(119) Getsemaní: la Hora de Cristo, y la hora de los discípulos... (con apuntes del Vble. p. José Rivera)
No sé a los lectores, pero a mí siempre me da la sensación de que en el Triduo Pascual, un día que “queda corto” para profundizar en sus múltiples aspectos, es el Jueves. Por supuesto que jamás podremos agotar con palabras la anchura, altura, longitud y peso de estos días que resumen todo el misterio de nuestra redención, pero aún desde el punto de vista “temático”, se soslayan personajes, actitudes, gestos, palabras del Evangelio de hoy, que a mi juicio deberíamos tener mucho más presentes en todo momento de nuestra vida, y que se deberían predicar con mayor frecuencia tal vez…
Incluso desde el punto de vista “civil”, el tiempo atenta contra ello. No sé en otras naciones, pero en nuestro país, hay muchos sitios donde se impone trabajar a muchos cristianos siquiera hasta el mediodía, y hasta el momento de la celebración de la Cena del Señor, algunos no terminan de caer en la cuenta de lo que está sucediendo.
Entonces corremos el riesgo de quedarnos casi exclusivamente en el gesto del lavatorio de los pies como signo de servicio a los hermanos (en clave bastante horizontalista, por cierto), y en la adoración reparadora por la soledad de Nuestro Señor en el Huerto, pero mirando la escena como algo pasado o ajeno: como si nosotros no nos hubiésemos quedado “dormidos” nunca, o nunca lo hubiésemos traicionado. En pocas ocasiones se hace mención del “Apártate Satanás!” dirigido al mismísimo Pedro, porque sus pensamientos no eran los del Padre, sino los del mundo, por ejemplo. No reparamos suficientemente en que Judas seguramente creía ser buen discípulo de Jesús (era obispo, al fin y al cabo), e incluso debió haber “sentido” un gran afecto por Él…¿Y seguiremos apoyándonos en los buenos sentimientos, para excusarnos una y otra vez, sin espantarnos por el horror del pecado?…Sin duda hay mucha más “tela para cortar” en el fondo de nuestra alma acerca de esta noche oscura –la otra faz de la Noche Luminosa de la Vigilia…- pensando en los hilos que mueven la traición -¡con un beso!- y desesperación de Judas. También son nuestros el temor y la presunción de Pedro durante la cena; el sueño de los discípulos, su temor y huída; el gesto tierno de San Juan sobre el pecho de Cristo…El temor de Jesús mira nuestro corazón; su presciencia de nuestras múltiples traiciones, además de la de Judas y de Pedro. Nuestras huídas, nuestro escándalo. Y por sobre todo, Su consejo de vigilancia y advertencia sobre el “león rugiente”, tan minimizado en nuestros días…
¿No es esta advertencia una de las mejores señales de Misericordia, a los umbrales de su Pasión?
Me atrevería a señalar que en medio de las angustias que hoy oprimen a millones de cristianos, la mirada a Getsemani nos da la respuesta contundente: es como un espejo y guía excepcional, pues todos estamos allí, donde se condensa de algún modo todo el Evangelio: la puesta en práctica de todo lo que Nuestro Señor ha venido predicando; la experimentación en nosotros, de la lucha que se produce entre Luz y Tinieblas desde el comienzo del mundo; la tensión de esperanza hacia todo lo prometido, que se cumplirá inminentemente, pasando a través del Viernes, inexorable. El anticipo de la Pasión, en la entrega sacramental de la Víctima, y a la vez el consuelo eucarístico hasta el fin de los tiempos.
En el Jueves Santo todo está comprendido…
De las reflexiones que nos regalan los santos para vivir más de cerca este tiempo de oro, destaco “La agonía de Cristo”, de Sto. Tomás Moro, que el año pasado fuimos compartiendo durante la Cuaresma.
Mucho más cerca de nosotros en el tiempo, otra de mis lecturas predilectas para estos días han sido las meditaciones del Venerable p. José Rivera Ramírez (*), por quien siento un gran cariño y devoción; se descubre en esas líneas su alma profundamente sacerdotal, pero que sirve de brújula para todos los fieles, en lenguaje íntimo, a la vez pausado y profundo, y con numerosas referencias, para seguir ahondando…
Comparto aquí algunos de sus apuntes suyos de distintos años, esperando que sirva para edificación de los lectores, como lo fue para mí. Las negritas son nuestras.
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Meditaciones para Semana Santa (p.José Rivera)
JUEVES SANTO
Un día densísimo.
Sentido de esclavitud por nuestros apegos, pecados, sensación de peligro de condenación y desde luego, de no llegar a la santidad plena.
Sentido de necesidad de que Cristo nos salve.
Sentido, en fin, de nuestra realidad de pecadores y de salvados.
Un darnos cuenta de verdad de lo que significa que Cristo haya muerto por mí, que he sido su enemigo personal muchas veces, o al menos un amigo muy malo.
LA AGONÍA DE GETSEMANÍ
Comienzo mis meditaciones por el Capítulo V de R. Feuillet: “La signification fondamentale de l´agonie de Gethsemani", en que el autor saca las consecuencias de las exégesis detenidas realizadas en los capítulos anteriores. .- Las diferencias de exposición de los Sinópticos no deben encubrir el hecho del acuerdo fundamental. Datos comunes: La hora, la copa, la plegaria angustiada y a la vez asombrosamente filial, la tentación y la vigilancia orante que impone, la referencia, en el texto o en el contexto, a Is. 53.
LAS DIFERENTES EXPLICACIONES DE LA PRUEBA DE JESÚS
Notar, ante todo, el carácter extraño de la angustia: Unos momentos antes y unos momentos después, la serenidad más perfecta. En medio, la angustia… súbita, sin causa aparente. Contraste, v.gr., en Mt 26,52-54.
Cuál es la causa de la tristeza? El problema no es de orden puramente sicológico; interesa en el más alto grado a la concepción del quehacer mesiánico de Jesús y a la relación de tal menester con Is. 53.
a) EL MIEDO A LA MUERTE: Lagrange, con otros muchos, insiste en ello. Y apela a la sicología humana que cuanto más rica, más capaz es de variaciones intensas frente a los diversos objetos.
Feuillet admite -y yo con él, y lo desarrollo a mi manera- que Jesús sintiera el espanto de las torturas, más que el de la muerte. Las torturas físicas y, sobre todo, morales: Las traiciones de todos y no solamente de los judíos de entonces, sino de todos los hombres a lo largo de toda la historia. Un creyente no puede menos de hacer intervenir aquí la presciencia del Señor. Y es lo que supone Pío XI en la “Miserentissimus". Y lo que indica que mis pecados han atormentado a Jesús, singularmente como míos…
Sin embargo añado, como algo indudable: Sus dolores, en cuanto suyos, y menos que todo la muerte, no eran capaces de por sí de atormentar a una personalidad sicológica como la de Jesús. Por la sencilla razón de que una personalidad humana fuerte es capaz de dominar tales pensamientos. E incluso de no asustarse. Y no podemos admitir que el Señor fuera menos fuerte que cualquier siervo. Consiguientemente, si acaso fue así -(y pudo serlo!-, el motivo hay que buscarlo en la voluntad misma de Cristo, que quiso presentarse a la sensibilidad un objeto de sufrimiento y apartar de su mente los motivos de serenidad, de gozo incluso. Y ello por compartir la situación que involuntariamente habrían de tener muchos hombres -y habían tenido ya- a lo largo de la historia.
Hay que notar: Jesús está acostumbrado a enfrontar su muerte dolorosa.
En la Cena había hablado serenamente, gozosamente incluso, de ella; había reprochado duramente a Pedro su rebeldía frente al destino marcado por el Padre; había instituido ya el memorial de su muerte; manda a sus apóstoles que no teman la muerte y de hecho conforta a sus discípulos, durante veinte siglos, para que superen las pruebas sin temor…
Es verdad que la vida de Jesús es incomparablemente más rica que otra cualquiera. Y Pascal distingue entre los sufrimientos que vienen de fuera y los que Jesús mismo se causa. Que es volver a lo dicho arriba…
En suma: No podemos estar seguros de que Jesús sintiera miedo de sus propios tormentos, ni tristeza por la repulsa de sus beneficios, en cuanto afectividad rechazada. Pudo ser que voluntariamente quisiera sentir tales cosas, por hacerse semejante a nosotros también en eso. (…)
b) LA EXPERIENCIA DEL ABANDONO DEL PADRE:
(…)Lo cierto es que Jesús siente la muerte como signo del pecado. Otras veces ha luchado contra ella resucitando muertos; ahora lucha muriendo El… Y en ambas ocasiones siente repugnancia. La enfermedad y la muerte entran, según la Escritura, por el pecado y con él. De manera que todo triunfo sobre ellas es victoria sobre el pecado. Y viceversa. Con la venida de Cristo la muerte, como tal, ha perdido su aspecto aterrador y se ha convertido en un sueño ("La niña está dormida…” [Mt 5,39]).
En suma, la muerte de Cristo es signo de que se ha solidarizado con los pecadores. Ha tomado sobre sí las consecuencias del pecado, hasta el extremo. Y esto sí que es capital para conocer su amor por mí e incluso las consecuencias de este amor: Mi purificación de pecado, por su expiación; la tendencia a expiar que necesariamente debe infundirme como miembro suyo… y ello sin límite. Jesús ha hecho ambas cosas: Curar algunas enfermedades y resucitar algunos muertos; sufrir la muerte en medio de dolores tremendos.
Lo más probable es que Jesús voluntariamente haya experimentado la sensación que produce el pecado en el pecador. Pero incomparablemente más intensa desde todos los puntos de vista. Porque su amor es incomparablemente mayor; porque su conocimiento lo es igualmente; porque su horror por el pecado es Parejamente incomparable. (…)
La explicación sicológica tradicional: No emplea la ciencia infusa, que tiene como hábito, para conocer en el momento su unidad con el Padre, sino para conocer la maldad del pecado y el horror de la separación, que se ha echado sobre sí. Y eso es consiguientemente lo que siente. Y por consiguiente se turba su conciencia de comunidad con el Padre. Pero lo que experimenta es por tanto abandono.
Notar que esto es cierto. Considerar el amor que significa. Darme cuenta de que tendré que soportar una experiencia pareja, a mi medida, pero horrenda para mí…
Sentido de expiación: He de comprar los arrepentimientos de los hombres mediante mis pesares, que hacen presente en la tierra las penas de Jesús. Dado que yo no gozo de la visión beatífica, lo normal en mí, al paso que crece la fe, es que aumente este sentimiento de abandono… confiado, no obstante.
Mi cristianización, mi espiritualización va llevando ineludiblemente mi dolor del lugar de mis egoísmos, sobre todo terrenos, al lugar de las expiaciones, con el divino abandono como motivo.
Es evidente que nosotros no podemos entrar por iniciativa propia en tales abismos de angustia. Que por otra parte jamás alcanzaríamos. Pero es igualmente palmario que hemos de estar dispuestos a consentir que nos introduzcan en ellos… Y no es una la manera de ser inducidos. Pues toda angustia incluye la sensación de abandono divino. Culpable o inculpable, toda persona angustiada comparte el sufrimiento de Cristo, con tal de que quiera tomárselo cristianamente. (…)
c) LA AGONÍA DE GETSEMANÍ, PRUEBA MESIÁNICA:
Debemos ver la agonía como una prueba mesiánica ante todo. Cristo es la víctima voluntaria de los pecados de la humanidad y la escena es una especie de anticipación del juicio divino de la Parusía. Pues quien sufre en el Huerto no es un hombre cualquiera, ordinario, ni siquiera el mayor de los santos, sino el Hijo del Hombre - Servidor de Yahvé, que soporta el peso de los pecados del mundo. Así el episodio pasa de los dominios de la sicología a los del misterio redentor y se ensancha en el espacio y en el tiempo, pues se trata de la expiación de los pecados de todos los hombres de todos los tiempos.
Y tener presente la presciencia de Jesús, respecto de la inutilidad de su expiación para muchos hombres.
“La previsión del fracaso, por otra parte solamente parcial y más aparente que real, debió de ser uno de dolores más vivos del corazón infinitamente amante del Salvador del mundo” (p. 200).
Tal sentido mesiánico sugiere la letra misma de los relatos, especialmente los términos: copa, hora, “entregado a los pecadores” (Mc 14,41).
-Relación del “es preciso", característico de las profecías de la pasión (Mc 8,31; Lc 17,25; 22,37; 24,26.46; Mt 26,54…) con el “es preciso” apocalíptico que concierne al juicio escatológico, preludio obligado de la salvación definitiva (Mc 13,7; Mt 24,6; Lc 21,9).
-Relación de la “hora” de la agonía, que Jesús quisiera lejana (Mc 14,35), con la “hora” apocalíptica del juicio que solo Dios conoce (Mc 13,32) y que impone el deber de vigilar igual que en el Huerto (Mc 13,33-37 comparado con 14,34.38). Tal hora no es meramente el instante del arresto, sino una fecha decisiva en la historia de la salvación, la hora señalada por el Padre para el juicio del mundo… Aquí el juicio cae enteramente sobre el Hijo del Hombre - Siervo, por causa de su solidaridad con la humanidad pecadora.
La copa no debe ser solamente la muerte terrible que le espera, porque en el Antiguo Testamento la imagen de la copa se refiere siempre a suplicios determinados por Dios como castigo escatológico del pecado de los impíos y no necesariamente a la muerte. No hay un solo ejemplo que no se refiera a un castigo. Y esto nos lo confirma la unión de copa y bautismo en Mc 10,38-39 (Episodio de los hijos del Zebedeo). Porque bautismo lo emplea Cristo ciertamente como designación de la pasión con idea de expiación.
Al beber la copa del castigo de los pecadores, Jesús les permite beber la copa de la salvación eucarística de la Cena. Pues se relacionan ciertamente, como se relacionan la sangre de la Nueva Alianza, vertida en el Calvario, y la comunión eucarística.
Lo cual me lleva al pensamiento de ahondar la presencia de la expiación en la Misa y en la comunión. A caer en la cuenta de que la celebración me comunica poder de expiar y que a su vez el ejercicio de expiación me dispone para comulgar. El comulga con mis pecados y yo comulgo con su salvación. Pero yo -y especialmente yo, en cuanto sacerdote- debo comulgar abundantemente en este ejercicio expiatorio para poder comulgar en los frutos salvíficos y comunicarlos a otros. Consiguientemente el carácter expiatorio de mi existencia debe ser mucho más relevante de lo que ha sido hasta ahora. Un aspecto capital que habrá de ser iluminado en estos días. Pues no ha sido fortuita la elección del libro de Feuillet, como lectura…
La frase “ha llegado la hora: Ved que el Hijo del Hombre es entregado en manos de los pecadores” (Mc 14,41) acaba de iluminar la significación del drama de la agonía. Esta entrega es la prueba de que ha llegado la hora de la intervención soberana de Dios en la historia religiosa del mundo. Por lo demás, “pecadores” tiene sentido universal. (…)
Ciertamente éste es el misterio: Que el Hijo que tiene el poder, la exousia, frente a las potestades de las tinieblas, sea entregado a ellas. Ya Isaías lo anunciaba como algo humanamente sorprendente, increíble (53,1).
Tal capítulo es la clave del episodio del Huerto y de toda la Pasión.
Además Jesús se aplica a sí mismo el oráculo del juicio de Zacarías: “Heriré al pastor…” (Zac 13,7). Notar que el texto está en imperativo. Debió de ser Jesús mismo quien lo cambió al futuro, a menos que represente el original hebreo. Desde luego la imagen de pastor y ovejas es familiar a Jesús mismo. (…) Aquí es el pastor mesiánico el golpeado, pues claramente, a los ojos de Jesús, el texto de Zacarías se refiere a la persona misma del Mesías. Y ciertamente -pese a algunos exégetas- así es en el texto profético. Y supuesto esto, se impone la relación con Is. donde el Siervo de Yahvé es herido, en lugar del rebaño: 53,6.10. Y así la cita de Zac, hecha por Jesús (Mc 14,27; Mt 26,31) y su declaración al final de la agonía, expresan exactamente la misma perspectiva mesiánica. Y a esta luz hay que leer la Pasión.
(…) “En contraposición a los bienaventurados, que conocen a Dios, pero no sufren, lo que hace único el drama de Getsemaní es que en virtud de la solidaridad nacida del amor y del misterio mismo de la Encarnación, Jesús acepta constituir una sola cosa con el mundo culpable y aparecer a los ojos de Dios cargado con los pecados del mundo, conforme a la profecía de Is. 53. A causa de esta solidaridad misteriosa, Cristo que es el Santo y el Justo por excelencia (Cf. Is. 53,11) se ve opuesto a Dios; se encuentra como tocado por la lepra del pecado (Cf Is. 53,3), como realmente zambullido en el fango de las iniquidades de los hombres de todos los tiempos, como amenazado de ser separado de Dios para siempre. Volvemos siempre a la misma conclusión: La manera más profunda de entender la agonía de Getsemaní es ver en ella una prueba mesiánica que cumple el oráculo de Is. 53; (en verdad ningún otro hombre ha sufrido así!” (Feuillet, p. 205-206).
Desde luego lo menos inteligible para mí, por ahora, es el misterio de solidaridad. Que, sin embargo, parece lógico en la realidad total del misterio revelado. Es cierto que cuando uno se aproxima a un enfermo -con aproximación personal, sicológica- sufre de los dolores del enfermo, participa realmente de angustia, de desesperanza, etc. Y cuanto más real sea la aproximación personal, más se borra la distinción entre el sujeto que observa y el sujeto que sufre, más total es la identificación con el enfermo.
Esto es lo que tuvo que pasar por Jesús en un grado de intensidad inasequible a cualquier hombre, porque realmente es el fundamento de nuestras personalidades. Y en Jesús es plenamente voluntario, se abandona al sentimiento porque quiere, pero una vez que quiere, abandonado queda. Y viceversa: Quien se aproxima al enfermo es a veces capaz de comunicarle las propias actitudes de esperanza, gozo, etc. Así igualmente, y parejamente en grado inaccesible a nuestra inteligencia, hace Cristo con nosotros.
Por lo demás tales ha sido las posturas de los santos, con esta enorme diferencia: Que el santo, sea quien sea, a excepción de María, ha tenido que sentir realmente su propio ser de pecador, cosa absolutamente inexistente en Jesús. Mas por eso mismo pudo solidarizarse hasta este punto. De ahí que solamente en la medida de mi santidad sea capaz de solidarizarme con el pecado ajeno… (…) Solamente la comunicación recibida de la naturaleza divina levanta al hombre a la capacidad de tales realizaciones de simpatía. Pues solamente por ella podemos comunicar con el núcleo personal mismo de cada uno de los otros, hasta incorporarnos como propia la “otreidad” esencialmente ajena en el plano natural.
En suma: La necesidad de santidad para expiar, la necesidad de expiación para santificarse. Las aplicaciones habrán de venir después, pero ya he de asumir esta actitud de petición: Que se me conceda el deseo, el ansia de expiar por todos… Lo que incluye la esperanza de una enorme aplicación de mis posibilidades naturales. Una ruptura de fronteras de mi personalidad sicológica actual, que sin duda ha de comportar dolores también enormes.
Humanamente incomprensibles. Como lo han sido las penas de los santos en sus etapas postreras y genuinamente fructuosas. Morir el grano de trigo es estallar, romperse, deshacerse los límites. Y cuando el grano de trigo es una persona humana, el sufrimiento debe ser naturalmente insoportable…
Notar que Cristo es realmente Cabeza de la humanidad, idea que debo ahondar intelectual y espiritualmente. Realmente re-presentante de la humanidad. Advertir el realismo que tiene esto de re-presentar a los hombres (con Cristo) ante Dios y de re-presentar a Cristo ante los hombres. Caer en cuenta que he aceptado una vocación. Ello debe ensanchar mi libertad para que la aceptación sea más y más perfecta… y consiguientemente más y más dolorosa. La servidumbre, libremente aceptada, es incomparablemente más servidumbre, porque es servidumbre de un hombre divinizado. Todo se extiende indefinidamente… Incluso hacia abajo, hacia las regiones infernales. Pues el hombre es entregado a los demonios.
Notar las observaciones posteriores respecto del “ser entregado".
Lo maravillosamente misterioso es que -ahora mismo- uno pueda desear hasta tal punto la capacitación para el sufrimiento. Verdad que parcialmente se debe a mi ininteligencia de lo que me aguarda. Recordar la declaración del Cura de Ars que tanto pidió sufrir por su parroquia: Si hubiera sabido de antemano la dosis de dolor, se hubiera marchado… Bien, ya se encargará Dios de no descubrírmelo antes de tiempo…
El que quiera, que lo crea y el que no, que se atenga a las consecuencias: Mirad cómo está el mundo.
d) LA INTERVENCIÓN DE LOS PODERES PERVERSOS Y LA VICTORIA DE CRISTO
La agonía puede considerarse como el comienzo de la Pasión y como un episodio dentro de ella, con su valor peculiar. Mirada así, la mejor clave es la palabra “tentación” (peirasmos), que usa Jesús para prevenir a sus discípulos. No se trata de una tentación corriente, sino que “es el gran desencadenamiento escatológico de las potencias perversas, inseparable de la “hora” y de la “copa“, tal como las hemos explicado arriba. Es decir, que este asalto terrible de las fuerzas del mal se dirige primeramente contra Jesús, pero alcanza por repercusión a quienes se hallan unidos a su persona y a su mensaje” (p. 206).
e) RELACIÓN DE LA AGONÍA Y EL PADRENUESTRO
Jesús vive por su cuenta lo enseñado: Hágase tu voluntad = no lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. No nos dejes caer en la tentación = velad y orad conmigo (Mt 26,38.40).
f) RELACIÓN CON LA ORACIÓN SACERDOTAL
Santificación del Nombre (Jn 17,6.11-12.26); cumplimiento de su voluntad (Jn 17, 4-5); liberación del maligno (Jn 17,15). Es notable que en Mc 14,32-42 y en Jn 17, las coincidencias con el Padrenuestro están demasiado escondidas y son demasiado hondas, como para haber sido artificialmente propuestas, de modo que hemos de pensar que oímos la voz de Cristo mismo. Mas en la oración sacerdotal la conciencia filial resplandece y en el Huerto está como ofuscada…
g) RELACIÓN CON LA TENTACIÓN DEL DESIERTO
(…) no se trata de un problema “privado", sino que Cristo es tentado como Mesías. En Getsemaní se remata el altercado de Jesús con Satán, iniciado después del bautismo, en que Jesús comienza su acción mesiánica. Preámbulo de la Pasión, que Jesús mismo llama “bautismo". En Mt 8,29, los demonios le dicen que les atormenta en el tiempo oportuno (pro kairou). En Lc 4,13 el diablo se aleja hasta que llegue la ocasión oportuna (ajri kairou), a lo que parecen corresponder las palabras del Señor a Simón: “Satanás os reclama…” (Lc 22,31).
Feuillet entiende que la victoria de Cristo sobre los demonios en Mc no es total en el desierto, de modo que no haya más que luchar. Y recuerda que las cronologías evangélicas hay que tomarlas a nuestro modo… Jesús perdona pecados antes de haberlos expiado ((Y la Concepción Inmaculada!). Por ejemplo, Satanás interviene sugiriendo a Pedro su “tentación” respecto de la Pasión anunciada (Mc 8,32-33). Otros viceversa presentan toda la vida de Jesús como una lucha, una tentación, de modo que el desierto es una situación que se prolonga y el episodio descubre una actitud duradera hasta la muerte. (…) me parece claro: La batalla entre Cristo y los demonios va siendo más y más dura, hasta que los vence por la muerte. Y así sucede en todos los santos.
Lo cierto para Feuillet es que existe relación entre las tentaciones del desierto y las de Getsemaní.
“El paralelo entre los dos episodios no puede sorprender, dado el papel considerable que juega Satanás en los Evangelios y la importancia que Cristo le concede: Ve en él al adversario por excelencia de su propia obra. Tal comparación proyecta sobre la tragedia de Getsemaní su luz siniestra” (p. 209).
Más abajo Feuillet declara inadmisible toda duda sobre la existencia y la actividad del demonio, a la luz de la interpretación católica de la Biblia.
El demonio había intentado desviar a Cristo de su camino mesiánico, al comienzo de la obra; cuando está a punto de llevarla a cabo, vuelve a la carga de un modo más intenso aún: Lo que había preludiado con la sugerencia de Pedro (Mc 8,32-33). Antes de ser entregado en manos de los pecadores, Jesús es entregado en manos del Adversario. Y se concibe así la intervención de los ángeles.
El drama del Huerto nos lleva al Paraíso: Gn 3. Nuevo Adán, Jesús vence donde el primer Adán sucumbió frente al mismo enemigo.
(…) La tentación que los evangelistas no declaran debió de consistir en la incertidumbre. Cita a Cranfield:
“)No diríamos que en el alma humana de Jesús, frente al precio que va a ser necesario pagar, se levantan dudas lancinantes sobre la necesidad de tales espantosos sufrimientos? El plan salvífico )lleva consigo necesariamente tal suplicio? )No podría realizarse de otra manera? Pascal escribe: Jesús ruega en la incertidumbre de la voluntad del Padre. (Qué contraste con su certeza anterior! Esta vacilación que invade súbitamente el alma humana del Salvador, frente al espectáculo que se le ofrece de la masa enorme de los pecados de los hombres, es según toda verosimilitud, la prueba especial de la agonía de Getsemaní. Tal vacilación va acompañada de un espanto anormal (Mc 14,33: Comenzó a espantarse =ekthambeisthai) que Cristo no conocía en absoluto anteriormente y que cesará con el arresto, dando lugar a una calma conmovedora” (p. 211).
Analogía -que no hay que forzar- con los episodios de Jonás y Elías, abrumados de tristeza (Jon 4,9 - Mc 14,34; I Rey 19,5 - Lc 22,43). Sin embargo, no hay extravío en pensar que Jesús, que pertenece a la familia espiritual de los profetas, sintió el abrumamiento de la ineficacia de su obra redentora.
Pero el mejor paralelo es Is 49, 1-2 (Cf. Jer 1,5). Isaías expone el fracaso total que, sin embargo, no conmueve su abandono al beneplácito divino. En tal abandono de Cristo Mt señala un progreso que no ha escapado a la perspicacia de Pascal: Una vez pide que el cáliz pase; dos veces que se cumpla la voluntad del Padre. La copa escatológica del castigo se impone a los pecadores, pero se propone a la libertad de Jesús. Importancia capital del sí de Jesús a tal proposición.
Jesús acepta toda la Pasión (que es algo infligido por otros). Una vez más, la pasividad.
“Lo que encontramos aquí es, pues, la idea fundamental de Is. 53: El martirio del siervo no ha agradado a Dios una vez cumplido, sino que estaba determinado de antemano por El; el Siervo está a priori destinado al sufrimiento expiador; éste forma parte intrínsecamente de su vocación” (p. 212).
Y la aplicación al cristiano. Y la aplicación peculiar al presbítero… (…)
h) LA PRESENCIA DE LOS DISCÍPULOS
Parece que crea dos centros de interés, como si su presencia no añadiera nada, frente a la importancia en la escena de la transfiguración.
(…) La necesidad de testigos: Válida. Paralelo con la transfiguración. La cual se corresponde con el Huerto, como el revés y el derecho de un tapiz. La cruz es una etapa, por eso los testigos son los mismos. Habiendo visto previamente su gloria, debían poder contemplar la humillación, sin perjuicio para su fe. Igual proceso en Is 53: Se anuncia el triunfo antes de la derrota.
Algunos exageran el paralelismo. Se trataría ante todo de una revelación gloriosa: Cristo combate, mientras los discípulos caen bajo el sueño… Como he anotado arriba, yo pienso que realmente la escena del Huerto es una revelación sublime de gloria.
(…)Jesús no se hace acompañar de los discípulos, para beneficiarles de una revelación, sino para estar acompañado…
Que El sea el único Salvador y lo sepa de cierto, no impide que sienta la necesidad de simpatía por parte de los discípulos. (…) Los discípulos deben velar (físicamente) y orar (espiritualmente), no solo en interés propio, sino del mismo Jesús. No quiere estar sólo, siente el horror de la muerte como signo-consecuencia del pecado, quiere sentir la vida en torno a sí. Abandonado sensiblemente del cielo, busca apoyo en la tierra. Y tampoco lo encuentra: la caridad divino-humana de los discípulos…
Y la presencia meramente corporal agrava el sufrimiento. Y Jesús obra su salvación, mientras ellos duermen. Obra su salvación, pues es el momento de la aceptación libre que presta valor a toda la Pasión.
Observaciones de Pascal.
“Puesto que Jesús es el Siervo que expía los pecados de todos los hombres, su agonía, aun siendo un acontecimiento del pasado, es en cierta manera coextensiva a la duración entera de la humanidad y puede ser meditada como un misterio actual. De hecho la Historia de la Espiritualidad atestigua que Cristo ha pedido a algunas almas, que han dicho “sí", que estén presentes a su agonía o, más generalmente, a su Pasión e incluso que la revivan en su propio cuerpo. Aun sin salir del N.T., San Pablo estaba convencido de que la Pasión de Cristo se prolongaba en él y que él hacía como una experiencia actual, para mayor bien de las almas: `llevamos siempre en nuestro cuerpo la muerte (nekrosin) de Jesús, a fin de que la vida de Jesús se manifieste también en nuestra carne mortal… Así la muerte obra en nosotros y la vida en vosotros” (II Cor 4,10-12). Pensamos más todavía en la Virgen María, traspasada espiritualmente, según los términos de la profecía de Simeón, por la misma espada simbólica que causará la muerte de su Hijo (Lc 2,35).
Pero esos no son, sino casos excepcionales, mientras que la comunión con la muerte y resurrección de Cristo se impone a todos. Eso es ciertamente lo que sugiere la presencia de Pedro, Santiago y Juan en el jardín de la agonía; no está destinada solamente a la confortación personal de Jesús; insinúa además la obligatoria participación de sus discípulos en su pasión, si quieren aprovecharse de su obra salvífica. Cuando después de haber implorado a su Padre, vuelve a los suyos, no les pide ya, como la primera vez, que velen para ayudarle porque está triste, sino que velen y oren por su cuenta propia, para que no cedan a la tentación (Mc 14,38 conferido con Mc 14,34). Porque su tentación es también, de otra manera, de ellos. Encontramos aquí un dato evangélico constante: Por incomunicable que sea la misión de Cristo, jamás disocia su destino doloroso y glorioso de la cruz y la gloria reservadas a sus discípulos” (p. 220-221).
Hay que relacionar las profecías de la Pasión con el Huerto y, por tanto, las recomendaciones sobre la vigilia y la oración con las recomendaciones de las profecías. Cf. Mc 8,31-33; 9,35; 10,41-45. (Renuncia, cargar con la cruz, seguimiento; hacerse los últimos, los siervos de todos; tomar modelo del Hijo del Hombre que ha venido a servir y dar la vida…).
(…)Getsemaní es la hora de Jesús, pero por ello mismo es la hora de los discípulos, en que todo se juega para ellos.
“La demanda de vigilancia no se dirige a algunos privilegiados como Pedro, Santiago y Juan; formulada en términos tomados del Pater, oración común de los cristianos, esta recomendación es válida para todos” (p.223).
Las consecuencias son gravísimas. La necesidad de “consolar a Jesús“. La posibilidad incluso en el sentido más singular y sensible, como indica Pío XI en la Encíclica “Misserentissimus". La precisión de velar y orar con El por los demás, de hacer presente hoy su oración del Huerto… La oración como lucha con Dios y con Satanás…
CONCLUSIÓN GENERAL: DIOS Y EL PECADO:
(…) “Nada en la historia de la humanidad es comparable a este drama". “Jamás muriente alguno se ha dado, ni fue aceptado como resumen de la humanidad entera, fuera de Jesús. Fuera de Jesús, nadie ha pretendido jamás transformar por su muerte la situación espiritual de los hombres, que había, por lo demás, condensado en sí mismo” (lo último, cita de Martelet).
De ahí la peculiaridad del sentido de la expiación, que puede ser un test muy válido respecto del valor espiritual de nuestras actitudes.
Quien no entiende o siente el valor de la expiación, haga lo que haga por el prójimo, no obra en cristiano. Y he de aplicármelo a mí ante todo y medir mi progreso por esta medida… La conclusión por el momento es muy dolorosa, ya que apenas tengo sentido de expiación. Algo hago, pero el estímulo tiene muy poco vigor y así mi capacidad de expiar, de sufrir es muy mezquina. Ello indica mi poca fe en el valor de la muerte dolorosa del Señor y asimismo en la necesidad de representarla en la tierra. Lo que incluye, tratándose de mí, la pareja mezquindad de mi fe en el carácter sacerdotal…”
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(*) A quienes aún no conocen su pluma, además de poder solicitar a la Fundación Gratis Date su semblanza y la Síntesis de Espiritualidad Católica -escritaen colaboración con el p. J.M. Iraburu-, pueden descargar o leer en línea otros escritos suyos aquí.
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Infocatólica agradecerá vuestra generosa colaboración; le sugerimos cómo hacerlo.
3 comentarios
Fueron los pecados de los cristianos -de nosotros, de cada uno de nosotros que nos llamamos cristianos-, de aquellos que acogerían/acogeríamos su mensaje y que lo traicionarían/traicionaríamos con hipocresías y con dobles verdades durante dos mil años. La certeza de esa masiva ingratitud, absolutamente generalizada en los tiempos previos a su parusía, fue lo que verdaderamente derrumbó a Jesús en el huerto.
Ya la Biblia lo advirtió: "La cerda lavada volverá a revolcarse en el cieno, y la perra volverá a comer lo que había vomitado"
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V.G.: ¡Muchas gracias María! El p. Rivera es un tesoro que hay que dar a conocer más y más!
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