(138) ¡Los nuevos santos gritan a sus naciones! (2) un religioso, un sacerdote y un obispo: S.Salomón Leclerq (Francia), S. Gabriel Brochero (Argentina) y S. Manuel González (España)
Hablábamos en el post anterior de los jóvenes radiantes recién canonizados, y aquí nos ocupamos de tres consagrados.
También a los franceses que piensan que tienen algo que celebrar el 14 de juliose dirige la canonización del Hno. Salomone Leclerq, mártir de la Revolución Francesa.
Encarcelado en un Carmelo el 15 de agosto de 1792, fue ajusticiado en el jardín, teatro de una de las más terribles matanzas que tuvieron lugar durante aquellos años turbulentos: 166 entre sacerdotes y religiosos, encarcelados y sus cuerpos echados luego a un pozo o sepultados en fosas comunes, por haberse negado a jurar la Constitución Civil del clero.
¿Cuántos educadores católicos ponen hoy su firma sumisa u obsecuente ante las aberraciones contra la fe y el orden natural que les son impuestas, teniendo que arriesgar mucho menos que sus vidas si se resistieran…?
Este mártir de la educación nos recuerda que no hay revolución sin “re-educación”, ni contrarrevolución sin defensa inquebrantable de la Verdad.
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San Gabriel Brochero, de quien ya nos hemos ocupado en este blog, hoy recuerda con voz firme a los argentinos que los sacerdotes santos deben buscarlos entre quienes no son insensibles a los pobres, por supuesto, pero sobre todo, entre los que buscan la salvación de las almas antes que la de los cuerpos; nuestro santo Cura Brochero es un mentís maravilloso a tanto cáncer tercermundista que hoy anda tomando bríos nuevamente, señalando el fruto maravilloso natural y sobrenatural que proviene de buscar “primero el reino de Dios…”, y no de quien coloca la añadidura en lugar de lo esencial.
Un sacerdote que no vacilaba en arriesgarse ante el contagio de la lepra, señalando a los que le advertían, que la lepra del alma es mucho más peligrosa y contagiosa, y sin embargo…! Un hombre que al fin de sus días, leproso y ciego, no dejaba de celebrar Misa de memoria -la de la Virgen-, ni de desgranar Rosarios, y sobre todo, de darle gracias a Dios porque en aquella aparente oscuridad podía hallar más tiempo para estar con su Señor, comprendiendo la primacía de la contemplación sobre la acción, por más pastoral que fuese.
Muy probablemente haya obtenido la salvación de muchos paisanos en aquellos años de paciente aceptación de la Voluntad de Dios, que con todas sus caminatas y obras…
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Sobre la vida y virtudes del gran “obispo de los sagrarios abandonados” San Manuel González García se ha escrito también en estos días extensamente, por lo que aquí preferimos citar directamente sus palabras, que nos pintan su alma y meollo de su santidad.
Fue en el sentido genuino del término, un pastor “comprometido” con su grey, pero no como lo entiende la izquierda eclesial sino porque respondía a los problemas de su tiempo, tratando de curar las causas y no sólo las consecuencias: buscaba en todo lo esencial, y la añadidura venía como consecuencia. Por ello, por ejemplo, procuraba una sólida formación para sus sacerdotes.
En su obra “Un sueño pastoral”, comenta la comunión de fines que lo unía al papa Pío XI:
“…En las audiencias privadas que se ha dignado concederme Su Santidad en las tres visitas ad limina que me han tocado hacer en los años de su pontificado, la mayor parte del tiempo la ha ocupado la conversación sobre mi seminario y la formación de sacerdotes. ¡Con qué interés tan vivo y curiosidad tan paternal, examinaba los planos del mismo en construcción, que le llevé en la visita de octubre de 1922, y pedía cuenta pieza por pieza!
Grabadas tengo en la memoria aquellas palabras dichas mirando al plano de nuestro seminario: “Con nada me ha podido usted dar tanto gusto como con esto que me cuenta y me enseña de su seminario; yo nada he amado ni amo tanto como el seminario, porque ésta es en definitiva la única fuente de esperanza y de vida; los sacerdotes serán como se hayan formado en sus seminarios y los pueblos serán como los formen sus sacerdotes… esto son matemáticas...".
Y en otra audiencia le decía: ¿Qué le parece, Santísimo Padre, esta idea? El obispo no tiene otra cosa que hacer que formar y conservar sacerdotes buenos y, por medio de éstos, hacer lo demás. El Papa, sereno siempre y lento en el hablar, precipitando su lenguaje, responde: “¡Sin duda ninguna!”.
Y con esa lucidez “matemática” que el Papa aludía, el santo obispo reconocía que la pudrición de una sociedad no se produce sino por la corrupción de sus sacerdotes, obreros de la Viña, que permiten ser confundidos con los operarios del mundo:
“…Pero debo registrar aquí otra fechoría del espíritu secularizador, y es la secularización del honor sacerdotal. Es un fruto del espíritu secularizador del que oigo hablar rara vez y que a poco de reparar en él se advierte lo largo y funesto de su transcendencia. ¡Cuánto se ha trabajado y se trabaja por convertir al sacerdote en un hombre como otro cualquiera!
Un sacerdote para un pueblo cristiano y para unas gentes que piensen y sientan como cristianos, es un hombre superior. Un hombre, sí, pero que por ser consagrado con consagración ofial y solemne, merece el respeto y la veneración que se da a las cosas sagradas (…) Eso lo han hecho todos los pueblos de todas las religiones con sus sacerdotes, y eso ha predicado y practicado la religión verdadera con los suyos. Pero vino la ola secularizadora a borrar y a raer de la haz de la tierra el nombre de Cristo y hasta el olor y el color y el sabor de la vida sobrenatural que Él nos ganó, y no ha dejado de arreciar sobre esa representación social, sobre ese honor superior del sacerdote, para tirarlo del alto pedestal, en que la consagración de Dios, el ministerio de la Iglesia y la caridad y veneración del pueblo cristiano, lo colocaron, y ponerlo al nivel de cualquier funcionario o empleado.”
Hay que ser muy necio o muy perverso para no reconocer que mayormente, la pretendida humildad que se les pide al querer confundirlos con cualquier hombre no es sino un ardid claramente estudiado y calculado por los enemigos de la Fe para que, “mareado” entre la vorágine de ocupaciones mundanas -por muy altruístas que éstas sean- desatienda lo único que sólo el sacerdote es capaz de hacer, esto es, el cuidado de las almas mediante la administración de los sacramentos indispensables de la Penitencia y la Eucaristía. ¡Qué claro que tienen este objetivo los artífices de la Revolución, como bien lo han reconocido algunos tras su conversión! Y el santo obispo vislumbraba claramente esta estrategia:
“…¿No es a ese despojo del carácter sobrenatural del sacerdote, a lo que tiende la revolución triunfante por medios oficiales unas veces, como la unificación de los fueros y la abolición de la inmunidad eclesiástica y el asalaramiento del clero, como empleados del Estado, el servicio militar obligatorio, el rendimiento y la prestación de las cargas comunes, etc.? Y por medios extraoficiales, otras, como esas campañas perennes de prensa, de teatros, de toda forma de vulgarización con las que se pretende dejar bien inculcado en el espíritu del pueblo, que el sacerdote es un hombre como otro cualquiera, y pluguiera a Dios que ahí quedaran, pues a lo que se tiende es a que no se les tenga ni por hombres siquiera, sino como a monstruos o bestias feroces?
Más aun; aunque sea triste confesarlo, es deber advertirlo: con un empeño satánico se está trabajando por llevar este movimiento no sólo al pueblo, sino ¡qué horror!, a los mismos sacerdotes.
Es el colmo de la audacia revolucionaria: no es bastante que el pueblo despoje a sus sacerdotes de su honor sobrenatural. Se aspira, se exige con impaciente despotismo que sean los mismos sacerdotes los que tiren sus vestiduras y las pisoteen.(…)”
Celosa y paternalmente, pues, exhorta a sus sacerdotes de ayer, y a todos los de hoy, más ferozmente seducidos, porque ya están en gran parte anestesiados y desacostumbrados a la alerta de los santos pastores:
“Sacerdotes, hermanos míos, sabed que cada vez que vestís de hombre, habláis como hombre, aspiráis y ambicionáis como hombre, miráis a vuestros hemanos y a vuestros superiores como hombre y os conducís en la sociedad como hombre y no como sacerdote, la revolución secularizadora se apunta un triunfo y el espíritu cristiano una derrota.
No olvidéis que en ser y vivir como sacerdote, está todo vuestro honor, vuestra fuerza y la fecundidad de la misión que Dios y la Iglesia os han confiado. ¡Qué calle de la amargura más sangrienta viene haciendo recorrer a la Iglesia el liberalismo secularizador!” (1942-45)
Suplicamos a Dios nos conceda más sacerdotes y obispos apasionados del Sagrario, para poder responder desde allí, con la lucidez que sólo da Cristo, a TODOS los problemas que el mundo les presenta.
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Para agendar: Ciclo de Conferencias: “Lutero, ¿santo?”
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"Harás a tu hermano Aarón vestiduras sagradas para que no le falte gloria ni belleza." (Exodo 28,2)
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