(127) Sobre la Gracia y el Libre Albedrío -Mérito y culpa; misericordia y Justicia- (S.Bernardo de Claraval) - III
Cerramos esta serie con la publicación de la tercera y última parte de este Tratado, en que se detiene a considerar el tema del mérito y la culpa, refiriéndose especialmente, en un comienzo, a los mártires y los apóstatas.
Encomendamos a María Reina y al Santo Abad el fruto de esta obrita en cada uno de los lectores.
————————
TRATADO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO (S.Bernardo de Claraval) -III
Capítulo 37
§ 1 Otras veces parece decirnos la Escritura todo lo contrario: A cada uno le viene la tentación cuando su propio deseo le arrastra y le seduce. EL cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma la mente pensativa. O, como dice el Apóstol: Siento en mis miembros otra ley que repugna a la ley de mi mente, y me encadena a la ley del pecado, que está en mis miembros. Todo esto puede interpretarse como una coacción de la voluntad, por la que se le priva de la libertad. Sin embargo, por muchas que sean las tentaciones interiores y exteriores, la voluntad siempre permanece libre en cuanto a la libertad de elección, y siempre es libre para juzgar y consentir. Por lo que se refiere a la libertad de deliberación o de complacencia, al tener que luchar contra la concupiscencia de la carne y las miserias de la vida se siente menos libre. Pero nunca es mala mientras no consienta en el mal.
§ 2 CONFESIÓN DEL APÓSTOL, QUE SE QUEJA DE VERSE CAUTIVO DE LA LEY DEL PECADO: Cuando Pablo se lamenta de sentirse esclavo bajo la ley del pecado, quiere decir, sin duda alguna, que su libertad de deliberación no es perfecta, porque en otro lugar se gloria de tener un consentimiento pleno y de verse plenamente libre para el bien. Así se atreve a decir: Ya no soy yo el que lo realiza. ¿Por qué dices eso, Pablo? Porque: estoy de acuerdo con la ley de Dios, que es buena. Y lo vuelve a repetir: Me deleito en la ley de Dios, según el hombre interior. Como su ojo está sano, confiesa abiertamente que todo su cuerpo es luminoso. Aunque se siente atraído hacia el pecado, o envuelto en miserias, no vacila en proclamar que es libre para el bien mediante la integridad de su consentimiento. Y exclama confiado: No hay, pues, condenación alguna para los que son de Cristo Jesús.
Capítulo 38
§ 1 Fijémonos ahora en los que por temor a los tormentos o a la muerte se vieron forzados a negar su fe, al menos de palabra. Según esta afirmación no hubo culpa, porque renegaron sólo de palabra o porque la voluntad pudo verse obligada a cometer la culpa. Es decir, que el hombre quería lo que estaba cierto que no quería. Y, por lo tanto, dejó de existir el libre albedrío. Como es imposible querer y no querer una misma cosa a un mismo tiempo, preguntémonos cómo se puede imputar el mal a quienes no lo quieren cometer.
§ 2 Este no es el caso del pecado original que, por otro motivo especial, pesa sobre el que no ha vuelto a nacer en el bautismo y no sólo sin su propio consentimiento, sino la mayor parte de las veces sin tener conocimiento de ello.
§ 3 Recordemos el caso del apóstol Pedro. Parece que negó la verdad en contra de su voluntad. Tuvo que elegir entre la negación y la muerte. Y como tenía miedo a la muerte, negó. No quería negar, pero menos aún quería morir. Por eso negó contra su voluntad, para no morir. Se vio obligado a decir con los labios, y no con la voluntad, lo que no quería. La lengua se movió en contra de su voluntad. ¿Cambió su voluntad? ¿Qué es lo que quería? Sin duda alguna, ser lo que era, discípulo de Cristo. ¿Y qué dijo? No conozco a ese hombre. ¿Por qué dice eso? Porque quería escapar de la muerte. ¿Y qué pecado cometió con esto?
§ 4 DECLARA CULPABLE LA VOLUNTAD DE PEDRO, QUE PREFIRÍA MENTIR A MORIR.-Tenemos en el apóstol una doble voluntad. Una que le impulsa a no querer morir, y es totalmente inocente. Otra, perfectamente Justa, por la que se complace en ser cristiano. Entonces, ¿Cómo pecó? ¿Acaso porque prefirió mentir a morir? Esta disposición es reprensible, porque indica que le interesaba más conservar la vida del cuerpo que la del alma. La boca embustera da muerte al alma. Pecó, y lo hizo con el consentimiento de su propia voluntad, débil y miserable, es cierto, pero enteramente libre. Pecó no por desprecio u odio a Cristo, sino por un amor excesivo a sí mismo. Aquel miedo inesperado no le impulsó al amor desordenado de sí mismo, sino demostró que ya lo tenía. Ya era así y no lo conocía cuando oyó de labios de Jesús, a quien nada se le oculta: Antes que el gallo cante me negarás tres veces.
§ 5 Esa debilidad de la voluntad no nació, sino que se manifestó ante ese repentino temor y puso al descubierto cómo se amaba a sí mismo y cómo amaba a Cristo. La descubrió Pedro, no Cristo. Pues Cristo Ya conocía desde mucho antes el interior del hombre. Y como amaba a Cristo, su voluntad sufrió, sin duda alguna, una gran violencia para hablar en contra de lo que sentía. Pero como se amaba a sí mismo, consintió libremente y contestó en su propia defensa. Si no hubiera amado a Cristo no le hubiera negado a pesar suyo. Mas si no se hubiera amado mucho más a sí mismo, no te hubiera negado en modo alguno. Reconozcamos que ese hombre se vio forzado no a cambiar la propia voluntad, pero sí a ocultarla. Forzado, repito, no a apartarse del amor de Dios; aunque sí a ceder un poco por amor a sí mismo.
Capítulo 39
§ 1 Entonces, ¿ha caído por tierra todo cuanto hemos dicho sobre la libertad de la voluntad, al ver que puede ser forzada? Sí, pero solamente puede violentarse por otra realidad que no sea ella misma. Porque si es ella la que se fuerza, si es ella la que induce y es inducida, donde parece que pierde la libertad allí mismo la recupera. La violencia que así se infiere procede de sí misma.
§ 2 PEDRO NO SE VIO OBLIGADO A CONSENTIR A SU PROPIA VOLUNTAD, ES DECIR POR TEMOR DE LA MUERTE.-Cuando el único motivo por el que sufre la voluntad es ella misma, la única responsable es la voluntad. Y si ella sola fue la responsable, no intervino la coacción, sino la voluntad. Luego si fue voluntario, también fue libre. Quien se ve obligado a negar por su propia voluntad sé obliga porque quiere. Más aún, no está obligado, sino que consiente a su propia voluntad y no a un poder extraño. A esa voluntad que quiere liberarse de la muerte por todos los medios posibles. De otra suerte, ¿Cómo es posible que la palabra de una pobre mujer obligase a una lengua tan santa a proferir semejantes cosas, si no lo hubiera consentido la voluntad, que domina a la lengua? Por eso, cuando volvió en sí y reprimió el amor excesivo que se tenía a sí mismo y comenzó a amar a Cristo con todo su corazón, con toda su alma y con toda su fuerza, no hubo amenazas ni tormentos que doblegasen su voluntad, ni puso la lengua al servicio de la maldad. Al contrario, se pasó audazmente al lado de la verdad y dijo: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
Capítulo 40
§ 1 HAY UNA DOBLE VIOLENCIA CONTRA LA LIBRE VOLUNTAD: PASIVA Y ACTIVA.-Hay dos clases de coacción según se nos obligue a padecer o a hacer algo contra nuestra voluntad. La primera -que podemos llamar pasiva- puede tener lugar algunas veces son el consentimiento voluntario del paciente. La activa, en cambio, jamás.
Por eso el mal que se hace en nosotros, o que procede de nosotros, no se nos debe imputar si es contra nuestra voluntad. Pero si lo ponemos por obra nosotros, la voluntad ya no está exenta de culpa. Y es evidente que lo queremos, porque no se haría si no lo quisiéramos. Existe, pues, la coacción activa. Pero es inexcusable, porque es voluntaria. Así, los cristianos se veían obligados a negar a Cristo, y les dolía. Pero consentían en hacerlo. Querían, por encima de todo, evitar la muerte. Y por eso, la voluntad que imperaba en su interior era quien les movía a renegar, mucho mas que el puñal que brillaba ante sus ojos. La espada ponía de manifiesto cómo era aquélla voluntad, pero no la forzaba. Ella misma era quien se lanzaba al pecado y no el puñal. Por eso los que tenían una voluntad sana podían ser martirizados. Y nunca se doblegaban. Así sé les había predicho: Os tratarán a su antojo. Pero solamente en los miembros del cuerpo, no en el alma. Vosotros no haréis lo que ellos quieran, serán ellos quienes obren. Vosotros seréis martirizados, despedazarán vuestras carnes; pero no os cambiarán la voluntad. Se ensañarán en vuestros cuerpos, pero dejarán ilesas vuestras almas.
El cuerpo del mártir estaba a disposición del verdugo, pero la voluntad permanecía libre. Si era débil, se comprobaría en los tormentos. Pero no le obligarían a serlo si antes no lo era. Su flaqueza procede de ella misma.
Su fortaleza, en cambio, no, sino del Espíritu del Señor. Recobra su vigor cuando se renueva.
Capítulo 41
§ 1 Se renueva cuando, como enseña el Apóstol, contemplando, la gloria de Dios, nos transformamos en la misma imagen de gloria en gloria, es decir, de virtud en virtud, por el Espíritu del Señor.
§ 2 EL LIBRE ALBEDRÍO, ESPACIO INTERMEDIO ENTRE LA CARNE Y EL ESPÍRITU.-Entre el Espíritu divino y el espíritu carnal se encuentra en el hombre lo que se llama libre albedrío, es decir, la voluntad humana. Está suspendida entre ambos como en el fondo de una abrupta montaña. Y se encuentra tan debilitada por el apetito carnal que, si el Espíritu no acudiera continuamente en auxilio de su debilidad con la gracia, no podría subir de virtud en virtud hasta la cumbre de la justicia o a los montes de Dios de que habla el profeta. Más aún, rodaría de vicio en vicio hasta el fondo del abismo por su propio peso, arrastrada por la carga del pecado original impreso en sus miembros y por el ambiente y afectos de la vida humana.
Esta doble carga que pesa sobre la voluntad humana la recuerda la Escritura en una breve frase: El cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma la mente pensativa.
Esta doble miseria de la condición humana no es nociva para quienes no consienten en ella, sino que los estimula.
En cambio, quienes le prestan su consentimiento son inexcusables y dignos de castigo. Y así, tanto la salvación como la condenación son imposibles sin un consentimiento de la voluntad. Porque la libertad de elección nunca sufre la más mínima privación.
Capítulo 42
§ 1 Por lo tanto, esa facultad humana a la que llamamos el libre albedrío, o es condenada justamente -porque ninguna fuerza extraña puede obligarle a pecar-, o se salva misericordiosamente -porque por sí misma es incapaz de practicar la justicia-.
Advierta el lector que en este momento no tenemos en cuenta el pecado original. No busquemos fuera del libre albedrío la causa de la condenación, porque lo único que condena al hombre es su propia culpa. Ni tampoco son suyos los méritos, porque sólo salva la misericordia. Todos sus esfuerzos hacia el bien son vanos sin la ayuda de la gracia e inútiles sin su inspiración.
La Escritura afirma que los deseos y pensamientos del hombre tienden al mal. Que nadie crea, pues, que sus méritos le vienen de sí, sino del Padre de las luces. Y esté convencido de que los dones más sublimes y excelentes son, sin duda alguna, los que aseguran la salvación eterna.
Capítulo 43
§ 1 DIOS DIVIDE SUS DONES EN MÉRITOS Y PREMIOS. Nuestro Dios y Rey eterno, cuando trajo la salvación al mundo, dividió los dones que hizo al hombre en méritos y premios. Las gracias presentes se convierten en méritos nuestros si las aceptamos libremente. Y si esperamos los bienes futuros apoyados en la promesa gratuita, podemos ansiarlos incluso como algo que se nos debe. Así lo afirmaba Pablo: Tenéis por fruto la santificación y por fin la vida eterna. Y también: Nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por la adopción de los hijos de Dios.
§ 2 Las primicias del Espíritu son, para él, la santificación o las virtudes por las cuales nos santifica el Espíritu, y merecemos así la adopción. Idénticas promesas se hacen en el Evangelio a quienes renuncian al mundo: Recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. La salvación, pues, no proviene del libre albedrío, sino del Señor.
§ 3 Dios mismo es la salvación y el camino de la salvación. Escuchémosle:
Yo soy la salvación del pueblo, y yo soy el camino. El que es la salvación y la vida se ha hecho camino, a fin de que nadie se gloríe de sí mismo. Si los bienes del camino son los méritos, y la salvación y la vida son los bienes de la patria, tiene razón David cuando dice: No hay quien obre bien, excepto uno. Y es Aquel de quien se dice: Nadie es bueno sino uno solo, Dios. Todas nuestras obras y sus premios son dones de Dios. Se hace nuestro deudor en ellas y nos hace por ellas dignos de premio.
Para establecer estos méritos se sirve del concurso de las criaturas, no porque las necesite, sino para que se enriquezcan con los premios.
Capítulo 44
§ 1 DIOS ACTUA DE TRES MANERAS: LA PRIMERA POR LA CRIATURA Y SIN ELLA; LA SEGUNDA EN CONTRA DE ELLA, LA LA TERCERA CON ELLA. -Dios lleva a cabo la salvación de aquellos cuyos nombres están inscritos en el libro de la vida. Algunas veces por medio de las criaturas y sin su consentimiento. Otras veces mediante ellas y en contra de su voluntad. Y otras, por su medio y con su cooperación. Son muchos los favores que vienen a los hombres a través de las criaturas insensibles y irracionales. Por eso digo que se hacen sin su consentimiento, porque carecen de inteligencia y no son conscientes. Otros muchos bienes hace Dios a través de los malos, sean hombres o ángeles. Y así digo contra su voluntad, porque no colaboran en ello. Quieren dañar al hombre, y le benefician. Y lo que en unos es un acto provechoso, en otros es una intención perversa que les perjudica. Las criaturas por medio de las cuales y con las cuales obra Dios son los ángeles y hombres buenos, que quieren y hacen lo que Dios quiere. Consienten voluntariamente en el bien que realizan, y Dios les hace partícipes de lo que por su medio realizan. Por eso Pablo, refiriéndose a las muchas obras buenas que Dios hizo por medio de él, dice: Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pudo haber dicho: “por mí"; pero como le parecía poco, prefirió decir: “conmigo". Se juzgaba no sólo instrumento para realizar la obra, sino colaborador de Dios por su consentimiento.
Capítulo 45
§ 1 Veamos ahora, según la triple manera de obrar de Dios, de que acabamos de hablar, qué mérito tiene la criatura, según sea su colaboración. ¿Qué puede merecer si se hace por ella y sin ella? ¿Qué consigue si se hace en contra de ella, sino la ira? ¿Y qué resulta si se hace con ella, sino la gracia?
§ 2 QUÉ MERECE CADA CRIATURA.-En el primer caso, no hay méritos; en el segundo, sólo deméritos; y en el último, grandes méritos. Las bestias que utilizamos, a veces, para hacer una cosa buena o mala, ni merecen ni desmerecen: carecen de la facultad de consentir en el bien o en el mal. Y menos aún las piedras, que son insensibles.
El diablo o el hombre perverso, que tienen razón y hacen uso de ella, merecen sin duda; pero merecen castigo, porque se oponen al bien. Pablo, en cambio, predica voluntariamente, y teme que, si lo hace contra su voluntad, sea un mero distribuidor de a gracia. Pero todos los que piensan como él, y obedecen con pleno consentimiento, confían que les está preparada la corona de la justicia. Así, pues, Dios se sirve, para salvar a los suyos, de las criaturas irracionales e insensibles, como son el jumento o una herramienta. Estas, acabada la obra, desaparecen.
§ 3 Utiliza también las criaturas racionales, pero malvadas, como una vara de castigo: corrige con ella al hijo, y luego la arroja al fuego, porque ya no sirve. Se sirve de los ángeles y hombres de buena voluntad como colaboradores y compañeros suyos. Y cuando consigue la victoria, los premia colmadamente. Pablo no duda en afirmar de si mismo y de los que actúan como él: Somos colaboradores de Dios.
Dios, en su bondad, ha establecido que el hombre consiga méritos cuando quiere hacer alguna obra buena por medio de él y con su consentimiento. Por eso nos creemos colaboradores de Dios, cooperadores del Espíritu Santo y merecedores del reino: porque nos unimos a la voluntad divina mediante el consentimiento de nuestra voluntad.
Capítulo 46
§ 1 Entonces, ¿toda la obra y el mérito del libre albedrío está en dar su consentimiento? Exactamente. Y aun ese consentimiento, del que dimana todo mérito, no procede del hombre. Porque si no somos capaces de pensar nada por nosotros mismos, mucho menos de dar el consentimiento.
§ 2 TODO PENSAMIENTO BUENO PROCEDE DE DIOS. EL CONSENTIMIENTO Y LA OBRA TAMBIÉN, PERO NO SE DAN SIN NOSOTROS. Estas palabras no son mías, sino del Apóstol, que atribuía a Dios y no a su libre albedrío todos los pensamientos, deseos y obras buenas. Por consiguiente, si es Dios quien realiza en nosotros estas tres cosas, esto es, quien nos hace pensar, desear y obrar el bien, es evidente que lo primero lo hace sin nosotros, lo segundo con nosotros y lo tercero por nosotros.
Se anticipa a nosotros inspirándonos un buen pensamiento. Nos une a El por el consentimiento, cambiando incluso nuestros malos deseos. Y se convierte en el artífice interior de la obra que nosotros hacemos externamente, dándonos la facultad y facilidad de dar el consentimiento. Nosotros no podemos anticiparnos a nosotros mismos. Por lo tanto, Dios, ante quien nada es bueno, a nadie puede salvar si El no se anticipa con la gracia. El comienzo de nuestra salvación, sin duda alguna, viene de Dios. Y no por nosotros ni con nosotros. El consentimiento y la realización tampoco proceden de nosotros, pero no se dan sin nosotros.
§ 3 SIN LA BUENA VOLUNTAD NO SON POSIBLES NI EL CONSENTIMIENTO NI LAS OBRAS.-Por tanto, ni lo primero tiene mérito, porque no hacemos nada; ni tampoco lo último, pues muchas veces nos impulsa a ello un temor inútil o un disimulo reprensible. Sólo tiene mérito lo segundo. Muchas veces basta la buena voluntad. Y si ésta falta, todo lo demás es inútil. Repito que son inútiles, pero para quien las hace, no para quien las contempla. Según esto; de la intención nace el mérito. La acción sirve de ejemplo y el deseo que procede de ambas sólo sirve para excitarlas.
Capítulo 47
§ 1 Guardémonos, pues, cuando sintamos todo esto dentro de nosotros, de atribuirlo a nuestra voluntad, que es muy débil. O de pensar que Dios está obligado a hacerlo, lo cual es absurdo. Sino sólo a su gracia, de la cual está lleno. Ella excita al libre albedrío con la semilla de los deseos; lo sana cambiando los sentimientos; le da vigor guiándolo mientras actúa; y sigue atendiéndole para que no desmaye.
Colabora con el libre albedrío de la siguiente forma: primeramente se anticipa a él, y después lo acompaña. Y se anticipa a él para que después pueda ser su colaborador. De este modo, lo que solamente comenzó la gracia lo hacen después los dos: avanzan a la vez, no por separado. No uno antes y otro después, sino a un mismo tiempo. No hace una parte la gracia y otra el libre albedrío. Cada uno lo hace todo en la misma y única obra. Los dos lo hacen todo. Todo se hace con el libre albedrío, y todo se hace por la gracia.
……………………Epílogo…………………….
Capítulo 48
§ 1 Creo haber complacido al lector, ya que nunca me he apartado de la doctrina del Apóstol. Y en todos los puntos de mi exposición he usado sin cesar sus mismas palabras. He expresado como él que no es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia. Con estas expresiones no pretende afirmar que se pueda querer o correr en vano, sino que quien desea algo y corre tras ello no debe gloriarse de sí mismo, sino en aquel de quien recibe el querer y el correr. Por eso añade: ¿Qué tienes que no lo hayas recibido?
§ 2 DE LAS TRES OBRAS DE DIOS: CREACIÓN, TRANSFORMACIÓN Y CONSUMACIÓN.-Te ha creado, te ha curado y te ha salvado.¿Qué intervención humana aportas tú a todo esto? ¿No estará por encima del libre albedrío cualquiera de estas tres cosas? Prescindo de todo aquello que es necesario para recobrar la salvación o está prometido a los predestinados. Tú no podías darte el ser, porque no existías. Ni podías justificarte, porque eras pecador. Tampoco podías resucitarte, porque estabas muerto.
Lo primero y lo último es evidente, mas también lo segundo. No lo comprenderá quien, ignorando la justicia de Dios y queriendo afirmar la propia, no se somete a la justicia de Dios. ¿Es que vas a reconocer el poder de tu Creador y la gloria de tu Salvador sin aceptar la justicia de su Santificador?
Escucha: Sáname; Señor, y quedaré sano; sálvame y quedaré salvo, porque tú eres mi gloria. El salmista reconoce así la justicia de Dios y confía en que lo librará del pecado y de la debilidad. Por eso atribuye la gloria al Señor, y no a sí mismo. Por eso mismo exclama David: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria.
Espera de Dios la doble gracia: la justicia y la gloria.
§ 3 EL QUE SE JUSTIFICA A SI MISMO IGNORA LA JUSTICIA DE DIOS. ¿Quién ignora la justicia de Dios? El que pretende justificarse a sí mismo. ¿Y quién se justifica a sí mismo? El que atribuye sus méritos la otra fuente distinta de la gracia. Quien creó al que debía salvar da tambien los medios para que se salve. Repito: el mismo que da los méritos es quien hizo al que los iba a recibir. ¿Cómo pagaré al Señor, dice el salmista, todos los bienes con que me ha remunerado? No dice solamente “me ha dado", sino y “me ha remunerado". Reconoce que existe y es justo por don de Dios. Y si lo negara, perdería ambas cosas, es decir, dejaría de ser justo y se condenaría como criatura. Encuentra un tercer motívo e insiste: Tomaré el cáliz de la salvación. El cáliz de la salvación es la sangre del Salvador. Por eso, si no tienes nada de ti mismo con que pagar los dones de la justicia d Dios, ¿Cómo puedes pretender la salvación? Invocaré, dice, el nombre del Señor. Porque todos los que le invocan se salvarán.
Capítulo 49
§ 1 Quienes piensan rectamente no atribuyen estas tres operaciones al libre albedrío, sino a la gracia de Dios en ellos. La primera obra de la gracia es la creación, la segunda la reformación y la tercera la consumación. Primeramente hemos sido creados en Cristo y dotados de libre voluntad. Después Cristo nos transforma en virtud del espíritu de libertad. Y, finalmente, la consumación en Cristo y con Cristo, en la eternidad. Fue preciso que lo que no existía fuera creado en Aquel que existía. Y que lo que estaba deforme fuera reformado por aquel que era la forma. Los miembros alcanzarán su plenitud unidos a su cabeza. Todo ello tendrá lugar cuando lleguemos a ser el varón perfecto, cuando alcancemos la medida que corresponde a la plenitud de Cristo, cuando se manifieste nuestra vida y nos manifestemos también nosotros gloriosos con él.
§ 2 Según todo esto, la consumación ha de suceder en nosotros y de nosotros, mas no por nosotros. La creación se ha hecho sin nosotros. Solamente en la re-formación tenemos mérito, puesto que de algún modo se hace con nosotros, es decir, mediante el consentimiento de nuestra voluntad.
§ 3 LA INTENCION, EL AFECTO Y LA MEMORIA.-Estos méritos provienen de nuestros ayunos y vigilias, de la continencia y de las obras de misericordia, así como de todas las prácticas virtuosas. Sabemos que mediante ellas nuestro hombre interior se renueva de día en día, a medida que nuestras intenciones -siempre encorvadas hacia los cuidados terrenos- se yerguen poco a poco desde el abismo hasta el cielo. Y nuestros afectos, siempre hambrientos de goces carnales, se robustecen en el amor del espíritu. Por otra parte, nuestra memoria -manchada por las impurezas de las culpas pasadas- se goza diariamente adornada de sus nuevas y buenas acciones.
En estas tres realidades consiste a renovación interior: en la rectitud de la intención, la pureza de los afectos y el recuerdo de las buenas obras, que dan a la memoria seguridad y entusiasmo.
Capítulo 50
§ 1 Como todo esto lo va realizando en nosotros el Espíritu divino, son dones de Dios. Y como se realizan con el asentimiento de nuestra voluntad, también son méritos nuestros. No seréis vosotros los que los habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros. El Apóstol añade: ¿Buscáis una prueba de que Cristo habla por mí? Si en Pablo habla Cristo o el Espíritu Santo, ¿no obrará también uno u otro en él? Yo no hablo de cosas, dice, que Cristo no haya obrado por mí.
Entonces, ¿Que? Si las palabras y las obras de Pablo no son de Pablo, sino de Dios que habla en Pablo u obra por medio de Pablo, ¿Dónde están sus méritos? ¿Por qué afirma tan seguro: He competido en noble lucha, he corrido basta la meta, me be mantenido fiel. Ahora ya me aguarda la merecida corona con la que el Señor, juez Justo, me premiará el último día? ¿Acaso cree que ha merecido la corona porque todo eso se hacía por su medio? También hay muchas cosas buenas que se hacen por medio de los ángeles u hombres malos y no merecen nada por ellas. Quizá lo diga porque se hacían en virtud de su buena voluntad, pues dice: Si predico el Evangelio a pesar mío, soy un mero administrador; pero si lo hago por mi voluntad, tendré mérito.
Capítulo 51
§ 1 Mas si ni siquiera, la misma voluntad, de la que depende todo el mérito, es de Pablo, ¿Como afirma él que le aguarda una corona merecida en justicia? ¿Se puede elegir en justicia y con derecho lo que ha sido prometido gratuitamente?
§ 2 LA CORONA QUE ESPERA PABLO SE DEBE A LA JUSTICIA DE DIOS Y NO A LA SUYA -El mismo nos dice: sé de quién me he fiado, y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar el encargo que me dio. Su encargo es la promesa de Dios. Y como se fió del que le hizo la promesa, reclama con confianza lo prometido. Una promesa que procede de la misericordia y se cumple con un acto de justicia. La corona, pues, que Pablo espera es una corona de justicia; pero de la justicia de Dios, no de la suya. Es justo que Dios pague lo que debe, y como lo ha prometido, por eso lo debe. La justicia en que se apoya el Apóstol es la promesa de Dios. Si quisiera valorar la suya propia despreciando la de Dios, no se sometería a ésta, de la cual fue hecho partícipe por gracia, a fin de merecer el premio. Dios le hizo partícipe de su justicia y merecedor de la corona al dignarse contar con él como colaborador en las obras a las cuales había prometido la corona. Y le hizo su colaborador al darle la facultad de querer y de consentir a su voluntad.
§ 3 La voluntad divina se convierte así en ayuda, y esta ayuda hace merecer el premio. Por lo tanto, si el querer viene de Dios, también el premio. No hay duda que es Dios quien actúa en el querer y en el obrar de la buena voluntad. Dios es, pues el autor del mérito. El hace que la voluntad se entregue a a obra y descubre la obra buena a la misma voluntad. Y si queremos dar nombres más exactos a lo que llamamos méritos nuestros, podemos llamarlos también semillas de esperanza, incentivos de la caridad, signos de una misteriosa predestinación, presagios de la futura felicidad y caminos del reino. Pero nunca definirlos como derechos a poseer el reino.
En una palabra: no glorificó a los que encontró justos, sino a los que justificó.
Fin del Tratado.
————————————————————————————–
También de San Bernardo, en este blog: Consejos y clamores a los Obispos
————————————————————
Infocatólica agradecerá vuestra generosa colaboración; le sugerimos cómo hacerlo.
4 comentarios
Esta es mi parte preferida de la Obra:
De este modo, lo que solamente comenzó la gracia lo hacen después los dos: avanzan a la vez, no por separado. No uno antes y otro después, sino a un mismo tiempo. No hace una parte la gracia y otra el libre albedrío. Cada uno lo hace todo en la misma y única obra. Los dos lo hacen todo. Todo se hace con el libre albedrío, y todo se hace por la gracia.
No creo que entender eso sea una gracia especial, reservada para algunos. Creo que si alguien se decide a orar, a ayunar y a insistir humildemente pidiendo entendimiento, sea quien sea, siempre recibirá entendimiento de esa parte. Eso creo.
Si alguien falla en mantener la tensión de ese párrafo yerra en su conclusión. Tanto quien busca concordias como quien incluye contradicciones inexistentes. La tentación más fácil es la de querer eliminar la tensión suprimiendo la labor de uno de los dos en un momento dado.
----
¡Qué potente vacuna contra la soberbia es esta frase!
Porque lo que vemos demasiado a menudo es una tendencia a creerse que los méritos son obra propia. En cuyo caso la humildad es imposible, y es reemplazada por una falsa modestia que sólo busca esquivar los dardos de la envidia ajena.
Saludos cordiales
Somos nosotros los que merecemos, no la Sma. Trinidad. Pero merecemos por obra de su gracia, que produce nuestra propia obra, ya que sin obra nuestra, no hay mérito nuestro tampoco.
Saludos cordiales.
Dejar un comentario