, gestos, actitudes…?
Y un paso más: ¿procuramos que nuestras celebraciones navideñas lo sean a imitación del gozo de los Ángeles?…
Dice San Beda que los pastores
“glorificaban a Dios porque habían encontrado lo que se les había dicho; y, como se les había advertido, daban gloria al Señor y le dirigían sus alabanzas, porque así se lo habían enseñado los ángeles, no mandándoselo con la palabra, sino mostrándoles el ejemplo de su devoción cuando cantaron: “Gloria a Dios en las alturas"…”
Ciertamente, si en una oportunidad deberíamos tener conciencia de la santa presencia de los Ángeles concurriendo a nuestro gozo, es en las fiestas navideñas, ¿lo enseñamos a nuestros hijos, lo comentamos entre los adultos, o el respeto humano nos lo hace callar?…Pues significativamente,
“En todo el antiguo testamento no encontramos que los ángeles, que con tanta frecuencia se aparecían a los patriarcas, se apareciesen rodeados de luz. Esta gracia debía estar reservada al tiempo en que ha nacido entre las tinieblas la luz para los de corazón recto (Sal 111), y prosigue: “Y cercóles con su resplandor una luz divina". (San Beda, homilia in nativ. Dom)
Personalmente creo que es una gracia inmensa poder hablar entre nosotros, familiarmente, de estos misterios que nos inflaman el corazón. Pues hay que decir que a veces, incluso en la prédica sacerdotal de este Magno Misterio, se pone a veces excesivamente el acento en el aspecto pobre, humilde, humano de la escena divina, y se soslayan los elementos admirables, como si se tratase de un piadoso cuento para niños…Al respecto, en el Sermón de Natividad, exhorta San Maximino a que
“…levantemos un poco la vista y miremos esa estrella nueva en el cielo anunciando al mundo el nacimiento del Señor. Si creemos en las cosas viles, creamos también en las cosas admirables. Si discutimos lo que es humilde, veneremos lo que es alto y celestial…”
Volviendo a los pastores, nos han parecido especialmente interesantes unos comentarios que los Padres han dejado sobre su significación espiritual, que muy raramente se toman en cuenta en las predicaciones a las que solemos asistir:
“Aquellos pastores de rebaños representan, pues, a los doctores y directores de las almas fieles. La noche durante la cual velaban sobre sus rebaños, representa los peligros de las tentaciones, respecto de las cuales los pastores no deben dejar de precaverse y vigilar a los demás que les están encomendados. Velan con mucha razón los pastores sobre sus rebaños cuando nace el Señor, porque ha nacido Aquel que dice: “Yo soy el buen pastor” ( Jn 10,11), y se acercaba el tiempo en que este mismo pastor había de atraer a sus ovejas, que andaban errantes, a los pastos de la vida eterna.” (San Beda, in homil. in nativ. )
San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 8
En sentido místico, la aparición del ángel a los pastores cuando están despiertos y la claridad divina que los rodeó, significan que a los que saben guiar con solicitud su fiel rebaño, la gracia divina resplandece sobre ellos con más abundancia.
Y unas palabras más sobre un augurio que parece ineludible en nuestras salutaciones y tarjetas navideñas: la Paz…¿qué paz pedimos, auguramos, procuramos? Es frecuente que en estas fechas, incluso desde ciertos gestos y palabras de nuestros pastores, se oiga invocar una paz según el mundo, que no vacila en bajar incluso las banderas de la Fe verdadera cayendo en un sincretismo vergonzoso, cuando no directamente apóstata. Habría que tener más en cuenta, en este sentido, lo que refiere Orígenes sobre este tema:
“…el lector solícito tratará de inquirir en qué sentido dice el Salvador ( Lc 12,51): “No he venido a poner paz en la tierra", y ahora los ángeles cantan en su nacimiento: “Paz en la tierra a los hombres"; pero esta duda queda aclarada al decir que la paz es para los hombres de buena voluntad, porque la paz que Dios no concede sobre la tierra no es paz de buena voluntad. (in Lucam, 13)
Y lo mismo San Beda
“Para qué hombres piden los ángeles la paz, lo manifiestan diciendo: “A los hombres de buena voluntad", esto es, para aquellos que reciben bien el nacimiento del Señor. Así pues, no hay paz para los impíos ( Is 57), pero sí la hay abundante para los que aman el nombre de Dios( Sal 118). “
Dios nos conceda, pues, ser de los que tienen buena voluntad, para merecer la Paz que sólo Cristo puede dar, y que no puede quitar el Mundo.
Esta es la Paz que deseamos a nuestros lectores en esta Navidad, junto a la Alegría Santa, inmensa, inconmensurable, que pueda compartirse con los ángeles; pidamos para todos la gracia de enamorarnos cada vez más de la Verdad-Niño que con su mirada celestial de infinita belleza, hoy tirita en un pesebre, y sigue para el mundo, crucificada. ¡A abrir puertas y ventanas en las almas, para que nos alumbre, cada vez más!
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